martes, 23 de junio de 2020

Schrieben

Una más de Danuta Wolinska:
'Visité una aldea perdida cerca de la frontera danesa. Se trataba de una pequeña aldea en la que se habían producido una serie de muertes misteriosas y se apuntaba al motivo religioso como posible causa de los crímenes. Había muerto un párroco protestante, una monja seglar, una profesora de religión y un gasolinero. El gasolinero era el único testigo de Jehová del pueblo. Me enviaron para hacer un reportaje y allí conocí a Heike.
Heike era una chica imponente, alta, fuerte, siempre sonriente, que regentaba una pequeña cervecería que se había convertido en el lugar de paso para todo aquel que quisiera saber algo de la aldea. El primer día pegamos hebra. Me dijo que me parecía a ella y que eso le hacía gracia. Me invitó a una cerveza y yo me pedí un par de schnapps. Le pregunté por el ambiente que se respiraba en el pueblo y no me pude resistir a pedirle una teoría sobre los asesinatos.
Y Heike me dijo que había sido ella la asesina, pero que nadie se la creía. Me lo dijo con una abierta risa con la que resultaba increíble identificar a su poseedora con una asesina. Yo me la creí. Viendo la población local, nadie más que Heike podría haber sido la asesina. Todos los muertos habían sido estrangulados. El perfil de los habitantes de la aldea era francamente rayano en la ancianidad y solo una walkiria como Heike parecía capaz de tener la fuerza suficiente para poder hacerlo. Lo que no me cuadraban eran los motivos. Heike me respondió que odiaba a los religiosos.
Parecía el motivo más burdo del mundo, pero también me parecía verosímil.
No me atreví a publicar aquella teoría y seguí haciendo mi reportaje, describiendo el lugar, a sus gentes, cómo aquellas muertes no habían molestado ni interrumpido el ritmo de vida del pueblo. La policía interrogó a Heike, como interrogó a todos los habitantes del pueblo y la dejaron en libertad.
Aún murió una persona más, asesinada, un hippie que vivía con su familia en una roulotte.
Al cabo de un tiempo, dejaron de producirse asesinatos en el pueblo y con mi trabajo hecho volví a Berlín.
Dos años más tarde, recibí una llamada de teléfono en la redacción. Era Heike, que venía a Berlín de visita y pensó que le hacía ilusión tomar algo conmigo.
La cité en una cafetería que regentaban unos polacos a los que conocía y que lo tenían todo decorado con fotos del Papa Wojtila y de la Virgen de Cestoscowa. Para provocar.'

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