Llevo viviendo en Villastanza de Llorera desde hace unos cuantos días. Nadie formula así las cosas. Empiezo otra vez. Llevo unos cuantos días aquí, en Villastanza de Llorera. Llegué aquí de la forma más extraña posible, pero llegados a este punto y en la situación en la que ahora me encuentro, decir que una cosa es rara o que deja de ser rara, no sé qué importancia puede tener. Como puedo y quiero, voy a explicar cómo vine hasta aquí y poco a poco vamos atando cabos.
Me llamo Antonio y, bueno, tengo familia en Villastanza de Llorera porque mis padres nacieron aquí y tengo una casa aquí. Yo no la tengo, es de mis padres, pero de vez en cuando se me escapa y digo que es mía. Tengo dos hermanos más, un hermano y una hermana. A mi hermana no la he visto nunca. Mi hermana se llama Aurora. Es algo que ya os contaré, porque hoy quiero dedicar esto a explicaros cómo me tuve que venir para Villastanza y a contaros cómo fue el encuentro con mi prima Aurora. No voy a hablar de mi hermana Aurora pero voy a hablar de mi prima Aurora. Es raro. Llevo aquí unos pocos días y todo empieza a parecerme normal. Camino con dificultad, pero ya puedo ir de un lado a otro casi sin utilizar la muleta. Os cuento.
No soy una persona muy dada a las excentricidades. Tengo unos 35 años. Nadie formula así las cosas. Tengo 34 años. Mucha gente a estas edades se lanza a hacer cosas que no había hecho antes. Debe haber un miedo a los 35 años que nos empuja a hacer cosas que, pensamos, nos van a acercar a algo que fuimos o que vamos a abrir la puerta a algo que todavía podemos ser. En definitiva, que yo no había subido nunca a un monopatín y por hacerme el fuerte o el intrépido o yo que sé delante de una chica que me gustaba, decidí apuntarme con ella a un grupo de skaters que salen a rodar por las calles de la ciudad. Nunca me había subido a un monopatín y creo que no volveré a subir jamás. El grupo quedó en juntarse en una plaza concurridísima, todos íbamos equipados con protectores varios, pero yo olvidé ponerme nada precisamente en las rodillas. Pensaba que... yo que sé lo que pensaba. Solo sé que me subí encima del monopatín y que estuve a punto de caerme solo con pisar la tabla. Me repuse y conseguí avanzar unos metros, bastante rezagado respecto al resto del grupo. En la esquina con... intentando acelerar porque veía que el grupo se alejaba, me llevé por delante a una señora que estaba mirando el móvil. Ella no me vio a mí ni yo la ví a ella, caí al suelo, me di un golpe tremendo, no podía mover la pierna. En un segundo la rodilla se me puso como un bombo y me asusté. Me puse a chillar como un loco. La señora del móvil no tenía nada. Es más, se acercó a ver que me pasaba, se agachó a verme la rodilla, me puso un amano en la pierna. Me dí cuenta de que la señora, aunque era mayor, algo mayor, no sé cuánto, pero era mayor, era muy guapa. Era de una belleza que transmitía paz, que te hacía sentir en el cielo. Me tocó la rodilla unas cuantas veces y me dio un beso en la mejilla. Me dijo algo al oído que no entendí y se marchó. Dejó el móvil olvidado en el suelo. Cuando fui a coger el móvil, este no era más que una cartulina con unos números pintados a rotulador.
Llamé a un taxi. Mi amiga no me quiso acompañar porque me dijo que se iba a tomar algo con los del grupo de Skaters. El dolor que sentía en la rodilla fue una mierda comparado con el mal rollo por el feazo de mi amiga. Y sin embargo, algo, una idea, me rondaba la cabeza. No me importaba tanto mi amiga. Me di cuenta de que había sentido un rencor injustificado, que tenía en la mente la cara de aquella señora mayor tan guapa. Era extraño. Hasta hace muy poco, todo era extraño. Pensé 'tengo su móvil, averigüaré cuál es su número y la llamaré'. Lo decía mientras sopesaba la cartulina como si realmente fuera el movil.
Llegué a casa y mi madre me dijo que tenía que ir al médico de manera urgente. Mi madre se llama Filomena, a su pesar. Ella quería llamarse Aurora, pero por algo que desconozco y que mi madre no quiere contar nunca aunque ahora creo que debería empezar a contar muchas cosas, se llamaba Filomena. A su pesar. Cuando llegué del médico con el parte de baja, mi madre me dijo que con esos días, podríamos bajarnos juntos al pueblo. Que podríamos estar allí unos días. Mi padre había muerto hace unos años en un accidente en la mina. Esto no me canso de contarlo, aunque sea bastante triste, pero mi padre era minero. De los pocos trabajadores que quedaban en la mina de Caltz. Sufrió un accidente algo absurdo, inhalando un gas que se escapó de nadie sabe dónde porque las investigaciones no llegaron a nada y se asfixió. Lo encontraron en la puerta de un pozo, con la boca abierta, los ojos más abiertos aún. Dicen que tenía cara de haber visto algo raro antes de morir. Ahora todo me parece normal, pero antes era todo raro.
Llegué con mi madre en tren. Vivimos cerca de la estación de Villastanza. El viaje fue raro. Pero porque antes todo era raro. Hoy me parece normal. Así que no voy a contar mucha cosa del viaje. Solo diré que me pareció ver a la señora mayor tan guapa, qué belleza tan escandalosa, aunque solo la tuviera en el recuerdo, qué linda, qué paz, qué ganas de hablar con ella, de acariciar su cara. Digo que, como cosa rara, me pareció verla en los vagones unas cuantas veces. Solo esa expectativa de verla, me ponía contento. Yo estaba casi todo el tiempo en mi asiento, con la pierna estirada, y de vez en cuando me parecía verla.
Cuando llegamos a la estación nos estaba esperando mi prima Aurora. Mi prima Aurora era, creo, bastante más mayor que yo. Yo recuerdo que yo era pequeño y ella era ya joven. Que yo era joven y ella ya... no sé. El caso es que me pareció que mi prima Aurora era, en ese momento, más o menos de mi edad. Mi prima Aurora llevaba el pelo rojo. Cortado sin ningún criterio. Mi prima Aurora era muy guapa cuando era una niña, o cuando fue joven. En este momento, mi prima Aurora seguía siendo guapa, muy guapa. Pero me inquietó algo. Mi prima Aurora llevaba puesta una camiseta de Extremoduro. El pelo rojo.
Nos dijo que nos llevaba a casa y, aunque veíamos la casa desde la estación, le dijimos que sí, que gracias. Nos montamos. Mi madre estaba como en éxtasis. Mi prima nos dio un paseo por el pueblo, sin criterio, sin sentido. En el radio casette sonaba música clásica. El coche era muy antiguo y todavía tenía reproductor de casette.
Mi madre cerró los ojos y se quedó dormida durante el paseo. Yo estaba en el asiento de atrás y escuchaba la música intentando mirar a mi prima, que no hablaba mientras conducía. De vez en cuando yo intentaba darle conversación, le preguntaba cosas.
'El rock es una música con la que me gusta amanecer. Amanecer. Aquí amanece a la misma hora que en todas partes, creo. Me gusta el rock cuando amanece. Vas a estar muy bien en Villastanza, primo'. Fue lo que me dijo. Nos dejó en una casa que no era la nuestra. Cuando se dio cuenta nos vino a recoger otra vez. Dijo algo como 'Gorteza, ya no vive aquí, si queréis verlo... bueno, os dejo en casa'.
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