viernes, 3 de mayo de 2019
Es inútil
Sabrá usted que lo que le voy a contar es absolutamente cierto. Somos todos paraguas inútiles. Lo sabrá porque alguna vez le habrán hecho sentir como un desecho, como una pieza inservible, como si su tiempo hubiera pasado y no solo fuera necesario guardarlo y hasta más ver, hay que humillarlo y dejarlo roto en cualquier parte. Lo sabe usted perfectamente. Hace unos cuantos miles de años, iba yo por la calle un día de lluvia, no por esta calle por la que transitamos ahora sino por la paralela, donde pasa mucha más gente y se ve más mundo. Y alguien a quien yo conocía el paraguas ya no le funcionó. Un paraguas de aquellos de un solo uso, fatal, que se rompió justo cuando más llovía. Así que aquel conocido estrelló el paraguas contra la pared, le dio unos cuantos golpes para acabar con él e inmediatamente localizó a otro paisano y directamente le arrebató el paraguas de las manos para quedárselo. Siempre que llueve, además de recordar que tengo la ropa tendida y que nuevamente olerá a lluvia y no al suavizante de euro y medio del eurocity, me acuerdo de aquella escena. Hoy he encontrado un paraguas roto en el suelo, inservible, como lo son muchos de nuestros sueños. Los sueños que nunca alcanzaremos, rotos, aplastados por alguien que no solo no quiere que los cumplamos sino que se entretiene en golpearlos, arrastrarlos por el suelo, dejarlos ahí tirados para que todo el mundo vea lo que pasa con las cosas que ya no vale, con lo que molesta.
Las películas de romanos en las que crucificaban a los rebeldes y los dejaban en la entrada de las ciudades, cosa que también se hacía muchos siglos más tarde, para dar ejemplo. Aquí no nos andamos con hostias, con delicadezas inútiles. Si usted no vale, vamos a demostrarle a usted que no vale y que todo el mundo se entere. Si usted molesta, no vamos a andar con paños calientes, usted no vale y debe estar expuesto públicamente al escarnio público. Una ejecución ejemplarizante. Este paraguas ya no vale, y cualquier otro paraguas que ose no valer, ya sabe qué es lo que le espera. La vergüenza pública.
No se me ha ocurrido coger ese paraguas y llevarlo a casa, curarlo, cuidarlo, que se reponga y coja fuerzas, que vuelva a vivir, que vuelva a sentirse fuerte, que vuelva a tomar las riendas de su vida, que sea un paraguas vitalista y sano. No se me ha ocurrido. Se me ocurren las cosas cada vez más a toro pasado, más a destiempo. Cuando ya es inútil. Pero no quiero que se entere nadie, no quiero que me dejen roto en una acera, inservible. No quiero que sepan que me he quedado atrás, muy atrás. Usted sabe perfectamente de lo que estoy hablando. Esa sensación de que ya hablas para que nadie te escuche, que tu ejemplo ya no ejemplifica, que tu amplificador ya no amplifica y que tu panificadora ya no panifica. El pacificador pacificado. Estás obsoleto no sabes hacer nada. Pierdes el tiempo mirando una pantalla que te ofrece informaciones que ya no encajan en tu esquema mental. Te aferras a lo que antes tu sueñas que funcionaba.
Ya estamos con los sueños. Cada vez que aparecen los sueños en un texto, así con música de piano y los ojos entornados, me dan ganas de pegarle fuego al ordenador.
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