Nos estábamos alejando tanto de nuestra labor que, la verdad, a veces no sabe uno ni donde está. Bueno. Recopilando de aquí y allí, casi a la desesperada, nos hemos fijado en un pequeño texto de Olofred Zepphauser que aparece en la revista Huye y que se titula 'Wagner abierto'. Si ustedes lo entienden, pues lo comentan.
'Los invitados por el patronato nos fuimos sentando en los asientos que estaban señalados con la marca de la P. La P de patronato. Y una vez situados, me dí cuenta de que la señorita Falkenhayn estaba tres asientos más para allá y que no tenía ninguna posibilidad de conversar con ella durante toda la obra. Los Nibelungos, de Richard Wagner. Nunca había ido a la ópera, no me gusta la música clásica y me aburro si no hablo, así que la cosa pintaba bien. La invitación del Patronato nos reunió en la puerta de la Ópera y en cuanto la vi me pegué a ella. Empecé hablando del frío cuando hacía calor y eso le llamó la atención. Me gustó. Hayer y Martens me dijeron que la señorita Falkenhayn era la sobrina de uno de los mandamases del Patronato y que era muy buen partido. Lo obvié, hice que me diera igual, y me fijé únicamente en su belleza y encantadora sonrisa. Muy amablemente la invité a pasar delante de mí cuando pudimos ir pasando y torpemente luego me di cuenta de que mi afán por estar cerca de ella y literalmente 'darle la ópera', iba a resultar vano. Sentado entre el señor Potocky y el no menos señor Razinsky, me dispuse a pasar no sé cuántas horas de música clásica sin ninguna gana de estar allí y mirando indisimuladamente a la señorita Falkenhayn, que no dejaba de reírse acompañada por la señora Razinsky y la señora Potocky.
Empezó la ópera y yo estaba pensando y pensando en cómo hacer para... No sé cómo se me ocurrió, pero le dije al señor Potocky que si las óperas eran siempre iguales. El señor Potocky me miró e hizo como si no me oyera. Me puse insistente. 'Oiga, mire, es que yo conozco mucho de arte contemporáneo y resulta que hoy en día existen obras que uno va a ver sin determinar, es decir, que llegas al sitio y no sabes qué vas a ver, porque la obra está sin escribir, se va haciendo sobre la marcha. Es más fresco, natural y sorprendente. Mucho mejor que esto. Porque claro, uno viene a ver esta obra y ya sabe que todo el mundo se la sabe. Que conoce el argumento, a los protagonistas, a los cantantes... y eso no es moderno. No debería ser. De hecho...'. Me levanté. Me levanté y a gritos empecé a decir que todo aquello estaba muy desfasado, muy muerto. Que Los Nibelungos ya estaban escritos y que era una vergüenza que la dirección del teatro nos engañara programando obras que ya estaban escritas, preparadas, planificadas, cuando lo verdaderamente moderno y útil para todos hubiera sido que los Nibelungos se hubieran hecho sobre la marcha allí. Cada día de una manera. Con alguien distinto, a determinar, a decidir por todos nosotros. Mucho mejor.
No tardaron ni cinco minutos en venir unos miembros del Patronato a llevarme a rastras para la calle y señalarme el camino de mi casa para que no volviera a interrumpir jamás una Ópera.
Días después, la señorita Falkenhayn me llamó por teléfono para interesarse por mí. Que le había pedido el teléfono a nosequién y... bueno, Pues eso.'
No hay comentarios:
Publicar un comentario