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martes, 20 de junio de 2023

Chaco


- No lo veo.

- ¿Y ahora?

- Tampoco.

- ¿Ahora?

- Ahora creo que sí.

- Y qué ves.

- Están comiendo y hablan entre ellos.

- Qué cabrones.

- Solo comen y hablan.

- Por eso. 

- ¿Y qué?

- Comen y hablan como si nada.

- Pues como nosotros.

- Nosotros no.

- Nosotros también. 

- Pero ellos son ellos. Y están ahí. 

- Pues nosotros estamos aquí.

- Pues por eso. 

jueves, 16 de diciembre de 2021

Chaco


 - ¿Y ese bigote?

- Qué...

- Pues que vaya bigote.

- Pues un bigote.

- No, no es un bigote...

- Es un bigote.

- Ya, pero que no es un bigote...

- Es un bigote.

- Venga, tío, no me jodas.

- No, no me jodas tú. ¿Qué pasa?

- Pues que ese bigote es de...

- Vete a la mierda.

- Suelta la mano. 

miércoles, 6 de marzo de 2019

Chaco

En la Guerra del Chaco:
- No camines tan deprisa.
- No voy tan deprisa.
- Sí que vas deprisa. Parece que tengas prisa en llegar.
- Es que tenemos que llegar.
- ¿A dónde quieres llegar?
- Pues allí.
- Pero porqué tienes tanta prisa en llegar allí, si sabes que nos van a matar.
- Bueno. Pues si nos matan, nos matan.
- Sí, claro.
- Pues claro.
- Pero yo no quiero que me maten.
- Pues no vengas.
- Pero tengo que ir, porque si no, me matarás tú.
- Yo no te voy a matar.
- No me fío.
- Venga.
- No puedo ir más deprisa. La hierba está muy alta, no puedo mover las piernas deprisa.
- Yo puedo.
- Tú puedes. Tú lo que quieres es que te maten. Te la bufa todo y tienes ganas de que te maten. No quieres estar aquí y te quieres matar. Pero hay otras maneras de hacerlo, si no quieres estar aquí, pues camina más despacio hasta que te quedes parado. Hasta que te quedes quieto. Hasta que no te muevas, hasta que parezcas la misma hierba. Nadie te va a echar de menos. Nadie nos va a venir a buscar. Quedémonos quietos, así, quietecitos. Si nos quedamos quietos y si cerramos los ojos, no pasa nada. Dejamos de estar. ¿Dónde estás?

viernes, 19 de octubre de 2018

Chaco

En la guerra del Chaco, Adalberto Yarrigaray le cuenta esto a sus compañeros:
- Y tiene la misma cara que ella. Exacta. La misma. Igual. Y no es su hermana, ni su madre, ni son familia. Tiene los mismos ojos, la misma manera de sonreír, de decir las cosas moviendo las manos así como las mueve. Y el tono de voz, ese tono de voz misterioso que a veces parece que no la entiendas y otras parece que esté dejándote con la incertidumbre de qué pasará. Y se corta el pelo de la misma manera. Y los ojos. Los ojos que miran de la misma forma. La sueño igual. Igual que cuando la tenía delante en aquel jardincito que había frente a su casa. No se diferencia en nada. La misma cara de ella, en sueños y en la realidad. Y todas las noches pienso que es mejor soñarla que no mirar su fotografía. En su fotografía, el papel se va ajando, se me arruga, se moja, está deteriorado. En el sueño, en los sueños, ella es igual que siempre.
Gilberto Vallibián escucha todos los días la historia. Una tarde encuentra la foto de la amada de su compañero en el suelo. Una fotografía maltrecha. La coge, se la guarda en el bolsillo y la quema. Total, siempre habla mal de la foto.
A los pocos días, Adalberto Yarrigaray amanece colgado de la viga de una de las garitas del Ejército.
- Ya no la sueño. No la sueño.
Decía...

lunes, 8 de enero de 2018

Chaco

En la guerra del Chaco:
- Me estoy cagando de frío. ¿No tienes frío?
- No.
- Pues está cayendo una buena. No esperaba que hiciera este frío. No tengo ropa. ¿Tú estás bien?
- ...
- Te estoy preguntando.
- Sí. No tengo frío.
- ¿Qué te pasa?
- No pasa nada.
- ¿Ya estamos otra vez?
- Ya estamos otra vez ¿con qué?
- Pues con lo de siempre.
- No.
- Entonces ¿qué te pasa?
- Que no me pasa nada. Que no tengo frío y ya está. Tú tienes frío. Yo no tengo frío.
- Pero es que estamos todos cagados de frío y eres el único que ni tiene frío, ni calor, ni...
- Pues mira. Que soy muy raro.
- Eres gilipollas.
- Pues será eso.

sábado, 7 de enero de 2017

Chaco

En la Guerra del Chaco, si no la conoces, se dieron muchas historias, como pasa en todas partes. Y alguna de ellas merece la pena rememorarlas. Aunque sea aquí y en este momento en el que todos estamos pensando en otras cosas. Parsifal Carlos Echarri vivía con sus padres en un recodo oculto de la altiplanicie boliviana y no había oído hablar del Chaco hasta que la guerra llamó a su puerta en forma de una leva que obligó a muchos a luchar por algo que descocían que podría ser de vital importancia para su orgullo, su devenir y el progreso de la patria. El Chaco. Parsifal Carlos Echarri vivía con sus padres en un ambiente de precariedad digna. No diremos que vivía con dignidad en la pobreza, porque eso sería como decir que se conformaba con lo que tenía y recibía lo que la vida le deparaba con resignación. Como habrán observado, sus padres le habían bautizado con el nada cristiano y sí wagneriano nombre de Parsifal, y es que tanto su madre Anastasia Martos, como su padre Orestes Echarri, eran personas excéntricas y poco dadas a aplicar el sentido común en la vida diaria. Orestes Echarri había llegado al altiplano como maestro voluntario, llegado allí con la pretensión de ilustrar por su cuenta a las masas aindiadas y había conocido allí a Anastasia Marcos, una aymara con la que hizo buenas migas. Y ahora podría hablar de cómo se trataron, de cómo se amaron y qué compartían y qué no, pero no es el caso.
El caso es que tuvieron un hijo, Parsifal y como por entonces Orestes y Anastasia leían con desenfreno novelas de caballería, consideraron que entre elegir un nombre como Alonso o Parsifal, decidieron el nombre germánico quizás adelantándose un tiempo a cierto afán germanizante de una élite que... bueno, al lío. Parsifal creció solo y sin compañía de otros niños. No porque no hubiera otros niños en el Altiplano, que los había y muchos, pero Parsifal se creyó que, realmente era Parsifal y que tenía una misión. Naturalemente, había preguntado el porqué de su nombre y...
Así, creció pensando que era un monje, un santo, un elegido para algo que, en el Altiplano quizás sería difícil de conseguir, el Santo Grial, pero ya se vería la manera de... El Chaco. Cuando llegaron la noticia de la Guerra, de la leva, del reclutamiento, se ilusionó. Había llegado la hora de demostrar su valía en el campo de batalla. En su cabeza, había pensado que el Grial era un símbolo, el símbolo de la gloria.
En su cabeza, como en la cabeza de todos, casi todo suele ser irreal.
Así, sin más instrucción militar que cuatro pasos mal dados, con un fusil que no podía apenas sostener, con las ya conocidas y clásicas dificultades de adaptación al medio, durante los primeros combates, refriegas, encontronazos con tropas paraguayas, resultó herido. Pero muy herido. Recibió un balazo en un costado y del impacto saltó despedido por un terraplén. Cuando despertó estaba medio acostado sobre una mesa y lleno de vendas.
Parsifal, al abrir los ojos, sintió un profundo dolor de cabeza, ya que los rayos de sol, al haber estado un tiempo con vendas sobre sus... ojos, le causaron un malestar profundo. Una enfermera se acercó a él y le dijo que bebiera un poco de agua de una copa de hojalata.
Se pueden imaginar lo que vino después.

martes, 29 de septiembre de 2015

Chaco

En la guerra del Chaco. Carta de Sebastián José Darrigobeitia a su prometida Estefanía María Vélez. No sabemos si son paraguayos o bolivianos.
'Queridísima Estefanía, primero he de confesarle que si en algún momento olvido que existe usted, que mis quehaceres me obligan a emprender una labor o un asunto que hace que mi mente, por un instante, no siga la senda de su presencia siempre presente, me mareo y he de recabar en el suelo con mis huesos y mi cuerpo todo. Es así, queridísima Estefanía que este amor me ha calado tan y tan hondo que mi físico se resiente ya no de no verla si no de no pensarla siquiera. Sea dicho esto como descargo de todo lo que le voy a contar a continuación, porque entenderá, amor de mi vida y de mi todo yo, que se me hace muy difícil la vida si usted no se encuentra, en cuerpo o en espíritu, en torno a mí. No he conseguido entrar en combate en ninguna ocasión. No podré contarle a usted, como no le he podido contar por carta, ninguna hazaña gloriosa protagonizada por mí. No he podido de ninguna manera entrar en contacto con la acción, ponerme a prueba y medirme como hombre, o, al menos, como esos hombres que deciden medirse como hombres con la muerte de por medio. Pero es que, ay, queridísima Estefanía, yo no me mido así porque, ay, si pienso en el combate me paralizo y ya no está usted presente dentro de mí y ya le dije que me encontraba entonces trastornado y no soy de fiar. En el regimiento, el sargento Saracíbar me puso el apodo de 'el dulce enamoradito' y así me he quedado hasta ahora mismo. Como dulce enamoradito que no podía combatir porque se encontraba mal si no era capaz de hallar su rostro en alguna parte de su aturullada mente. Y así, como ha comprobado en mis misivas, le he explicado cosas tan poco viriles como el color de los uniformes que nos distinguen del enemigo, los distintos tipos de cartucho que existen, la comida que nos ha alimentado, los tipos humanos que llegaban algunos de la sierra, otros de la llanura, algunos de la ciudad, y que me han servido para conocer a tanta gente que a veces pienso que si esto es solo una porción del mundo qué debe ser el mundo todo de tanta gente como debe haber y a veces he pensado que me gustaría ver todo ese mundo junto a usted, querida Estefanía, y como es usted parte de ese pensamiento, no me mareaba ni me encontraba mal. Y no he recibido castigo alguno por este motivo de no entrar en combate, por la sencilla razón de que el teniente Espeluy es profesor universitario de literatura y gusta de leer y dijo un día que mi comportamiento tan sensible merecía ser respetado como el de antiguos enamorados que existieron en la Europa de la que vinieron mis padres y presumo que los suyos también querida Estefanía. Y así, unos dicen que como broma y otros que como experimento, consiguieron hacer que montara un fusil y un ametrallador, cogiendo una fotografía de usted y ampliándola y poniéndomela delante mediante un complejo juego de luces y pantallas que fue muy celebrado por el mismo coronel Uribarri, y el mismo coronel Uribarri me sacó este retrato que le envío de mí mismo con el arma montada y bien satisfecho. Y si le digo que con esos chanclos tengo frío en los pies no le estaré mintiendo de ninguna manera. Y si le digo que ya tengo ganas de que la guerra acabe y dicen que ya queda poco y eso debe ser cierto porque yo veo que aquí ya hacemos poco y yo mucho menos, si le digo, como digo, que quiero que esto acabe es para dejar de marearme y trastornarme y gozar de su presencia de manera directa y como usted ya sabe. Con todo mi amor de soldadito enamoradito... su Sebastián.'

lunes, 12 de enero de 2015

Chaco

En la Guerra del Chaco:
- Cúbrete un poco, hombre, que parece que estés buscando que te den...
- Pues a lo mejor estoy buscando que me den...
- Venga. Ya está el tontito haciéndose la víctima. Venga hombre, ponte así detrás del parapeto que vamos a tener un susto.
- Qué susto ni qué nada, si aquí llevamos ya dos semanas sin escuchar un sólo disparo.
- Pero basta que te pongas así para que haya una desgracia. Va, ponte bien. Cúbrete.
- Que no, que así estoy bien.
- Mira que eres tonto. No ves que nos estás preocupando a todos...
- Joder, que no pasa nada, que me pongo así un rato y ensayo un poco esta posición de tiro. Que no hay ningún peligro, que no pasa nada.
- De verdad, que te pones de una manera a veces que no sabe uno si es que eres tonto, si eres muy tonto, o es que eres el más tonto.
- Pues a lo mejor soy el más tonto. ¿Y qué?
- Pues qué va a pasar, nada. Que te van a dar mucho por el culo un día y entonces a vas a ver qué bien. Va, ponte en condiciones que va a venir el Sargento Orueta y te va a meter un puro que verás. Y eso sí que no te va a gustar.
- Que no. Que no va a venir, que me han dicho que ayer le dieron y está en la enfermería.
- ¿Ves? ¿Ves? Así que le han dado, pues ya te puedes poner bien, porque si a él le dieron a ti te pueden dar igual.
- Pero es que a él le dieron en otro sitio. Se ve que fue a un boliche, se le calentó la boca, quiso aprovecharse de la mujer del patrón y acabó la cosa a tiros. Uno de ellos le dio en el brazo. No está para morirse, pero hoy no puede venir.
- Desde luego es que vaya banda de gilipollas.
- Pues si te parecemos gilipollas nosotros, no sepas lo que pensamos nosotros de ti.
- Ah, ¿si? Y qué pensáis de mi...
- Pues que eres muy listo. Que eres muy listo, que sabes de todo, que todo lo haces muy bien y que nos cansas. Que nos aburres. Que te podrían dar el tiro a ti.
- Gilipollas.
- Gilipollas tú.
- Va, ponte bien, va. No me hagas esto.
- Que no, que me dejes.
- Mira, te lo pido por favor. No ves que estás ahí que te está viendo todo el mundo tumbado, que te ven desde Asunción por lo menos, va, venga. No me hagas sufrir más.
- Yo no te hago sufrir, ni nada. Yo estoy así bien. Tú haz lo que tengas que hacer.
- Es que mira que eres gilipollas.
- Gilipollas tú.
Suena un disparo.

lunes, 23 de junio de 2014

Chaco


Qué contentos estábamos. Nos dijeron... 'la patria, la patria os necesita, tenéis un deber con ella y vuestra sangre debe ser derramada para defendernos de los bárbaros que vienen a quitarnos lo que es nuestro. Nuestro y de la patria.'. Y claro, algunos más convencidos que otros, nos tuvimos que alistar, no nos quedaba otra. La patria nos necesitaba, eso lo teníamos muy claro. Así que nos pusimos en marcha, o nos pusieron en marcha, hasta llegar a la capital de la provincia. Allí se encontraba el capitán Serriugarte. Este capitán era un señor muy atildado, para nada indio, rubio, de unos cuarenta años, que nos miró a todos con un desprecio infinito antes de decirnos. 'Vamos a marchar para salvar a la patria, esa patria que os lo da todo y que vosotros, negros, no sois capaces de entender'. Nos rebajó el rancho a la mitad para que nos acostumbrásemos a saber que la patria se defiende por amor y no por comida y nos dispuso en posición de marcha.
Marchamos hacia el frente. El capitán Serriugarte, misteriosamente, convenció al Estado Mayor para que su columna, la que comandaba, siguiese su propio recorrido, a su juicio 'para que esta indiada de mierda sepa lo que es servir a la patria'. De donde nos encontrábamos hasta el Chaco, había casi mil kilómetros que nos hizo recorrer andando. Caminando. Marchando. 'Así nos íbamos a enterar, muertos de hambre, de cómo se defiende a la patria y de cómo se lleva en el corazón cuando se sufre por ella'.
Marchamos durante tanto tiempo... no dejábamos de marchar y de sufrir. Cada vez con menos rancho. Los oficiales instaban al capitán Serriugarte a que apremiara el paso, porque los combates arreciaban y la situación era cada vez más desesperada para los bolivianos. Teníamos que ir más deprisa. Y sin embargo, el capitán Serriugarte se negaba. Decía que la primera lección de la guerra era 'amar a la patria sobre todas las cosas', y por eso nos hacía marchar tan penosamente.
El capitán Serriugarte no cejó en su empeño. Marchamos caminando, pasando fatiga tras fatiga, pero sin disparar un sólo tiro, hasta que llegamos a la línea del frente, cuando hacía tres meses que la guerra había finalizado.
Y bueno, amar a la patria no sé si la amo más ahora o antes de la marcha, pero por el capitán Serriugarte sentimos todos un muy grande afecto.

lunes, 14 de octubre de 2013

Chaco

En la Guerra del Chaco, tres soldados:
- Brilla el filo de mi espada con el sol de sus dos ojos imaginados en el amanecer.
- Al tiempo, su cabello me huele como a madreselva y su risa se me cuela entre los sentidos. Ya no soy más el que yo fui.
- En mi casaca se halla una carta. En el papel su corazón. En sus palabras su vida. En todo el mundo no hay nada más.
- Tengo una esperanza en este mundo. Una bala me ha de mandar el mensaje. Ese mensaje será su señal. Ella ya no está más por mí.
- En el corazón tengo una pena tan negra como la sangre negra. En mi mente tengo una idea oscura como el alma oscura. Las vidas que yo he vivido no son nada sin su reflejo.
- Una vez la vi. Dos veces la amé. Tres veces me negó. Petra era su nombre.
- En el estribo que guía mi caballo bordé su nombre. En el estribo que guía mi caballo grabé su nombre. En el estribo que guía mi caballo escribí su nombre. Un nombre que olvidé. Yo no tengo caballo.
- Si salgo al aire libre, si respiro del viento que abrasa, si miro a la luna que refulge, si me mojo en aquella charca, sé que la pierdo.
- En un puñal que clavé a un soldado, este me dijo que estaba la respuesta. Me lo clavé a mí mismo y supe que estaba en lo cierto.
- Ese no lo he entendido.
- Yo tampoco.
- Pues os podéis ir los dos muy mucho a la mierda.

miércoles, 24 de julio de 2013

El Chaco que no

Las guerras suceden. Una guerra, pese a quien le pese, pasa. Y cuando ha pasado, los que han perdido lamentan las pérdidas e intentan minimizar los desastres. Los que ganan, viven de rentas, magnifican los logros, olvidan las atrocidades. Porque han ganado.
Terminada la Guerra del Chaco se decidió hacer un gran desfile para celebrar la victoria paraguaya sobre Bolivia. El General José Félix Estigarribia había conseguido, con el apoyo de potencias foráneas, derrotar a los bolivianos en una guerra chunga y mala. Los bolivianos habían sido apoyados a su vez por otros 'amigos' extranjeros y en realidad todo había resultado un juego de potencias en el que los dos países sudamericanos pintaban únicamente en función a la carne de cañón que mandaban al frente.
En un pequeño pueblo paraguayo, sin embargo, no se sintieron aludidos por el encono entre los dos países y decidieron que, una vez concluida la contienda, bueno era celebrar un desfile para celebrar no la victoria, si no, que todo había pasado. Y que no había pasado.
Así, en San Guillermo de Pykasú, se celebró la primera Fiesta de lo que no Pasó. Y en lugar de recrear la victoria, hacer ofrendas en el monumento a los héroes de la patria y llenarlo todo de banderitas paraguayas, se decidió que, mucho mejor, iban a hacer como si nada hubiera pasado.
De tal manera que, pese a que la mitad de la población había perecido en la guerra, se montó un escenario en el que se programaron actuaciones de cantantes locales, de grupos folclóricos, mercadillo, feria de ganado, y todo aquello que se hubiera podido hacer si hubiera estado presente todo aquel que ya estaba muerto. En San Guillermo de Pykasú, por ejemplo, actuaron Los Territoriales, sólo dos de ellos, ya que los seis restantes estaban muertos. Las bailarinas Sosa y las Sosas no pudieron contar con ocho de las integrantes porque el resto, idem. El recital de Teodoro Bolaño consistió en media hora de silencio, ya que Bolaño había muerto. Incluso se invitó, como si nada, a Los Verdaderos Andinos, un conjunto de flautas boliviano, del que sólo se pudo presentar un miembro, que precisamente no tocaba la flauta sino el tambor.
Pero daba igual, porque de lo que se trataba era de que todo fuera como si no hubiera habido guerra, como si todos estuviesen bien, que no hubiera enemigos, seguir dándole la espalda a la realidad. Tirar para adelante.
La noticia de este Festival llegó a oídos del gobierno de Estigarribia, que decidió prohibirlo terminantemente... sin embargo la prematura muerte del Mariscal, hizo que se perdiera el interés en este evento, que hoy en día se sigue celebrando. Estando muertos ya todos los que en teoría deberían participar en él, el Festival consiste en nada. Nada en el Chaco.

N.T. Es curioso que, buscando Estigarribia en Google, lo primero que aparezca sea un futbolista. Qué mundo.

jueves, 2 de mayo de 2013

Juan Francisco Arrestarazu. Tropiezo redentor

Terminada la guerra del Chaco, se dio el caso de que no todos los combatientes volvieron a sus casas. La experiencia de la guerra, contrariamente a lo que se pueda pensar, es gratificante para muchos que no tienen otra experiencia que vivir y no son pocos los 'veteranos' que fabrican una imagen mitificada de la guerra, heroica, viril, sana, alejada de las penurias, calamidades, hambre, barbarie y no nos olvidemos de la muerte que causan. Juan Francisco Arrestarazu, boliviano de Santa Cruz, fue alistado para combatir contra el Paraguay en aquella guerra de titiriteros y, pese a intentar tirar adelante con devoción su pequeña parcelita que no le daba para mucho, como tampoco se lo daba la vida familiar, ni tan siquiera perder el poco tiempo y la poca plata de la que disponía en el galpón, acogió con algo que él no sabía qué era pero podríamos llamar esperanza.
Su vida como soldado no fue muy distinta a la del resto de soldados de ambos bandos. Sol, calor, penurias, sed, hambre, masacres, asaltos, trincheras, calor, humedad, calor, sequedad, muerte, muertos, más soldados, más avances, más retiradas... un auténtico desastre para quien ha vivido las comodidades de una vida digna, y que tenga dos dedos de frente, pero la maravilla más alucinante que un ente vivo puede disfrutar si sus luces son escasas y prefiere cualquier cosa antes que ser buena persona. Juan Francisco Arrestarazu no se encontraba sólo. En las charlas junto al cazo en el que les daban la comida, otros personajes sombríos, alucinados, terribles, como él, se daban la razón en que el día había sido bueno, que los de arriba no debían rendirse, que los de arriba eran unos blandos y que si fueran como ellos, la guerra estaría ganada. En el bando paraguayo, seguramente, se daban las mismas conversaciones. Unos a otros se repetían hazañas, inventadas o imaginarias la mayoría, escuchadas a otros soldados, asaltos, violaciones, detonaciones, miembros despedazados, qué alegría.
Pero un día, la guerra termina y Bolivia no ha salido muy bien parada. Desmovilización y vuelta a casa. Pero Juan Francisco Arrestarazu y otros veinte compañeros, deciden que para ellos la guerra es lo único que importa. Estar en guerra. Siempre. A cualquier precio. No saben qué han de hacer para seguir peleando... por lo que deciden lo siguiente. Se dividen. Unos serán los Tigres y otros los Leones. Juan Francisco Arrestarazu comanda los leones. Ambos bandos se reparten una amplia zona que bordea la frontera del Paraguay porque esa es la región que mejor conocen y de la que no quieren separarse. Chaco.
Todavía armados, asaltan los leones un pequeño poblado pobrísimo, que en los mapas corresponde a los Tigres. Fusilan a los habitantes. Vuelven a la hoguera a contar sus hazañas. Los Tigres de Arrestarazu por su parte, se encuentran un día con un campamento del Ejército y deciden ir a ellos para convencerles de que la guerra continúa y de que esa guerra nunca tiene por qué acabar. Guerra eterna, porque no hay otra cosa que hacer que la guerra. Algunos soldados, aburridos de hacer guardia y con ganas de sangre, se alistan en esa nueva guerra. Los oficiales, aburridos, dejan hacer.
Juan Francisco Arrestarazu ha doblado sus fuerzas respecto a los Leones. El día de la Ascensión de la Virgen a los Cielos, proclama que es la hora de un asalto furioso contra los Leones y marcha con sus hombres hacia el campamento enemigo cuando en un pastizal, Arrestarazu tropieza y cae al suelo. No es la primera vez que da con sus morros en el pasto, pero algo ha pasado. Arrestarazu cree que ha sido la Virgen quien le ha hecho tropezar. El sol le da en la cara, mal asunto. Dice que ha visto a la Virgen y que no les queda otra que aplazar el ataque. Pero sus compañeros ya están en harina y deciden seguir. No le hacen caso y siguen adelante, proclamando como nuevo jefe a Fulgencio José Sanchidrián, que se lanza adelante con un machete y un pistolón en la mano gritando 'ni virgen ni dolor, muerte, muerte y muerte'.
Juan Francisco Arrestarazu, mientras camina solo por los caminos ese mismo día, deteniéndose en cada árbol que encuentra a rezar, es arrestado por una patrulla del Ejército que ha ido a ver qué pasa por la frontera y si siguen existiendo exaltados que quieren hacer la guerra por su cuenta. Juan Francisco Arrestarazu les cuenta que ha visto a la Virgen y que hoy no puede guerrear, pero que mañana está dispuesto a seguir con la lucha. Los soldados, que tienen orden de fusilar a quien intercepten de la banda de los leones y los tigres, hacen lo propio con Arrestarazu, que consigue, para pesar de los lectores de buena fe que lean esto, una muerte ansiada.

jueves, 7 de marzo de 2013

Sonata Número 4 (y final)

Es un dato ciertamente conocido por todo el mundillo clásico europeo y norteamericano que, cuando Obelísimo Trampantonio realizó la primera gira por América Latina al frente de la Pequeña Orquesta Timorata presentando la Sonata Número 4, sufrió un bajón de creatividad que le llevó a pasar más de diez años apartado de la música y de cualquier manifestación cultural, retirándose a una villa solariega a orillas del lago Como y viviendo de la rifa, como aquel que dice. ¿Qué le ocurrió a Trampantonio, al maestro Obelísimo Trampantonio, para verse ante semejante bache creativo?
Muchos quieren encontrar una respuesta a este descalabro en un concierto que Trampantonio y su Pequeña Orquesta dieron en el Auditorio José Néstor Pekermann en una ciudad perdida del Chaco argentino. Tras haber triunfado con bastante buenas críticas en Colombia, Venezuela, Perú y Brasil, hicieron una primera presentación en Resistencia antes de pasar a Buenos Aires, saltar a Montevideo y volver a Europa. Bien, el Auditorio en el que representaban un programa basado en extractos de diversas obras de Obelísimo Trampantonio junto a algunas piezas de Bach que consideraba el maestro que siempre quedaba uno de pie interpretándolas. Para finalizar, la Sonata Número 4. El mismo programa que habían interpretado en el resto de capitales.
La representación ante un público que sudaba tinta china porque se encontraban en la época en la que un calor de dos mil demonios azotaba el Chaco de tal manera que si uno salía a la calle podía ver borroso como en esas películas en las que cuando hace mucho calor ponen la cámara así como al lado del asfalto y se ve borroso. Pues así. Un calor de acabarse del calor. Con la particularidad de que el aire acondicionado, la refrigeración o lo que tuviera aquel escenario, que tampoco era tan viejo, estaba estropeado.
Se interpretaba una de las piezas más queridas por Obelísimo Trampantonio, la obertura de su 'Oratorio de Chekermaister', cuando en un momento en el que los miembros, pocos, que para eso era una pequeña orquesta, del coro comenzaron a bisbisear una de las partes en la que decían 'mirad a Chekermaister cómo va a pedir otra', Trampantonio se dio cuenta de una cosa.
Los abanicos. El sonido de los abanicos chocando contra los cuerpos, contra los pechos, contra los brazos, contra ellos mismos, abriéndose y plegándose. Otros muchos antes habían descubierto el placer de la música concreta, de la musicalidad de cualquier cosa, pero Trampantonio cayó del caballo allí mismo. Ese sonido acompasado, por el que tanto las señoras, como algún que otro caballero, parecían llevar al unísono un mismo ritmo, le cautivó.
Y pensó 'si esto lo hace la gente sin proponérselo, a qué nos ponemos nosotros a crear lo que puede surgir por sí mismo'. Concluyó la representación y se llevó unos buenos aplausos. Pero una actitud desmayada por su parte arruinó el resto de la gira. Volvió a Europa y se recluyó donde te dije, con la compañía de su esposa y cantante Chelo Santaespina.
Sólo 10 años más tarde reapareció sin que nadie lo tuviera en cuenta con una nueva composición que tituló, paradójicamente 'Sonata Número 4 (y final)', con un planteamiento casi idéntico al de la Sonata Número 4 original y que vayan ustedes a saber porqué, tuvo un éxito atronador.
Pero eso ya lo contamos otro día.

miércoles, 20 de junio de 2012

Mala sombra en el Chaco

Nos vamos a alejar un poco del tema, pero me gustaría traer a este cónclave un texto en principio poco coordinado de Don Tarzán Zatrústegui, extraído de su 'Historia mal contada de 100.000 años de viaje', publicada por la Editorial Simientes y prologada por el desdichado profesor Salmón Periorrázar. Dice lo siguiente:
'Se cuenta que durante el mandato Supremo del Doctor Francia, se envió una expedición a un remoto confín del Paraguay para conocer la existencia de tribus perdidas y de paso apuntalar las defensas de la patria en aquel rincón ante las apetencias de potencias enemigas. Al mando de la expedición se colocó al sargento Orión Falsán, veterano de las luchas contra los rosistas y contra los brasileños, y que tenía fama de cierto mal carácter. El sargento al parecer se tomó la expedición más como un castigo que como un premio. Tenía treinta y pocos años y pensaba que estaba en la flor de su carrera, como para desperdiciar su valía en una expedición hacia la nada, que nada le podría reportar. Pero su obediencia y su fanático amor al Supremo hicieron que no opusiera ninguna objeción a la misión. Partió con veinte soldados a su mando y la compañía del licenciado José de la Nuez Moscardó, que debía documentar la presencia de las tribus, recopilar fauna y flora y hacer un informe para el Supremo. Partieron de Asunción un caluroso día de enero y siguieron su camino hacia el norte.
Mientras avanzaban y se alejaban de los puestos adelantados paraguayos, todo parecía ir medianamente bien. Hasta que un día, ya rondando su objetivo, el profesor de la Nuez Moscardó dijo haber divisado figuras humanas en lo alto de un montículo. Nadie lo había visto menos él. El sargento Falsán escuchó al licenciado y dirigió su mirada hacia donde el civil le indicaba y vio, efectivamente, que había alguien encima de un terraplén de tierra estriada. Con bastante desgana, el sargento ordenó a sus hombres que se dirigieran hacia allí. Y allí fueron. Y cuando ya estaban allí, no vieron a nadie. El sargento Falsán sacó un catalejo y oteó el horizonte. No había nadie. Al bajar el terraplén, el profesor volvió a levantar la voz. 'Discúlpenme, pero veo de nuevo a esa gente encima del terraplén'. El sargento Falsán volvió a mirar y los vio. Esta vez ordenó a diez de sus hombres que fueran ellos los que subieran por el terraplén, acompañados por el licenciado. Cuando éstos llegaron arriba, no vieron nada ni a nadie. Bajaron otra vez. El sargento miró duramente a de la Nuez Moscardó y dijo con apreciable desagrado 'parece que estamos jugando'. Reagrupó los hombres y cuando se disponían a seguir con su marcha, el licenciado se giró y volvió a ver a aquellas figuras. Ahora fueron cinco soldados los que acompañaron al Licenciado, mientras que el resto de la tropa se desplegaba alrededor del pequeño montículo para que nadie pudiera subir o bajar sin que fuera visto. Nada de nada. Bajaron otra vez. El licenciado, efectivamente, no podía evitar girarse de nuevo una vez que iniciaban la marcha y los vio otra vez allí. 'Pues ahora va a subir su excelencia, licenciado'. El licenciado subió el montículo por cuarta vez, y una vez allí no vio a nadie ni encontró nada.
Y cuando se disponía a comunicar que  'Qué mala sombra mi sargento', una bala, que a todas luces salió del pistolón del sargento Falsán, se coló por su frente y ya no quiso salir.'

martes, 10 de abril de 2012

Chaco



En la guerra del Chaco. Dos soldados. Uno de ellos ha vuelto de una larga travesía por el desierto, en la que se ha encontrado bastante apurado en algunos momentos. El hambre, la sed, el frío, el calor y la incertidumbre por lo que le pudiera pasar, han sido tan duros como el mismo hecho de encontrarse en una guerra y que en cualquier momento una bala, una granada, lo que fuere, pudiera haberle costado la vida. Regresa por fin y le está esperando uno de sus compañeros.

- Bueno. Cuenta. ¿Cómo ha ido?

- ¿La aventura? Bien. Bueno, bien, como van estas cosas. Pasando calamidades, pero ya estamos aquí.

- Ya te veo. Pero estás muy serio. Qué te pasa.

- Me pasa lo que me pasa.

- ¿Igual?

- Pues si.

- Desde luego, te vas, te apuntas voluntario a atravesar el desierto, las pasas peludas, y cuando vuelves, lo que tienes en la cabeza es lo mismo que tenías cuando te fuiste.

- No me tenía que haber ido.

- Pero ya has vuelto.

- No sé para qué.