Cuenta Danuta Wolinska:
'Tiempo después, me aficioné al schnapps. Primero como una broma, luego como una forma de tener alguna característica distintiva, luego como vicio. Hasta que lo dejé. Recuerdo que nadie pedía schnapps y yo pedía schnapps y me hacía sentir diferente. Ya era diferente, era una polaca en Berlín, pero éramos muchos polacos en Berlín y todos hacíamos lo posible por seguir pareciendo polacos o muy berlineses, pero nadie pedía schnapps. Pedir schnapps era algo extemporáneo, viejo, rancio. Algunos traían botellas de bebidas polacas y yo nunca quise. Recuerdo, en Lodz, tras una reunión del diario, que nos fuimos a tomar algo a un bar. Pedí una cerveza y detrás de aquella cerveza un licor de manzana. Creí morir. Desde entonces le guardo un tremendo rencor a las bebidas polacas. En cambio, con el schnapps no tuve ningún problema. Los primeros días no podía disimular la embriaguez cansina, la lengua estropajosa, el hablar vociferante, los himnos, cantar. Pero poco a poco fui dominándome y el schnapps y yo nos acomodamos el uno al otro como si fuéramos (...).
Un día, Witold Juralscwicz, que venía de hacer una gira de conciertos con el piano por Francia y que pensaba quedarse a vivir allí porque además había conocido a una chica descendiente de polacos también y se pensaba casar, nos llamó a todos para quedar para cenar. Fuimos a un restaurante que regentaban unos turcos pero que estaba decorado con herramientas del campo recogidas de algunas granjas y siempre acabábamos discutiendo si esas granjas estaban en la Prusia ahora polaca o si eran polacas o si eran alemanas. Nunca me interesó esa discusión. Los turcos eran muy simpáticos, menos uno, el dueño, Alpay, que siempre quería que nos marchásemos pronto a casa. 'Los alemanes no dan problemas, pero vosotros sois unos borrachos que solo sabéis llorar y beber'. Aquella noche hicimos lo que mejor se nos daba, llorar y beber y hablar de nuestro país. Y sobre todo, hablar de lo bien que nos iba fuera de nuestro país. Witold quiso hablar conmigo y por algún extraño motivo me dio la impresión de que me estaba intentando tirar la caña. También aquella noche había apostado por el schnapps y por aquella época fumaba bastante y mi voz se había transformado en una cosa gutural y extrañamente seductora sobre todo para personas sensibles. Witold lo era. Me habló de la sensación de final de camino, de que su tiempo de artista iba a cambiar, de aprovechar el momento. Yo le contestaba con monosílabos, frases inconexas que dejaba intencionadamente sin terminar, le miraba con profundo desprecio porque sabía lo que estaba buscando.
A la mañana siguiente me desperté sola en la cama. No recordaba si había dormido con Witold o sola. No recordaba nada. Alguien lloraba en el cuarto de baño.'
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