jueves, 12 de septiembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Antonio Deborach era un melómano conocido por todos en el barrio. Parece que había sido profesor, quizás de música, hacía bastantes años en algún colegio privado de la zona alta, pero una desmedida afición por la bebida le había apartado de la docencia. Malvivía dando clases particulares y evitando pisar los bares que acababa frecuentando más de lo debido. Cuando le preguntabas por cómo le iba, cómo estaba, su respuesta siempre incluía una referencia musical, alguna canción, un disco que te recomendaba, una pieza de música que no dejaba de sonar en su cabeza. En el barrio, lógicamente, le llamábamos 'Mozart'. Así que a Mozart nos lo encontramos una vez tirado en el suelo, un poco más allá de la puerta de su casa y lo llevamos al médico. Llorando nos contaba que había estropeado su colección de discos por haberlos tenido demasiado tiempo al sol. Sin sus discos no sabía qué iba a ser de él. Como solución de emergencia le propusimos que escuchara la radio. Había muchas emisoras musicales, incluso existía una emisora especializada únicamente en música clásica. Mozart nos hizo caso y durante un tiempo pareció estar bien. Seguía frecuentando el bar más de lo necesario y seguía hablándonos de cosas que estaba escuchando, de un artista que descubrió en un programa, de una cantante desconocida de un país que nunca habíamos conocido. No conocíamos muchos países. Otro día, descubrimos que Mozart se había encerrado en el lavabo del bar y no quería salir. Se había querido cortar las venas. Lo llevamos al médico otra vez y este le recomendó ingresar en un centro para recuperarse. Allí descubrió a dos o tres tipos que también eran conocidos en sus barrios como Mozart. Nos lo contó cuando salió al cabo de un par de meses. Ya no bebía y llevaba debajo del brazo un disco de un compositor checo que, no sabía porqué, le había llamado la atención.
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