'Yo, como otras muchas personas relacionadas con la ciencia, he sentido también la llamada de lo extraño. Como muchos de los que rigen su comportamiento en base a unas normas racionales, comprobables y medibles, que dedican su vida a ello, he caído también en ocasiones en la tentación de probar lo sobrenatural. De esta manera y bajo ese encantamiento, me acerqué a las teorías de Almayr, con el convencimiento de que estaba entrando en un mundo mucho más relacionado con la magia y lo fantástico que con lo científico. Directamente lo afronté como un pasatiempo. Estoy especializada en el estudio de animalejos y bichines, desde un punto de vista de su utilidad para el mundo farmacéutico y consideré que leer sobre la mirada ovoide me serviría de distracción. Una teoría que daba a la visión una fuerza, que daba sobre la mirada el poder de intervenir en el mundo, que hacía del ojo humano no un simple receptor de imágenes, sino un actor importante en el curso de los acontecimientos. Y así fue como comencé a leer los trabajos de Almayr y sus discípulos, a veces sorprendiéndome a mi misma riéndome y carcajeándome cuando leía según qué casos recogidos en testimonios que se me presentaban de muy dudosa veracidad. Consideraba yo, leyendo aquellos casos de personas que conseguían doblar cosas, cambiar la percepción de las mentes, enamorar con los ojos, sortear obstáculos con la vista, etc., que el género humano no tiene límite a la hora de imaginar. Me entristecía pensar, también, que somos seres capaces de creer en lo que haga falta con tal de salir de la rutina, de la grisura. Que nos gusta fabular, contar cosas, hacerle llegar a otro nuestro pensamiento, nuestra visión del mundo, que no nos gusta estar solos y que descargamos en los demás frustraciones sin cuento, pensando que, con la fuerza de la mirada incluso, podemos cambiarlo todo, ya que con la acción misma de nuestras manos, de nuestras palabras, de nuestro pensamiento, no llegamos. Debemos y queremos confiar en lo sobrenatural. Eran numerosos los casos donde primero el afectado era poco receptivo a las teorías de Almayr y, después, caía en el encantamiento a mi juicio de seguir a pies juntillas los preceptos de la mirada ovoide y se veían a sí mismos modificando las reglas de lo normal a través de una mirada. Trucos de magia, pensaba yo. Sugestión. Vidas corrientes de personas que se ven deslumbradas por la última teoría en boga, en este caso la de la fuerza de la visión. Yo, hice propósito de mantenerme firme, de no dejar que, por un instante llegase yo a pensar que con mi mirada podía hacer algo. Así, de vez en cuando, en momentos de descanso de mis tareas, pensaba para mí, ensimismada, en las cosas del mundo y me ponía a mirar en lontananza y llegaba a considerar que quizás, si me esforzaba, pudiera yo... pero rápidamente volvía en mí y, estar vestida con mi bata blanca, rodeada de documentos, pantallitas con números y demás parafernalia científica, me devolvían a la realidad. Vivo sola, no he tenido nunca una pareja estable y ya, a mi edad, he decidido consagrar lo que me queda de vida al trabajo, que creo que me depara más satisfacciones que el trato con seres humanos que decepcionan más que aportan. Este desapego hacia el género humano, lo intento paliar con mis investigaciones, destinadas, como digo, a crear componentes médicos capaces de hacer mejor la vida de la gente. Una cosa valga por la otra.
Y es ahora cuando quisiera confiar aquí algo que me sucedió el pasado viernes, al llegar a casa, después del trabajo. Me senté un rato a leer, no ya las teorías de Almayr, porque no tenía a mano nada de sus elucubraciones, sino un libro sobre viajes y sin saber cómo, noté algo.
Algo. No sé describirlo. Mientras leía, noté un calor. O un frío. Algo. Un contacto. Un aliento. Una sensación. No quería que acabase. No podía ser.'
No hay comentarios:
Publicar un comentario