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martes, 6 de noviembre de 2012

El gran desgraciado europeo XXI (y final)

Hay un café en una calle principal de Budapest en la que se sienta un señor bastante mayor, acompañado de otros señores bastante mayores. En torno a una mesa recuerdan lo que fueron los antiguos cafés de Budapest. Muchos de ellos nunca habían estado en Budapest antes. Sólo hay uno de ellos que nació en Hungría. Se trata del señor bastante mayor que hemos presentado al principio. Este señor mayor escucha hablar a otros señores mayores con atención reverencial. Casi todos son eruditos, gente de letras, algún profesor universitario inglés que sigue siendo inglés pero no profesor universitario. Gente ilustrada y sabia. Hablaban de Budapest y de una época en la que en Budapest había violinistas por las calles. Hablaban de los cafés de Budapest, de las revueltas, de los condes, de los príncipes, de húngaros muy famosos. El señor mayor estaba escuchando atentamente. En un momento en el que uno de los más jóvenes asistentes, que debería andar por los setenta años empezó a perorar sobre los buenos tiempos que se vivieron en Budapest, que había sido siempre una de las ciudades más civilizadas de Europa, que ciudades como Budapest eran un ejemplo de lo que debía ser Europa, de que esa misma estancia en ese café era como una bonita metáfora del ser europeo. Gente de orden sentada tranquilamente alrededor de una mesa charlando y recordando. El buen señor insistió en que esa escena no era tan sencilla de reproducir en otros lugares. Que eso que estaban haciendo allí no lo podrían hacer en más lugares que en Europa y quizás en algunos de Norteamérica, pero claro, con gente de origen europeo. Es una suerte inmensa ser europeo, decía el hombre.
Nuestro señor mayor original miraba hacia el final de la avenida desde su asiento. Miró al señor que peroraba sobre las bondades de la Europa civilizada y buena y, apoyándose en un bastón, se levantó y abandonó a sus compañeros de tertulia. Fue caminando muy trabajosamente hasta el final de la avenida y giró hacia una calle. De esa calle pasó a otra calle. Y de ahí a otra. Fue caminando y cualquiera diría que se había perdido, pero el anciano sabía perfectamente hacia donde se dirigía.
Divisó un pequeño tugurio en el que brillaba el anuncio de una marca de cerveza norteamericana y entró. Se apoyó en la barra y pidió un anís. Cuando se lo sirvió un camarero rubión y con el pelo cortado como Roman Kosecki fue a sentarse en una mesa que estaba vacía, justo en un rincón al lado de la estufa. Hacía frío, pero no ese frío de Budapest. Otro frío.
Al cabo de unos momentos entró en la tabernucha una anciana viejísima, pero muy peripuesta. Una mujer de alcurnia. Entornó los ojos y en cuanto se adaptó a la oscuridad del local, vio al abuelete sentado en la mesa y fue a sentarse a su lado.
- Usted debe ser Antas Nekermann.
- No. Yo no soy Antas Nekermann. Creo que se confunde, señora. Lo siento. ¿Quiere tomar algo?
- Si. Tomaré un café. No me sienta muy bien, pero llevo pañales y puedo soportarlo todo. Si no le importa, le contaré la historia de Antas Nekermann. ¿No le conoce usted?
- Conocí a un Antas Nekermann en un hotel de la costa caribeña hace muchos años. Él también me preguntó si era yo Antas Nekermann.
- Qué pena de vida. ¿Quiere que se la cuente?
- No tengo nada más que hacer.

sábado, 3 de noviembre de 2012

El gran desgraciado europeo XX

Europa es lo normal. En Europa está lo que es normal, lo que tiene que ser. No se trata de ser exagerado, exótico, gigantesco, multitudinario, enorme, raro, oloroso, excéntrico, coloreado, chillón. Europa es normal. En Europa las cosas pasan de manera normal, y si pasa algo que se salga de la norma, se explica de una forma razonable y civilizada. Esto es por eso. Eso es por aquello. Las cosas pasan con una linealidad que no deja lugar a lo extraordinario. En cambio fuera las cosas pasan inexplicablemente, raramente, maravillosamente, fantásticamente. En Europa lo que pasa es porque debe pasar. Es normal. Antas Nekermann es un europeo que ha viajado por el mundo. Antas Nekermann es normal pero al haber estado tanto tiempo fuera de Europa comienza a no ser normal. Hace cosas raras. Se embarca en guerras, cambia de bandos, traiciona, ama, desespera, asesina por error. Todo eso no es europeo. Un europeo no hace esas cosas en Europa. Las cosas en Europa no se hacen así. Uno no dispara y falla. Si un europeo está en Europa y hace algo así, inmediatamente acierta y todo el mundo lo entiende. Claro, es europeo. En Europa vivimos de una manera normal. Lo que es, es porque tiene que ser. Ocurren cosas normales, civilizadas, sencillas, y si de vez en cuando nos metemos en conflictos entre nosotros o recurrimos a la barbarie lo achacamos a procesos que tienen una explicación. Pero lo de Antas Nekermann no hay por donde cogerlo.
Después de matar al nuevo novio de la Cholita Garrigosa, y aún cuando goza del aprecio de las autoridades nacidas de la Revolución, Antas Nekermann decide huir. Asustado. Quiere volver a Europa. Pero en Europa la cosa está mal.
Un momento. Un momento. Hagamos cuentas. ¿Cuántos años tiene ya Antas Nekermann? Si lo estamos siguiendo desde 1848 y ya estamos en... un momento. Un momento. ¡Un momento! Antas Nekermann debería estar muerto desde hace ya bastantes años. No va a tener noventa años y estar todavía con amoríos y despechos... esto qué es. Qué ocurre aquí.
¿Hay otro Antas Nekermann? Dijimos hace unos cuantos episodios que un tal Antas Nekermann mira desde una playa caribeña hacia el mar y con sus ojos juntitos intenta ver Europa. Como si delante suyo no estuviera todo el mar Caribe, sus islas caribeñas, su océano Atlántico. Él mira, entorna los ojos y sigue mirando hacia Europa. Quiere ver Europa.
Este Antas Nekermann es otro Antas Nekermann. El Antas Nekermann original ¿dónde está? ¿Es la persona que ha disparado contra ese ricacho? No es acaso el hijo de Antas Kiss que se hace pasar por Antas Nekermann a la hora de fugarse con la Cholita Garrigosa. Quizás el verdadero Antas Nekermann está todavía en ese rancho con Antas Kiss, Antonio Besogrande, viendo atardecer, viendo amanecer, viendo anochecer, viendo adormecer. Dormido. Casi muerto. Recordando una infancia en hungría, el olor de los guisos, las calles, los violines. Imaginándose un mundo que ya no está. Y hay un Antas Nekermann que no es Antas Nekermann y que se encuentra luchando en la Revolución con el bando que más le interesa. Y la Cholita Garrigosa sabe que no es Antas Nekermann si no que es el hijo de Antas Kiss, que se llama Antonio Besogrande también, pero que se hace pasar por Antas Nekermann para no comprometer a su padre. Qué mundo este.
Antas Besogrande, antonio Kiss, el que sea, mata a un richachón por despecho y por apuntar mal. Tiene que huir. Quiere irse a Europa.
En Europa la cosa no está bien. Pero es normal. Si quieren se lo explico.


lunes, 29 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XIX

No es el primero ni el último que lo haga. Que por amor seas capaz de hacer aquello que no quieres, que deploras. Que por despecho, por el placer de jugársela a quien te ha hecho daño, seas capaz de renunciar a tus principios más irrenunciables. Pues eso le pasó a Antas Nekermann, como le podía haber pasado a cualquiera de ustedes. La Cholita Garrigosa había llegado a Chihuahua y en su primer encuentro con un grupo de revolucionarios, se enamoró furiosamente de uno de ellos, del bigotudo Rómulo Remírez 'El Gato'. Y dejó con un palmo de narices al bueno de Antas Nekermann, que encandilado por el encanto de la Cholita y por la común pasión revolucionaria, había decidido largarse de aquel caserón de su amigo Kiss para emprender la aventura guerrillera nuevamente.
Ante sus ojos, Antas veía como la Cholita se echaba en brazos de aquel hombre, y de súbito, su pasión revolucionaria se tornó en despecho furioso. Pasó una noche envuelto en un mar de dudas, cargado de odio, preguntándose cómo había podido abandonar aquella pacífica vida en la Casa Besogrande y haberse entregado a aquella mujer que ahora le dejaba colgado. Al día siguiente, fue al acuartelamiento en el que se encontraban las tropas del Gobierno y les ofreció su ayuda para atrapar al grupo del bigotudo Rómulo Remírez. El comandante de aquel destacamento, un hombre esmirriado, pachucho, que llevaba siempre un pañuelo en la mano para sonarse la nariz víctima de un constipado perpetuo, se llamaba Antonio Ibañeta. Y juntos, Nekermann e Ibañeta, se convirtieron en el azote de los revolucionarios en aquella parte del país. Siempre de parte del Gobierno, primero dieron caza a los bigotudos de Rómulo Remírez y, como la Cholita ya no se encontraba con ellos, siguieron con su búsqueda de subversivos. Antas Nekermann creyó en un principio que lo que hacía era simplemente buscar a la Cholita, y que una vez que la encontrase, se quedaría con ella, la obligaría a recapacitar y ver que él era mejor que todos esos revolucionarios bigotudos con los que se encamaba. Pero con el paso de los meses, y como quiera que no encontraban a la Cholita Garrigosa por ninguna parte, que siempre se les escapaba, Antas Nekermann descubrió que le encantaba estar de parte de los que ganan.
Es una sensación difícil de describir para quien hace de su oposición al sistema, a los valores, al poder establecido, su modo de vida. De repente, descubrir que el que manda tiene razón, que esa razón se puede imponer por las bravas con total impunidad. La impunidad. La impunidad de saber que lo que haces no tiene contrapartidas. Que mato, robo, estafo, hago daño, y no pasa absolutamente nada. Que el que manda tiene razón, que está todo bien, que se joda el que no esté de acuerdo. Que no levante la voz. Que se calle. Que se calle.
Antas Nekermann se lanzó como una fiera por el norte mexicano buscando elementos revolucionarios. Pero la Revolución Mexicana avanzaba, y el curso de los acontecimientos era contrario a los nuevos principios que Nekermann había abrazado. Sin embargo, como todo el mundo sabe, la Revolución termina con un si pero no. Y ahí estaban Nekermann e Ibañeta. De perseguidores de subversivos, a nuevas autoridades de la revolución con Obregón. Qué cosas. Y qué. Antas Nekermann, se había mostrado como un gran conocedor de la mentalidad del subversivo, y sabía qué debilidades tenía, qué pensaba, cuáles podían ser sus fallos. Porque eran los suyos.
Ya había conseguido olvidar a Cholita Garrigosa, ya había terminado la Revolución y la misma Revolución le nombraba Inspector de la Seguridad Estatal, para la vigilancia de quien se descarriase demasiado. Se había convertido en un perseguidor de los suyos. Le daba igual. Todo.
Hasta que un día, en un baile ofrecido por una autoridad local en un pueblo de ese norte que ya había hecho suyo, se presentó la Cholita Garrigosa del brazo de un ricachón de los contornos y Antas Nekermann se sintió otra vez desengañado. Quería que Cholita hubiera huido por demasiado revolucionaria, que se hubiera vencido, y no. La encontraba ahora en su mismo bando. Había renunciado a su vida de tuerto desgraciado por el triunfo, por sentirse ganador, y de nada le servía.
Sacó un revolver y lo apuntó al corazón de la Cholita. Pero falló y mató al ricachón. Infortunio.

jueves, 25 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XVIII

Nezahualcoyotl. No tiene nada que ver con lo que estamos contando, pero me ha venido a la cabeza ahora mismo. Nezahualcoyotl. En fin. ¿A los escritores les pasará esto? ¿Les ocurrirá que si escriben algo triste, su vida se va tornando triste? ¿Si se meten mucho en el papel de un personaje al que le ocurren tremendas desgracias, su vida se convierte también en una sucesión de penas y ojos lagrimosos? Si. Ojos lagrimosos. Ojos que no dejan de llorar. Ojos escocidos, irritados, ojos que pican, que pican, que pican, que no dejan de llorar. Ojos pitarrosos. Ojos muy rojos. Dios.
¿A Paul Auster le ocurrirá esto? Paul Auster escribiendo sobre escritores que escriben cosas que finalmente son las cosas que le pasan a ellos mismos y que en realidad uno cree que el pasan a Paul Auster. ¿Paul Auster es como sus personajes?
Antas Nekermann se encuentra con el hijo del soldado de Maximiliano y se aloja en su pequeño palacio. Una casa grande, limpia, con dos o tres personas al cuidado de la misma, con unas tierras en el entorno dedicadas a criar cosas, animales, plantas, yo lo considero un palacio. El hijo del soldado de Maximiliano se llama Antas Kiss. Como quiera que su madre, mexicana, se llamaba Magdalenita Grande, el bueno de Antas Kiss, castellanizó su nombre para pasar a ser Antonio Besograndre. Y su casa, palacio, rancho, se llamó Casa Besogrande.
En Casa Besogrande Antas Nekermann conoció los primeros momentos de felicidad en años. En muchos años. Antas Kiss era un hombre curioso y le gustaba preguntar a Nekermann sobre su vida, que consideraba fascinante, por mucho que el propio Nekermann no quisiera más que olvidarla. Qué cosas, lo que a unos les parece un tormento sin cuento, a otros les interesa. Claro, si no fuera de esa manera, los libros, películas, obras de teatro, basadas en la desgracia ajena, no tendrían ninguna salida y sólo veríamos a gente ganando, yendo bien, etc. A Kiss le gustaba escuchar los relatos de Nekermann, sobre todo los que tenían que ver con la vida en Europa. Hablaban en húngaro, comían bien, bebían a gusto, no tenían nada que hacer. Bueno, Antas Kiss, si. Que tenía una familia que mantener y de vez en cuando se tenía que ocupar del latifundio. Una historia curiosa la de Antas Kis, Antonio Besogrande, pero más curiosa todavía es la historia de su mujer Rosa Carajales, conocida en los contornos como Rosa 'la furiosa'. Una historia de esas que gustan en Hollywood de mujer con cananas y sombrero mexicano por detrás. Pero eso todavía está por venir. La Revolución mexicana. Con ejércitos de Pancho Villa, con Zapatas, Carranzas, Obregones, Huertas y Rangers norteamericanos poniendo orden. En fin. Esa es otra historia.
Cuando todo eso llegue, que no falta mucho para que lleguemos, Antas Nekermann ya ha partido del palacio de Antas Kiss, Antonio Besogrande, y se ha ido al norte otra vez, a la frontera, engatusado por una de las amigas de la casa. Cholita Garrigosa, que era hija de catalanes y que tenía otro rancho junto al de los Kiss, se encariñó con Nekermann y comenzó nuevamente a llenarle la cabeza con revueltas, revoluciones, bandidos, historias de frontera. Nekermann pensó que nada tenía que perder y cuando ella le propuso viajar al norte para unirse a una de las primeras formaciones que auguraban la Revolución, el húngaro tuerto no se lo pensó.
Llegar a Chihuahua y enamorarse la Cholita de un bandido bigotudo local, fue todo uno. Y Antas Nekermann tuvo que empuñar las armas, esta vez por despecho.

martes, 23 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XVII

Si consultamos en Wikipedia información sobre los magiares, sobre el idioma húngaro, sobre el origen del pueblo magiar y la protohistoria del reino de los húngaros, veremos que hablan de cosas muy interesantes, a veces muy fantásticas, y casi ninguna certeza. No hay nada seguro. Pero no hay que ir a la Wikipedia. Hay que consultar otros medios mucho más fiables. Por ejemplo la Enciclopedia Larousse. No la he consultado todavía, pero sé que tarde o temprano tendré que hacerlo.
En mi casa teníamos la Enciclopedia Larousse y la seguimos teniendo. Tengo predilección por el tomo en el que se incluye la letra K. No va por letras, si no por nombres, y hay un tomo en el que la letra K, algo de la H y algo de la I, salen. Nombres curiosos, lugares remotos, personajes fascinantes. Siempre que abro el tomo de la Larousse al ir al cuarto de baño, casualmente se abre por la página en la que se encuentra la nota sobre Kamenev. Ahora no recuerdo bien los detalles sobre la vida de Kamenev, porque abro por esa página, y rápidamente cambio a otra, ya que la vida de Kamenev 'ya me la sé'. Y no me la sé. Creo que muere en los años 30 pero no sé si víctima de las purgas o por causas naturales. No lo voy a mirar.
Antas Nekermann está convencido de que hizo mal yéndose de su tierra. Antas Nekermann está a miles de kilómetros de Budapest, pero sólo tiene en su cabeza Budapest. Sólo tiene recuerdos de Budapest, sólo sabe pensar en húngaro, solo recuerda viejas canciones magiares, tiene en su boca aún el sabor de los platos que comía en las tabernas para estudiantes de Budapest, las caras de sus amigos, las de sus enemigos, las de quienes le traicionaron.
Antas Nekermann no está en Veracruz. Ya no está allí. Físicamente se encuentra un poco más al sur, decidió salir de Veracruz sin rumbo, a la aventura, con la intención de perderse, de que algo le ocurriera, de que todo terminase en un camino, a manos de cualquiera que quisiera quitarle sus pocas pertenencias, alguien con ganas de hacerle daño. Daba igual, ya estaba todo visto y hecho. No había esperanza. Físicamente no estaba en Veracruz, estaba algo más al sur. La cabeza la tenía puesta en sus recuerdos de Budapest.
Así, durante los primeros años del siglo XX, vagó por los caminos mexicanos un personaje que algunos dieron en llamar 'el gitano', ya que Antas Nekermann durante aquellos infaustos días presentaba un aspecto deplorable, con lacias melenas, bigote espeso y caído y así como llegaba a la plaza de cualquier pueblo, simulaba llevar un violín y haciendo un 'violín de aire', interpretaba cantando algunas piezas del repertorio que había escuchado durante sus años de juventud en su Hungría natal.
Fueron dos años los que sólo el cielo sabe cómo pudo sobrevivir el pobre Antas Nekermann, con su violín ficticio, su facha lamentable, y su cada vez más distraída mente. La vida nos va empujando hacia el fondo del pozo si no somos capaces de aprender a salir de él de alguna manera, y mucho más si no tenemos a nadie que nos eche una mano. Al cabo de esos dos años, en una de sus actuaciones lamentables en el pequeño pueblo de Santiago Tlazoyaltepec (cuna de Crisanta María de Turrón), Antas Nekermann tuvo un golpe de suerte. Un hijo de un soldado húngaro de Maximiliano, que había comprado tierras y se había asentado en aquella zona oaxaqueña, supo entender sus cantos y se acercó a preguntarle. Lo hizo, se entendieron, se lo llevó a su casa, lo presentó a sus familiares. Antas Nekermann comenzaba una nueva vida.

jueves, 18 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XVI

Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, ayúdame por favor. Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, escucha mis ruegos. Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, hazme llegar de alguna manera tus bendiciones. Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, en definitiva, sácame de aquí. Me llamo Antas Nekermann y soy invisible.
Me llamo Antas Nekermann y nací en Budapest. Te cuento mi vida pero no te la voy a contar porque tú sabes cual es mi vida, porque mi vida no tiene misterios para ti. Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, por favor, atiende a mi petición. Nací en Budapest y no levanto cabeza desde entonces. Ya hace tres años que llegué a Veracruz con la promesa de un porvenir distinto. Ya hace tres años que puse un pie en este país que me pareció tan maravilloso cuando desembarqué. Qué distinto de Nueva York. Qué colorido, qué animación, todo era tan diferente. Todo iba más despacio, todo era más calmado, mis nervios, mis ansiedades, podrían desaparecer, podría vivir la vida de otra manera, más sencilla, sin tribulaciones, sin percances. Quería vivir tranquilo aquí. No sabía qué, ni cómo hacerlo, pero quería vivir tranquilo.
Entonces me percaté de que al desembarcar la gente pasaba a mi lado sin mirarme, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan. Y no soy, por mi aspecto, una persona que pase desapercibida. Poco o mucho, soy rubio o güero como dicen aquí. Tengo un ojo nada más. Y la vida me ha regalado un físico lamentable. Estoy mal. Y quien más quién menos se gira al verme. Pero desde el primer día, nadie en Veracruz me preguntó ni me dijo nada. Fui a una pensión, encontré habitación, allí me hospedo desde entonces. Se paga muy poco, se recibe menos. Salgo a la calle, intento encontrar trabajo, pero el mundo me ha dado la espalda.
Nadie me ve. Busco trabajo, presento mis estudios, he aprendido a hablar español, puedo manejarme, dar clases de alemán, de historia, de lengua, de literatura, de lo que sea. Nadie me quiere ver. Nadie se interesa por mi, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan.
Busco amigos, quiero estar con gente. Y cuando acudo a las tabernas y las fondas de Veracruz nadie me hace caso. Nadie se acerca a mí, si entro en las conversaciones, todo el mundo hace ver que no me escucha, que no atiende a mis opiniones, a veces extemporáneas, otras muy meditadas, da lo mismo. No estoy.
¿Qué ocurre Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan? Han pasado tres años y estoy como vine. No me muero de hambre porque la señorita Doña Melinte, me tiene como mozo en la pensión y con eso puedo ganarme algo de sustento. Pero estoy muy triste, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan. No puedo vivir así. No puedo dejar de pensar en quién era yo allá en Budapest, en los sueños que tuve, en lo que pensé que podría hacer por mis congéneres, en todo lo que yo pensaba que yo era. Ese es mi problema queridísima Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan. Yo no soy consciente de que no soy lo que yo soy, y cuando lo soy me hundo, ay, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan.
Y eso está muy bien, queridita Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, pero de ahí a que no me vea nadie. Digo yo que algo más sucederá que se me escapa, o que la gente huye de quien no proyecta. No lo sé. Sea como sea, ya me cansé, y no quisiera que la señorita Doña Melinte piense que puede conmigo hacer algo que me haría mal. Porque, si, amadita Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan, yo noto que la señorita Doña Melinte es la única que me mira con esos ojos que mira la gente y que hace ya tiempo que yo no sentía esas miradas.
Sea como sea, sáqueme de aquí, Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan.

miércoles, 17 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XV

Pasaban los días y Antas Nekermann no salía de su agujero. Dormía en la propia lavandería en la que trabajaba el italianorro. Ayudaba de vez en cuando a hacer tareas meramente físicas en la lavandería, nada intelectual, nada de intentar organizar la empresa desde parámetros de eficiencia, quedándose con las rutinas y luego implementando soluciones. En absoluto. Coge ese bolsón y llévalo ahí, anda. Eso y poco más. Porque seguía llorando como una malva. Con una cara que daba pena decirle nada.Así aguantó un mes. Hasta que un día, el dueño de la lavandería, un personaje que aparecía muy, pero que muy de vez en cuando por el establecimiento, el señor Rommelsteimmer, le llamó aparte. El señor Rommelsteimmer tenía otros negocios, una frutería en Queens, una pescadería en Brooklin y una frutería más en Queens. Si. Dos fruterías en Queens.
Esto fue lo que le dijo el señor Rommelsteimmer a Antas Nekermann, en un alemán patillero, claro, porque el señor Rommelsteimmer procedía de...¡ zarzaparrilla! ¡He perdido el papel donde lo ponía! Bueno. Es igual. Esto fue lo que le dijo:
'Amigo mío Antas Nekermann de Budapest. Quiero decirte amigo mío de Budapest que tu eres la persona más extraña que jamás vi nunca en mis muchos años de vida no sólo aquí en Nueva York, gran ciudad que tu no conoces, si no también en mi vida en Europa. En Europa yo conocí muchas cosas, tampoco demasiadas. Tengo una lista en casa, una libreta donde anoto las cosas que yo vi en Europa. Muchas cosas yo vi allá. Ahora no te quiero decir qué cosas yo vi en Europa, tampoco quiero decirte cosas amigo mío Antas Nekermann de Budapest de aquí, porque tú aquí ya no vas a ver nada. Amigo mío Antas Nekermann de Budapest eres persona que vive triste. No sabré qué te pasó en Europa y no sé si tu me lo quieres contar a mí o al pobre Peppone que quiere ser amigo tuyo y tú no le entiendes amigo mío Antas Nekermann de Budapest. Amigo mío Antas Nekermann de Budapest yo ahora te enseño un billete de barco que no te llevará de nuevo a Budapest ni a Europa amigo mío de Budapest. Yo quiero que te vayas a Veracruz, amigo mío de Budapest Antas Nekermann. Me parece que eres persona que vive instalada en un fracaso contínuo y constante. Amigo mío Antas Nekermann de Budapest yo te quiero decir que Nueva York es tierra de oportunidades, de negocios, de gente con ganas de emprender, de actividad y perspectiva comercial, de muchas cosas por inventar y ninguna traba por parte de Estado que te pise. Yo quiero decirte amigo mío Antas Nekermann de Budapest que tú aquí no tienes sitio y me parece asombroso, si. Si. Mira Peppone que vino aquí pequeñito y debilucho y conoció gente que no prosperó y él ahora será mi sucesor pero él no lo sabe y le daré pequeña lavandería porque la gente le quiere y confía en Peppone. Todo el mundo si quiere progresa en Nueva York. Yo tenía pequeño capital si, traído de Europa, si. Si. Es cierto. No vine pobre, pero aquí podría haber sido pobre aún más. Y no pasó. Yo quise y lo hice. Tú no eres para Nueva York. Y no vas a hacer nada aquí. Nunca. Tú morir en Nueva York mañana si nosotros dejar en la calle. Tú mejor vivir en otro lugar. Tú soñar si querer. Tú proyectar un futuro mejor si querer. Tú eres muy bueno y también buena persona, amigo mío Antas Nekermann de Budapest. Vete a México y conoce chica y cásate. Aquí no conocerás nada. No eres para tierra de oportunidades y prosperidad. Tierra de valientes aquí y tú no eres. Tú no merecer Nueva York, amigo mío Antas Nekermann de Budapest.'
Y al día siguiente, con una maleta con ropa comprada por Peppone el italianazo para él y el billete en el bolsillo, se embarcó hacia Veracruz deshecho en un mar de lágrimas, nuestro amigo Antas Nekermann de Budapest.


martes, 16 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XIV

Yo hay muchas cosas que no me explico. No me las explico, la mayoría de las veces por que no tengo las herramientas de comprensión necesarias. No me las explico, pero no porque sean increíbles, fantásticas, fuera de la realidad, sino más bien porque soy demasiado simple para entenderlas. Si yo fuera como vosotros. Ay. Si yo pudiera entender. Si en mi cabeza, en mi triste y gorda cabeza, pudieran entrar los conceptos, las imágenes, los procesos que llevan a que algo que yo no entiendo pasase a ser ciertamente comprensible. Si pudiera dejar de utilizar adverbios y palabras acabadas en -mente. Si yo pudiera comportarme ante la existencia como una persona común, capaz de entender y de saber luego plasmar en la existencia real lo que he aprendido. Ay. Si yo pudiera, por ejemplo, viajar a Nueva York y pasear por Coney Island y entender que no estoy paseando por un sitio cualquiera, que Nueva York no es cualquier cosa. Que en Nueva York todo se cuece, que lo que ocurre en Nueva York es lo que ocurre, lo que pasa, y lo que me pasa a mí aquí no tiene ninguna importancia. Que los que no viven en Nueva York en realidad no existen. Que en Coney Island la gente se lo pasa de verdad bien, bien, muy bien. Y que nosotros, en el resto del universo, en realidad no sabemos lo que es pasárselo bien. En Nueva York todo tiene importancia, porque es importante. Un cartel de refrescos, la señal de tráfico, un señor bebiendo un café en una terraza, el puesto de perritos calientes, una señora con bolsas de la basura, una indigente, una indigente de Nueva York. La lavandería con carteles de principios de siglo, a la que va la gente a lavar la ropa, y se sientan y leen revistas, o libros, mientras esperan a que se haga la colada. La lavandería con carteles de principios de siglo. De cualquier siglo. Pero es un siglo que ha pasado en Nueva York. Que se ha vivido de una manera diferente. Se ha vivido de la manera en la que se deben vivir las cosas. En Budapest no vivían así. De otra manera. Y no caeré en el tópico de decir que no es mejor o peor. Es peor. En Budapest las cosas son peores. En Barcelona las cosas son peores. En París, en el mismo París, las cosas son sensiblemente peores. Las vivencias, las experiencias, un buen filete poco hecho, la mejor pizzería de la ciudad, las señales pintadas en el suelo, un montón de gente saliendo de edificios muy altos que miran el reloj porque tienen prisa, un ejecutivo que bebe un café en la calle en un vaso de plástico.
Qué contraste tan de Nueva York. Un ejecutivo que bebe un café en un vaso de plástico en la calle. En mangas de camisa, con la corbata, buen corte de pelo, dinámico, dinámico, rápido, es Nueva York.
Antas Nekermann se preguntaba unas cosas mucho menos así. Porque en aquel momento de su vida Antas Nekermann no estaba con la cabeza para estas historias. ¿Qué hacer? Es un libro de Lenin, creo. Qué hacer. Qué se puede hacer cuando estás perdido en una gran ciudad, te lo han quitado todo, estás sentado en una lanvadería de Nueva York, no conoces el idioma, vas a llorar.
Llorar. Antas Nekermann no sale de un bucle en el que quiere llorar. Llorar. Llorar y llorar. Porque se encuentra perdido.
Seamos claros. Yo también estoy perdido. Hay cosas que no entiendo. Que no sé explicar. ¿Cómo una persona como Antas Nekermann, que se encuentra en un estado tan lamentable, puede pasar el siguiente tramo de su vida despachando bebidas refrescantes en un pequeño pueblo de la costa caribeña mexicana? ¿De qué manera? ¿Porqué algo puede ser uno y trino y yo no puedo entender estas cosas? ¿Porqué en Coney Island la gente va a un parque de atracciones y a mi me parece que es todo como muy triste? ¿Porqué?

lunes, 15 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XIII

Antas Nekermann encuentra a la vuelta de la esquina lo que tú y yo nunca encontraremos justo detrás de esa esquina. Esa esquina ya no existe. Tú y yo ya no iremos nunca por esas calles de Nueva York, porque las han tirado y ahora hay otras calles. Unas calles que ahora mismo parecen tan antiguas que uno podría imaginarse que han estado allí siempre. Y no es así. Antas Nekermann dobla la esquina y se encuentra con un hombre muy corpulento. Un hombrón. Y este hombrón no le hace caso, pero Antas Nekermann le nota algo familiar. Sin duda es un error, porque el hombrón no tiene nada que ver con Antas Nekermann, no es de su país, no le conoce de su vida anterior, pero algo ve Nekermann en él que le resulta conocido.
Se gira y le llama. 'Oiga, oiga'. Le habla en húngaro. Todavía no sabe inglés. Le habla en alemán. Tampoco responde. El gigantón es un inmigrante como él, un italiano que ha llegado desde Calabria y que trabaja en una lavandería. El gigantón llegó hace tantos años que prácticamente ya no conoce el italiano. No responde cuando le hablan en otro idioma. Sabe que en su barrio hay mucha gente que viene de muchos sitios, y que si tuviera que darles conversación y prestarles atención a todos, no tendría tiempo para nada. Antas Nekermann, le toca el brazo para conseguir llamar su atención del todo.
El hombretón se gira y mira a Antas Nekermann desconfiadamente. ¿Qué quiere ese tuerto que lleva la cara marcada y tiene pinta de no tener un miserable centavo en el bolsillo? Se gira y entonces Nekermann le habla en un alemán tosco. El hombretón sigue sin entender nada. ¿tanto se diferencia el alemán mal hablado del inglés mal hablado de un italiano? No tanto.
El italianón entiende algo como 'ayuda', 'ayuda'. Y el italianón sabe que si ayuda a uno tiene que ayudar a muchos. Se hace el interesado. Le mira fingiendo interés y cuando el pobre Antas Nekermann parece querer argumentar su petición de ayuda le suelta su poderoso puño cerrado desde arriba y le pega tal golpe en la cabeza que lo deja inconsciente. Quiere irse corriendo, como si allí no hubiera pasado nada. Pero entonces ve a un niño que le ha visto pegarle a aquel pobre tipo tuerto. El niño le mira con ojos asustados y se pone a llorar.
Ah, el corazón humano. El sensible corazón de las personas que puede ser quizás el único motivo por que merece la pena que los seres humanos sigamos en pie. Ese corazón que nos empuja a cometer los actos más viles, los más nobles, los más extraños, los más... en fin. Que el italianote gigantesco, coge a Antas Nekermann como si fuera un saco y lo lleva a cuestas hasta la lavandería en la que trabaja.
Allí, lo deposita en una silla y espera a que se vaya espabilando poco a poco mientras que él comienza con su trabajo. Un trabajo que no es muy sacrificado y para el que no necesita ser necesariamente el armario que es. Atiende a los clientes y les recoge los pedidos. Los clientes están encantado son el italianón. Le tienen respeto. Poco a poco va despertando Antas Nekermann. La gente lo ha estado mirando con aprensión. Cuando despierta mira a su alrededor y se encuentra perdido, no sabe cómo ha llegado hasta allí.
Se pone a llorar. Está destrozado. No sabe dónde ir.
El italianón está tentado de darle otro golpe en la cabeza para que se calle.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XII

¿Qué probabilidad hay de encontrar en el puerto de Nueva York, a finales del siglo XIX, a un joven húngaro, siendo tú mismo también un joven húngaro? Posiblemente, pocas, pero en la literatura de ficción, estas probabilidades aumentan de una forma que puede resultar a ojos del lector quisquilloso francamente exagerada. ¿Y qué milagro hay que contemplar para que ese joven húngaro llamado Antas Nekermann se encuentre con otro joven húngaro que se llame Antas, precisamente?
Lo dicho. La invención de anécdotas, de casualidades, de giros argumentales, son recursos muy manidos que emplean los escritores para que el agua vaya a su molino, y los lectores no dejen de pasar páginas esperando encontrar sorpresas que les hagan olvidarse de su vida cotidiana. Aquí, en Hungría y en la República del Congo.
Antas Nekermann se baja del barco al llegar a Nueva York. Los trámites y papeleos nos los vamos a saltar. Deambula durante unas horas sin saber dónde ir. No sabe inglés. No lo tenía calculado. Habla alemán y pensaba que allí en Nueva York, con el alemán ya se iría apañando. Craso error. Un muchacho de su misma edad se le acerca. Viste de una forma desenfadada, informal, no envarado como un estudiante de Budapest recién bajado de un barco, ergo desembarcado. Ahí están, uno delante de otro. Antas Nekermann mira al chaval y éste le habla en un húngaro que casi no entiende, pero que le suena a gloria. Hola, me llamo Antas Karoly, aunque ya no me llamo Antas Karoly, ahora me llamo Anthony Charles. Antas Karoly se ofrece para acompañar a Antas Nekermann en sus primeras horas en Nueva York. Le dice que le puede acompañar a un lugar donde puede dormir y dejar sus cosas, y que incluso puede conseguirle un trabajo.
Antas Nekermann se fía de él. El empleo del verbo fiarse ya denota que dentro de nada a Antas Nekermann le van a dar el palo. Y se lo va a dar el propio Antas Karoly.
En realidad Antas Karoly no se llama Antas Karoly tampoco. Es un rumano de Timisoara que habla húngaro y que se llama Anton Carol. No. No lo compliquemos más. No es un rumano de Timisoara.
Es un húngaro de Debrecen que mató a su propia hermana por un asunto de una herencia cuando eran jovencísimos y tuvo que huir. Y huyó y huyó, haciéndose pasar por gitano rumano, por judío ucranio, por polaco de Lodz, hasta que llegó a Vilnus y de ahí a Londres y de ahí a los Estados Unidos.
Sea como sea, Antas Karoly lleva a Antas Nekermann por enrevesadas y oscuras calles, hasta que llegan a una pensión. Una casa de huéspedes que se encuentra en un barrio habitado por judíos polacos, rusos y húngaros. Entran en la casa y la mujer de la recepción les atiende hablándoles en inglés. Antas Nekermann no entiende nada. Antas Karoly se encarga de todo.
Suben a la habitación... y en cuanto pasan por la puerta, Karoly le da un golpe en la cabeza a Nekermann. Lo aturde, le roba, lo deja sin blanca.
¿Qué puede hacer un pobre húngaro exiliado que a las pocas horas de llegar ha sido expoliado por un compatriota? Llorar. Amargamente. Durante horas.
No sale de su habitación hasta que la ama de la casa toca a la puerta para reclamarle el siguiente pago.
Antas Nekermann lleva dos días recluido en una habitación. No entiende a la casera. Abre la puerta. Intenta hacerse entender. No tiene dinero. La mujer lo pilla al instante. Este tuerto se va a morir de hambre y a mi me da igual. Lo echa fuera de la casa.
El final de Antas Nekermann parece acecharle detrás de una esquina en Nueva York. Qué así.

martes, 9 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XI

Acodado en la barandilla de proa del barco que le llevaba hacia América, Antas Nekermann se daba cuenta de que no se encontraba bien. Analizaba lo siguiente. El cambio que se produce en la persona cuando viaja es proporcional al cambio que supone el viaje en si. Tengo la cabeza puesta en otra cosa, pero me he comprometido a contar la historia de Antas Nekermann y ahí estoy. Viajas. Cuando viajas puedes hacerlo por placer o por obligación. Si es por obligación, puede que te suponga una alteración completa de tus coordenadas vitales. Por eso, lo más normal es que durante el viaje te sientas como el mismo demonio de mal. Y eso es lo que le estaba pasando a Antas Nekermann. El viaje a América no iba a ser cualquier cosa, suponía muchos cambios. Cambios. Alteraciones. No. No había podido ser. La agente infiltrada no había consentido en acompañar a Antas Nekermann a su exilio. Normal. Y él aún se preguntaba porqué, no sabía qué había podido fallar. Es igual. Ya es tarde para lamentarse. Está en el barco y está mirando la inmensidad del mar. Se siente mal. Se encuentra mal. Desde que embarcó se ha sentido mal.
El mar. ¿Os interesa el mar? ¿Os interesan las travesías oceánicas? ¿Conocéis las partes en las que se divide un barco? ¿Os pone el olor a salitre? ¿Os ponéis tontos cuando veis a las gaviotas? ¿Os mola todo lo relacionado con la marinería? ¿Os hace gracia eso de la compartimentación de los barcos en bodegas, camarotes y todo eso? ¿Os gusta? ¿Os quedáis pajaritos imaginando las velas desplegándose, los foques, el trinquete, la mesana? ¿Todo eso?
Antas Nekermann es húngaro y jamás ha vivido una travesía marina. No podría recordar ahora los nombres de diez marinos húngaros, pero seguro que no ha habido muchos, y por pocos que hubiera, los debería conocer. Almirante. Almirante húngaro ¿Puede ser un almirante alguien que no haya visto el mar? Creo que en Bolivia tenían un ministro de la marina sin tener costa. Todo puede ser. Hungría y Bolivia.
El pasajero Antas Nekermann contempla el mar, su inmensidad, pero no le gusta lo que ve. Se encuentra realmente fatal. Ha comprado un pasaje desde Hamburgo hacia América. ¿Qué América? La del sur, la del norte, centroamérica, el Caribe, Alaska, el Yukón, la Pampa, la siempre evocativa ciudad de Montevideo, el Chaco, la noche chaqueña, la luna plateada, Guanajuato, California, las calles del Bronx, unas partiditas de Atlantic City, me aburro en Montreal, Brasil, una playa, el Nordeste, el frío, la Guayana y los mosquitos como puños, los Andes, Jujuy, Concepción, Concepción del Uruguay... ¿qué América?
Antas Nekermann ha comprado un pasaje que le lleva a América. Pero no se ha molestado en mirar el puerto al que va a arribar el barco. Tiene prevista su llegada dentro de unos días. No desesperes pequeño Zarko, tu abuelita Jovanka viene ya. No hace falta que vayas todos los días al puerto a esperarla, ella está a punto de venir. No te preocupes.
Antas Nekermann sabe que el viaje, que el cambio, que el exilio no le va a sentar bien. Se marea, vomita, se siente indispuesto. Tiene algo de dinero para poder comer, pero lo que come no le sienta bien. Tiene tiempo para pensar. Presagio. Algo no va a salir bien. Antas Nekermann ya no sabe cómo colocarse en la barandilla. Piensa en saltar. No saltará.

lunes, 8 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo X

Me gustaría, mientras te acompaño, explicarte que debo partir. Debo marcharme a otro país porque aquí ya no puedo estar. Debo experimentar el desgarro del abandono, de verme alejado de los míos, de no volverte a ver nunca más. ¿Vas a entrar a esta tienda? Entra. Te espero fuera. ¿Puedo entrar contigo? Entro y te explico si quieres un poco el asunto. Mi pariente lejano el señor Erötelji ha muerto. Prácticamente puedo decir que me lo he cargado yo. No, me gusta más el verde. ¿El verde no le gusta a nadie? Pues a mi me gusta el verde, no sé. Mira, yo mismo llevo unos pantalones verdes. No los ves verdes. ¿Que no son verdes mis pantalones? Si, si que son verdes. Pues eso, que me tengo que ir. Que aquí me veo sin recursos, perseguido, fuera de lugar. No tengo amigos y todo lo que me rodea son problemas. Y nada de lo que hago parece llevar a ningún sitio. Ay, si yo pudiera ir a algún lugar en el que mis ideas, mis aspiraciones, todo lo que yo tengo que dar, fuera apreciado. Ay, si en algún lugar pudiera ser feliz. Ay, si en cualquier sitio en el que quisiera reposar mi mente pudiera ser yo consolado. Ay... no, no quiero nada, vengo acompañando a esta señorita. No, no voy a comprar nada. Estoy esperando a la señorita que acaba de probarse una cosa y ahora mismo salgo. ¿Molesto? Perdón, perdón, la espero en silencio entonces no pasa nada. No, no pasa nada de verdad, ya entiendo que hay clientes que pueden molestarse.
Creo, ahora que ya veo que te vas a quedar con el sombrero con un velo, que voy a intentar rehacer mi vida en Londres. Sé, por otros estudiantes, que hay una colonia de refugiados en Londres y allí podré mitigar mi añoranza por mi tierra en compañía de otros como yo. Qué bien estaré allí, recordando y recordándote, porque ahora que el final de mis días en la patria húngara se acerca, creo que es el momento de decirte que siento algo por ti. Te amo. Te ríes. Te ríes. No has de reírte, porque te amo. Si no me quieres dímelo, pero no te rías. Por favor. No. Reírte no, por favor. Entremos en este café. Explícame porqué te ríes tanto.
¿Cómo?
¿Cómo?
¡Que eres una agente de la policía y no me he enterado de nada! ¡Que eres una firme defensora del orden establecido! ¡Que gracias a mis indicaciones habéis conseguido detener y tener controlada a toda la población subversiva universitaria húngara!
¡No! No me lo creo... no es posible. No es verdad. Lo dices para que tu negativa me sea menos dolorosa. Lo dices para que me olvide de ti. Para que te odie. Lo dices para hacerme daño. Ah, me he quemado la lengua con el café. Ah. Ah. Me he quemado. Me he quemado. Ah. Ay. Ah. No te rías que me duele mucho de verdad. ¿Porqué me dices que eres una agente infiltrada? No me digas esas cosas, no vas a conseguir que te odie. ¿Porqué no te vienes conmigo a Londres? Si, vente. Vente conmigo a Londres. Vente. Si. Vente. Ay la lengua. Ay. Vente conmigo a Londres. Por favor. Vente. Vente conmigo. Que si. Vente conmigo. A Londres. Los dos.
¿Eres policía de verdad? ¿El camarero también trabaja para la policía? ¿Aquella señora tan enjoyada es también policía? ¿Yo soy policía?
Me estoy volviendo loco. Déjame. Déjame, por favor. No sé qué me pasa. Déjame. No, no es el café. Déjame. Ahora no quiero hablar.

jueves, 4 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo IX

Esta narración sobre Antas Nekermann y cómo para muchos supone un ejemplo, un símbolo de la desgracia del ser europeo, entra en un periodo que podríamos llamar nebuloso. Comenzamos con Antas Nekermann entablando una bonita relación de diálogos en torno a unos platos de goulasch, con una muchacha que se acerca a él, interesada por su aspecto huraño. El típico momento en el que alguien que se cree que ha vivido mucho, se deja impresionar por quien parece que se ha quedado a su vez impresionada con él. Es cuando te crees que tienes algo que contar. Que tienes algo que decirle y enseñarle a alguien. Antas Nekermann cuenta su historia, su infortunio, las muertes, los accidentes, los amores fracasados. Es joven, todavía es demasiado joven, pero él cree que ya ha vivido muchas cosas. Qué cosas. La chica, no es especialmente guapa ni fea, quizás el aire de la Rusia gélida en el que vivirá décadas más tarde la embellecerá de alguna manera que a nosotros se nos escapa, pero entonces, mientras habla con Antas Nekermann, todavía no es una mujer llamativa. No debe serlo. La policía no quiere a mujeres llamativas como infiltrados. Porque las mujeres llamativas llaman la atención. Quiere discreción, que te confíes, no lo quieren poner fácil.
Los días y los meses pasan. Y Antas Nekermann cuenta su historia, su frustración, su malestar porque él quería ser una figura gloriosa de la revolución y no le dejan, y que vaya, y que mira, y con lo que él sabe, y con la de cosas que tiene que aportar. Y dice 'quizás lo que debería hacer es dejarme de teorizar y pasar a la acción, ganarme la respetabilidad, lo que debería hacer es hacer'. Eso es.
Ya lo tiene claro. Y mientras, su amiga, su confidente, es a su vez confidente de la policía. Nuestra traidora, la pérfida infiltrada, va a hablar con el responsable de los grupos infiltrados, que se llama Antas Klauser, y le chiva todo lo que va a hacer Antas Nekermann. Que si va a poner una bomba en el palacio imperial, que si va a conseguir una pistola y va a matar a un alto funcionario, que si va a subirse a un balcón y va a proclamar la independencia, la república y lo que haga falta. Y así va enumerando todas las tropelías que piensa cometer Nekermann. Antas Klauser dice que deje hacer. Que les conviene que haya alguien que haga el tonto para que ellos luego intervengan a troche y moche.
- Pero..
- Pero nada.
Antas Nekermann finalmente elige la opción de la bomba. La considera la más explosiva.
Y en este momento quisiera detenerme un instante para analizar los pros y los contras de utilizar un lenguaje que busque hacer gracia. La risa. El chiste. Decir las cosas con doble sentido, con la intención de que además de eso, diga lo otro, y qué bien. Y jiji. Y jaja. Y son cosas que uno no puede evitar.
Como Antas Nekermann no pudo evitar que mientras probaba e intentaba construir una bomba en su propio cuarto, la sirvienta de los Erötelji, la casa donde él vivía aún, entrase en el habitáculo y toquetease y curiosease y llamase a gritos al señor Erötelji para que viese qué listo era su pariente que qué inventos hacía tan complicados. Y el señor Erötelji llama a parte a su pariente Antas Nekermann y le dice que qué hace, que se está jugando la juventud. Y que se busque otras ocupaciones, que al final se va a hacer daño.
¿Es el goulash un plato de invierno? Debe serlo. Nuestra pérfida infiltrada seguirá infiltrándose. Nuestro Antas Nekermann verá nuevamente frustradas sus ansias de hacer algo. Y el señor Erötelji fallece pocos días después del rapapolvo, de un ataque debido a los nervios y el susto.
Si es que no puede ser. Antas Nekermann, quedas de nuevo a la intemperie.

miércoles, 3 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo VIII

En un invierno que no fue excesivamente duro, mientras veía un partido de fútbol en el que jugaban unas leyendas del balón contra otras leyendas del mismo balón, con motivo de la llegada de las fiestas navideñas, recordé unas palabras del mítico pensador magiar Antas Maryassi, en las que venía a decir que 'las desgracias nunca vienen solas'. El rato que tenemos lo vamos a aprovechar de la siguiente manera. Yo les cuento una cosa y ustedes hacen como que están a lo suyo, pero me van prestando atención que lo que tengo que decirles es importante.
Antas Nekermann no soy yo. Muchos de ustedes estarán todavía dándole vueltas a la cabeza a todo lo que hemos comentado estos días. Les habrá llamado la atención sobremanera que según que experiencias de un personaje histórico, que a todas luces parece inventado, concuerden de una manera tan viva con lo que podría ser la vida de cualquiera de ustedes, de mi vida misma. Pues no. Yo no soy Antas Nekermann. Eso que quede claro. Lo voy repitiendo de vez en cuando para no llamarnos a equívocos. El fútbol a mediados de los años sesenta en Hungría ya no era lo que había sido. Puskas, Kubala, Koczis, Czibor, ya no estaban allí. Pero su recuerdo perduraba en todos los que seguían dándole al balón. Y sigue en nuestros días siendo el pesado baldón que nunca se quitan de encima. Nunca serán como ellos. Nunca llegarán a aquel nivel de excelencia. Jamás.
Antas Nekermann recupera poco a poco el pulso de la vida gracias a que le entra el virus del combate. Su aspecto se va endureciendo con el paso del tiempo y ya no es un muchacho flojón con un ojo de menos y una dificultad perenne para respirar. Ya no. Ahora es un tipo que tiene en el fondo de sus ojos una pena muy pena. Antas Nekermann se involucra de lleno en la lucha contra el opresor austriaco. Contra el opresor húngaro que colabora con el austriaco. Contra el opresor que colabora contra otro opresor. Contra la opresión. Contra el opresor. Escribe un panfleto para un llamado 'Ateneo Estudiantil', en el que habla de que el pueblo debe dejar sus miedos atrás y desprenderse de ataduras, huir, alejarse de lo que se espera de él, salir, correr, cantar, gritar, luchar.
Antas Nekermann se enemista profundamente con un compañero de lucha. Antas Andrassy. Yo no conozco a Antas Andrassy pero las descripciones que nos llegan de él son suficiente para entender la animadversión que una persona sensible como Antas Nekermann puede llegar a tener sobre él. Antas Andrassy es un poco mayor que Antas Nekermann. En una reunión, Antas Andrassy arroja la sospecha sobre Nekermann de que nunca ha sido detenido, como el resto de compañeros. Lo empiezan a mirar como a un infiltrado. Nekermann es progresivamente apartado de las reuniones y deliberaciones.
Completamente ofuscado por el comportamiento del grupo al que pertenece, se va dejando caer por las tabernas y encuentra allí a una mujer que le cautiva de nuevo. Qué vida esta. Siempre el muchacho cae cautivado por la mujer. Ella, la mala, la que juega con él. Siempre. Qué cosas. Qué narración tan previsible.
Ya pueden seguir con lo suyo.

martes, 2 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo VII

Flora estaba destinada a pasar por la vida de Antas Nekermann como un suspiro. Como algo que pudo haber sido y que no fue. Sin embargo, porque las personas somos así y hoy estamos en esto y mañana se nos gira y vamos hacia aquello otro y somos capaces de jurar y perjurar que no hemos cambiado un ápice nuestro planteamiento inicial, de repente Antas Nekermann se vio engatusado por la propia Flora. O no. Engatusado no es la palabra. Enamorado. Flora Mandelstam, sólo por fastidiar a su padre, se fija en Antas Nekermann y le propone relaciones. Vamos, que empiezan con un periodo de cortejo y ante la firme oposición de su padre de ella, Flora Mandelstam se lía la manta a la cabeza y le propone a Antas Nekermann huir. Reproducimos el diálogo porque les sonará:
- Podemos irnos tu y yo a un lugar donde no nos conozca nadie, lejos de compromisos, empezando de cero. Tú y yo...
- Sería maravilloso pero es que...
- ¿Qué pasa? ¿Es que no quieres estar conmigo? Juntos podemos contra todo...
- Ya pero...
A Antas Nekermann le da un ataque de pánico y no se atreve a fugarse con Flora. Le pide tiempo. Que está en plenos exámenes y que esto y lo otro. Que cuando acabe el curso podrán irse si quiere, a conocer Europa, como dos vagabundos. Flora Mandelstam manda a tomar viento a Antas Nekermann. Tiempo después, encontraremos a Flora Mandelstam viviendo en Nueva York, casada con un rabino y abjurando de sus pasados anhelos de libertad. ¿Y Antas Nekermann? Triste como una tristeza grande. Porque claro. A ver. Que una cosa es quererse y otra cosa es lanzarse por un precipicio de incertidumbres, sólo porque es una manifestación de un amor pleno. No. O si.
Porque a ver. Si te dicen, vamos, y tú dices, oye, que no se trata de ir, se trata de... pero claro, dudas. Y dices, tendría que ir. Porque si no voy, parece que es que no la quiero. Y Antas Nekermann le da vueltas y mil vueltas a toda la situación. Y no va ni para detrás ni para delante. Un poco como este relato.
Y como una cosa no quita la otra, se va al Lago Balatón a despejarse una vez que han acabado los exámenes. Y pasea por parajes de gran belleza y sosiego. Y se da unos hinchones de llorar que para qué. Porque las personas tienen sentimientos y Antas Nekermann es una magdalena. Llorando con un sólo ojo. Pero magdalena. Magdalena tuerta. Pero magdalena al final. Y llora porque se acuerda de Flora. De su pelo negro. De sus ojos... ¿cómo tenía los ojos Flora?
Un día, Antas Nekermann se da cuenta de que no tenía ni idea del color de los ojos de Flora. Eran ojos negros. Si que se acuerda. No eran negros totalmente. ¿Eran los ojos de Flora negros o está idealizando los ojos de Flora? A orillas del lago Balatón, Antas Nekermann decide regresar a Budapest. Pudiendo habérsele ocurrido un sin fin de cosas, simplemente se le ocurre regresar. Debe seguir estudiando.
En el tren que le lleva de regreso, coincide con otro estudiante. Antas Szocs es un joven aguerrido que quiere emancipar a Hungría del yugo austriaco y formar una patria de los trabajadores húngaros hermanada con todas las naciones trabajadoras del universo. Bien. Antas Nekermann decide apostar por ese nuevo amor. Recordará a Flora combatiendo contra el opresor. Ahora sí.

lunes, 1 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo VI

Huyamos de convencionalismos y toquemos el violín. Agárrame del talle, guíame tú que yo no sé bailar y llévame al ritmo de la música, que los ángeles están tocando el violín y dan ganas de seguir el ritmo. El vals no tiene por qué ser siempre vienés. A veces dan ganas de que no sea un vals. Tú que sabes tanto ¿no sabes qué es esto que suena? Debe ser un vals. Me gusta. No te cortes. Dame el violín a ver si yo sé tocarlo también. No debe ser tan difícil. La gente toca el violín casi sin enterarse, déjame probar. Cómo se coge. Dame el violín. A ver. Ahora ya no quiero bailar. Ahora quiero tocar el violín. Quiero hacer lo que me venga en gana. Si. Dame el violín, que seguro que sé tocarlo. No me lo vas a dar. Tampoco quieres bailar conmigo. Quieres que siga con la historia de Antas Nekermann. Quieres que te cuente qué pasó y porqué llevamos tanto tiempo hablando de un señor húngaro. Dame el violín un rato y yo te cuento lo que tú quieras. No. No es eso. No, de verdad, dámelo un momento. Si no quieres dármelo al menos toca tú un rato, que tú sabes.
No quieres. Pues nada. Antas Nekermann mira por una ventana lo que ocurre en la calle. La gente va y viene y él tiene una pena dentro muy grande. Lo que tiene es lo que le pasa a la gente que se enamora y no sabe qué hacer. Flora Mandelstam es una chica que ha conocido porque es la hermana de un compañero de la Universidad, Samuel Mandelstam. El padre de ambos comercia con vinos. Es un dato que no interesa. Me gustaría que mientras te cuento estas cosas tocases un poco el violín. Para hacerme el relato más entretenido. Seguro que no queda mal. Toca algo triste, si sabes. Antas mira por la ventana porque no sabe qué tiene. Flora ha aparecido un día en la Universidad buscando a Samuel. Antas se ha presentado y desde ese día no puede dejar de pensar en esa muchacha de ojos negros que ha llegado y rápidamente se ha escondido de su presencia. Borra eso. Mejor pon que la muchacha de ojos negros, ha llegado, ha preguntado por Samuel y cuando Antas ha querido conversar con ella, ésta se ha ido corriendo. Demasiado para el cuerpo. ¿Lo que estás tocando ahora es de alguien o lo estás improvisando tú? Los ángeles están tocando el violín. En la cabeza de Antas Nekermann está sonando el violín también. Muchos violines, pero la música es triste. Toca tú algo triste también. Flora Mandelstam es algo mayor que Samuel. No va a la universidad porque su padre no quiere que ella estudie. Quiere que se case con alguien de buena familia y que le de nietos. Ella no quiere. Su padre y ella se pelean. Ella quiere ser independiente. Antas Nekermann le pregunta a Samuel por su hermana. Samuel no quiere hablar de su hermana, quiere hablar de la revolución. De sublevarse. De marcharse a otro lugar y fundar un estado en el que los suyos sean por fin tratados como personas con igualdad de derechos. Donde todo sea de todos.
Antas Nekermann no pregunta más sobre la joven Flora. Quiere hablar con ella y no sabe cómo hacerlo. ¿Ahora quieres bailar? Yo ahora no quiero bailar. Ya es tarde. Guarda el violín.

jueves, 27 de septiembre de 2012

El gran desgraciado europeo V

Antas Nekermann, por ir concretando, nace en un año que para los húngaros dice mucho. 1848. Año de insurrecciones nacionales, año en el que se tambalea el viejo orden nacido de la derrota napoleónica, año en el que la burguesía definitivamente se alza como actor determinante de la política europea y en el que empieza a fraguarse la alianza entre ese viejo orden y el orden emergente contra una amenaza fantasmagórica que patatín y patatán. Antas Nekermann escuchará durante su infancia en su casa las historias de aquellos años. Persecuciones, carreras, ejércitos entrando y saliendo, banderas, sangre, pólvora. Y su imaginación volará, pero será un vuelo corto. Todavía en el colegio, Antas Nekermann, -que podía ir al colegio porque venía de gente de pasta- jugando a las batallitas, recibe una pedrada que le vacía un ojo.
Parche en el ojo. No contento con haber perdido un ojo, está a punto de perder el otro cuando, correteando por la cocina de casa, le salta un poco de aceite de una sartén y por fortuna la gota no va al ojo bueno, si no al malo, al parche.
Antas Nekermann sufre otro percance que le trastornará durante mucho tiempo. En el colegio era el niño que corre y se cae. Ese niño. Ya lo conocen. Todos lo hemos visto. El niño que corre y se cae. El niño que siempre acaba llorando porque se ha caído. El niño que llora y su madre reconoce por el llanto que otra vez se ha caído. Antas Nekermann se cae a la edad de doce años mientras corría con sus amigos jugando a lanzarse pedradas, otra vez. No escarmentaba. Y se cae tropezando con una rama que todo el mundo pudo saltar menos él. Se cae y se da de narices contra el suelo. Su nariz se rompe. No puede respirar bien. El tortazo ha sido mayúsculo.La nariz rota, el parche en el ojo, la respiración dificultosa.
En casa deciden que no salga más a jugar. Del colegio a casa y se acabó. No quiero oír una queja. Antas Nekermann se refugia, pues, en su casa. Hasta que una terrible tuberculosis termina con la vida de su padre, de su madre y del Espíritu Santo si se hubiera puesto por delante. Se salvan su hermano Ferenc y una criada, de nombre Magdalena, que hubiera podido resistir seis invasiones rusas ella sola de lo fuerte y capaz que era. Su hermano Ferenc.
Su hermano Ferenc y Antas Nekermann se van a Budapest a vivir a casa de unos parientes y a completar su formación. Antes no vivían en Budapest. Vivían cerca de Budapest, pero no en Budapest Budapest. Ahora ya si. A partir de ahora. En este punto del relato viven en Budapest. Su hermano Ferenc y Antas Nekermann pasan a casa de los Eröteljy, que eran familia retirada suya, pero familia al fin y al cabo. Al poco de llegar a casa de los Eröteljy, su hermano Ferenc, superviviente de una tuberculosis, sin saberse cómo ni porqué, fallece en extrañas circunstancias. Unos dicen que de una pulmonía. Otros que de un mal aire. Otros que de la misma tuberculosis que no estaba bien curada. En fin. Que cae.
Antas Nekermann se queda solo en Budapest y tiene que empezar a pensar seriamente en su futuro. Los Eröteljy lo deciden por él. Trabajará en un despacho y aprenderá el oficio de pasante. ¿Sin estudiar? Sin estudiar.
Antas Nekermann está devastado. Triste. Pero ya parece que respira mejor. ¿Cómo sobrevivió a la tuberculosis Antas Nekermann? No soy médico. Apenas sé que si no me abrigo por las noches, me constipo. Eso es todo. Sólo sabemos que Antas Nekermann sobrevive. Pero a su lado muere la gente. Los Eröteljy son gente de bien. Su hijo mayor se llama Antas y hace buenas migas con el primo Antas. Anas Eröteljy toca la cítara. Se enamora de una muchacha pero como la muchacha no le quiere, entra en crisis y se tira al río. Esto es un no parar.
O cambiamos la dinámica o a ver qué hacemos.  

El gran desgraciado europeo IV


Quisiera desmentir ahora mismo que yo me inventase Budapest. Yo jamás inventé Budapest. Quizás la confusión viene de este relato extraído de la novela ‘Las penurias de Ferdinand Gauptl’, del entonces desconocido Frederich Hauptl, que nos sirvió en su momento para ilustrar qué se yo qué.

'...y en aquel tiempo Budapest era completamente diferente. Pero diferente de verdad. Para empezar, el Danubio todavía no pasaba por allí. Ahora me miras con cara de extrañeza, pero te juro que es verdad. Por entonces Budapest era una ciudad enclavada en las montañas, con una población mediana y compuesta principalmente por comerciantes que tenían en la venta de repuestos para los montañeros su medio de vida. Allí vivíamos tu madre y yo, y allí empezamos a prosperar. Montamos un negocio de cacharretes y adminículos de complemento para carromatos y carretillas, que tuvieron un éxito inmediato. De una cabañeja de nada, el negocio empezó a prosperar hasta que tuvimos que comprar la nave del viejo Kyss. Pero eso ahora no importa. El asunto que te vengo a contar estriba en que llegó un punto en el que la ciudad se convirtió básicamente en un emporio de los negocios. Budapest empezó a ser reconocida en toda Hungría. Y los principales capitostes de la misma nos reunimos un día porque vimos que las comunicaciones no eran óptimas. La ciudad no estaba bien situada. Aunque tenía posibilidades como centro comercial en las montañas, corría el riesgo de estancarse. Así que decidimos trasladarnos al llano. Y ahí que nos fuimos. Yo, como ya te habré contado alguna vez, vengo de una ciudad española, de Zaragoza, que tiene un río muy hermoso que le da sentido. Y, claro, me tira la tierra. Se me ocurrió que a Budapest le vendría muy bien un río. El sitio en el que nos ubicamos no tenía esa gracia. Pero la posibilidad de un nuevo traslado no se contempló, porque la gente estaba cansada de ir trasegando Budapest de aquí para allá. Ahora bien, todo el mundo veía que aquella ciudad, sin río, no valía nada. Una Budapest en las montañas tenía su qué, con sus nieves, sus riscos y su fauna agreste. Pero en el llano, sin río, sin montañas, sin nada, era un morirse lentamente. Los negocios, además empezaban a languidecer. Los miembros del consejo decidimos de nuevo reunirnos y considerando las posibilidades decidimos lo siguiente: montar un río. Un río grande, nada de miserias.
Y bueno, pues con tiempo, ingenieros, y vista, empezamos a tirar barreños y barreños de agua desde el mismo punto donde estaba ubicada la antigua Budapest, allá en las montañas, y que si pon un dique aquí, que si ajustame ese cauce allá, hicimos que aquel cañete de agua pasase por el mismo centro de la misma Budapest actual. Lo del nombre del río se le ocurrió a tu madre, no me preguntes porqué. Un día, el Emperador vino a la ciudad, sorprendido, porque no recordaba que hubiese una Budapest allí. Nos inventamos una historia muy cachonda sobre un Buda y un Pest y el muy tonto se lo creyó. Y entonces empezamos con los palacios...'.

Vuelvo en un segundo.