jueves, 4 de junio de 2020

Schrieben

Abundando en Danuta Wolinska:
'Una de las cosas que más me gustaron de Berlín fue ir en transporte público. En todas las ciudades hay transporte público y en todas las ciudades te puedes montar en un autobús o en un tranvía, eso es más o menos normal. Pero en Berlín, el transporte público te lleva a lugares berlineses. Y me encantaba mucho más que los transportes públicos, el metro por ejemplo, te llevara a lugares de Berlín. Me pasaba horas extasiada escuchando cómo anunciaban las paradas. Los nombres de cada parada. Ver aparecer el cartel de la parada. Yo estaba allí. Un día, se sentó a mi lado un chico. Me acompañó durante todo el trayecto que hice. Yo no iba a ningún sitio. Al día siguiente, volviendo de algún sitio, me volví a meter en el metro por el placer de ir en metro y al cabo de un rato apareció el chico, que volvió a sentarse a mi lado. Hizo el mismo trayecto que yo. Dos días después me metí en el metro camino de un partido de fútbol benéfico que jugaban... y allí estaba el chico. Esta vez fui yo la que se sentó a su lado. Cuando el chico se levantó, hice lo mismo. No nos miramos ni nos saludamos. La cuarta ocasión, los dos entramos en el metro a la vez e hicimos ademán de dirigirnos al mismo asiento. En realidad eran dos asientos. Desde fuera debíamos parecer pareja. En un momento, él se lanzó y dijo el nombre de la parada siguiente. Estaba allí por lo mismo que yo.
Hicimos el trayecto juntos y fue él el que se levantó para bajarse. Esta vez me quedé hasta dirigirme a un encuentro con Magdalena Szimborska, una teóloga que iba a dar una conferencia en Berlín sobre el nuevo poder evangelista en los países del Este. Al parecer, desde que yo ya no vivía en Polonia, la situación había cambiado y muchos evangelistas habían comenzado a predicar con cierto éxito, preocupando a la curia sacerdotal de Polonia. Quería hablar con ella, escucharla y luego invitarla a cenar, ya que a Magdalena la conocía desde hacía mucho y habíamos coincidido tanto en Polonia como ya en Berlín en otros muchos momentos. Me gustó mucho la conferencia, Magdalena es muy divertida y sabe hacer interesante y ameno cualquier tema por farragoso que parezca. Nos fuimos a cenar, cogimos un taxi y fuimos a parar a un restaurante italiano del que me habían hablado muy bien que se llamaba la Santa Sede. Cenamos muy bien. Yo me pedí un risotto de primero y luego compartimos una pizza. Vino tinto y de postre un pastelito que ahora no recuerdo cómo se llamaba. Magdalena me dijo de continuar la velada con una copa en algún sitio. Fuimos a una cervecería donde ponían música electrónica ambiental, una cosa rara y aburrida, pero que a mí me gustaba porque me relajaba bastante y podríamos seguir hablando. Magdalena me contó que pensaba irse a vivir a los Estados Unidos, que le habían ofrecido trabajo en una Universidad y le contesté que me parecía la historia más tópica del mundo y que aquello no podía estar pasando. Me dijo que sí y que ya lo tenía decidido y que no era la historia más tópica del mundo. Que era una historia normal. Le dije si había conocido a alguien en Estados Unidos. Me dijo que no, que eso sí que sería tópico. Qué divertida Magdalena. Al acabar, eran las tres de la madrugada, Magdalena cogió un taxi y me preguntó si me llevaba a casa. Le dije que no, que prefería volver en metro.
Volvimos en el metro anunciando las paradas, una él, una yo. Al llegar al final del trayecto le pregunté cómo se llamaba. 'Moussa', me dijo. Algo así me imaginaba.'

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