viernes, 13 de marzo de 2020

1914 - 1923 Las Guerras de la Gran Guerra - Francisco Veiga y Pablo Martín

Que las guerras, todas, son una puta mierda, eso lo tendríamos que saber todos y todas ya. Que la llamada Primera Guerra Mundial fue la puta mierda entre las putas mierdas, eso lo sabe o lo tendría que saber todo el mundo ya. La Primera Guerra Mundial no acaba en 1918 y acaba mal en 1923. Esta es la premisa del libro que el gran Francisco Veiga y Pablo Martín firman y que está cargado de otras premisas. Como la que nos dice que la guerra no empezó porque un grupo de zumbers se cargaran al Francisco José en Sarajevo, sino que la cosa venía ya imparable y los rusos tenían ganas de fiesta y en realidad, todos tenían mal lo que se llamaría el sentido de Estado y responsabilidad que lo único que hizo fue ganar tiempo para unas cuantas potencias en momentos bajos. Una guerra que fue una sangría, una auténtica carnicería, con batallas donde muere gente a mansalva, gente y gente, simplemente por el empecinamiento de unos cuantos generales y políticos idiotas que antes que probar otras fórmulas preferían echar más carne en el asador, más carne humana y ver qué pasaba cuando ya se sabía que era una guerra donde nadie iba a ganar heroica y brillantemente. Una guerra idiota con objetivos idiotas en la que finalmente nadie consigue lo que estaba buscando más que ganar tiempo, sobre todo los vencedores, y donde los vencidos consiguen quitarse de encima los poderes que venían gobernando sus países para abrirse a cosas nuevas. A veces, cosas nuevas que preceden al horror más absoluto. Otras, esperanza para toda la humanidad.
Una guerra contada desde lo militar, perocontada desde lo militar para dejar constancia del desprecio hacia la vida humana de esos militares que tanto aman a su patria, a su nación, a su pueblo, pero que no dudan en echarlo a la parrilla cuando les conviene. Como contó Stanley Kubrick en Senderos de Gloria basándose en la llamada Ofensiva Nivelle, ordenada por el general Nivelle, las ideas de un loco pueden costarnos miles y miles y miles de vidas. Si a un loco le sumas en frente a emperadores locos, kaiseres locos, primeros ministros estúpidos, planes de fantasía, teorías bélicas idiotas, planes estratégicos donde lo que menos importa es la gente a la que se pretende 'salvar'... se hace un cóctel en el que finalmente uno siente que las guerras ya no es que tengan que ser malditas, es que aquel que proponga el conflicto armado como solución debe ser juzgado por loco. Y al que le gusten los uniformes, que se lo expliquen.
Carne de cañón. Ese partido Socialdemócrata alemán votando la guerra cuando podrían haberse opuesto y haber hecho tambalear el mundo quizás de manera diferente a como lo hicieron los rusos luego. Ese partido Socialdemócrata otra vez, fusilando a sus compañeros para 'mantener el orden', porque como dice en el libro que dijo el infausto Gustav Noske 'alguien tiene que ser el verdugo'. Esas limpiezas étnicas en Anatolia por el bien de la paz y la amistad. Esas masacres en ofensivas echando rusos y rusos y rusos a la muerte por ganar unos kilómetros o por joder al general de al lado. Esa inútil batalla de Verdún. Esa guerra civil rusa en la que la guerra no ha terminado y todas las piezas siguen jugando a lo mismo sin que se hayan enterado de nada.
O quizás sí.
Una de las claves del mantenimiento del conflicto fue el de mantener la disciplina y la cohesión social. Una barbarie de sangre y barro que hermanaba a los combatientes en las trincheras y enardecía los sentimientos nacionales. Hasta que esos sentimientos se pasaban y había que bombardear las propias trincheras para hacer entrar en razón nacional.
Mantener la disciplina y la cohesión. El consenso sobre quién manda y porqué tiene que mandar hasta que sea posible.
Un libro entretenido, que cabrea y que se disfruta, que cuenta aquello que te han dicho que pasó pero que en realidad fue de otra manera. El drama del pueblo árabe, puteado y engañado por ingleses sobre todo y franceses también. Ese drama. Los turcos, ninguneados y derrotados, pero finalmente victoriosos aunque ya no importe. Esos generales franceses, por dios. Esos generales ingleses. La cohesión y la nación en armas. El nacionalismo ruso que ya trató Veiga en otro libro sobre la revolución rusa. Esa revolución rusa donde gana el que mejor se organiza.
Ese aprender a organizarse y a controlar el mundo de otra manera. Y mientras se aprende. Sangre y carne. 
De eso va todo al fin y al cabo.

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