A las puertas del fin de semana y como sé que son días sensibles, quiero contaros uno de mis viajes más breves, lo que hemos dado en llamar escapadita de puente, una escapadita que hice a Formentera. Que no soy un ser humano muy inclinado a pasar mis días en la playa es algo que ya no hace falta que remarque, porque ya lo sabe todo el mundo. Que si alguien determinado me dice que vaya a la playa con ella y yo vaya diligentemente, es algo que también todo el mundo ya conoce. Y esto ocurrió. La conocí en un festival de música, ella era amiga de unos amigos y yo era amigo de mis amigos por mi parte. Hablamos, nos tomamos unas birras, lío, teléfonos, etc. A los dos meses me propuso ir a Formentera. No me lo pensé. Por su puesto.
¿Qué conocía yo de Formentera? Nada. ¿Qué conozco a día de hoy? Nada. Hicimos el viaje siguiendo el procedimiento que yo creo habitual, ferry hasta Mallorca, y luego hasta la isla. Ella conocía a una gente que tenía una casita y se la dejaban. La gente en teoría se había ido. La gente no se había ido. Bueno. Fascinado, obnubilado, atontado, no pensaba en tener ningún plan más que ella, contemplarla, escucharla, etc. La gente aquella parecía tener el mismo plan que yo. Todos y todas se conocían desde hacía mucho, o poco, pero daba igual. Eran súper amigos y súper amigas, ella feliz porque qué bien que no se habían ido. Yo no sé.
Formentera es ciertamente bonito. Desde un punto de vista de observador, objetivamente, es bonito. Las playas, los rincones, esos pequeños pueblecitos, sus gentes, las gentes que vienen de otras partes y que son como una marca de Formentera, todo eso. Todo eso ya lo saben todos los que han ido a Formentera y todo eso que se siente al ir a Formentera y estar allí sin hacer nada más que comer, beber, dormir, la playa, pasear, la bicicleta, etc. Todo eso. Todo eso que a mí me resultó francamente insoportable. Porque yo había ido allí a estar con ella, todo estaba planeado y planteado para una escapadita de rollo romántico erótico y lo que fuera y resultó otra cosa absolutamente diferente. Encima una de las parejas tenía niños. Dos niños pequeños, rubitos, preciosos, dos angelitos de fotografía, uno de tres años y otro de dos años. El infierno.
Formentera debe ser precioso. Salíamos poco de aquella casa, una casa situada al final de un camino que daba a los pocos metros a una cala y que era una casa de esas antiguas enormes donde cabía toda esa gente. Y esos dos niños. Dos niños que no dejaron de hacer sus cosas de niños y de ser el foco de atención de todos los seres de la casa. Dos ángeles que merecían, naturalmente, que pasáramos el fin de semana viéndoles comer, viéndoles jugar, viéndoles caerse, viéndoles vivir en definitiva. Creo que fui a la playa un día. Por escapar. Me quedé dormido en la playa y me quemé. Dormíamos poco, porque alguien trajo una guitarra. Otra leía poemas. Otra cantaba y leía poemas. Otro no dejaba de hablar y explicar proyectos sobre cosas. Otra y otro discutían de manera amistosa sobre temas de clima y de escasez de alimentos. Yo escuchaba y pensaba en volver de Formentera urgentemente.
Tres días en Formentera sin disfrutar de ninguno, de absolutamente ninguno de los motivos por los que uno o una pueda ir a Formentera. Al menos he de decir que mi relación con la chica no se fue a la mierda por esto. Todavía fuimos a Menorca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario