Yo tenía una granja en África. Qué va, no he tenido nunca una granja en África ni en ninguna otra parte. Pero siempre he había hecho gracia comenzar un relato o una crónica o lo que fuera, un texto en general, con esta famosa frase de Isak Dinesen de sus 'Memorias de África'. En fin. Fui a Kenya con el típico viaje organizado que se organiza por parte de unos amigos y en el que te ves envuelto y con el que te involucras de aquella manera y en el que te ocupas básicamente de la tarea de la contextualización sociopolítico cultural, aprenderte datos, partidos políticos, los Mau Mau, Jomo Kenyatta, la importancia de la población Hindú, los masai, los kikuyu, el Kilimanjaro que no está en Kenya porque está en Tanzania, pero está muy cerca de la frontera... bueno, esas cosas.
El viaje organizado consistía en llegada a la capital, Nairobi, y visita por los paisajes más emblemáticos del país. Un safari fotográfico era el principal motivo del viaje. Este safari nos llevaría durante unos cuantos días por la geografía keniata o keniana y solo volveríamos a pisar una ciudad para ir a Mombassa y de ahí volver a Nairobi para regresar a Barcelona. Me preparé a conciencia para vivir durante todos esos días a lomos de Land Rover, Jeep o camioneta y para dormir allá donde los compañeros y compañeras de viaje nos hubieran programado.
Al llegar a Nairobi, coincidimos en el hotel con unos ingleses que habían contratado el mismo viaje. Los ingleses venían de Liverpool y pensé que tendríamos hebra que pegar con el tema musical o futbolístico aunque fuera en un rudimentario inglés, pero demostraron ser unos liverpulianos bastante atípicos o eso me lo parecíó a mí. Venían únicamente a hacer su safari fotográfico y nada más, trabajaban en unas oficinas de una multinacional americana en Liverpool y estaban bastante desconectados de nada que no fuera una afición desmedida por los animales. Por nuestra parte éramos tres parejas incluyéndonos a nosotros. Y añadimos a los liverpulianos.
Nuestro interés por la ciudad de Nairobi se desvaneció casi en el mismo momento en el que pusimos el pie allí. Ya estábamos escarmentados sobre las ciudades y las capitales africanas y su escaso encanto así que no nos supo mal, lo mejor estaba por llegar. Partimos en tren hacia una ciudad que no recuerdo desde la cual iniciaríamos el safari propiamente dicho. Dormimos allí y muy temprano nos levantamos para embarcarnos en esos vehículos que tanto me gustan, los Land Rover, recuerdos de la infancia, no sé. No sé si fue por eso o por otra cosa pero desde el primer día me dejé llevar por un estado de melancolía bastante prolongado. No sé si fueron las extensiones de terreno casi infinitas de sabana por las que transitábamos, los silencios en la camioneta, el sonido únicamente de los animales, algo había en el terreno que me dejaba en un estado profundamente melancólico. No era tristeza, no era nostalgia, era una melancolía, una suerte de estado en el que pensaba en cosas, cosas que pasaban, cosas que nunca pasaron, cosas que estaban ahí y que estaban lejos, tiempos que se fueron, personas que no estaban. No sé.
Los días pasaron y vimos cosas maravillosas. Lo que yo pensaba que iba a ser un viaje por un escenario ya trillado y donde los animales estarían ahí de una manera artificial resultó ser una experiencia casi mística. Reflexión aparte merecen los masai y todo lo que me produjo la visita a una de las aldeas en las que vivían. Ya entiendo que todo lo que digo puede sonar a una fascinación artificial, pero yo con cada uno de esos saltos que tantas veces había soñado con ver en vivo, con cada salto, me elevaba. No diré nada más. Y mi estado de melancolía no hacía más que sublimar todo aquello para darle un contenido superior. En lugar de entristecerme, la explosión de vida a mi alrededor, me sumía en una melancolía que luego, tiempo después, cuando tuve que comentar mi situación, no supe describir con las palabras ciertas tal y como me ocurre ahora.
Kenya fue para mí una experiencia catártica. Fue uno de esos viajes en los que me replanteé mi relación con lo que me rodea y con lo que soy, sin querer disfrutar del presente y sin querer evitar lo que me molesta, afronté que todo es mucho más amplio, más grande, más extenso de lo que uno puede llegar a abarcar o preocuparse. África y Kenya me enseñaron eso.
De tal manera que cuando el safari acabó y volvimos a Mombassa, incluso llegué a encontrarle la gracia a Mombassa. Ahora es que le encuentro la gracia a casi todo. Y hablando de gracia...
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