miércoles, 3 de junio de 2020

Schrieben

De nuevo Danuta Wolinska:
'En aquellos años en Schrieben coincidí con un redactor de deportes que se llamaba Volker Hanschrig. Volker era un fenómeno que despreciaba al Hertha de Berlín y al que solo le interesaba el atletismo. Consideraba que era el deporte, El deporte, y que el fútbol era un veneno introducido en la sociedad para desviarlo del verdadero propósito de la actividad física, del deporte, que era el enriquecimiento colectivo, el bienestar personal, etc. Volker Hanschrig medía un metro ochenta y pesaba unos 120 kilos. Digamos que su físico no se correspondía con sus creencias. Una vez, después de una reunión en la revista, nos fuimos a tomar algo. Estuvimos en una cervecería y después de preguntarme por algunas cosas de Polonia, la conversación se agotó deprisa y nos encontramos yo bebiendo schnapps sin parar y él atizándose las cervezas sin conocimiento. Nos íbamos a despedir cuando me dijo que me tenía que presentar a una prima suya que seguro que me iba a caer bien. Apenas le entendí cuando me dijo eso porque ni yo escuchaba bien ni él entonaba perfectamente. Al cabo de unos días, Volker me dijo que había hablado con su prima y me preguntó si tenía inconveniente en que nos encontrásemos con ella al salir de la siguiente reunión de la redacción. No tengo nunca nada mejor que hacer que cualquier cosa que se me ofrezca así que acudí. Volker me dijo que su prima se llamaba Jana Liptek y que era hija de su tía Jelena. Le pregunté si eran polacos y meneando la cabeza, sonrió. Llegamos a una cafetería frecuentada por gente mayor, muchos de ellos eran conocidos de la comunidad, gente que yo conocía de mis reportajes, en un mesa, sola, una mujer que parecía mayor pero que era joven, vestida como la más recalcitrante integrista que jamás hubiera visto. Un suéter de color beige, una falda ancha hasta los mismos pies, de color indeterminado, unos zapatos gruesos de factura casi industrial, ningún signo de maquillaje ni de interés por el cuidado personal, el pelo largo recogido en una coleta, unas gafas de montura de pasta, viejas, por encima del suéter una cruz. Su cara, sin embargo, reflejaba una alegría, una excitación más bien, que contrastaba con lo rancio de su vestimenta. Volker pidió una cerveza, le pusieron pegas, se la pusieron, se la bebió de un trago y se largó. Jana Liptek resultó ser una fanática de Polonia. Intentó incluso hablarme en polaco. Me preguntó por Polonia, por la comunidad católica en Polonia, y dedicó buen parte de nuestro encuentro a contarme cosas de Polonia que yo conocía, muchas, y otras que no tanto y supongo que había algún motivo para ello. Jana Liptek, con la segunda camomilla, me contó que siempre pensó que su madre Jana quería que ella fuera polaca, que ella misma se llamaba Jelena porque su abuela, Magdalena, provenía de la Prusia Oriental y ella siempre había pensado que alguno de sus ancestros era polaco que emparentó con los alemanes y de ahí que ella se sintiese, desde siempre, más polaca que alemana. Cada año iba en peregrinación a ver la Virgen De Czestozcowa, allí recorría algunas iglesias y hablaba con feligreses, se traía reliquias, crucifijos, consideraba que el Papa Juan Pablo II era sin duda la mayor personalidad del siglo. Decía que admiraba de nosotros que habíamos conservado incluso bajo el terror comunista, nuestra fe con mayor fuerza que ninguno de los otros países, que sentía, al estar en Polonia, que se encontraba mucho más cerca de Dios que en cualquier otro sitio. Que cuando volvía a Berlín, notaba que algo no funcionaba, que todo se volvía impuro. Toda la ropa que llevaba la había comprado en Polonia, me enseñó las etiquetas en polaco. Me preguntó si yo iba mucho por Polonia. Me inventé que iba cada año a ver a mis padres y que un vez allí también aprovechaba para visitar a mi confesor. Me pidió la fechas de mi viaje para saber si podría acompañarme y le dije que no podía decirle nada seguro y lo entendió. Le pregunté si había hecho votos, si era seglar, me dijo que no, que quería casarse y tener hijos, que su sangre polaca no se perdiera. Intenté reprimir las ganas de un nuevo vasito de schnapps. Seguimos hablando y cuando se hizo de noche, me dijo que se tenía que marchar. Que le gustaría seguir hablando conmigo, que se había sentido muy cerca de mí. Que podríamos quedar otra vez.
Volker cada Navidad, cada Semana Santa, cada... me da una postal de Czestozcowa de parte de su prima.'

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