Hay detalles. Hay detalles como por ejemplo el del hermano, el tete, que busca en la bolsa de la hermana un papel que le pide ésta y que en un primer momento no ve otro papel que le pide y que en un segundo momento sí que ve otro papel que nos tendrá en vilo el resto de la obra. Ese momento, ese detalle, esa búsqueda casual. Ese idear el momento, crear la situación, que parece fortuita, esos papeles que salen de la bolsa, qué habrá en la bolsa y que dirá ese papel. Y dices, qué bien hecho está eso ¿no?
Hay detalles. Esos saltos en el sofá y esos pies encima del sofá y esos golpes al sofá. Eso en mi casa hubiera estado más que prohibido. Aunque hubieran proclamado a mi hermano marahá de Kapurtala, aunque hubieran escogido a mi madre para la pasarela Cibeles, aunque mi padre hubiera nosequé. Subirse saltando al sofá. Jamás. Nunca. Alguien, alguno de nosotros, hubiéramos dicho que qué haces ahí subido, o baja los pies del sofá, que esto no es un camping. Esto no es un camping como concepto divisorio entre civilización o barbarie en un domicilio particular.
Una familia como la suya y la mía, si es que usted y yo somos más o menos del mismo sitio y a la misma hora y nos vemos más o menos con las mismas personas. Es Nochevieja y todo puede pasar. En Nochevieja pueden pasar muchas cosas, una vez que sales de casa, es una noche mágica de esas en las que lo que nunca te sucedió te puede suceder o lo que ansiabas terriblemente se confirma como que no, jamás sucederá. Eso es fuera de casa.
Y en casa. En casa pueden suceder muchas cosas, conversaciones banales, las mismas conversaciones banales que se tienen cualquier día, en cualquier comida familiar, pero quizás con un vino mejor y con platos algo más elaborados. Temas que están ahí que no salen nunca y que nunca se acaban de decir, o bien temas que surgen recurrentemente y que preceden a escaladas de tensión de salga el sol por donde quiera.
Días felices, días de tensión, días de reencuentros, días de plantear el futuro que viene, de recordar el pasado que duele o el pasado feliz, de cantar canciones que nos conmueven, de mirar programas de televisión que nos recuerdan que el año pasado y el anterior y el otro miramos el mismo programa y las cosas se hacen así porque así se han hecho siempre y así le gustaban o le gustan a alguien a quien no queremos hacer daño, o si estamos flamencos, le buscamos las vueltas porque es que ya está bien de siempre lo mismo, coño.
Lo Nuestro es una obra de teatro para la que ya no quedan entradas disponibles escrita y protagonizada por la colomense Eu Manzanares, acompañada sobre el escenario por otros tres actores que completan a una familia de esas que tienen la conversación clásica sobre si somos o no somos, si estamos o no estamos, si somos fieles a nuestra generación, familia, ideales, carácter, si nos parecemos o no nos parecemos entre nosotros, si pensamos hacer algo con nuestras vidas o si nos debería interesar que el otro hiciera lo que queremos que haga o que haga lo que le de la gana y que le guste el vino que hemos traído que para eso lo hemos traído.
Una obra como usted y como posiblemente yo imaginamos que son la comidas de nuestras familias aunque con todas las diferencias del mundo porque claro, mi madre no es esa madre, ni mi hermano es ese hermano ni mi padre era ese señor... aunque igual sí.
Una obra en la que muy acertadamente aparece la cortinilla de The Simpsons porque a ver, ¿quién no ha dicho que somos un poco como los Simpsons cuando estamos en casa todos y parecemos mentira?
Una obra que lo está petando, amigos, y con razón, porque pocas veces ve uno una obra que le parezca auténtica, donde la gente que está cantando Camela no parezca que está Cantando camela para que digas, uala tío, es Camela qué fuerte no? No. Una obra que lo está petando y que en la Sala Flyhard ya va a ser díficil que la vean porque está todo agotado, pero que la verán en otros sitios y oiremos hablar de la tal Eu Manzanares.
Que no es amiga mía ni nada ni tengo necesidad ninguna de hablar yo de esto, oiga.
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