Una rápida de Danuta Wolinska:
'En el Dorado hacían conciertos. Una vez, con algunos compañeros de la redacción de Schrieben, fuimos a tomar algo. Los conciertos eran casi siempre de cantautores. En aquella ocasión, en la puerta anunciaban a Wolfgang Aufheller. Ni idea de quién era. Entramos y el tal Wolfgang estaba al fondo, sobre el escenario, con una guitarra acústica. Cantaba versiones de los sesenta en alemán. A la tercera canción, una de los Beatles, le dimos la espalda. Con la cuarta canción ya no le hacía caso nadie. Con la quinta, que creo que era una versión de los Beatles otra vez, noté algo raro. En la sexta canción, interrumpió el Love Me Do, otra vez de los Beatles, y se puso a hablar.
Empezó a contar que era su último concierto, que era la última vez que tocaba, que no podía soportar la indiferencia del público. Que su objetivo siempre había sido divulgar la música de los sesenta en alemán, un esfuerzo que a muchos les podría parecer anacrónico porque todo el mundo conoce el inglés pero a él le parecía interesante y sin embargo, veía que no era así, que todo era en vano. Anunció que la siguiente canción sería la última. Tocó Hey Jude, de los Beatles otra vez, y todos nos pusimos a cantar con él. Se animó y concluyó el concierto diciendo que había sido una noche maravillosa y que esto le daba fuerzas para seguir.
Abandonó el escenario, recogió sus cosas, se fue del local.
Michele, el camarero y dueño del Dorado, cuando me acerqué a la barra a pedirle un schnapps y comentarle que a veces la vida tiene esas cosas y que siempre hay esperanza me dijo que sí 'que a veces la vida tiene esas cosas, y que cuando pasan muchas veces, es que hay un método'.
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