Hoy, cuando ya todo eso que decimos que nos gusta tanto parece haber desaparecido completamente de las vidas de la gente común y nadie habla de eso cuando antes no parábamos, Marwan Ibn Yyaqub continúa con su viaje en busca de algo que supo cuando partió de su hogar y que olvidó con el paso del tiempo. Olvidar sobre qué, olvidar el qué, olvidar a lo que habías venido al mundo, suele ser un recurso muy manido para justificar el paso del tiempo. No lo recuerdo, déjame seguir. Marwan Ibn Yyaqub no recuerda lo que fue a buscar, no sabe dónde está. Y sin embargo, nosotros podemos hablar por él, porque en él reside todavía el espíritu de todos los que miramos los mapas y repetimos mentalmente los nombres de Samarkanda, Tamanrasset, Ulan Bator, la cordillera del Karakorum, los bailes en la tundra, el desierto del Gobi, los Urales, el Ural, el Land Rover parado bajo una tienda, los caballos fatigados tras huir de la carga de una tribu túrquica enfurecida. En Marwan Ibn Yyaqub todavía sentimos, cuando lo encontramos preguntándonos la hora en el metro de Barcelona o en un café de Sarajevo, aquello de lo que tanto hemos hablado. El viaje por el viaje. El viaje perdido adrede e inmortal. El viaje del holandés errante, el viaje del judío errante, el viaje del que se pone a caminar y se pierde. El que da una vuelta un día por el barrio para que le de el fresco de la tarde y ya no sabe volver. El viaje en la frontera entre dos ciudades sin frontera. El viaje de aquella tribu que se quedó pensando si cruzaba el río o no, en África, y que todavía está debatiendo si han de cruzar o no, y pasan las generaciones y construyeron una ciudad y la ciudad fue destruida y construyeron otra y en esa ciudad dicen que nació Marwan Ibn Yyaqub, y solo lo dicen como recurso literario ya que esa ciudad está perdida y esa tribu está perdida, y aunque Marwan Ibn Yyaqub no sabe dónde está, lo podemos averiguar porque hoy nada está perdido y todo tiene arreglo.
Marwan Ibn Yyaqub nació en esa ciudad, si lo queremos aceptar como cierto, y creció en esa ciudad, si lo queremos creer y darlo por válido y quizás por haber discutido hasta el infinito sobre cruzar el río o no, cuando se decidió a cruzar el río ya no tuvo vuelta atrás. Y sabía entonces lo que estaba buscando y era algo intangible, inmaterial, pero con una forma humana. Y tú te puedes imaginar lo que es, y saberlo a ciencia cierta y aburrirte de tanta explicación. Y lo que te gusta es reconfortarte en el bien ajeno, en la risa de la gente que vive conforme a sus propias normas y en la risa de la gente sometida a las normas de los demás y que se ríe igualmente.
Y partió Marwan Ibn Yyaqub una noche en la que de nuevo se sometía a la decisión de la asamblea cruzar o no el río y dar así por fin cuenta del destino glorioso de la tribu y como quiera que a Marwan Ibn Yyaqub no le interesaba tanto la teoría como el beneficio de dar un paseo de esos que te refrescan la cara y el alma a la vez, partió hacia un lugar que le obligó a cruzar el río, sin darle la mayor importancia y fue siguiendo los pasos grabados en el barro de una leona que se perdían hacia el lugar al que iban los leones y las leonas cuando se perdían y ahí es donde comienza la historia de Marwan Ibn Yyaqub que comenzó a marchar una noche de asamblea y que fue siguiendo un camino sin fin hacia un destino que le lleva por tiempos y lugares distintos porque nadie podrá creer que Marwan Ibn Yyaqub pudiera tener el mismo nombre que otro Marwan Ibn Yyaqub que naciera en un lugar que profesase la lengua y la religión supuestamente relacionada con si nació en esa orilla del río a la que no llegó ni la lengua ni la religión.
A no ser que nos lo estemos inventando todo y que el viaje tenga más trampas que una película de chinos. Que los tiene.
Y qué es la vida sin hacer trampas. Sobre todo si viajas.
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