martes, 23 de junio de 2015
Gorteza
Carina Ocáriz no tenía nada, pero prefirió salir de la casa de Gorteza para ir a un médico. No quería complicar más su presencia en el domicilio de Gorteza y prefirió seguir con su trabajo en otra parte. Gorteza despidió a Carina Ocáriz en la puerta y esta, en el momento de irse, de manera instintiva, le dio un beso en la mejilla en señal de despedida, incluso esperando con la otra mejilla a que Gorteza le diera otro beso que no llegó. Los clásicos dos besos en la mejilla. Gorteza se quedó parado sin saber qué hacer, Carina Ocáriz prefirió no alargar más un momento incómodo y se fue. Así las cosas Gorteza, cerró la puerta y quiso seguir preparando la comida él solo, pero no pudo. Por diversas circunstancias que ahora mismo paso a enumerar. En primer lugar porque no supo realmente qué quería hacerse de comer. En segundo lugar, porque se puso a limpiar un poco el pequeño rastro de sangre que había dejado Carina Ocáriz y se lió un poco y ya limpió la cocina entera, que falta le hacía. En tercer lugar, porque entre que limpias y no limpias, tuvo tiempo para echarse de nuevo un poquito en el butacón, ora por esto, ora por aquello. En cuarto lugar, porque una vez que tuvo limpia la cocina, no quiso volver a ensuciarla. En quinto lugar, porque se le había pasado el hambre. En sexto lugar, porque cuando ya lo teniá todo listo y aún sin hambre consideró que era necesario prepararse ni que fuera un pequeño bocadillo como tentempié, ocurrió algo insospechado. Uno de los armarios, donde guardaba una histórica lata de foie gras, y que se hallaba suspendido de una serie de clavos y de apliques en una de las paredes de la cocina, comenzó a desprenderse del lugar y se cayó al suelo sin más. Esto no había pasado nunca antes. Quizás no tuviera ninguna importancia. pero a Gorteza ya le venía todo grande. Estaba muy excitado. Había tenido el sueño espantoso en el que aquel hombre maldito abría la cabeza de la señora Carina Ocáriz. Todo lo que estaba sucediendo en el pueblo le parecía mucho más raro de lo normal. El asesinato del peluquero. Que un armario se cayera, le acabó de poner boca abajo todo. Quiso salir de casa para tomar el aire y no caer en la tentación de irse al butacón de nuevo. En la capital, la voz de Mirta sonaba más cristalina y pura que nunca en la cabeza de Rípodas. 'Acaba con Gorteza, termina de una vez'. Rípodas estaba en el lavabo haciendo caca y con las manos apoyadas en la cabeza intentaba reducir al mínimo lo que sonaba en ella. 'Acaba de una vez, termina con Gorteza'. Una hora después, Rípodas terminaba de hacer la maleta y partía hacia la estación de ferrocarril en la que cogería el tren que le llevaría de nuevo a Villastanza de Llorera para matar a Gorteza y acto seguido acabar con su propia vida. Eso es lo que más o menos pretendía indicar la voz de Mirta. Rípodas hizo la maleta sin pensar. Cada vez que iba de viaje, hacía la maleta aunque nunca se cambiara de traje o vestuario o ni siquiera pernoctara en ninguna parte. De camino a la estación, el cielo comenzó a nublarse. Empezó a llover. No llevaba paraguas y se puso como una sopa. Al llegar a la estación, se sentó en los bancos situados frente a las taquillas. A su lado se sentó una mujer mayor que, aunque algo mayor, tenía la cara de mil colores y un brillo que solo de una manera muy aproximada podría describirse como refulgente o algo así. La mujer miró sonriendo a Rípodas y le dijo 'no se preocupe, buen hombre, en seguida se seca y puede usted seguir pensando en matar a quien quiera'. Y le dio un beso en la mejilla.
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Vaya, Rípodas debía de ser transparente.
ResponderEliminarYo no sé qué extraña docilidad despiertan esas voces, que siempre se obedecen. Es posible que no obedezcan la ley, que no obedezcan nada ni a nadie, pero oiga, lo de las voces es infalible. Siguen el dictado como corderitos. Qué cosas.
Buenas noches
Bisous