lunes, 9 de septiembre de 2024

Pequeños cuentos centroeuropeos


Posiblemente esto ya lo haya contado antes y también cabe la posibilidad de que lo vaya a contar después. De todas maneras, voy a contarlo. Esto es lo que pasó cuando José Carlos Páez, conocido en el barrio por el sobrenombre de Papi, decidió afrontar la realidad y poner algo de orden en su vida después de una temporada en la que anduvo perdido y no había manera de hacer carrera de él. Una tarde, después de no comer, de haberse quedado en el sofá mirando la tele, tuvo una suerte de epifanía. Él habló después de un 'transimiento'. Bajó a la calle y se dirigió a la tienda de la señora Adela, que vendía un poco de todo y casi siempre poco y se ofreció para ayudarla en lo que se pudiera y necesitara. La señora Adela conocía al Papi desde chinorri y había sido amiga de la madre del Papi hasta que esta murió y lo dejó a cargo de su tía y la señora Adela siempre miraba al Papi con el presentimiento de que el Papi no iba a acabar bien. Y ahí lo tenía, delante de ella ofreciéndose a trabajar en una tienda en la que no había apenas trabajo. Y sin embargo, aceptó tenerlo allí con ella, ahora cógeme esa caja, ahora ordéname esos mecheros, mira a ver si todas las botellas de leche están bien, tírame los bollos que ya estén mohosos o duros, bárreme, friégame, limpia un poco la estantería, ajústame eso que parece que cojea. El Papi se levantaba cada mañana a las siete de la mañana y a las ocho ya estaba en la puerta de la tienda de la señora Adela. A las ocho menos cuarto, paraba en el bar del Gallego para tomar un café. El Gallego le preguntaba siempre si lo quería adornar y él siempre contestaba que no, que estaba trabajando. Ahí estuvo, trabajando por un sueldecito casi testimonial durante un tiempo, unos años, quizás fueron diez. La señora Adela no tenía intención de morirse. No tenía hijos. Pero la intención no fue suficiente y un día se murió. Antes de ese día comenzó a sentirse mal, un dolor de cabeza, resultó ser un tumor, en fin. La tienda cerró. La señora Adela no era dueña de la tienda, que el local era de un tipo que vivía en la Bonanova y al que no conocía nadie. El Pipa pareció que se iba a la mierda otra vez. Volvió a aparecer en al bar del Gallego. Esta vez lo pedía enriquecido. Adornado. Como fuera. Ponle algo, Gallego. Se pasaba los días allí. Esperando el 'transimiento'. Le pasó un día en el propio bar. Le preguntó al Gallego si necesitaba algo. El Gallego le contestó que necesitaba morirse. 

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