lunes, 5 de enero de 2015

Círculo Projorelov XX

Orson Vélez tenía el cariño de todos nosotros. Muchos pensábamos que, ciertamente, Orson jamás había salido de nuestro país. Del país en el que se encontraba el Círculo Projorelov. De aquel país que si no recuerdo mal ya hemos hablado en alguna otra ocasión. No recuerdo. En fin. Sea como sea, Orson Vélez nos gustaba a todos. Era una persona tranquila, calmosa, que explicaba sus viajes de una manera pausada, sin levantar nunca la voz, sin hacer aspavientos o intentar imitar acentos locales. Claro, cómo los iba a imitar si todos pensábamos que jamás salió de aquí. En aquel tiempo habíamos pasado una mala racha con las visitas. Muchos de los viajeros se iban haciendo viejos y no parecía que hubiera jóvenes dispuestos a seguir frecuentando nuestro Círculo. Nuestros últimos visitantes se habían mostrado bastante poco atractivos. Unos contaban historias que nos sonaban a historias contadas. Otros ponían demasiado énfasis en lo ornamental y tenían poco fundamento. Algunas nos sonaban directamente falsas. Y no nos importaba, jamás nos importó, en el Círculo Projorelov, que las historias fueran ciertas. Pero siempre pedíamos un mínimo de cariño por lo que el viaje representa, por ir y moverse y conocer y querer lo que se ve y lo que se siente. Al menos eso. Por eso, nos extrañó que Orson Vélez llegase aquel día un tanto mustio. Bastante mustio. Cuando apareció por la puerta yo mismo pensé, bien, por fin una historia que merece la pena después de tanto tiempo, pero al ver su rostro, algo me hizo sospechar que iba mal. Su sonrisa era forzada. Sus ojos estaban apagados. Algo había pasado. Caminó hacia el estrado pero esta vez prefirió sentarse en uno de los butacones más cómodos. Estaba cansado, repetía con voz casi inaudible. Comenzó su relato diciendo que 'perder la ilusión por lo que más te gusta, es quizás el momento más triste de la vida de cualquiera. También puede serlo de la mía. Me gusta viajar porque siempre pasa algo interesante. Me gusta el preparativo, la compañía, el trayecto, el trazado, pararme, perderme, sentir que no estoy donde debería estar y que, a la vez, estoy donde debo estar. Pero esta vez, algo me ha pasado que me ha hecho sentir espantosamente mal. He visitado un lugar horrible. He estado en ese lugar que habita la Gente que no Merece la Pena Conocer. No me pregunten cómo llegué hasta ahí. No quieran saber de qué manera llegué a esa nación. Ni siquiera les gustaría saber dónde se encuentra ese espacio habitado por personas a las que no quiere nadie. A las que nadie busca. Personas que están en el limbo. Gente de todo tipo y condición, olvidadas de los demás. Olvidadas de sí mismos. Gente a la que nadie reclama. Gente que se perdió, que se fue, que siempre estuvo en el mismo sitio y de la que nadie tuvo noticia. Personas en las que nadie reparó. Amigos a los que nadie preguntó qué les ocurría. Gente en la que nadie se fijó. Los hay buenos y los hay malos. Hay personas que se lo buscaron y que tampoco tuvieron oportunidad par ala redención y otros que no hicieron nada y se quedaron allí. No sé cómo puede haber un lugar tan triste. Juro que no tengo resguardo del billete que me llevó hasta ese lugar. No puedo entender de qué manera me desplacé hasta ese país. Gente que no hacía nada. Gente que hacía muchas cosas y a la que nadie le alababa el quehacer. Gente que pasaba al lado de otra gente y que entre ellos mismos no eran capaces de reconocerse, de estimarse. Gente que había asumido que eran Gente a la que no Merecía la Pena Conocer. Gente olvidada por ellos mismos. No creo haber sabido a qué se dedicaban todos ellos. No puedo hablar de cuál era su sector productivo principal. Es indiferente. A quién le puede importar. Gente así, que no ha podido aportar nada, que no ha sabido hacerlo, que no lo hará ya nunca. Gente a veces triste, si, consciente de su condición, sí, y otra gente alegre, que todavía lucha por recibir algo. Había de todo. Y sin embargo estaban todos allí, nadie se fijaba en ellos. Los viajeros que allí llegábamos a parar, no nos interesábamos por nada. No nos llamaban la atención. No nos parecían interesantes. Qué tenían, por Dios, para que no Merecieran la Pena. Porqué me sentí tan triste cuando me marché de allí. Qué sentí. Porqué tengo la sensación de que tengo que volver y quedarme...'.
Y se quedó ensimismado durante un buen rato. Nos quedamos nosotros también todos callados. Tardó un buen rato en levantarse y con pasos cansados salir del Círculo Projorelov para no volver a verle nunca más. Yo creo que Orson Vélez no puede estar allí. Pero claro, pensando... igual ya estamos allí.  

1 comentario:

  1. No, ni hablar, usted no está allí. Orson no lo sé, es posible que sí. Y bueno, si tanto le tiraba el lugar, hizo bien en regresar. No era cuestión de quedarse con esa sensación.

    Feliz tarde, monsieur

    Bisous

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