miércoles, 13 de junio de 2012
Un indio
Ahora podríamos imaginarnos a un indio. Si podemos interrumpir durante un instante lo que estamos haciendo, imaginémonos a un indio. Un indio en Teotihuacan. Un indio que ha estado discutiendo con los compañeros de trabajo en la plantación sobre la decadencia. La decadencia en general. Contraviniendo lo que dicen los sacerdotes, el indio no cree que todo esté escrito. Imaginemos a un indio que piensa que los sacerdotes, quizás, pueden estar equivocados. Imaginemos que el indio considera que no está todo dicho. Que no todo lo que aparece en los grabados, que no todo lo que dicen los dioses, tenga que ser cierto porque sí. Lo discute con sus compañeros en la plantación mientras van volviendo a sus chozas. Les están diciendo continuamente que Teotihuacan está fatal. Que si no dejan de hacer sacrificios para sus dioses, van a tener que coger los bártulos y largarse. Que todo está espantosamente. Imaginemos a un indio que se levanta por la mañana temprano y ve que el sol, independientemente del vaticinio de los sacerdotes, ha vuelto a salir y más o menos todo parece transcurrir como todos los días. Imaginemos a un indio, por un momento. Un indio que se ha levantado por la noche para comprobar dónde estaba la luna, mientras su mujer le mira pensando que el indio va a buscarse problemas de tanto preguntarse las cosas. Imaginemos a una india. Si hemos podido imaginarnos a un indio, hagamos lo propio con una india. Imaginemos a la india que no quiere tener hijos pero no lo puede decir. Imaginemos que la india y el indio han tenido dos niños, pero no les quieren. Imaginemos que el indio cree que los sacerdotes están equivocados, que no puede ser que todo vaya a ir tan mal en Teotihuacan. Imaginemos que el indio no se quiere ir. Imaginemos que el indio ha notado que hay un par de indios que le miran mal. Aunque sea quizás un esfuerzo demasiado grande para esta época del año, hagamos por imaginar que el indio se debate entre una duda y una certeza. Imaginemos a la india que ve crecer a sus hijos y no les quiere porque no les necesita, porque no le gustan. Imaginemos que un día le propone al indio que podrían sacrificar a sus hijos a los dioses, como hace tanta gente. Hagamos el esfuerzo. Imaginemos a un indio que se levanta por la mañana para ir a trabajar a la plantación, muy temprano, es de noche aún, y el sol no se ha encontrado con la luna. Imaginemos que el indio nota algo. Imaginemos que el indio tiene la intención de rendirse y abandonarlo todo. Imaginemos a un indio que quiere quedarse en Teotihuacan y que no puede. Imaginemos a un indio.
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Vale, ya está imaginado. Pero vaya, que tampoco hacía falta irse tan lejos, monsieur.
ResponderEliminarFeliz día
Bisous
¿rubio o moreno?
ResponderEliminar:p