viernes, 3 de junio de 2022
Lenin cariñoso
No sabes la paz que me dan los gatos. Sí, que esto va a parecer coña ahora después de todo, pero es que me proporcionan una suerte de refugio ante lo que son las inclemencias de las relaciones con los humanos. Los gatos son para mí una especie de oasis, un apartado en un mundo en el que todo puede estallar en mil pedazos, en cambio, los gatos me hacen olvidar casi todo lo que de malo hay en el mundo. Y no porque precisamente los gatos sean la epítome de la atención hacia uno, nada más lejos. Es algo que tienen que hace que me olvide por un momento de la vida. Y que quiera meterme en esas cabezas que tienen los gatos, en esas lógicas ilógicas, en esas decisiones que solo entienden ellos, en esas manías, en ese ahora quiero y ahora no quiero, en ese estar por mí pero sin agobiar. No sé, me encantan y me ayudan mucho. Me encanta esa manera que tienen de dejarse coger pero sin hacerte ni el más mínimo caso. Ese buscar que les acaricies y que les hagas mimos simplemente porque a ellos les apetece, sin darte nada a cambio, solo porque son así, porque te consideran alguien reconocible y les basta para pedirte algo de mimos. Ya está. Me chifla eso. Me chifla que estos animales sean capaces de considerarte un ser confiable, siendo como son tan ilógicos en todo. Creo que he repetido dos veces ilógico. Bueno, da igual, estamos ahora en un entorno más bien relajado, donde creo que podemos decir las cosas con un poco de libertad ¿no? Ya que he empezado a hablar de mi afición por los gatos podría decirte también que he empezado a interesarme por un tipo de literatura que igual te hace reír pero que me interesa mucho. Es que si te lo digo te vas a reír y no sé. Igual se lo cuentas a alguien y yo que sé. No, no te lo voy a decir, porque a saber qué puede pasar. ¿Que cómo se llama el gato? No lo sé. Es que en realidad no puedo tener gatos. Me encantan, pero luego soy un poco maniático y me molesta un huevo que luego se me llene todo de pelos y tal. Y que tengo alergia. No te lo he dicho. Bueno, es que no lo sabe mucha gente, pero sí, es que le tengo alergia a los gatos. Me encantan, me siento como muy conectado con ellos, pero ni aguanto los pelos de una manera física ni médica. Bueno, es lo que hay. Ahora cuando lo suelte pues me pasaré el cepillico y verás cómo empiezo a llorar y a moquear dentro de dos segundos. Es un poco una metáfora de todo. Ahora te he dejado todo loco ¿no?
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