Para
situar un poco la cosa. Hace muchos años, cuando yo todavía llevaba camisetas
de Kortatu y los Ramones, llegué a decir que si tuviera que elegir una banda
sonora para lo que me quedase de vida sería un punteo de David Gilmour, algo
parecido a un punteo que aparece en el Animals del 1977, en la canción Dogs.
Ese es mi nivel. A partir de ahí, la objetividad del artículo como siempre,
brillará por su ausencia.
Con esto,
el otro día leí la crítica que en Rockdelux hacían del disco doble Pink Floyd
The early years 1965-1972 que resume un tanto la caja que se lanzó en el mes de
noviembre. He visto instrucciones del Ikea redactadas con más afecto que esta
crítica. Entiendo que Pink Floyd es para muchos el arquetipo de grupo musical a
odiar. Grandes composiciones, pajas mentales, largas piezas, densas,
gigantismo, sonido perfecto, etc. Lo peor, supongo, desde que Johnny Rotten
sacó su camiseta de Pink Floyd Sucks. Así, la crítica de este doble cd trata
desabridamente el contenido del mismo y lo único que dice es que todo ese
material no es más que el prólogo a 'lo peor' que se inicia con el Atom Heart
Mother en 1970. Lo demás es, bueno, tolerable si está Syd Barrett de por medio
porque Syd Barrett y la época en la que Syd Barrett estaba ahí la música que
hacía Pink Floyd ha sido reivindicada con más o menos asiduidad. Pero sin
pasarnos, ya sabemos que Pink Floyd luego es The wall y... mal.
En fin.
Para el enfermo de Pink Floyd, esta caja recopilatoria de rarezas y no tan
rarezas, toca en el hueso del gusto. Los Pink Floyd del 65 al 72, de los
primeros trabajos versioneando el King Bee de Slim Harpo al Obscured By Clouds,
banda sonora de una película que aparece justo antes del Dark Side of the Moon.
Algunas o muchas de las piezas que componen esta caja ya las tenía uno
controladas, pero ahora ya no suenan con ese sonido 'pirata' sino con algo más
de calidad cuando es posible. Así, aparecen trabajos como el The Man and the
journey, conciertos para la BBC en las sesiones de John Peel, la banda sonora
de Zabriskie Point, singles que aparecen en recopilatorios como el Relics o en
algunos piratas, canciones ocultas de la época Barrett y de la época en la que
eran cinco... pero claro, ahora todo suena mucho mejor.
Para el
enfermo de Pink Floyd, despachar tanto el recopilatorio como la caja completa
con el desprecio con el que se trata en Rockdelux, es sangrante. Que aparezcan
por primera vez en un disco oficial de Pink Floyd dos temas tan
trascendentales, tan importantes, tan bestiales, como Vegetable man o Scream
thy last Scream, con un sonido presentabla, no tiene precio. Para el amante del
rock psicodélico (no hablo de rock sinfónico, hablo de psicodelia) escuchar
estas dos canciones con una calidad de sonido que le pone a uno los pelos de
punta, da ganas de llorar. Servidor, escuchando las diversas versiones de
Narrow Way, la única composición original del Ummagumma, es capaz de llorar.
Aunque sea a costa de escuchar el despropósito de la voz de Gilmour en esa
versión del The Man and the Journey. ¿Y qué?
Escuchar
versiones alternativas, por ejemplo, de Jugband Blues, la última canción de Syd
Barrett con la banda, que aparece en el A Saucerful of secrets, en la que se
despide del mundo, como aquel que dice, agradeciendo que le dejen aparecer
aunque él ya no esté con nosotros. Escuchar un directo en Estocolmo, del 67,
con un sonido tremendo, pero sin escuchar las voces, con una interpretación de
Reaction in G, bestial, de Interstellar Overdrive, total. Interstellar
Overdrive, en una versión en la que ya toca Gilmour en lugar de Barrett...
Son
canciones que se escapan del concepto que, se supone, el público tiene de Pink
Floyd. Wish you were here, The wall, Money... canciones que conoce mucha gente.
Yo mismo, después de The Wall, pierdo interés en el grupo. Pero si conoces y te
interesa precisamente esa época, la primera época, puedes entender todo lo que
viene después. La preocupación de la banda, de Roger Waters sobre todo, por el
tema de la locura, de la estrella que se chala, de la influencia de un Syd
Barrett que marca toda la trayectoria del grupo aunque ya no esté allí, aunque
el estilo cambia completamente.
Despachar
con un comentario breve la carrera de una banda que es reivindicada
continuamente por gente como los adorados The Flaming Lips, por ejemplo, es
siniestro. Ya entiendo que en una época Pink Floyd representaba todo lo que el
rock, el punk sobre todo, venía a reivindicar. Pero, por ejemplo, un personaje
tan idolatrado como David Bowie, ya en el Pin Ups, versioneaba a los Pink Floyd
más psicodélicos con el See Emily Play. Pues nada. David Bowie podía hacer el
disco más plano que todo va bien. Pink Floyd no.
Escuchar
por ejemplo, una canción para mí completamente desconocida como In the
Beechwoods, o versiones alternativas de Matilda Mother... no sé.
Benditos
sean estos tiempos que podemos vivir en los que podemos disfrutar al fin de la
música que nos gusta en toda su extensión. Ejem, gracias a Internet, claro. A
ver quién es el guapo que se gasta... en fin.
Después
de tantas horas perdidas, con el modem, la línea de teléfono mediante,
trinando, bajando canción a canción versiones piratas de Lucy Leave... qué
momento cuando suena todo eso con una calidad tan decente. Y qué
inspirador.
Música
que te lleva a otra parte, algo que me gusta más que rascarme un sabañón.
Música que te atrapa y te manda lejos. Como the Embryo, que empieza como una
nana y al cabo de los años se transforma en una pieza de quince minutos. Como
Fat Old Sun, que ídem. O preciosidades como Julia Dream. Para llegar al Live at
Pompeii, que también se recoge en el disco. Escuchar Echoes... muy
grande.
No sé.
Uno escucha música cada vez más diversa, cada vez más variada, pero de repente,
haber vuelto a Pink Floyd, a los primeros Pink Floyd, al viajazo de
Interstellar Overdrive... no tiene nombre.
Así que
si en las próximas semanas no se me ve demasiado por la calle, estoy en mi
casa, con la luz apagada, sentado en el sofá, viajando.
Los "lumbreras" y "superguais" de Rockdelux hace años (muchos) que les dejé de leer, no digo más.
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