domingo, 17 de mayo de 2020

Schrieben

Entre los papeles de Danuta Wolinska encontramos este descarnado texto sobre la pasión. Cualquier pasión. Enfermiza.
'Acababa de llegar a Berlín, donde pretendía residir, escribir, ser protagonista de mi propio relato. Una mujer venida de Lodz, una polaca que quería vivir en la capital de Europa, en el foco de civilización y de destrucción, ser una escritora, ser y parecer lo que en Lodz ya no podía ser de la manera que yo quería. Me instalé en un sucio piso ubicado en un edificio de un barrio a las afueras. Nunca fui buena con las ubicaciones. Compartía piso con una pareja de funcionarios del Ayuntamiento. Ellos habían viajado a Polonia con motivo de una de las visitas del Papa y yo, que había acudido a aquel encuentro de fieles como periodista, me hice amiga de ellos por motivos que no vienen al caso. Bueno, los encontré en un bar y la curiosidad por aquella pareja alemana entre fervorosos polacos me llamó la atención. Grethe y Hansi eran buenos como pan caliente. Me dejaron su tarjeta y para lo que quisiera. Quise. Los primeros días los dediqué a ubicarme, a estar, a vivir la ciudad como pensaba que debía vivirse. Contacté con amigos polacos, hice mi primer círculo de amistades. Volvía a casa con muchas ideas para escribir. Me iba a la cama y a la mañana siguiente la vida berlinesa me volvía a devorar.
El primer mes transcurrió así y trabajando. Conseguí trabajo en una papelería, quiosco, y pequeña tienda de comestibles rápidos. Cuando acababa de trabajar, bares, amigos, hablar de escribir. Escribía en mi cabeza comienzos de historias, romances tormentosos, me enamoré del amigo checo de una amiga, él nunca lo supo. Todos me preguntaban cuándo podrían ver algo de lo que estaba escribiendo.
Un día, llegó a Berlín un chico nuevo. Polaco. De Lodz. Adam Polanski. Cuando le conocí no me llamó excesivamente la atención. Quizás sí. Como todos, le preguntamos si era pariente del director de cine. Ingenioso, respondía siempre con alguna ocurrencia. Se acopló enseguida al grupo de amigos y amigas. Una de esas tardes en las que crees que la vida es sencilla y que solo se romperá cuando tú y solo tú lo decidas, llegué a la cafetería donde nos reuníamos y Adam estaba leyendo en voz alta algo que había escrito. No escuché nada.
Me volví al piso.
Lo demás está escrito.'

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