La princesa Elena Armentova se encontraba esperando en el salón la llegada de su prometido, el duque Boris Adrianopov y mientras éste llega a la casa para comenzar con los preparativos de la boda, mirando a la ventana, se pudo a rememorar los momentos de su vida en los que se había sentido triste y sola, desamparada, abandonada, sin nadie que la quisiera. Esos momentos habían sido muy escasos, así que al poco comenzó a repasar su vida de una manera más genérica, por matar el tiempo.
Recordó el día en el que conoció al duque Boris Adrianopov. Fue durante la festividad del santo de su padre, cuando se dio una fiesta en la casa de campo en Riazan. Aparecieron todos los amigos de su padre y los familiares también. Su madre, la Gran Duquesa Ana Rodionovna había muerto recientemente y en el ambiente reinaba un ambiente en el que la tristeza pesaba más que la alegría.
La princesa Elena Armentova estaba sentada en un butacón, un poco apartada de la recepción a los invitados, cuando de repente entró el duque Boris Adrianopov, un chico flacucho, con el pelo cortado casi rapado y sin uniforme, con un traje que parecía mas de funcionario que de duque. El duque regresaba por aquellos días de un viaje por Europa, donde se había retirado para recuperarse de una enfermedad que le obligó a visitar lugares cálidos. Visitó Grecia, Italia y el sur de España. Allí vivió durante un año.
Al entrar por la puerta, la princesa dirigió si mirada hacia él. Él tropezó con sus ojos también. Se enamoraron al instante. La princesa Elena era morena y de cabello oscuro. Se presentaron. La princesa Elena le preguntó por su viaje por Europa y el duque le habló con un ardor impropio de su aspecto débil y alicaído. Le contó que aquellas tierras eran maravillosas y todo lo que había aprendido y cómo si pudiera, volvería allí mañana mismo a disfrutar del sol, de la alegría, de la belleza.
- Pero ahora eso ya no podrá ser, Boris Adrianopov, usted es ahora de nuevo parte de este mundo y seguro que lo disfrutará de igual manera, no se preocupe.
El duque Boris Adrianopov entendió en ese momento que la compañía de la princesa Elena sería lo más cerca que podría estar del Sur en toda su vida.
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