lunes, 26 de diciembre de 2016
Marinina Di Domenico Martini, benvenutta.
Cara amica. Te escribo estas palabras para darte la bienvenida a la edad de la madurez. Una edad llena de certidumbres, de estabilidad, de placidez. La edad en la que ya lo tienes todo hecho, en la que has consumado, efectivamente, todo lo que tenías pensado y proyectado. Esa edad en la que solo tienes que mirar atrás y hacer balance. Un balance positivo. Escucha.
Finalmente has arribado en plenitud de facultades a esa edad en la que ya lo que viene por delante no deja de ser el fruto de lo que has sembrado en los años posteriores. Cara amica, cuántos desvelos, cuánto trabajo, cuánta dedicación y abnegación. Cara amica, cuánto esfuerzo, cuánta fatiga. Y al mismo tiempo, qué gran recompensa. Escucha. Escucha la voz de todos los que cuando escuchan tu nombre, hablan siempre bien. Hablan de la mujer más buena, más implicada, más constante, más metódica, más así, que uno pudiera encontrar. Cara amica.
El tiempo en el que yo te conocí, yo era un indigno miembro de la especie humana, un adolescente incapaz de hablar más de dos palabras con nadie como tú, una belleza sencilla, una chica guapa y con fama de ser uno de esos cerebritos que... jamás lo pude comprobar. Unos años más tarde, coincidimos en bares varios y no fue hasta que una amistad común nos puso en contacto que no pude comprobar la clase de persona que eras. Cara amica. Mono viejo. He empezado esto pensando en escribirte una cosa así medio seria o medio irónica y al final voy a apelar a la patata. Ya sabes que no tengo método, que no tengo plan. Y mira que me lo dices veces. Antonio, escucha.
¿Cuántas cervezas nos hemos bebido en la Concha? Sin cenar. Hablando y hablando, de esto, de lo otro, sobre todo de esto, de libros, de música, de la vida, de cómo es uno, de cómo debería ser uno, de porqué, de porqué pasa todo. En la Concha y en otros trescientos sitios. En el curro. Molaba una barbaridad trabajar contigo, aunque te sacase de quicio con el carácter endemoniado, o me lo sacases tú a mí con el 'escucha', o con el 'vaig a plaça'. O con cualquier cosa. Todo me saca de quicio. Estira, Jesús, estira y llévame contigo.
Eres la mujer más mala del mundo. Cuando se lo digo a tu madre, siempre se cree que lo digo en serio. Y me mira mal. Creo que poco a poco va captando la broma. Eres mala. Eres espantosa. Pero eres increíble. Marinina Di Domenico Martinini. Matilda Parker. Mono viejo. Marina Domingo Martíiiiiiiiiiiiiiin. Nos hemos reído poco.
Ahora que llegas a la edad en la que al fin tiene sentido eso de no teñirte, hagamos balance. Hazlo tú. Y me lo pasas. Con un plazo. Estructurado, con análisis de los personajes.
No sé qué decir. Es una de esas cosas sorprendentes, que alguien como yo pueda haber sido alguna vez amigo de alguien como tú. Si me lo dicen en el Berenguer, no me lo creo. Nunca me lo acabo de creer del todo, ya lo sabes.
Nos hemos reído poco. Hemos discutido poco. Hemos llorado alguna vez.
Eres espantosa, pero te salva ese cuerpo de vicio y esa cara angelical.
De verdad que no sé qué decir.
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