martes, 12 de junio de 2018
Marwan Ibn Yyaqub. En sal.
Mirad cómo corre Marwan Ibn Yyaqub de puntillas atravesando el desierto de Atacama. Mirad cómo pasa como un rayo, desesperado, sin zapatillas de trekking ni calzado adhoc, volando parece. Mirad cómo jura y perjura que nunca más iba a atravesar un desierto y está aquí, ahora, ante nosotros, corriendo como un antílope, sin chanclas abiertas, ni fresquitas, ni cerradas. Mirad cómo huye del desierto y el desierto siempre le vuelve a alcanzar. En todas partes hay un desierto. En todos los lugares que imaginemos, hay un desierto. Son inevitavles. De vez en cuando, el desierto nos atrapa, nos engulle, nos encoge, nos elimina, pero los desiertos tienen un principio y tienen un final. Se sale. Del desierto se sale. Mirad cómo Marwan Ibn Yyaqub pega su cara al suelo y prueba, con la punta de su lengua, la sal del desierto salino de Atacama. Mirad cómo saborea con cara de asco el desierto, cómo chupetea el desierto, cómo lo lame. Cómo pasa su lengua por el desierto de Atacama. Cómo corre por el desierto de Atacama, salino, blanco, ardiendo. Marwan Ibn Yyaqub quiere tener un momento para pensar, para reflexionar sobre los desiertos. Otra vez. Nos pasa que no sabemos hacer otra cosa que reflexionar una y otra vez sobre lo mismo. Desiertos arenosos, desiertos pedregosos, desiertos salinos, desiertos asfaltados. Marwan Ibn Yyaqub por una carretera que recorre una zona arbolada en Wisconsin. Marwan Ibn Yyaqub leyendo los carteles de las señales de tráfico que indican lugares con nombres preciosos, americanos. Marwan Ibn Yyaqub no distingue entre los nombres preciosos, los letreros de gasolinera, los anuncios que indican que desde 1833 ahí se sirve ponche, le dan igual. Escribo esto pensando en esas carreteras de larguísima extensión, emocionado. Emocionado y feliz por saber que hay coches que pueden recorrer largas distancias y que dentro de ellos la gente habita confortablemente y el viaje no se les hace desagradable en absoluto. Un viaje desagradable. Un viejo desagradable. No tenemos la más mínima noción de lo que hacemos aquí. No sabemos nada. Algunos sí. Marwan Ibn Yyaqub pertenece a aquel grupo de personas que se conforma con cualquier cosa. Le da igual si el viaje es agradable o desagradable. No quiere desiertos. No quiere y no quiere. Quiere el viaje. Y quiere atravesar ese desierto al que ha llegado por error y del que ha de salir. Pero antes, antes quiere probar. Es de esos. Es de esos que lo quiere probar. El desierto. Probar el desierto. La sal. El pan y la sal. A veces nos liamos. No sabemos parar, nos ponemos a decir cosas y no sabemos poner el freno. Marwan Ibn Yyaqub ya ha llegado donde quería llegar. Pisa el cesped de un jardín bien cuidado. Se estira en el suelo. Mira al cielo. No sabe discernir si esas nubes son de lluvia o no. Alarga la mano para probarlas.
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