Ayer tuve la impagable oportunidad de disfrutar, creo, de mi primer concierto de piano. Prácticamente, de mi primer concierto de música clásica. Sí, así es. Debajo de esta pinta de intelectual aburguesado, detrás de esta pose de sabiondo con ínfulas, de gauche caviar, de elitismo con corazón, se esconde un cateto que no sabe cuándo ha acabado y cuándo no la representación, que sería incapaz de saber qué interpretó la famosa (desconocida para mí) pianista china en los bises. Detrás de mi discurso típico de ‘llego a casa, me pongo Radio Clásica y leo porque en la tele no se puede ver nada, todo tan zafio…’, en realidad hay un ignorante completo. Paso por delante del Auditori de nuestra ciudad de manera regular y miro los anuncios de futuros conciertos, cuartetos de cuerda interpretando a Vivaldi, a Mozart, al propio Johan Sebastian… jamás fui. No por falta de ganas, quizás porque mis prioridades me llevan a otros sitios. Principalmente al bar.
Impagable, porque era gratis. Una amiga, la S., tenía invitaciones y siendo así, a nadie le amarga un dulce. Al Palau he ido otras veces, a ver a cantautores, a los Planetas, a Nacho Vegas (por amor), a Woody Allen (creo que también) y ayer fue por el placer de disfrutar de una velada entre gente de orden, al fin. Y no. Llegamos, haciendo tiempo nos vamos a tomar algo al bar del recinto, precioso todo. Una pareja, a nuestro lado, pide una copa de cava y les ciscan 4,80 pavos. El caballero pone un cierto mohín y suelta un impropio ‘joder’, pero a otro lado otra pareja pide lo mismo y en cambio no dice nada. Siempre ha habido ricos y pobres. Una caña pequeña y un agua, casi cinco pavetes también. Ni en la plaza de la Vila, hoyga.
Tenemos unas localidades buenas, se ve así de chaspi, pero se ve. Nos sentamos y a mi lado tengo un matrimonio con un niño pequeño. Son chinos, la pianista es china y hay muchos chinos entre el público. Creo entender que es también el concierto de Año Nuevo Chino, pero muy posiblemente ande errado. Sea como sea, sale la pianista a escena, una mujer de unos 60 años, de pelo cortado con flequillo, recibe aplausos, los nuestros también, y comienza a tocar.
Las Variaciones Goldberg y Johann Sebastian Bach. No hace muchos años, o igual hace ya muchos años, vi una película en la Filmoteca, una película creo que de Pere Portabella, que se llamaba El silencio según Bach (seguro que no se llamaba así, pero tengo pocos datos en el móvil y se me puede ir la vida buscando). Vi aquella película rara, experimental (en la Filmoteca, ya lo he dicho antes), pero bien bonita y con un musicón de Bach que tiraba de espaldas. Decidí que, si me preguntaban, diría que Mozart era genial, el mejor, pero que Bach, ojo, que no había una mala de Bach. Y tan fresco. Fue empezar la pianista a interpretar la obra y quedarme encantado. Ahora me he quedado en blanco y no sé cómo se llama cada vez que se llega al final de un ¿movimiento?, pero la estructura era siempre parecida. Comenzaba con trino pequeño, un leve canturreo de notas y poco a poco todo iba creciendo hasta parecer que hubiera varios pianos en la sala, habiendo solo uno y una sola intérprete. Así, durante una hora aproximadamente. Con momentos en los que, lamentablemente, a uno le cuesta seguir y otros en los que la música te lleva justo ahí donde no sabes si quieres o no quieres estar. Ya lo sabes.
El niño chino, por su parte, a mi lado, a los cinco minutos de empezar comenzó a decirle a su madre (supongo) que empezaba a estar un poquito cansadete. Los gestos que hacía tapándose los oídos no presagiaban nada bueno. Ahora esbozo muy bajito una queja. Ahora inicio un levísimo amago de llanto, ahora me quiero sentar aquí, ahora digo algo, ahora susurro algo más, ahora vuelvo a hacer lo de los oídos. Y la madre que ve venir el desastre. Primero, una pareja de calvetes de delante se giran y menean la cabeza. Al cabo de un rato, un señor corpulento con un leve movimiento de cabeza, chasquea los dedos y ordena a madre e hijo que se larguen. Feísimo gesto. Hasta entonces, yo consideraba que la presencia del niño era molesta, que siempre es igual, que como tengo un hijo me lo llevo donde quiero y si molesto, pues a joderse, porque tengo un hijo y es el rey del mundo y no tengo donde dejarlo y el niño viene conmigo a todas partes y si llora es porque es libre… métete el niño en el… hasta que llega aquel osobuco y prácticamente expulsa a la madre y al hijo del Palau. Con un gesto. Y ya voy con el niño. Pero si el padre allí presente no le mete un torniscón al emérito quejica, quién soy yo. Estoy de buen rollo, aunque no esté en mi Santa Coloma de mi vida, a la que quiero más que a mi propia alma, y no quiero líos. Pero yo al nota ese lo tiro a la platea si le chasca los dedos a mi nene en mis morros. Su puta madre.
Y el concierto ha molado mucho. Porque me gusta mucho la música clásica y ha sido una hora de vagar, de estar pendiente un rato del niño chino, y el cateto a babor (yo) pensando que, a ver con un solo piano cómo va a sonar esto… Bach. Johann Sebastian Bach. Qué grande. Esta pieza, si no me equivoco, salía en el libro de Rhodes. Antes de empezar hemos dado una vuelta a la manzana por hacer más tiempo con otra amiga de S., y ha dicho que, efectivamente, en el libro de Rhodes… me he abstenido de opinar sobre el libro, creo que ya dije algo y mejor no abundar. Me dicen que saliendo de Santa Coloma se me agria el carácter.
La música clásica, Johann Sebastian Bach. Zhu Xiao Mei sale a saludar un montón de veces, sale, agacha la cabecita, saluda, vuelve a agachar la cabeza, sale, entra y así. Como digo, hace un bis, pero no sé qué ha tocado.
Y eso. Que muy bien. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Cuánta verdad hay en esa frase.
¿Pero qué pasó al final? ¿Se fue el niño? ¿O lo amordazaron hasta el final del concierto?
ResponderEliminarfue chasquear los dedos el almendruco aquel y salir espiritados madre y niño perdiéndose todo el concierto. qué gente.
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