Por entonces yo ya lo había dejado y estaba más tranquilo. Había tenido unos cuantos años de disloque y me había retirado al rancho, dejando pasar el tiempo e intentando olvidarla. Un día, vino un amigo y me dijo de salir, de dar una vuelta. Que ya había sido suficiente y que necesitaba ver gente, distraerme. Y me dijo de ir a ver un concierto de Engelbert Humperdinck, que actuaba en un casino de Reno y que me iba a gustar. Le dije que sí. Total, ya habían pasado seis meses y estaba bien.
Engelbert Humperdinck me pareció un cantante soberbio. Me gustó desde que salió al escenario, cómo se movía, cómo se dirigía al público, cómo manejaba los tiempos, qué repertorio, qué músicos, qué solidez interpretativa. Al acabar fuimos a saludarle y finalmente nos fuimos a cenar los tres. Mi amigo se encontró algo indispuesto y nos abandonó después de comer. Fuimos a tomar algo. Con algo de miedo por mi parte, porque hacía que no tomaba nada...
Fuimos a una sala donde tocaba una banda que interpretaba éxitos de la música latina. Engelbert estaba simpático. Lo conocía desde hacía mucho tiempo y me contó que él también lo estaba pasando mal. Que había atravesado un bache creativo.
'Muchas veces me pregunto si es necesario todo esto. Actuar en salas así, donde el público no viene a escuchar música sino a distraerse, a pasar el rato, a evadirse, pero no a escuchar música. Yo, muchas veces pienso en dejarlo. Me interesa mucho la filosofía. Estoy leyendo mucho sobre el rollo cuántico y la verdad es que tengo muchas ganas de hacer algo por ahí. Componer canciones así como de ese rollo e ir introduciendo a esta gente, a nuestro público, en algo superior. No puede ser que con el talento que tenemos, con la gente que nos sigue, no aprovechemos eso para hacer algo que enriquezca las mentes de la gente.'
Ahí lo dejamos. Yo volví a sacar algún disco y me puse en forma. Hice algunas giras y al cabo de unos años volví a coincidir con Engelbert en Atlanta. Yo actuaba un viernes y él un sábado. Me quedé a verle.
Qué concierto. Había un aire nuevo. El repertorio te hacía volar. No sé. Me hizo pensar. Cada canción, cada estrofa, cada todo.
Al acabar fui a saludarle. Le felicité por el concierto y le pregunté si... Y me dijo que no. Olía a alcohol.
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