Imagina que cantas o bailas o escribes o actúas o haces lo que quiera que hagas movido por la Fe y que una vez que estás ahí, todo te parece bueno. Y poco. Y nada es suficiente. Y una vez que has encontrado tu voz y tu camino para expresar eso que para ti es importante, te sientes tan cómodo con ello que da igual si los demás lo entienden o no, lo que importa es lo que te importa a ti. Imagina que eres parte de una familia y algún miembro de esa familia está embarcado en un proyecto que puede parecer descabellado y un sinsentido de tomo y lomo, pero ves tan feliz, tan dispuesto, tan entusiasmado a ese miembro de tu familia que te unes a él y dices, claro, vamos, que se hunda todo, que nos vayamos todos al garete. O ascendamos al cielo si nos sale bien.
Uno ve los vídeos de Flos Mariae y lo entiende. Lo entiende todo. La hermana que compone y canta las canciones y que enrola a toda su sangre en el apasionante mudo de la canción indescifrable, en el contenido que puede ascender a lo más glorioso o bajar a lo más prosaico. La hermana que lo vive con pasión y las que siguen su camino y piensan, si piensan en algún momento en lo que están haciendo y dónde están y a qué se debe todo, qué hacemos aquí, qué está pasando.
Dónde está el límite.
Uno piensa viendo las diferentes canciones de Flos Mariae o las alocuciones de Victoria Bellido Durán en su videoblog que todavía queda esperanza. Que no todo consiste en imitar lo que se supone que es transgresor y rupturista, quedando siempre en una mera réplica que algo que ya existe. Uno piensa, y sueña, que hay caminos no trillados para estar fuera, para la excentricidad, para lo bizarro que es más bizarro cuando es menos consciente de que lo es, cuando se hace desde la buena voluntad y el convencimiento de que es bueno. Bueno de bondad, sin importar la calidad. Bueno de benéfico, sin importar lo que digan los demás.
Porque, ¿qué es bueno? ¿Qué es mejor? Los cantantes y cantantes que se esfuerzan por parecer algo exactamente a algo que ya existe y que está más que masticado y que aparecen en los concursos de talentos. ¿Son mejores los cantantes que calcan cosas más que vistas en Operación Triunfo? ¿Son más dignos? ¿Son arte?
¿Qué es el arte y qué no lo es? ¿Acaso no nos quedamos absortos contemplando todas y cada una de la canciones de Flos Mariae sin entender absolutamente nada y sin esperarnos ninguno de los giros musicales, rítmicos, líricos que nos proponen en sus canciones? ¿No nos pica la curiosidad por saber más? ¿Por indagar? ¿Por conocer quiénes son y qué las mueve? ¿No querremos conocer a quien hace de batería en Feliz Cumpleaños y golpea y aporrea los tambores como si estuviera haciendo las delicias del octogenario público que acude al RockFest? ¿No daríamos lo que no tenemos por tener esa creatividad? ¿No daríamos lo que no soñamos por conocer a quien les dijo por primera vez, adelante, es bueno, no tengáis miedo?
¿Qué es el arte? ¿Qué es un artista? ¿Dónde está la frontera? La diferencia entre un proyecto como los Space Surimi y Flos Mariae ¿dónde estriba? Ambos quieren lo mismo, no dejarte indiferente ni con sus bases ni con sus letras. Y lo consiguen.
La Fe mueve montañas pero no tiene nada que ver con la buena música porque la buena música no existe. La buena música es una mierda.
Con la Fe Bob Dylan hizo discos y canciones que hoy siguen conmoviendo y sin embargo nos tomamos a Flos Mariae como un objeto risible cuando nos están proponiendo traspasar una nueva frontera. Un nuevo reto.
Dinamitarlo todo desde la bondad más inconsciente de su propio peligro.
Bravas.
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