lunes, 14 de octubre de 2024

Pequeños cuentos centroeuropeos


Nos habíamos comprado un piso, nada especialmente llamativo, pero muy bien situado. Una ganga. El piso era bastante pequeño pero nosotros no teníamos nada con lo que recargarlo y conseguimos que pareciera más digno de lo que en realidad era. Incluso nos permitimos recibir visitas. Anton y Klara, nuestros mejores amigos, venían una vez por semana a cenar. Ellos vivían en un apartamento, lejos del centro, un tanto siniestro, en los bloques de Opatov. Anton y Klara tenían sueños. En todas y cada una de las reuniones, nos contaban sus planes de futuro. Tendrían hijos, uno se llamaría Anton y ella, Klara. Él encontraría trabajo como profesor en un buen colegio del centro y ella prosperaría en su carrera de actriz. Se vendrían a vivir aquí, al centro, con nosotros, y nos invitarían cada semana a su casa a cenar. Y brindaríamos con vino. Y pondríamos discos de jazz. Y hablaríamos de los libros que hemos leído, las obras de teatro a las que asistimos, las tabernas donde suena la mejor música en directo. Un día quisimos invitar a otra pareja, otro día. Jan y Nedeljika. Nedeljika no era de aquí, venía de fuera. Jan y Nedeljika trabajaban en una tienda de comestibles que habían montado al lado del mercado, traían alimentos y productos de los Balcanes. Les estaba empezando a ir bien. Eran jóvenes, un poco más jóvenes que nosotros. El día que vinieron a cenar nos trajeron quesos y un licor. Hablamos y nos contaron sus sueños. Jan quería prosperar y abrir varias tiendas. Nedeljika quería volar, no para volar a su país, sino por volar. Cuando se fueron, nos preguntamos por primera vez cuáles eran nuestros sueños.  

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