jueves, 25 de junio de 2015
Gorteza
Gorteza apareció por el bar del Frederico con ganas de olvidar y se sentó en una mesa. Solía quedarse en la barra, en una de las esquinas, pero aquel día sin saber bien porqué se sentó en una mesa. Pidió un vasito de vino, algo que tampoco era habitual en él. Luego se puso a leer el diario, algo que no hacía nunca. Veía entrar a la gente en el bar de Frederico. Se hizo de noche. Un grupo de chicas jóvenes comentaban cómo les había ido la jornada de trabajo. No las conocía de nada. Gorteza apuró el vaso de vino y pidió otro más. Nunca había bebido más de dos basos de bino. Todo era extraño y él mismo notaba que las cosas no iban como siempre. Las chicas dejaron de reir y de hablar, porque alguien empezó a tocar música desde algún rincón del bar del Frederico. Las chicas tarareaban las canciones que salían desde algún rincón del bar del Frederico que a Gorteza le costaba distinguir. Perdió enseguida la ilusión por encontrar de dónde salía aquella música, porque se fijó en una mujer que acababa de entrar en el bar. Era muy mayor, pero era guapa como dos millones de elementos dispuestos de forma armónica que formasen un todo muy guapo. Se me acaban los símiles, si es que alguna vez hubo maneras de decir que alguien es como es sin que nos repitamos. Era muy mayor, pero muy muy mayor. Y aún así, algo tenía que la hacía irresistible. Gorteza no la reconoció. Pero se fijó en ella. La miraba y no sabía quién era y aún así no podía dejar de mirarla y sentirse muy próximo, muy cerca, muy con ella. Y no pudo menos que ir a la mesa en la que aquella mujer se había sentado y hablar con ella. Cuando Gorteza estuvo a su altura, no le dijo nada, simplemente le tendió la mano y ella se la cogió. Salieron a bailar mientras aquella música que no sabía de dónde salía seguía sonando. Gorteza no sabía demasiado de música y no conocía los temas que sonaban, pero le gustaban. Se apretó contra la mujer y puso su mejilla contra su mejilla. Estuvieron bailando durante mucho tiempo, no somos capaces de calcular realmente cuánto. Aquella mujer, pese a ser realmente una anciana, tenía algo en su manera de moverse que no correspondía con su aspecto exterior. Era tan linda que un espectáculo de niños cantando bonitas canciones con su voz angelical y pura, no era ni siquiera tan lindo como aquella mujer. Gorteza estaba bailando. Nunca bailaba. Todo aquello era demasido diferente a todo. Bailaba con aquella mujer y no sabía ni dónde estaba. Aquella mujer no había dicho nada durante todo el tiempo hasta que en un momento dado acercó su boca al oído de Gorteza y le dijo 'me alegro de que no te acuerdes de mí. Todo será como nuevo a partir de ahora'. De verdad que pasan cosas y casos tan inverosímiles en la vida de según que gente que hacer una enumeración de fenómenos así nos puede llevar a considerar que, en realidad, la vida, sin esos momentos, es así como una puta mierda. Imaginen que todo fuera tan simple como levantarse por las mañanas y que todo lo que sucediera en la vida de uno fuera exactamente igual a lo que uno supone que va a ser. Gorteza pensó que se había quedado dormido con los dos basos de bino. Pero no podía ser todo tan extraño y tan extenso y tan vívido, porque sentía el aliento de aquella mujer en la oreja. Un momento, aquel no era el bar del Frederico.
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