Luego dirán que la vida es aburrida. Luego estarás en tu casa y dirás paso de bajar a la calle porque no tengo nada que hacer. Luego dicen que Santa Coloma es siempre lo mismo, siempre igual. Que hay cuatro calles en las que pasan las cosas y en el resto te mueres de asco. Santa Coloma es Oz. Mejor dicho. Desde Santa Coloma hacia Oz. Si se fijan, por doquier crecen las planchas de plástico amarillas. Planchas de plástico para cubrir obras, por ejemplo. Planchas de plástico que protegen al caminante de posibles accidentes, procurándole un paso seguro por entre las zanjas. Pero no.
¿Han probado a pisar alguna? Yo no me considero una persona valiente. Tengo un porcentaje de suspensos en gimnasia que asombraría a quien tiene de mí una imagen de atlético varón. Soy muy torpe. Me tropiezo con cualquier bordillo. Cualquier desnivel del terreno, me vuelca. Y sin embargo, veo una plancha de plástico amarilla y...
A Oz.
Esta plancha de plástico amarilla está en la calle Lluís Companys. Ya me habrán leído alguna vez hablar de ella. Recuerdos, etc. Paso mucho por esta calle. No sé si se debe a que en esta calle se encuentra el Teatre Sagarra y es un homenaje al mundo de la fantasía, pero habitualemente, quienes vagamos por el mundo sin nada que hacer y dirigimos nuestros pasos por esta agradable vía colomense, nos sorprendemos con planchas de plástico amarillas a nuestro paso. Ora aquí, ora veinte metros más para allá, ora en este lado, ora en este otro., ¿No las han pisado nunca?
Yo lo hago habitualmente. Esta mañana he visto que, de nuevo, la providencia, o el equipo de gobierno municipal, en el departamento de sueños y fantasía, habían decidido regalarnos la oportunidad de soñar. Y he pisado.
He saltado encima de la plancha de plástico amarilla y he viajado de nuevo a la infancia. A un día jugando a Sopapo en esa misma calle, con el Pepe corriendo detrás de mí, queriendo darme lo mío y lo de mi prima, con mi hermano alojado en un portal esperando a que termináramos y que diesen las tres para ir al colegio. Y como no todo eran recuerdos, y tiene que haber fantasía, aparecía un dragón. Y a lomos del dragón estabas tú, que en un arranque de mala ostia, arrasabas con el colegio, con el teatre sagarra, con el centro cívico, con la frutería y lo convertías todo en una orgía de sangre y dolor, y se abría el suelo y de él aparecía una figura como de humo, una grandiosa y escalofriante figura de humo, enorme, tremenda, que se parecía mucho a ti, a ti, y venías hacia donde estaba yo y me gritabas que no tuviera miedo, que no pasaba nada. Y yo pensaba que algo debía de pasar porque no era normal que surgiese una figura de humo y me preguntaba dónde estarías con el dragón y no te habías ido, seguías destruyendo cosas, pero en el acto te detenía un avión de esos como los de las camisetas de la asociación de la Marina y te derribaban y caías al suelo de golpe, y el dragón se moría, y tú agonizabas y me mirabas y me decías con una sonrisa en la cara que no me preocupara, que la figura de humo también eras tú, que por eso se parecía. Y me quedaba más tranquilo. Y me iba a por la figura de humo y le preguntaba que qué pasaba entonces, que a mí me gustabas más con el cuerpo de... y oía un martillo mecánico.
Y he vuelto a la calle.
Quiero agradecer de nuevo a quien corresponda las infinitas aventuras que me regala la vida.
Y a Gacela por el aviso.
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