El primer millón que hizo el señor Sangré fue anterior a su segundo millón. Según contaba el señor Sangré, después de su segundo millón hizo su tercer millón. Damos por entendido que el señor Sangré contaba estas cosas. Damos por entendido que en un bar en el que el cortado vale más de un euro y medio el señor Sangré se sentaba a contar sus cosas. Unas cosas que no tienen nada que ver con una historia lineal. El señor Sangré no nació en ningún sitio y no morirá. El señor Sangré vive también en tu corazón, tú que no sabes nada de Barcelona ni de Catalunya ni de los pequeños pueblos donde se guarda la esencia y de las grandes ciudades donde moran los niños y niñas del mañana. Tú que no tienes ni idea de lo que estoy hablando, eres el señor Sangré. El señor Sangré saliendo por las mañanas a dar una vuelta y a vigilar si la cosa va bien. Leyendo el periódico como el que lee un tebeo porque sabe que lo que cuenta el diario ya está contado una y mil veces. Que no tiene nada que ver con él. El señor Sangré tiene una plaza en Barcelona con su nombre. Recuerda perfectamente a quién dedicaron la plaza Sangré. A él. Recuerda el día en el que se inauguró la plaza Sangré. El discurso del alcalde, los regidores del ayuntamiento saludándolo como si fuera el mismo rey de españa. Cuando le tocó hablar dijo lo siguiente:
'Las hormigas son insectos. No recuerdo si los insectos son animales o alguien dijo que no lo eran. Las hormigas viven en hormigueros. Se reparten el trabajo y cada uno tiene su función. Yo estoy muy contento por tener una plaza con mi nombre. Vosotros ya veréis.'.
El señor Sangré no fumaba y bebía con moderación. En su casa tenía una serie de bebidas de mucho nombre. Cuadros de firmas con dos apellidos en su mayoría. Esculturas de amigos suyos. Muchas cosas de mucho valor, pero que el señor Sangré no conocía. El señor Sangré disponía de mucho tiempo libre. La mayor parte del tiempo lo pasaba en su empresa. Un negocio que él mismo desconocía del mismo modo que lo desconocían sus propios empleados. A las ocho y media de la mañana esperaba en una esquina a que fueran las nueve. Vigilaba que los empleados entraran en el edificio. A las nueve y cuarto entraba en la empresa y se sentaba en una silla. Miraba cómo le miraban sus empleados. De cuando en cuando el señor Sangré contaba historias fantásticas sobre caballerías y batallas en las que participaron antepasados suyos. El señor Sangré hablaba de política, cagándose en todo. Los empleados esperaban a que llegara la hora de volver a casa sin nisiquiera coger un teléfono.
El señor Sangré recordaba el primer día que fue a trabajar. Su padre, el señor Sangré, le abrió la puerta de su despacho y le dijo 'me voy a casa, si pasa algo, que no pasará, no te preocupes, ya lo arreglará otro'. El señor Sangré contaba historias sobre una casa en el Pirineo que nunca tuvo. Un día, el señor Sangré empezó a hablar en francés. Al cabo de una semana empezó a hablar en italiano. Hubo un año entero en el que hablaba solo en italiano. Decía que hablar inglés era de catetos que necesitan trabajo. Se instaló un equipo de música en su trabajo y ponía música en francés y en italiano. Hizo derribar los tabiques de la empresa y así todos sus empleados podían escuchar la música maravillosa que salía de aquellos altavoces. El señor Sangré tenía una casa en la costa. No le gustaba el mar, ni las barcas. Le gustaba contar que tenía una casa en la costa. Al señor Sangré no le gustaba estar callado. Al señor Sangré le dedicaron un pasaje al lado de la plaza que llevaba su nombre. El pasaje Sangré. Vinieron la alcaldesa y una serie de regidores y prohombres de la oposición. Algunos eran compañeros de colegio del señor Sangré. Cuando le tocó hablar dijo:
'Las hormigas son insectos. Je suis desolé'.
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