Soy una persona bastante torpe. En lo físico y en lo intelectual. Con muy poca agilidad. Parece que, por mi planta y mi garbo, vaya a ser yo un gamo, pero no. Así que cuando mi amigo me hizo entrar dentro del túnel para ir a buscar a alguien que quería conocerme, creo que me tropecé nada más salir de su boca las palabras 'sígueme'. Quería conocerme alguien. Antes de eso, mi amigo hizo lo sigiuente. Su dedo índice, lo pasó por encima de la pintada que ponía Keiran, como si lo estuviera reescribiendo. Keiran. Cuando acabó, me pasó el dedo por la frente. Supongo que tendría algún significado místico o algo así, pero en cuanto iniciamos el camino, me tropecé con un cable. No lo ví, o lo ví mal, y caí. Luego me caí otras dos o tres veces más. Ese no es el tema ahora.
Estamos hablando de que dentro del metro hay alguien. Dentro de los túneles del metro hay gente. Mi amigo es uno de ellos y va descalzo. Me estaba guiando por entre diversos túneles, atravesando estaciones abandonadas, subiendo y bajando por escaleras mecánicas que no conducían a otras líneas, a un exterior luminoso, a ninguna parte. Yo creo que me estaba intentando despistar. Al cabo de un rato, ví que estábamos pasando por el mismo túnel por el que habíamos pasado unas horas antes. Una de las pintadas, que yo recordé entonces pero no ahora, le delató.
Seguíamos caminando y no recuerdo que nos cruzáramos con ningún convoy, ningún metro vino por el túnel jamás. Mi amigo tampoco habló mucho. Es de natural locuaz, pero parecía no decía nada. Me extrañaba lo de que fuera descalzo, creo que se lo pregunté, pero no me dijo nada. Me extrañó, porque tenía entendido que el suelo del metro está plagado de cosas eléctricas que pueden hacer daño... y eso de ir descalzo lo veía raro. Provocador. No conseguí que me respondiera.
Finalmente, empecé a escuchar de fondo el sonido de un piano. Un piano que tocaba viejas canciones copleras. En un principio creí que era parte del hilo musical de alguna estación, que se colaba por entre los túneles. Pero no. Porque avanzando, llegamos a una estación abandonada, aunque completamente nueva. Parecía que habíamos llegado a una estación que debía ser inaugurada en poco tiempo, pero esa parada seguía estando aquí, en Santa Coloma. Lo sé.
Del túnel pasamos a la claridad y en la parada había una gran cantidad de gente. Todos iban descalzos. Fue en lo primero que me fijé. Un pianista tocaba un piano. Un piano que no era un piano de esos de orquesta, un piano bonito, era un piano eléctrico, pero daba igual, sonaba muy bien. La canción que tocaba, la conocía yo bastante, porque en su versión cantada ponía la voz un tocayo. Cuando una canción me gusta, tiendo a sentirme a gusto en los sitios en los que suena. Estoy escribiendo de una forma un poco enrevesada. Lo que pasó después no me gustó tanto.
El que parecía el líder de los descalzos, cogió un micrófono y empezó a cantar. Era una vieja canción que hablaba de un amor que se había ido, que le había dejado, que ya no estaba. Esas canciones me ponen muy triste. Antes me daban bastante igual. Miento. Siempre me han puesto triste. El que digo que parecía el líder del grupo me resultaba familiar, sin embargo, algo tenía en su cara, en su aspecto, que parecía diferente. Le pasó lo mismo a mi amigo. Le miré y ya no parecía igual que mi amigo. Era él, pero algo en la cara no era igual. Le había crecido algo en la cara. Algo lo tenía más grande. A mi amigo y al líder. Intenté reconocer a más gente entre los que allí se encontraban y me sorprendió que todos eran de Santa Coloma y todos tenían en la cara algo más grande. Bien fueran los ojos, bien la nariz, unas bocas descomunales, unas orejas de tamaño pabellónico, Puede que el excesivo tiempo que pasé en el túnel me trastornara los sentidos. El líder, descalzo y ataviado con una chaqueta que en otro momento podría parecer llamativa pero que en ese contexto parecía normal, terminó esta canción y después de agradecer los aplausos, dirigió unas palabras al público y, tras hacer unas señas al pianista, este emprendió de nuevo la misma canción. Y él la volvió a cantar.
Otra vez la misma canción. Algo de unas luces, le dejaron en la arena, volando hacia... yo no entendía nada. Los que allí estaban empezaron a quitarse la ropa hasta quedarse todos desnudos.
Mi amigo me dijo 'Keiran, ven con nosotros'. No tenía ni idea de qué me estaba hablando.
Pues usted verá qué invitaciones acepta, Tolya. Uno no puede irse sin más ni más en pos del primero que le pasa el dedo por la frente.
ResponderEliminarFeliz tarde
Bisous
Me está gustando esta historia. Qué intriga.
ResponderEliminarCuando era joven leí un libro de Neil Gaiman sobre una ciudad en las alcantarillas de Londres. Neverwhere, creo que se llamaba.