Este décimo número de las Grandes Semblanzas lo hemos querido dedicar a una de las mayores personalidades olvidadas de nuestro tiempo y que menos reconocimiento han recibido, sin duda, perjudicados por haber nacido, crecido y fallecido en un país como éste, que no tiene más que desdén hacia el que innova, propone y crea vanguardia.
Así, Juset Serrastrell i Campdeforça, nacido y criado en la muy umbría y silvestre localidad de Torrons, tiene a gala haber sido el inventor del puchero. Partimos de la base de que antes de que Juset Serrastrell nos regalase ese gesto universal, nadie en la historia de la humanidad había manifestado su contrariedad, tristeza y enfado al mismo tiempo con un gesto de su cara mediante la superposición del labio inferior en el superior, haciendo sobresalir el labio hacia delante para crear una figura semejante a la del puchero, a la que dio nombre. Y estamos hablando de algo que sucedió, según cuenta el mismo Juset en sus Memorias, que tuvieron que ser publicadas en una oscura editorial portuguesa (portuguesa, imaginen), en el glorioso año de 1956.
En aquel entonces, era Juset Serrastrell un mozalbete que comenzaba a trabajar en un horno de pan de su localidad natal, propiedad este horno de un familiar de su madre, la muy honrada y trabajadora Doloreta Campdeforça i Llasús y por un azar del destino, dio en enamorarse de una de las hijas del proveedor de harina del negocio citado. La jovencita en cuestión, Purita Fanalet i Falkenhayn, era una suerte de diosa teutona como lo fue su madre cuando llegó a estas tierras nuestras huyendo no se sabe si de la catástrofe nazi o si huyendo de la catástrofe nazi. Ya me entienden.
La historia es más antigua que el mismo Sol que brilla, pero su finalización provocó algo que jamás antes se había dado, el puchero. Enfebrecido de amor, Juset Serrastrell juntó fuerzas y valor y un día que Purita se acercó al horno de pan acompañando a su padre, cuyo nombre Juset en las memorias no cita, Juset le comunicó sus sentimientos. Básicamente le dijo, en un castellano muy rudimentario que Juset consideró más formal que el catalán que habitualmente hablaba con los suyos, 'te amo'. Y Purita, que hasta entonces no había reparado en Juset, miró a Juset, examinó a Juset y muy educada le dio los buenos días y se volvió a marchar con su padre.
Juset Serrastrell entonces, herido y triste, hizo un puchero. Inconscientemente. Un compañero de trabajo, algo más mayor y de origen foráneo, el señor Secarlos le dijo que lo que estaba viendo era impresionante, que debería ir a Barcelona a que lo viera el gran mundo.
Y de ahí al estrellato en el Paralelo. El niño del Puchero, películas, viajes a Madrid, una vida tormentosa en Argentina, el retiro en un Chateau en la Provenza y el olvido de los suyos.
Pero el gesto del puchero sigue siendo un recurso utilizado y efectivo que no pasará nunca de moda.
Qué pena que por problemas de espacio no podamos contar qué pasó cuando... Bueno, en otra ocasión.
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