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miércoles, 21 de marzo de 2018
Lo importante para el señor Sangré
En cuanto a mí, poco que decir. Soy un humilde... pero eso no es lo importante. Lo importante es lo que contaba el señor Sangré. Lo importante no es lo que te ocurre a ti, que has salido de casa temprano esta mañana, te has puesto tu chaqueta militar y tu pantalón de chándal y tu gorrita de equipo de béisbol de una ciudad del medio oeste, has agarrado la jaula con el pajarito y has ido al bar a ver qué se cuece. Lo importante es lo que contaba el señor Sangré. Lo importante son las horas y horas hablando sobre un vino que probó en una masia de l'Empordà. Lo importante son las horas y horas hablando de la relación tan estrecha que tenía con su sastre, el señor Marañón, que se llamaba igual que un jugador del Espanyol y que el señor Sangré no conocía, pero le gustaba pensar que un españolista le metiese los bajos. Lo importante del señor Sangré era lo que a él le parecía importante. Un libro de poesía no era importante. Lo importante era la poesía. Una guitarra sonando en una casita mirando a la costa en Cadaqués no era importante, lo importante era la múscia. Unos cargols a la llauna en una noche rasa en una masía en Camarasa no era importante. Lo importante era la tierra. Hablando de absolutos. Hablando de detalles absolutos. Lo importante para el señor Sangré era la vida del señor Sangré. Lo importante para el señor Sangré era el absolutismo. Lo importante para el señor Sangré era meterse la mano en el bolsillo y sentir que no había nada en el bolsillo y estar satisfecho de no necesitar llevar nada consigo porque todo ya era suyo y no necesitaba tener nada a mano, porque a mano estábamos nosotros. Lo importante para el señor Sangré era leer el diario para comprobar que el mundo seguía funcionando ahí fuera, en el resto de Barcelona, en otros países. Lo importante para el señor Sangré era Barcelona. Pero era una Barcelona donde no llega el Metro. Una Barcelona a la que se acude en coche, en tu coche, en su coche, en un taxi, en el coche de la empresa, en el coche de un amigo, en coche. Una Barcelona cuesta arriba, una Barcelona de gente que es más alta que tú. Una Barcelona en la que el señor Sangré es importante y casi nadie lo sabe. Un amigo vio al señor Sangré un día. En la misma cafetería en la que el señor Sangré se tomaba un cortado antes de entrar a ver cómo trabajaban sus empleados. Y no reconoció al señor Sangré. Tuve que decírselo yo. Yo soy una persona muy humilde, una persona del montón, que no es importante. El señor Sangré participó una vez en una charla de personas de Barcelona organizada por el Círculo de Amigos de la Ciudad de Barcelona. Venía gente de Madrid, Bilbao y París. El señor Sangré removió cielo y tierra para que viniera alguien de Roma. Al final él mismo dijo hablar en nombre de la ciudad de Roma. Y de Barcelona. Porque, dijo, Barcelona y Roma son al fin y al cabo ciudades hermanas. Y en aquel debate pasó dos horas de su tiempo precioso hablando de las similitudes entre Roma y Barcelona, para acabar diciendo, que su conclusión era que Barcelona y Roma eran importantes. Por el mero hecho de que a él se lo parecía. Y que el resto de participantes en el encuentro eran importantes también pero subsidiarias. Y al pronunciar la palabra subsidiaria pidió un vaso de agua para limpiarse la boca. El señor Sangré no dejó hablar a los demás. Los demás no eran importantes. Yo soy una persona humilde y tampoco me gusta dejar que hablen los demás. Un día os contaré mi historia.
martes, 20 de marzo de 2018
La vida del señor Sangré
Uno de los temas favoritos de conversación para el señor Sangré era el de las cosas que le hubiera gustado hacer en la vida. Era un tema de conversación que el señor Sangré utilizaba simplemente para pasarle la mano por la cara a quienes le escuchaban. Todo lo que le había gustado hacer en la vida, lo había hecho. El señor Sangré escuchaba las vidas de los demás con mucho interés. Escuchaba sus penas, sus lamentos, sus éxitos, las veces que lo habían intentado, la vida difícil, el trabajo duro, las enfermedades, las alegrías, los preciosos viajes, las lecturas que marcan, los partidos de fútbol, los matrimonios fallidos, las aventuras románticas, la vida en pareja satisfactoria y plena. Y el señor Sangré escuchaba y acompañaba a sus amigos en la emoción de los momentos álgidos, y se preocupaba por los momentos de tristeza, cómo no, pero al final, acababa estropeando la magia de la situación, porque el señor Sangré odiaba la vida común de la gente a la que le pasaban cosas. Al señor Sangré le gustaba contar que todo le iba bien. Si contaba lo que había sido su vida, siempre decía que todo era tal y como lo planificaba desde su niñez. La vida tal y como debía ser. Eso era lo que pensaba y lo que contaba el señor Sangré. Una vida en la que había hecho lo que quería. Esto es nada. No había hecho nada más que seguir con una tradición familiar de defensa de lo que ya había hecho el anterior, nada, y proyección en el presente y el futuro de la inutilidad de las acciones del otro. El señor Sangré se entretenía caminando por las calles de Barcelona con el adoquinado histórico de las aceras. Contaba el señor Sangré que sentir el dibujo de los adoquines bajo la suela de sus zapatos era la diversión más profunda. Porque decía que en cada adoquín, en cada baldosa de aquellas, podía sentir la vida de la ciudad. En realidad, al señor Sangré le gustaba ser un poco como se esperaba que fuera el señor Sangré. Le gustaba esa imagen de traje y pañuelo en el bolsillo de la americana. Le gustaba esa figura de hombre maduro sentado en una terraza disfrutando de un vermut, aunque a él no le gustaba el vermut. Le gustaba imaginarse tomando café con sus empleados en un bar, aunque él no iba nunca a ese bar. Le gustaba creerse amigo de gente de otra clase, pero sabía que no eran sus amigos. Le gustaba hacer ver que le gustaba los domingos por la tarde leer en la biblioteca, pero la mayor parte del tiempo la pasaba dormido. Le gustaba hacerse el descreído en política, contar y decir que todo era inútil, que su familia había sido rica antes de que el dinero se hubiera inventado, de que eso fue así siempre y siempre sería de esa manera. Le gustaba al señor Sangré mirar a sus amigos perdonándoles la vida. La vida del señor Sangré la contó un escritor al que el señor Sangré le encargó una biografía. El escritor pasó muchas horas con el señor Sangré. Al final se la tuvo que inventar la vida del señor Sangré, porque su rutina no daba para mucho. Una vida dedicada a ser el señor Sangré. El señor Sangré tenía muchos frascos de colonia que decía que compraba en una perfumería específica de Barcelona. El señor Sangré se propuso con quince años decir cada día el nombre de su ciudad. Barcelona. Barcelona todos los días. El señor Sangré consideraba que Barcelona era suya. Una parte de Barcelona, la parte buena. El señor Sangré nunca hablaba de según qué barrios, aunque le gustaba hacer creer que tomaba café con sus empleados. El señor Sangré, poco antes de morir, tuvo que ir al hospital para una prueba. El chico que le llevaba en coche, se equivocó y pasaron por uno de esos barrios. El señor Sangré miró por la ventanilla y no mostró ningún interés. El señor Sangré tuvo un antojo de una copita de algo que le calentara. Aquellos barrios le dieron frío. Cuando el señor Sangré volvió a casa después de hacerse la prueba, no quiso tomarse la copa. Fue lo más cerca que estuvo de ti.
lunes, 19 de marzo de 2018
El padre del señor Sangré
Cuando el señor Sangré estaba a punto de morir, solía contar historias de su infancia. Era una infancia ejemplar, con unos padres ejemplares, una familia ejemplar, un entorno ejemplar, un colegio ejemplar... todo. Era todo tan estupendo que hacía sospechar. Pero la realidad era cierta. Todo era verdad. El señor Sangré yendo al colegio de la mano de su padre, que le llevaba primero a desayunar a una cafetería donde hacían unos melindros buenísimos, salían, le acompañaba un poco hacia el colegio y se volvía a la cafetería en la que pasaba el rato hasta que a la hora en la que los empleados del negocio desayunaban él volvía a la empresa a dar ejemplo. El señor Sangré recordaba los partidos de fútbol en el patio del colegio. El Colegio Sagradísimo Corazón de Jesús y Aliento de María. Se hacían llamar los alientistas, para diferenciarse de sus odiados corazonistas. El partido de fútbol con las rodillas peladas de caerse tanto. Pero el señor Sangré no se caía nunca, porque el padre del señor Sangré siempre le decía que lo mejor del fútbol y de jugar a fútbol y de todo en la vida era estar sin que nada la haga a uno ni un rasguño. Y así el señor Sangré aprendió a jugar, estar, vivir, sin que nada le afectase. El señor Sangré, cuando estaba a punto de morir, se acordaba mucho de su padre. De su padre y de su madre. Su madre en casa leyendo y escuchando la radio. La radio y los libros. Su madre leía mucho y siempre le dijo a su hijo que leer estaba muy bien, quizás lo mejor de la vida, pero era mejor ser un hombre. Un hombre que lee al menos no está en su casa y puede ir a la cafetería como tu padre y puede dirigir la empresa como tu padre. Y el señor Sangré siempre admiró a su madre. Pero se acordaba de su padre. Y admiraba a su padre y a su madre. Y siempre estaba admirando a su padre y a su madre. Y siempre hablaba de su padre y de su madre. Y estaba a punto de morir y llegó a pensar que era su padre. Y su padre se le aparecía cuando estaba a punto de morir y le decía, no te equivoques, yo soy yo y tú eres tú. Y el padre del señor Sangré cuando murió, contaba historias de su padre, el abuelo del señor Sangré, que también era señor Sangré y no había salido de Barcelona para ningún tipo de asunto jamás, porque salir de Barcelona consideraba que era una acción innecesaria y cuando comenzaron a proliferar los centros excursionistas y gente que quería ir a dar una vuelta por el Puigsacalm el abuelo del señor Sangré se compró una butaca para sentarse en la puerta de su casa e ir saludando a la gente que se iba de paseo. Y el abuelo del señor Sangré, cuando estaba a punto de morir, le susurró a su hijo, el padre del señor Sangré, una cosa. Una idea que parece ser que se heredaba de padres a hijos desde tiempo inmemorial, desde que el primer señor Sangré se instaló en la calle Aribau y dedicó sus esfuerzos a mantener un patrimonio que no se sabe de dónde venía pero patrimonio era. Y el primer señor Sangré le dijo al segundo señor Sangré al oído 'el secreto del negocio es el secreto del negocio'. Y el señor Sangré cuando quiso transmitirle a su hijo, que iba buscando hermanos por las calles de Barcelona, anhelando que aquel compañero de pupitre pudiera ser su hermano y desayunar con él los melindros que su padre le contaba que desayunaba con su padre. Y el señor Sangré a veces se olvidaba de que tenía un hijo. Y cuando llegó la hora última del señor Sangré no vio a su hijo a su lado para susurrarle el secreto del negocio.
Y no se murió.
Y no se murió.
viernes, 16 de marzo de 2018
El amigo del señor Sangré
Contaba el señor Sangré una historia sobre su amigo Tonet Pipalau. O era una historia que contaba su amigo Tonet Pipalau. O era una historia que su amigo Tonet Pipalau contaba sobre el señor Sangré y el señor Sangré la contaba después. Al parecer los dos fueron una vez, antes de casarse a comer a un pueblo cerca del Montseny. Hicieron una pequeña excursión y se pararon en una masía a desayunar, almorzar comer. Los dos se metieron entre pecho y espalda los manjares más duros de la comarca y probaron las bebidas más tal. Se echaron una siesta de dos horas y pico y a las seis de la tarde enfilaron el camino para casa. Todo esto lo contaban entre risas y con comentarios sin editar por el director de la obra.
En otra ocasión, Tonet Pipalau y el señor Sangré, también solteros entonces, fueron a las fiestas de un pueblo cerca del pantano de Susqueda. Era verano y bailaron mucho con las orquestas del pueblo. Bailaron con algunas chicas del pueblo. Luego estuvieron tomando algo en el casino del pueblo, hablaron con los prohombres del pueblo, comentaron la actualidad, rieron y se volvieron al pueblo.
Otra vez, se fueron de vacaciones a un pueblo de Andalucía, en la costa. Tonet Pipalau tenía un coche muy moderno para su época y fueron escuchando la radio y cintas de música. A Tonet Pipalau le gustaba la canción moderna pop. Al señor Sangré le desagradaba la música y se pasó el viaje durmiendo. Llegaron al pueblo y fueron a la playa. Al señor Sangré no le gustaba el sol y a Tonet Pipalau enseguida se le ponía la cara como de marinero de Calella. Al señor Sangré le dio por pasear por las calles del pueblo, pero hacía mucho calor. Se metió en un bar y pidió un licor. No tenían, tenían otra variante y no le gustó. Pasaron todos esos días separados. El señor Sangré no lo pasó muy bien. El señor Sangré contaba que viajar estaba bien, pero había que saber elegir el sitio. El señor Sangré nunca había salido de Barcelona tanto como cuando conoció a Tonet Pipalau. Tonet Pipalau era una persona excelente. A todo el mundo le caía bien. Era hijo de un amigo de los Sangré. Y el señor Sangré recordaba a Tonet Pipalau de vez en cuando. Y el señor Sangré decía que Tonet Pipalau era una persona excelente. Y Tonet Pipalau se casó con una hermana del señor Sangré. Y el señor Sangré no sabía que Tonet Pipalau estaba enamorado de la hermana del señor Sangré. Y el señor Sangré se enfadó con su hermana y con Tonet Pipalau. Y el señor Sangré siempre hablaba bien de Tonet Pipalau. Tonet Pipalau murió antes que la hermana del señor Sangré.
La hermana del señor Sangré veía de vez en cuando a su hermano en alguna reunión de la empresa de los señores Sangré. El señor Sangré no hablaba con su hermana. El señor Sangré y la hermana del señor Sangré se evitaban en esas reuniones. El señor Sangré, cuando estaba con amigos, hablaba siempre bien de Tonet Pipalau. Y contaba cómo se fueron a ese pueblo de Andalucía. De cómo se durmió en el coche. De aquellos bailes de antes. De lo excelente persona que era Tonet Pipalau. De la piel tostada de Tonet Pipalau y de la pinta de marinero que se le ponía en cuanto estaba al sol.
La hermana del señor Sangré se llamaba Ifigènia y al señor Sangré le gustaba llamarla If.
En otra ocasión, Tonet Pipalau y el señor Sangré, también solteros entonces, fueron a las fiestas de un pueblo cerca del pantano de Susqueda. Era verano y bailaron mucho con las orquestas del pueblo. Bailaron con algunas chicas del pueblo. Luego estuvieron tomando algo en el casino del pueblo, hablaron con los prohombres del pueblo, comentaron la actualidad, rieron y se volvieron al pueblo.
Otra vez, se fueron de vacaciones a un pueblo de Andalucía, en la costa. Tonet Pipalau tenía un coche muy moderno para su época y fueron escuchando la radio y cintas de música. A Tonet Pipalau le gustaba la canción moderna pop. Al señor Sangré le desagradaba la música y se pasó el viaje durmiendo. Llegaron al pueblo y fueron a la playa. Al señor Sangré no le gustaba el sol y a Tonet Pipalau enseguida se le ponía la cara como de marinero de Calella. Al señor Sangré le dio por pasear por las calles del pueblo, pero hacía mucho calor. Se metió en un bar y pidió un licor. No tenían, tenían otra variante y no le gustó. Pasaron todos esos días separados. El señor Sangré no lo pasó muy bien. El señor Sangré contaba que viajar estaba bien, pero había que saber elegir el sitio. El señor Sangré nunca había salido de Barcelona tanto como cuando conoció a Tonet Pipalau. Tonet Pipalau era una persona excelente. A todo el mundo le caía bien. Era hijo de un amigo de los Sangré. Y el señor Sangré recordaba a Tonet Pipalau de vez en cuando. Y el señor Sangré decía que Tonet Pipalau era una persona excelente. Y Tonet Pipalau se casó con una hermana del señor Sangré. Y el señor Sangré no sabía que Tonet Pipalau estaba enamorado de la hermana del señor Sangré. Y el señor Sangré se enfadó con su hermana y con Tonet Pipalau. Y el señor Sangré siempre hablaba bien de Tonet Pipalau. Tonet Pipalau murió antes que la hermana del señor Sangré.
La hermana del señor Sangré veía de vez en cuando a su hermano en alguna reunión de la empresa de los señores Sangré. El señor Sangré no hablaba con su hermana. El señor Sangré y la hermana del señor Sangré se evitaban en esas reuniones. El señor Sangré, cuando estaba con amigos, hablaba siempre bien de Tonet Pipalau. Y contaba cómo se fueron a ese pueblo de Andalucía. De cómo se durmió en el coche. De aquellos bailes de antes. De lo excelente persona que era Tonet Pipalau. De la piel tostada de Tonet Pipalau y de la pinta de marinero que se le ponía en cuanto estaba al sol.
La hermana del señor Sangré se llamaba Ifigènia y al señor Sangré le gustaba llamarla If.
jueves, 15 de marzo de 2018
El trabajo del señor Sangré
El primer millón que hizo el señor Sangré fue anterior a su segundo millón. Según contaba el señor Sangré, después de su segundo millón hizo su tercer millón. Damos por entendido que el señor Sangré contaba estas cosas. Damos por entendido que en un bar en el que el cortado vale más de un euro y medio el señor Sangré se sentaba a contar sus cosas. Unas cosas que no tienen nada que ver con una historia lineal. El señor Sangré no nació en ningún sitio y no morirá. El señor Sangré vive también en tu corazón, tú que no sabes nada de Barcelona ni de Catalunya ni de los pequeños pueblos donde se guarda la esencia y de las grandes ciudades donde moran los niños y niñas del mañana. Tú que no tienes ni idea de lo que estoy hablando, eres el señor Sangré. El señor Sangré saliendo por las mañanas a dar una vuelta y a vigilar si la cosa va bien. Leyendo el periódico como el que lee un tebeo porque sabe que lo que cuenta el diario ya está contado una y mil veces. Que no tiene nada que ver con él. El señor Sangré tiene una plaza en Barcelona con su nombre. Recuerda perfectamente a quién dedicaron la plaza Sangré. A él. Recuerda el día en el que se inauguró la plaza Sangré. El discurso del alcalde, los regidores del ayuntamiento saludándolo como si fuera el mismo rey de españa. Cuando le tocó hablar dijo lo siguiente:
'Las hormigas son insectos. No recuerdo si los insectos son animales o alguien dijo que no lo eran. Las hormigas viven en hormigueros. Se reparten el trabajo y cada uno tiene su función. Yo estoy muy contento por tener una plaza con mi nombre. Vosotros ya veréis.'.
El señor Sangré no fumaba y bebía con moderación. En su casa tenía una serie de bebidas de mucho nombre. Cuadros de firmas con dos apellidos en su mayoría. Esculturas de amigos suyos. Muchas cosas de mucho valor, pero que el señor Sangré no conocía. El señor Sangré disponía de mucho tiempo libre. La mayor parte del tiempo lo pasaba en su empresa. Un negocio que él mismo desconocía del mismo modo que lo desconocían sus propios empleados. A las ocho y media de la mañana esperaba en una esquina a que fueran las nueve. Vigilaba que los empleados entraran en el edificio. A las nueve y cuarto entraba en la empresa y se sentaba en una silla. Miraba cómo le miraban sus empleados. De cuando en cuando el señor Sangré contaba historias fantásticas sobre caballerías y batallas en las que participaron antepasados suyos. El señor Sangré hablaba de política, cagándose en todo. Los empleados esperaban a que llegara la hora de volver a casa sin nisiquiera coger un teléfono.
El señor Sangré recordaba el primer día que fue a trabajar. Su padre, el señor Sangré, le abrió la puerta de su despacho y le dijo 'me voy a casa, si pasa algo, que no pasará, no te preocupes, ya lo arreglará otro'. El señor Sangré contaba historias sobre una casa en el Pirineo que nunca tuvo. Un día, el señor Sangré empezó a hablar en francés. Al cabo de una semana empezó a hablar en italiano. Hubo un año entero en el que hablaba solo en italiano. Decía que hablar inglés era de catetos que necesitan trabajo. Se instaló un equipo de música en su trabajo y ponía música en francés y en italiano. Hizo derribar los tabiques de la empresa y así todos sus empleados podían escuchar la música maravillosa que salía de aquellos altavoces. El señor Sangré tenía una casa en la costa. No le gustaba el mar, ni las barcas. Le gustaba contar que tenía una casa en la costa. Al señor Sangré no le gustaba estar callado. Al señor Sangré le dedicaron un pasaje al lado de la plaza que llevaba su nombre. El pasaje Sangré. Vinieron la alcaldesa y una serie de regidores y prohombres de la oposición. Algunos eran compañeros de colegio del señor Sangré. Cuando le tocó hablar dijo:
'Las hormigas son insectos. Je suis desolé'.
'Las hormigas son insectos. No recuerdo si los insectos son animales o alguien dijo que no lo eran. Las hormigas viven en hormigueros. Se reparten el trabajo y cada uno tiene su función. Yo estoy muy contento por tener una plaza con mi nombre. Vosotros ya veréis.'.
El señor Sangré no fumaba y bebía con moderación. En su casa tenía una serie de bebidas de mucho nombre. Cuadros de firmas con dos apellidos en su mayoría. Esculturas de amigos suyos. Muchas cosas de mucho valor, pero que el señor Sangré no conocía. El señor Sangré disponía de mucho tiempo libre. La mayor parte del tiempo lo pasaba en su empresa. Un negocio que él mismo desconocía del mismo modo que lo desconocían sus propios empleados. A las ocho y media de la mañana esperaba en una esquina a que fueran las nueve. Vigilaba que los empleados entraran en el edificio. A las nueve y cuarto entraba en la empresa y se sentaba en una silla. Miraba cómo le miraban sus empleados. De cuando en cuando el señor Sangré contaba historias fantásticas sobre caballerías y batallas en las que participaron antepasados suyos. El señor Sangré hablaba de política, cagándose en todo. Los empleados esperaban a que llegara la hora de volver a casa sin nisiquiera coger un teléfono.
El señor Sangré recordaba el primer día que fue a trabajar. Su padre, el señor Sangré, le abrió la puerta de su despacho y le dijo 'me voy a casa, si pasa algo, que no pasará, no te preocupes, ya lo arreglará otro'. El señor Sangré contaba historias sobre una casa en el Pirineo que nunca tuvo. Un día, el señor Sangré empezó a hablar en francés. Al cabo de una semana empezó a hablar en italiano. Hubo un año entero en el que hablaba solo en italiano. Decía que hablar inglés era de catetos que necesitan trabajo. Se instaló un equipo de música en su trabajo y ponía música en francés y en italiano. Hizo derribar los tabiques de la empresa y así todos sus empleados podían escuchar la música maravillosa que salía de aquellos altavoces. El señor Sangré tenía una casa en la costa. No le gustaba el mar, ni las barcas. Le gustaba contar que tenía una casa en la costa. Al señor Sangré no le gustaba estar callado. Al señor Sangré le dedicaron un pasaje al lado de la plaza que llevaba su nombre. El pasaje Sangré. Vinieron la alcaldesa y una serie de regidores y prohombres de la oposición. Algunos eran compañeros de colegio del señor Sangré. Cuando le tocó hablar dijo:
'Las hormigas son insectos. Je suis desolé'.
miércoles, 14 de marzo de 2018
La historia que contaba el señor Sangré
La historia que contaba el señor Sangré se parecía mucho a la típica historia en la que el rico propietario de la empresa se preocupa mucho porque su hijo pequeño, el más atrevido y el que más se parece a él cuando era joven, se dedica a frecuentar círculos poco recomendables, en la universidad, y no acaba la carrera porque se va a vivir con una chica de otra clase a una ciudad de extrarradio y ambos empiezan a militar en organizaciones de extrema izquierda y tienen una hija y viven de lo que trabajan y ella sabe que él es de otra pasta y finalmente él la abandona con su hija en esa ciudad del extrarradio y vuelve al hogar familiar porque ha quedado una plaza vacante y ella le dice que no vuelva con su familia y él dice que debe volver y que ella se venga con él y con la hija y que su familia la aceptará y ella piensa que está renunciando a sus ideales y discuten y ella dice que él ha cambiado y que su pensamiento no era sincero y él está triste y enojado porque no entiende porqué va a tener que renunciar a sus ideales simplemente por volver a trabajar con su familia y considera que ella es una sectaria y se separan y no se vuelven a ver y él sabe que tiene una hija y no la conoce y un día la hija pregunta a su madre y ella le cuenta y entonces aparece en casa de la familia de su padre y el padre se emociona cuando la ve y quiere que disfrute de las oportunidades que le da ser quien es y aunque él se ha vuelto a casar y tiene dos hijos sabe que es ella la hija de su verdadero amor y la hija le dice que bueno y la madre se enfada pero no puede hacer nada porque está enferma y tiene la espalda echa una mierda de limpiar escaleras y sigue militando en un partido que asegura que el paraíso está cercano y la hija un día va a ver a su padre y cuando su padre la ve beber a morro de una botella piensa que se parece muchísimo a su madre y siente asco.
La historia que contaba el señor Sangré es muy parecida pero cambian algunos actores y situaciones, porque el señor Sangré reconocía que esa historia tan típica se había copiado de alguna novela de los setenta, en realidad la historia que contaba el señor Sangré es la de su hijo, la de su único hijo, su amado hijo, que no estaba bien, que bajaba todos los días a Barcelona desde la casa donde vivían y durante el trayecto en el tren siempre se sentaba al lado de otro chico o de otra chica de su edad y le preguntaba que cómo se llamaba, y dónde vivía, y que le gustaría tener un hermano que fuera como él o como ella, que realmente quisiera que fuera su hermano, que se sentía un poco solo por no tener hermanos, porque era hijo único, porque su padre, el señor Sangré, había estado casado con una mujer que había conocido una vez en un polígono industrial, que trabajaba de administrativa en una empresa de unos socios suyos y él era jovencito y se casó con ella y no se lo dijo a nadie y la quiso muchísimo, pero un día salió con unos amigos de juerga después de una visita de otros socios de Madrid y se lió con una y su mujer lo pilló y ella cogió una depresión y no salía ya nunca de la habitación porque pensaba que el señor Sangré la consideraba sucia, baja, que la culpa era suya y que no merecía salir de allí porque ella no le daba lo que el señor Sangré pedía y el señor Sangré dejó que ella se fuera pudriendo poco a poco hasta que se murió de pena y ya no tuvieron más hijos y esto se lo contaba el hijo del señor Sangré a la gente que pillaba en los ferrocarriles cuando bajaba a Barcelona a estudiar.
La historia que contaba el señor Sangré es muy parecida pero cambian algunos actores y situaciones, porque el señor Sangré reconocía que esa historia tan típica se había copiado de alguna novela de los setenta, en realidad la historia que contaba el señor Sangré es la de su hijo, la de su único hijo, su amado hijo, que no estaba bien, que bajaba todos los días a Barcelona desde la casa donde vivían y durante el trayecto en el tren siempre se sentaba al lado de otro chico o de otra chica de su edad y le preguntaba que cómo se llamaba, y dónde vivía, y que le gustaría tener un hermano que fuera como él o como ella, que realmente quisiera que fuera su hermano, que se sentía un poco solo por no tener hermanos, porque era hijo único, porque su padre, el señor Sangré, había estado casado con una mujer que había conocido una vez en un polígono industrial, que trabajaba de administrativa en una empresa de unos socios suyos y él era jovencito y se casó con ella y no se lo dijo a nadie y la quiso muchísimo, pero un día salió con unos amigos de juerga después de una visita de otros socios de Madrid y se lió con una y su mujer lo pilló y ella cogió una depresión y no salía ya nunca de la habitación porque pensaba que el señor Sangré la consideraba sucia, baja, que la culpa era suya y que no merecía salir de allí porque ella no le daba lo que el señor Sangré pedía y el señor Sangré dejó que ella se fuera pudriendo poco a poco hasta que se murió de pena y ya no tuvieron más hijos y esto se lo contaba el hijo del señor Sangré a la gente que pillaba en los ferrocarriles cuando bajaba a Barcelona a estudiar.
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