En el colegio tenía una amiga que se llamaba Simone. Un día le pregunté porqué se llamaba Simone si su madre, ni su abuela, ni sus tías, se llamaban Simone. Me contestó que se llamaba Simone por una escritora. Me dijo que su madre leía muchos libros y que había una escritora que se llamaba Simone y que le gustaba mucho y que su madre le decía que le había puesto de nombre Simone porque quería que se pareciera a ella. Simone y yo estuvimos juntos hasta que tuvimos que ir al instituto y mis padres me llevaron a un instituto privado, una especie de Liceo pijo para hijos de funcionarios como mi padre donde nos preparaban para ser funcionarios como ellos. Dejé de ver a Simone hasta que en la Universidad, de casualidad, la volví a encontrar.
Estaba yo hablando con unos amigos del instituto que también se habían matriculado en Ciencias Políticas cuando la vi y la reconocí aunque estaba algo cambiada. Me hizo una ilusión increíble. Simone! la llamé. Simone! no me hacía caso. Pensé que igual no era ella, pero es que era ella. Simone!, seguía igual. Me acerqué para hablarle. Ella estaba junto a otros chicos y chicas. Le toqué un brazo y se giró. Ella me reconoció al instante. No me había oído llamarla.
Sí, le dije, te he llamado varias veces. Ah, me dijo. Es que me he cambiado el nombre. Pensé para mí, qué cosas, debe ser el típico caso de rebeldía contra la institución familiar. Por su aspecto, pensé, debe haber cogido algún nombre oriental o quién sabe, puede que haya sufrido un proceso de involución y de una escritora pase a la tradición y se llame Marie. Perdona, le dije, entonces cómo te llamas.
Me llamo Simone.
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