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martes, 6 de noviembre de 2012

El gran desgraciado europeo XXI (y final)

Hay un café en una calle principal de Budapest en la que se sienta un señor bastante mayor, acompañado de otros señores bastante mayores. En torno a una mesa recuerdan lo que fueron los antiguos cafés de Budapest. Muchos de ellos nunca habían estado en Budapest antes. Sólo hay uno de ellos que nació en Hungría. Se trata del señor bastante mayor que hemos presentado al principio. Este señor mayor escucha hablar a otros señores mayores con atención reverencial. Casi todos son eruditos, gente de letras, algún profesor universitario inglés que sigue siendo inglés pero no profesor universitario. Gente ilustrada y sabia. Hablaban de Budapest y de una época en la que en Budapest había violinistas por las calles. Hablaban de los cafés de Budapest, de las revueltas, de los condes, de los príncipes, de húngaros muy famosos. El señor mayor estaba escuchando atentamente. En un momento en el que uno de los más jóvenes asistentes, que debería andar por los setenta años empezó a perorar sobre los buenos tiempos que se vivieron en Budapest, que había sido siempre una de las ciudades más civilizadas de Europa, que ciudades como Budapest eran un ejemplo de lo que debía ser Europa, de que esa misma estancia en ese café era como una bonita metáfora del ser europeo. Gente de orden sentada tranquilamente alrededor de una mesa charlando y recordando. El buen señor insistió en que esa escena no era tan sencilla de reproducir en otros lugares. Que eso que estaban haciendo allí no lo podrían hacer en más lugares que en Europa y quizás en algunos de Norteamérica, pero claro, con gente de origen europeo. Es una suerte inmensa ser europeo, decía el hombre.
Nuestro señor mayor original miraba hacia el final de la avenida desde su asiento. Miró al señor que peroraba sobre las bondades de la Europa civilizada y buena y, apoyándose en un bastón, se levantó y abandonó a sus compañeros de tertulia. Fue caminando muy trabajosamente hasta el final de la avenida y giró hacia una calle. De esa calle pasó a otra calle. Y de ahí a otra. Fue caminando y cualquiera diría que se había perdido, pero el anciano sabía perfectamente hacia donde se dirigía.
Divisó un pequeño tugurio en el que brillaba el anuncio de una marca de cerveza norteamericana y entró. Se apoyó en la barra y pidió un anís. Cuando se lo sirvió un camarero rubión y con el pelo cortado como Roman Kosecki fue a sentarse en una mesa que estaba vacía, justo en un rincón al lado de la estufa. Hacía frío, pero no ese frío de Budapest. Otro frío.
Al cabo de unos momentos entró en la tabernucha una anciana viejísima, pero muy peripuesta. Una mujer de alcurnia. Entornó los ojos y en cuanto se adaptó a la oscuridad del local, vio al abuelete sentado en la mesa y fue a sentarse a su lado.
- Usted debe ser Antas Nekermann.
- No. Yo no soy Antas Nekermann. Creo que se confunde, señora. Lo siento. ¿Quiere tomar algo?
- Si. Tomaré un café. No me sienta muy bien, pero llevo pañales y puedo soportarlo todo. Si no le importa, le contaré la historia de Antas Nekermann. ¿No le conoce usted?
- Conocí a un Antas Nekermann en un hotel de la costa caribeña hace muchos años. Él también me preguntó si era yo Antas Nekermann.
- Qué pena de vida. ¿Quiere que se la cuente?
- No tengo nada más que hacer.

sábado, 3 de noviembre de 2012

El gran desgraciado europeo XX

Europa es lo normal. En Europa está lo que es normal, lo que tiene que ser. No se trata de ser exagerado, exótico, gigantesco, multitudinario, enorme, raro, oloroso, excéntrico, coloreado, chillón. Europa es normal. En Europa las cosas pasan de manera normal, y si pasa algo que se salga de la norma, se explica de una forma razonable y civilizada. Esto es por eso. Eso es por aquello. Las cosas pasan con una linealidad que no deja lugar a lo extraordinario. En cambio fuera las cosas pasan inexplicablemente, raramente, maravillosamente, fantásticamente. En Europa lo que pasa es porque debe pasar. Es normal. Antas Nekermann es un europeo que ha viajado por el mundo. Antas Nekermann es normal pero al haber estado tanto tiempo fuera de Europa comienza a no ser normal. Hace cosas raras. Se embarca en guerras, cambia de bandos, traiciona, ama, desespera, asesina por error. Todo eso no es europeo. Un europeo no hace esas cosas en Europa. Las cosas en Europa no se hacen así. Uno no dispara y falla. Si un europeo está en Europa y hace algo así, inmediatamente acierta y todo el mundo lo entiende. Claro, es europeo. En Europa vivimos de una manera normal. Lo que es, es porque tiene que ser. Ocurren cosas normales, civilizadas, sencillas, y si de vez en cuando nos metemos en conflictos entre nosotros o recurrimos a la barbarie lo achacamos a procesos que tienen una explicación. Pero lo de Antas Nekermann no hay por donde cogerlo.
Después de matar al nuevo novio de la Cholita Garrigosa, y aún cuando goza del aprecio de las autoridades nacidas de la Revolución, Antas Nekermann decide huir. Asustado. Quiere volver a Europa. Pero en Europa la cosa está mal.
Un momento. Un momento. Hagamos cuentas. ¿Cuántos años tiene ya Antas Nekermann? Si lo estamos siguiendo desde 1848 y ya estamos en... un momento. Un momento. ¡Un momento! Antas Nekermann debería estar muerto desde hace ya bastantes años. No va a tener noventa años y estar todavía con amoríos y despechos... esto qué es. Qué ocurre aquí.
¿Hay otro Antas Nekermann? Dijimos hace unos cuantos episodios que un tal Antas Nekermann mira desde una playa caribeña hacia el mar y con sus ojos juntitos intenta ver Europa. Como si delante suyo no estuviera todo el mar Caribe, sus islas caribeñas, su océano Atlántico. Él mira, entorna los ojos y sigue mirando hacia Europa. Quiere ver Europa.
Este Antas Nekermann es otro Antas Nekermann. El Antas Nekermann original ¿dónde está? ¿Es la persona que ha disparado contra ese ricacho? No es acaso el hijo de Antas Kiss que se hace pasar por Antas Nekermann a la hora de fugarse con la Cholita Garrigosa. Quizás el verdadero Antas Nekermann está todavía en ese rancho con Antas Kiss, Antonio Besogrande, viendo atardecer, viendo amanecer, viendo anochecer, viendo adormecer. Dormido. Casi muerto. Recordando una infancia en hungría, el olor de los guisos, las calles, los violines. Imaginándose un mundo que ya no está. Y hay un Antas Nekermann que no es Antas Nekermann y que se encuentra luchando en la Revolución con el bando que más le interesa. Y la Cholita Garrigosa sabe que no es Antas Nekermann si no que es el hijo de Antas Kiss, que se llama Antonio Besogrande también, pero que se hace pasar por Antas Nekermann para no comprometer a su padre. Qué mundo este.
Antas Besogrande, antonio Kiss, el que sea, mata a un richachón por despecho y por apuntar mal. Tiene que huir. Quiere irse a Europa.
En Europa la cosa no está bien. Pero es normal. Si quieren se lo explico.


lunes, 29 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XIX

No es el primero ni el último que lo haga. Que por amor seas capaz de hacer aquello que no quieres, que deploras. Que por despecho, por el placer de jugársela a quien te ha hecho daño, seas capaz de renunciar a tus principios más irrenunciables. Pues eso le pasó a Antas Nekermann, como le podía haber pasado a cualquiera de ustedes. La Cholita Garrigosa había llegado a Chihuahua y en su primer encuentro con un grupo de revolucionarios, se enamoró furiosamente de uno de ellos, del bigotudo Rómulo Remírez 'El Gato'. Y dejó con un palmo de narices al bueno de Antas Nekermann, que encandilado por el encanto de la Cholita y por la común pasión revolucionaria, había decidido largarse de aquel caserón de su amigo Kiss para emprender la aventura guerrillera nuevamente.
Ante sus ojos, Antas veía como la Cholita se echaba en brazos de aquel hombre, y de súbito, su pasión revolucionaria se tornó en despecho furioso. Pasó una noche envuelto en un mar de dudas, cargado de odio, preguntándose cómo había podido abandonar aquella pacífica vida en la Casa Besogrande y haberse entregado a aquella mujer que ahora le dejaba colgado. Al día siguiente, fue al acuartelamiento en el que se encontraban las tropas del Gobierno y les ofreció su ayuda para atrapar al grupo del bigotudo Rómulo Remírez. El comandante de aquel destacamento, un hombre esmirriado, pachucho, que llevaba siempre un pañuelo en la mano para sonarse la nariz víctima de un constipado perpetuo, se llamaba Antonio Ibañeta. Y juntos, Nekermann e Ibañeta, se convirtieron en el azote de los revolucionarios en aquella parte del país. Siempre de parte del Gobierno, primero dieron caza a los bigotudos de Rómulo Remírez y, como la Cholita ya no se encontraba con ellos, siguieron con su búsqueda de subversivos. Antas Nekermann creyó en un principio que lo que hacía era simplemente buscar a la Cholita, y que una vez que la encontrase, se quedaría con ella, la obligaría a recapacitar y ver que él era mejor que todos esos revolucionarios bigotudos con los que se encamaba. Pero con el paso de los meses, y como quiera que no encontraban a la Cholita Garrigosa por ninguna parte, que siempre se les escapaba, Antas Nekermann descubrió que le encantaba estar de parte de los que ganan.
Es una sensación difícil de describir para quien hace de su oposición al sistema, a los valores, al poder establecido, su modo de vida. De repente, descubrir que el que manda tiene razón, que esa razón se puede imponer por las bravas con total impunidad. La impunidad. La impunidad de saber que lo que haces no tiene contrapartidas. Que mato, robo, estafo, hago daño, y no pasa absolutamente nada. Que el que manda tiene razón, que está todo bien, que se joda el que no esté de acuerdo. Que no levante la voz. Que se calle. Que se calle.
Antas Nekermann se lanzó como una fiera por el norte mexicano buscando elementos revolucionarios. Pero la Revolución Mexicana avanzaba, y el curso de los acontecimientos era contrario a los nuevos principios que Nekermann había abrazado. Sin embargo, como todo el mundo sabe, la Revolución termina con un si pero no. Y ahí estaban Nekermann e Ibañeta. De perseguidores de subversivos, a nuevas autoridades de la revolución con Obregón. Qué cosas. Y qué. Antas Nekermann, se había mostrado como un gran conocedor de la mentalidad del subversivo, y sabía qué debilidades tenía, qué pensaba, cuáles podían ser sus fallos. Porque eran los suyos.
Ya había conseguido olvidar a Cholita Garrigosa, ya había terminado la Revolución y la misma Revolución le nombraba Inspector de la Seguridad Estatal, para la vigilancia de quien se descarriase demasiado. Se había convertido en un perseguidor de los suyos. Le daba igual. Todo.
Hasta que un día, en un baile ofrecido por una autoridad local en un pueblo de ese norte que ya había hecho suyo, se presentó la Cholita Garrigosa del brazo de un ricachón de los contornos y Antas Nekermann se sintió otra vez desengañado. Quería que Cholita hubiera huido por demasiado revolucionaria, que se hubiera vencido, y no. La encontraba ahora en su mismo bando. Había renunciado a su vida de tuerto desgraciado por el triunfo, por sentirse ganador, y de nada le servía.
Sacó un revolver y lo apuntó al corazón de la Cholita. Pero falló y mató al ricachón. Infortunio.

jueves, 25 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XVIII

Nezahualcoyotl. No tiene nada que ver con lo que estamos contando, pero me ha venido a la cabeza ahora mismo. Nezahualcoyotl. En fin. ¿A los escritores les pasará esto? ¿Les ocurrirá que si escriben algo triste, su vida se va tornando triste? ¿Si se meten mucho en el papel de un personaje al que le ocurren tremendas desgracias, su vida se convierte también en una sucesión de penas y ojos lagrimosos? Si. Ojos lagrimosos. Ojos que no dejan de llorar. Ojos escocidos, irritados, ojos que pican, que pican, que pican, que no dejan de llorar. Ojos pitarrosos. Ojos muy rojos. Dios.
¿A Paul Auster le ocurrirá esto? Paul Auster escribiendo sobre escritores que escriben cosas que finalmente son las cosas que le pasan a ellos mismos y que en realidad uno cree que el pasan a Paul Auster. ¿Paul Auster es como sus personajes?
Antas Nekermann se encuentra con el hijo del soldado de Maximiliano y se aloja en su pequeño palacio. Una casa grande, limpia, con dos o tres personas al cuidado de la misma, con unas tierras en el entorno dedicadas a criar cosas, animales, plantas, yo lo considero un palacio. El hijo del soldado de Maximiliano se llama Antas Kiss. Como quiera que su madre, mexicana, se llamaba Magdalenita Grande, el bueno de Antas Kiss, castellanizó su nombre para pasar a ser Antonio Besograndre. Y su casa, palacio, rancho, se llamó Casa Besogrande.
En Casa Besogrande Antas Nekermann conoció los primeros momentos de felicidad en años. En muchos años. Antas Kiss era un hombre curioso y le gustaba preguntar a Nekermann sobre su vida, que consideraba fascinante, por mucho que el propio Nekermann no quisiera más que olvidarla. Qué cosas, lo que a unos les parece un tormento sin cuento, a otros les interesa. Claro, si no fuera de esa manera, los libros, películas, obras de teatro, basadas en la desgracia ajena, no tendrían ninguna salida y sólo veríamos a gente ganando, yendo bien, etc. A Kiss le gustaba escuchar los relatos de Nekermann, sobre todo los que tenían que ver con la vida en Europa. Hablaban en húngaro, comían bien, bebían a gusto, no tenían nada que hacer. Bueno, Antas Kiss, si. Que tenía una familia que mantener y de vez en cuando se tenía que ocupar del latifundio. Una historia curiosa la de Antas Kis, Antonio Besogrande, pero más curiosa todavía es la historia de su mujer Rosa Carajales, conocida en los contornos como Rosa 'la furiosa'. Una historia de esas que gustan en Hollywood de mujer con cananas y sombrero mexicano por detrás. Pero eso todavía está por venir. La Revolución mexicana. Con ejércitos de Pancho Villa, con Zapatas, Carranzas, Obregones, Huertas y Rangers norteamericanos poniendo orden. En fin. Esa es otra historia.
Cuando todo eso llegue, que no falta mucho para que lleguemos, Antas Nekermann ya ha partido del palacio de Antas Kiss, Antonio Besogrande, y se ha ido al norte otra vez, a la frontera, engatusado por una de las amigas de la casa. Cholita Garrigosa, que era hija de catalanes y que tenía otro rancho junto al de los Kiss, se encariñó con Nekermann y comenzó nuevamente a llenarle la cabeza con revueltas, revoluciones, bandidos, historias de frontera. Nekermann pensó que nada tenía que perder y cuando ella le propuso viajar al norte para unirse a una de las primeras formaciones que auguraban la Revolución, el húngaro tuerto no se lo pensó.
Llegar a Chihuahua y enamorarse la Cholita de un bandido bigotudo local, fue todo uno. Y Antas Nekermann tuvo que empuñar las armas, esta vez por despecho.

martes, 23 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XVII

Si consultamos en Wikipedia información sobre los magiares, sobre el idioma húngaro, sobre el origen del pueblo magiar y la protohistoria del reino de los húngaros, veremos que hablan de cosas muy interesantes, a veces muy fantásticas, y casi ninguna certeza. No hay nada seguro. Pero no hay que ir a la Wikipedia. Hay que consultar otros medios mucho más fiables. Por ejemplo la Enciclopedia Larousse. No la he consultado todavía, pero sé que tarde o temprano tendré que hacerlo.
En mi casa teníamos la Enciclopedia Larousse y la seguimos teniendo. Tengo predilección por el tomo en el que se incluye la letra K. No va por letras, si no por nombres, y hay un tomo en el que la letra K, algo de la H y algo de la I, salen. Nombres curiosos, lugares remotos, personajes fascinantes. Siempre que abro el tomo de la Larousse al ir al cuarto de baño, casualmente se abre por la página en la que se encuentra la nota sobre Kamenev. Ahora no recuerdo bien los detalles sobre la vida de Kamenev, porque abro por esa página, y rápidamente cambio a otra, ya que la vida de Kamenev 'ya me la sé'. Y no me la sé. Creo que muere en los años 30 pero no sé si víctima de las purgas o por causas naturales. No lo voy a mirar.
Antas Nekermann está convencido de que hizo mal yéndose de su tierra. Antas Nekermann está a miles de kilómetros de Budapest, pero sólo tiene en su cabeza Budapest. Sólo tiene recuerdos de Budapest, sólo sabe pensar en húngaro, solo recuerda viejas canciones magiares, tiene en su boca aún el sabor de los platos que comía en las tabernas para estudiantes de Budapest, las caras de sus amigos, las de sus enemigos, las de quienes le traicionaron.
Antas Nekermann no está en Veracruz. Ya no está allí. Físicamente se encuentra un poco más al sur, decidió salir de Veracruz sin rumbo, a la aventura, con la intención de perderse, de que algo le ocurriera, de que todo terminase en un camino, a manos de cualquiera que quisiera quitarle sus pocas pertenencias, alguien con ganas de hacerle daño. Daba igual, ya estaba todo visto y hecho. No había esperanza. Físicamente no estaba en Veracruz, estaba algo más al sur. La cabeza la tenía puesta en sus recuerdos de Budapest.
Así, durante los primeros años del siglo XX, vagó por los caminos mexicanos un personaje que algunos dieron en llamar 'el gitano', ya que Antas Nekermann durante aquellos infaustos días presentaba un aspecto deplorable, con lacias melenas, bigote espeso y caído y así como llegaba a la plaza de cualquier pueblo, simulaba llevar un violín y haciendo un 'violín de aire', interpretaba cantando algunas piezas del repertorio que había escuchado durante sus años de juventud en su Hungría natal.
Fueron dos años los que sólo el cielo sabe cómo pudo sobrevivir el pobre Antas Nekermann, con su violín ficticio, su facha lamentable, y su cada vez más distraída mente. La vida nos va empujando hacia el fondo del pozo si no somos capaces de aprender a salir de él de alguna manera, y mucho más si no tenemos a nadie que nos eche una mano. Al cabo de esos dos años, en una de sus actuaciones lamentables en el pequeño pueblo de Santiago Tlazoyaltepec (cuna de Crisanta María de Turrón), Antas Nekermann tuvo un golpe de suerte. Un hijo de un soldado húngaro de Maximiliano, que había comprado tierras y se había asentado en aquella zona oaxaqueña, supo entender sus cantos y se acercó a preguntarle. Lo hizo, se entendieron, se lo llevó a su casa, lo presentó a sus familiares. Antas Nekermann comenzaba una nueva vida.

jueves, 18 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XVI

Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, ayúdame por favor. Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, escucha mis ruegos. Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, hazme llegar de alguna manera tus bendiciones. Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, en definitiva, sácame de aquí. Me llamo Antas Nekermann y soy invisible.
Me llamo Antas Nekermann y nací en Budapest. Te cuento mi vida pero no te la voy a contar porque tú sabes cual es mi vida, porque mi vida no tiene misterios para ti. Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, por favor, atiende a mi petición. Nací en Budapest y no levanto cabeza desde entonces. Ya hace tres años que llegué a Veracruz con la promesa de un porvenir distinto. Ya hace tres años que puse un pie en este país que me pareció tan maravilloso cuando desembarqué. Qué distinto de Nueva York. Qué colorido, qué animación, todo era tan diferente. Todo iba más despacio, todo era más calmado, mis nervios, mis ansiedades, podrían desaparecer, podría vivir la vida de otra manera, más sencilla, sin tribulaciones, sin percances. Quería vivir tranquilo aquí. No sabía qué, ni cómo hacerlo, pero quería vivir tranquilo.
Entonces me percaté de que al desembarcar la gente pasaba a mi lado sin mirarme, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan. Y no soy, por mi aspecto, una persona que pase desapercibida. Poco o mucho, soy rubio o güero como dicen aquí. Tengo un ojo nada más. Y la vida me ha regalado un físico lamentable. Estoy mal. Y quien más quién menos se gira al verme. Pero desde el primer día, nadie en Veracruz me preguntó ni me dijo nada. Fui a una pensión, encontré habitación, allí me hospedo desde entonces. Se paga muy poco, se recibe menos. Salgo a la calle, intento encontrar trabajo, pero el mundo me ha dado la espalda.
Nadie me ve. Busco trabajo, presento mis estudios, he aprendido a hablar español, puedo manejarme, dar clases de alemán, de historia, de lengua, de literatura, de lo que sea. Nadie me quiere ver. Nadie se interesa por mi, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan.
Busco amigos, quiero estar con gente. Y cuando acudo a las tabernas y las fondas de Veracruz nadie me hace caso. Nadie se acerca a mí, si entro en las conversaciones, todo el mundo hace ver que no me escucha, que no atiende a mis opiniones, a veces extemporáneas, otras muy meditadas, da lo mismo. No estoy.
¿Qué ocurre Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan? Han pasado tres años y estoy como vine. No me muero de hambre porque la señorita Doña Melinte, me tiene como mozo en la pensión y con eso puedo ganarme algo de sustento. Pero estoy muy triste, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan. No puedo vivir así. No puedo dejar de pensar en quién era yo allá en Budapest, en los sueños que tuve, en lo que pensé que podría hacer por mis congéneres, en todo lo que yo pensaba que yo era. Ese es mi problema queridísima Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan. Yo no soy consciente de que no soy lo que yo soy, y cuando lo soy me hundo, ay, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan.
Y eso está muy bien, queridita Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, pero de ahí a que no me vea nadie. Digo yo que algo más sucederá que se me escapa, o que la gente huye de quien no proyecta. No lo sé. Sea como sea, ya me cansé, y no quisiera que la señorita Doña Melinte piense que puede conmigo hacer algo que me haría mal. Porque, si, amadita Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, yo noto que la señorita Doña Melinte es la única que me mira con esos ojos que mira la gente y que hace ya tiempo que yo no sentía esas miradas.
Sea como sea, sáqueme de aquí, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan.