miércoles, 9 de octubre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Mi padre me llevó al desfile. Era domingo, hacía buen día, no teníamos nada que hacer. Mi padre no era especialmente adicto a los militares y el emperador ni le iba ni le venía, pero siempre le gustaba ir a sitios, mirar cosas, estar con gente, sobre todo si era gente diferente a él. Nos pusimos en un lugar que estaba un poco apartado, pero desde el que se veía bien. Yo notaba que mi padre quería meterse en el meollo. Pero yo le agarraba fuerte de la mano para que nos quedáramos donde estábamos. Comenzó el desfile y fueron pasando diversos cuerpos militares. La gente aplaudía, vitoreaba a los soldados, se maravillaba con los trajes, los vistosos gorros, hasta que por último, apareció el emperador junto con su familia y altos dignatarios del Imperio. Hubo confusión, no sabíamos si teníamos que aplaudir o guardar un respetuoso silencio. Hacía pocos meses que el emperador había perdido uno de sus perros más queridos. Mi padre lo miraba todo con una cara socarrona. No entendía toda aquella reverencia, todo aquel respeto. Cuando el emperador llegó a nuestra altura, mi padre me soltó la mano y rompiendo de manera sutil el cordón que impedía pasar se plantó delante del emperador justo antes de que los guardias le dispararan y dijo 'Pobre perro'.
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