lunes, 21 de diciembre de 2020

El profesor


No, yo no conozco casi nada, pero él es muy grande. Eso nos lo dijo hace unos quince años o así. Tenía yo entonces una concepción del mundo muy ligada a lo material. Casa, trabajo, coche, escapada de fin de semana, ropa buena. De la noche a la mañana, mi compañero se marchó. Mi hijo había crecido y ya no conectaba con él. Estaba en lo que se llama la crisis de los 40. Mi madre estaba conectada con un grupo de personas mayores que poco o mucho habían estado conectadas con movidas espirituales. Comenzaron haciendo yoga y poco a poco se fueron introduciendo en otras prácticas ligadas con la filosofía y la espiritualidad del subcontinente indio. Fue ella la que nos presentó a Merya y fue Merya la que nos dio su nombre. El profesor os ayudará. Merya era la profesora de Yoga del grupo de mi madre y me conocía de hacía bastantes años. Fuimos a verle. 

Éramos Susi y yo. Susi era la madre de uno de los críos del colegio que además jugaba a fútbol. Mi hijo dejó de jugar cuando su padre se fue de casa y yo seguí siendo amiga de Susi. Susi había sido madre en solitario, sabía quién era el padre pero nunca habían tenido una relación estable así que decidió criarlo sola. También tenía mi edad, su vida laboral estaba en serio peligro y necesitaba encontrar consuelo con algo. Fuimos a ver al profesor. 

El profesor era exactamente como habíamos imaginado. Era indio, era bastante mayor, vivía en un piso en el barrio de la Florida. Su piso era minúsculo. Estaba lleno de cosas. Él nos recibió en una salita que tenía pinta de ser una suerte de consultorio. Nos dijo que nos sentáramos. Hablaba un castellano bastante más decente que el mío. Nos preguntó qué habíamos hecho durante el último año. No parábamos de hablar, Susi y yo. Cuando acabamos, el profesor nos dijo que necesitaba pensar y que volviéramos la semana siguiente. 

Acudimos de nuevo. Durante esa semana yo había estado pensando en lo que le había contado. Susi me contó que le pasó lo mismo. Habíamos sido demasiado catastrofistas, lo habíamos adornado todo con la intención de darle pena para hacer más urgente 'nuestro tratamiento'. Cuando volvimos a entrar en aquella salita, la decoración había cambiado. El profesor ya no vestía con un vestido tradicional de su tierra, ahora vestía con unos pantalones de pinzas y un sueter de cuello alto y calzado deportivo. Habían desaparecido muchos motivos ornamentales y de una manera inopinada, ya no olía a incienso.

El profesor parecía hablar ahora peor en castellano. Nos preguntó qué había pasado durante esa semana. Y le contamos lo que habíamos estado reflexionando alrededor de nuestro relato. Y nos contestó que él también había cambiado. 

Y era verdad. 

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