De las memorias de Temístocles Alboraya, extraemos un pasaje que puede resultar esclarecedor. Últimamente, no sabemos cómo, pero todo nos parece esclarecedor. En fin.
'Notaba yo por aquellos días un picor de garganta un tanto sospechoso. A mí no me suele doler nada. Soy una persona fuerte, de aquellas que además alardean de su dureza y vigor. No por nada, corro todos los días unos veinte kilómetros antes de desempeñar mi labor y tengo a gala no haber faltado a mi puesto de trabajo como Viceconsejero del Área de Pertrechos y Cosas ni un sólo día desde mi nombramiento. Un picor de garganta que me nacía de dentro de la garganta, pero no del cuello. No sabría describirlo, pero era un picor que me sobrevino de noche, un picor que me obligó a ir a beber agua. Yo que nunca me levanto por las noches y que duermo siempre de un tirón. Ese picor de garganta fue en aumento. Le comuniqué a la secretaria del departamento que quizás debería buscar un hueco en la agenda para ir al médico, porque ese picor... La secretaria, doña Romalinda Abraira, hizo la gestión y cuadró la visita para tres días después. A lo largo de esos días, yo pensaba que el picor cesaría y volvería ser esa persona sana y robusta, ese ejemplo para mis conciudadanos como persona que se ha hecho a sí misma. Desde abajo. Yo, y no quisiera ser pesado en este punto, me precio y me preciaba de ser una persona admirada por mis vecinos. Entendía que, sin lugar a dudas, mi ejemplo como persona que había conseguido alcanzar un puesto tan alto en la administración de los asuntos públicos, mostrando firmeza, fiereza y una determinacióna prueba de bombas, era visto por mis convecinos con admiración y respeto. Caminaba siempre con la cabeza erguida, saludando a diestro y siniestro a personas a las que no conocía más que de vista, pero que sabía que se alegrarían de ser saludados por mí. No tenía tiempo de recordar sus nombres, pero esperaba que mi gesto, les reconfortara. Tenía la conciencia de que mis pasos eran seguidos por todos aquellos que querían ver en mí un ejemplo, una figura icónica. Un algo. En un lugar como en el que vivimos, aquí en Villastanza de Llorera, no abundan las personas que sirvan de referencia. El picor de garganta iba en aumento. No cesaba. Empezaba a toser e incluso a estornudar. Me encontraba algo incómodo. No recordaba, salvo en los años de mi infancia, haberme puesto enfermo jamás. ¿Lo he dicho ya? Mi última visita a un centro médico había tenido lugar con quince años por un problema que nada tenía que ver con endebleces o enfermedades. Desde entonces, nada. Mi vida sana y equilibrada, mi comportamiento irreprochable, pensaba yo que debía servir de espejo para todos. De hecho, desde mi cargo, influí en decisiones tales como la supresión de centros médicos, para no despertar la tentación de ponerse malo sin motivo. Pensé que, si yo no enfermaba, porqué habían de enfermar los demás. Si suprimía la tentación, todo podría solucionarse. Mi ejemplo y la necesidad, obligarían a mis conciudadanos a ser mejores. Esa era mi idea. Y pensé que, de alguna manera u otra, era aprobada por todos. Un día, el día de antes de la visita al médico, no me podía levantar de la cama. Algo ocurría, creo que era fiebre o algo similar. Estaba enfermo. No lo entendía, pero asumí que quizás algo había hecho mal. Quizás no haberme protegido del viento aquel día junto al río. No sé. No le dí mayor importancia. Salí hacia la Clínica Cremsteimer y quedé ingresado por una neumonía. No abandoné el hospital hasta dos semanas después. Creo que acorté los plazos de recuperación por mi constitución fuerte y recia. Cuando llegué de nuevo a Villastanza de Llorera, me encontré con un pueblo sumido en el caos. Me informaron de que, poco después de que partiera hacia el hospital se había formado de manera espontánea una conga que empezó a recorrer el pueblo ese día de mi partida y no había parado desde entonces. Es bueno que el pueblo se divierta, pensé, pero...'.
Una conga de dos semanas, guau! Qué espíritu!
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