‘Aquel peregrino
no paraba de reírse. Decía que venía de Tierra Santa y que allí había visto
algo que superaba todo lo que nosotros contábamos sobre nuestras andanzas
caballerescas, nuestros romances con damas encantadas, nuestros combates
singulares. Decía que eso no era nada. Que él había visto a Teofrasto de
Bullcantar en acción y que quien hubiera visto eso, ya no tenía que hacer nada
más en la vida. Comenzó a contarnos que ‘allí en Jerusalén nos encontrábamos
todos los desechos humanos de todas las cortes europeas. No les engañaré si les
digo que yo mismo me avergüenzo todos los días de todo lo pasado. De todo lo
que haré todavía no me puedo arrepentir, pero bien creo que mi vida será mejor
después de ver lo que vi. Yo vi a Teofrasto de Bullcantar. Pocos le vimos, pero
yo sí. Teofrasto de Bullcantar llegó a la ciudad tres veces santa a lomos de un
caballo blanco que al cabo de un rato se volvió negro. Así se lo estoy contando
a ustedes, caballeros, y así lo vimos todos. Apareció por la puerta del palacio
del Rey y vino contando que debía reunirse con el encargado y no entendíamos lo
que contaba y al cabo de un rato ya estaba el mismo Rey ante él haciéndole
sumas y restas y repasando algo que el tal Teofrasto decía que eran albaranes y
que nosotros no comprendimos. Y sacó de no se sabe dónde un aparato maléfico
que llamó medidor y lo posó sobre una de las paredes y quedó escuchando la
pared y dijo que estaba todo correcto. Y llamó al encargado de nuevo y el Rey
le firmó de su puño y letra un pequeño documento. Y pareció irse y no se había
ido cuando Teofrasto de Bullcantar se presentó de nuevo ante nosotros y creímos
que estaba fuera y no lo estaba, había vuelto a entrar. Y fue entonces que me
miró y me dijo que allí estaba yo, que por fin me encontraba y cuando volví a
abrir los ojos, porque pestañeé ya que humano soy, yo no me encontraba en
Jerusalén si no que había pasado a un castillo sirio con él, y estábamos
repantingados en unos butacones muy amplios y estábamos uno al lado del otro y
nos tocábamos los pies, y él los tenía fríos y yo me asustaba porque no
entendía nada. Y Teofrasto de Bullcantar hoy estaba allí y mañana estaba en
otra parte. Y estaba hablando contigo, contigo mismo como yo estoy hablando
ahora contigo mismo, y al momento tú ya no eras tú, que no se había movido él,
que tú no estabas y él estaba hablando con otra persona que estaba en tu sitio.
Y tú seguías siendo tú pero él te había enviado a otra parte. Y hablaba todos
los idiomas, pero muy pocos le entendían. Y su caballo un día se murió y él
lloró mucho. Y al día siguiente el caballo estaba vivo y fíjense ustedes
caballeros qué cosas que a nadie le pareció extraño. Y hacía eso de coger una
moneda y pasársela de mano a mano y preguntar dónde estaba la moneda y nos
tenía engatusados durante horas. Yo, yo mismo, pecador, estuve durante semanas
enteras sacándome pañuelos bordados con fina pedrería de las orejas. Semanas
enteras. Y a nadie le extrañaba. Y Teofrasto de Bullcantar entró en una iglesia
y se puso a recitar salmos y a darse golpes en el pecho y cogió un aparato que
decía que amplificaba la voz y dijo que iba a hacer un fraseo y todos nos
quedamos esperando a que dijera algo y no dijo nada porque recordó algo que se
había olvidado y se fue. Y nos dijo que volvería. Y ya no ha vuelto. Y uno dijo
que quizás fuera el mismo Jesús y lo quemaron vivo.’ Y el peregrino se puso muy
triste y abrió mucho los ojos y se volvió a reír.’
Qué inspiración tan mundana la de la novelista griega para el título.
ResponderEliminarQué tiempos, monsieur, en que hasta los cruzados eran mágicos!
ResponderEliminarBuenas noches
Bisous