jueves, 19 de enero de 2017
Antonov
Esta historia me la contó alguien a quien no puedo citar. Esto se dice muchas veces para dar un halo de misterio a lo que se narra, pero en esta ocasión es absolutamente cierto. Oigo voces. Así de simple. Oigo voces que me susurran historias, que me susurran comienzos de historias, que me apuntan la manera de empezar a escribir. A veces esas voces me dicen que no, que no hay nada que contar, no siempre todo es tan fácil. Hay muchos días que me quedo esperando las voces, bueno, siempre es la misma voz, pero me gusta pensar que tengo muchos amigos y que hay mucha gente, aunque sea de mentira, que está pendiente de mí. Son voces, es una voz, que me dice en ocasiones que ese día no hay nada que contar, que lo que se me podría ocurrir no tiene sentido, que no hace falta que le de más vueltas a las cosas, que no hay nada que aportar. Y de repente, como ha pasado hoy mismo, la voz, esa voz, te dice que podrías contar la historia de Antonov, del que diseñó aquellos aviones soviéticos. Y yo soy muy fan de todo lo soviético. Es un tema que me parece un poco pillado por los pelos, que parece que aparece porque ya la hora que es parece avanzada y muy posiblemente no vaya a aparecer otra cosa mejor, pero al hilo de mi afición por lo soviético, aunque sea de manera folclórica, da pie a escribir algo. Así, la voz me ha apuntado que podría escribir sobre Antonov, sobre aviones, sobre una historia de aviones soviéticos, sobre una muchacha que conoce a alguien que trabaja en una factoría donde hacen los aviones, ya en los años ochenta, cuando parece que la cosa de la Unión Soviética no va como debería y hay ya runrún, y los dos muchachos, porque él y ella son jóvenes aún, hablan sobre el futuro, sobre hacer planes. Bromean sobre los planes quinquenales, y ella le dice a él que podrían hacer ellos mismos un plan quinquenal y establecer cifras y él le dice a ella que presiente algo. Y entonces él le empieza a contar algo sobre cosas que ha aprendido durante el servicio en el Ejército en el Asia Central y ahí ya me dan en el hueso del gusto. Unión Soviética, Asia Central. Y le cuenta a la muchacha cosas sobre chamanes, sobre brujos, sobre tribus que todavía viven según antiguas creencias y rituales, y que él ha participado en esos rituales y que a veces, en sueños, todavía sueña con un lobo que viene desde la montaña. Y ella se desilusiona y piensa que el muchacho no deja de ser un chalado que se ha quedado trastornado y que tiene un hermano que ha peleado en Afganistán y que tampoco está muy allá. Y la conversación entre los dos decae y aunque él habla enfebrecidamente de su experiencia centroasiática ella ya está pensando en otra cosa. Y piensa en irse. Y se separan y es posible que no vuelvan a verse más. Y ella tiene otro conocido que trabaja en la fábrica de los Yakovlev. Y a lo mejor su amigo el de la Yakovlev está algo mejor. Y la voz me dice que es mejor poner la foto de Yakovlev en lugar de una foto de Antonov. Y no soy de discutir las órdenes.
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