Siempre me ha atraído Hamburgo. Así como otra gente se vuelve loca con Berlín, a mí me hacía gracia Hamburgo. En primer lugar por ese espíritu mío de resultar especialito, de no situarme en los gustos de la mayoría, de hacerme el interesante. En segundo lugar porque Hamburgo tiene dos o tres cosas que me atraían, como el hecho de ser una ciudad portuaria alemana, que son tres conceptos que me encantan, ciudad portuaria alemana, un puerto alemán, no sé. Luego porque The Beatles hicieron sus primeras armas en Hamburgo y para un beatlemaníaco como yo, esas cosas importan. Y luego también por el tema futbolístico, tanto por el San Pauli, naturalmente cómo no, pero también por el propio Hamburgo, que es un equipo que me suena de mis años de chaval, años ochenta y bueno. Ciudad portuaria alemana. No sé, ese rollo años veinte, ese rollo como de ciudad bohemia, ese rollo.
A Hamburgo fui solo. Naturalmente, después de intentar convencer a propios y extraños sobre lo guay que sería ir a Hamburgo, nadie quiso venir porque todo el mundo quería ir a Berlín, repetir ir a Berlín, porque Berlín tal y Berlín cual. Pues me fui solo a Hamburgo y listos. Como iba ya a tumba abierta, me fui en tren. Desde aquí hasta París, de París hasta Amsterdam y de Amsterdam a Hamburgo. No vi París ni Amsterdam en ese vieja. De Amsterdam ya os contaré. Había encontrado un pequeño apartamento que estaba sorprendentemente bien situado y que era absolutamente caro, pero yo ya no podía bajarme del burro.
Hamburgo es una ciudad que me encantó. Me encantó ir a las cervecerías, me encantó el rollito de ciudad portuaria alemana y me encantó moverme por algunos sitios de rollo alternativo que me habían dicho algunos colegas que quizás me podrían interesar. En una cervecería me encontré con unos asturianos que habían ido a ver un partido del San Pauli, pegamos la hebra. Ir solo a los sitios es una mierda. Terminas hablando con gente por necesidad cuando posiblemente no lo harías de ninguna manera si no fuera así. Estuvimos hablando de fútbol, eran del Oviedo, y me dijeron que habían estado también en Berlín. Que venían de Berlín porque Berlín tal y Berlín cual. Que si el muro, que si la parte del Este, que si había una movida guapísima, que si cantidad de garitos, que si Kreuzberg, que si Neukoln, que si uno de ellos era fan de Bowie y que además toda la movida berlinesa de Bowie, estuvieron en la casa de Bowie. Me dieron una chapa guapa.
Estuve cuatro días en Hamburgo. Mi encuentro con los asturianos fue el primer día. Me compré un póster de Bertolt Brecht el segundo día en una biblioteca alternativa, donde me pillé también una camiseta del San Pauli que todavía me pongo de vez en cuando. En la biblioteca trabajaba una chica de Barcelona, Ona, que me caló rápido y que me contó que Hamburgo era genial y que me recomendaba tal sitio y el otro, que no podía dejar de pasear por los canales, que de noche eran geniales. Me dijo que ella había vivido antes en Berlín, que no se podía comparar con Hamburgo, porque en Berlín vivía un montón de gente de todo el mundo y que el ambiente de Berlín era como el de Hamburgo pero a lo bestia. Que ella se había venido a Hamburgo con un chico chileno, pero que la cosa no funcionó. Ni se me ocurrió decirle de quedar a tomar algo cuando acabara de currar.
El tercer día iba a un partido de fútbol. Del San Pauli. Me lo pasé bien. No había mucha gente. En aquel entonces no sé en qué categoría militaba el San Pauli pero no iba muy bien. Unos argentinos con los que hablé me dijeron que el Hertha Berlin iba peor. Al salir nos fuimos de cervezas y me encontré con Ona.
El último día quise pasear por el puerto. Me compré una camiseta del Hamburgo que no me he puesto nunca porque me da cosa.
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