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jueves, 14 de junio de 2018
Marwan Ibn Yyaqub. Cuento.
Y llegó a aquel lugar y entre unas cosas y otras tuvo tiempo de buscar un sitio para descansar. Marwan Ibn Yyaqub llegó a una plazuela que le pareció fresca y poco concurrida y se sentó un rato a entornar los ojos. En un momento, llegó un grupo de gente, a ese grupo de gente se le unió otro. Y a ese otro, otro. Y prácticamente llenaron la plaza. Y al cabo de un rato apareció una mujer que fue aupada por el grupo hasta un lugar donde era visible para todos. Y la mujer comenzó a contar una historia que Marwan Ibn Yyaqub comenzó a escuchar. Y la historia decía lo siguiente. Contaba la historia de un hermano que había cruzado el río. Cuando esto llegó a los oídos de Marwan Ibn Yyaqub comenzó a prestar atención. El hermano, contaba la mujer, cruzó el río y marchó por el mundo. Y en el mundo se encontró con todo. Y todo le daba lo mismo, por lo que podía darle la vuelta al mundo durante toda la vida porque todo siempre era lo mismo y diferente. Y podía verlo, podía tocarlo, podía escucharlo y todo podría ser de hecho visto dos veces el mismo día, que podía ser apreciado de dos maneras diferentes, o la misma pero nueva. Siempre. Y la mujer contaba cómo una vez apareció en una ciudad moderna e infiel y a él le pareció que era una ciudad antigua ya vista. Y cómo vio el hermano que alguien quiso ser su amigo y él no quería amigos y al final tuvo un amigo pero no se enteró de que había hecho un amigo hasta que no dejó el lugar en el que se encontró con el amigo. Y otra vez, aquel hermano, llegó a una ciudad en la que había un gran río y buscando dónde descansar se sentó en una plaza y escuchó la historia de un hombre que vivía una historia que se parecía mucho a él, que estaban contando su historia. Que estaban contando su vida. Que su vida era la que se estaba contando. Y entonces la mujer cesó de contar la historia y se bajó del lugar en el que estaba aupada y el grupo desapareció. Y a Marwan Ibn Yyaqub le pareció que aquello tenía que tener un significado. Y buscó a la mujer y la encontró mientras se la llevaba un grupo de gente hacia otro lugar. Y ese lugar era una plaza. Y cuando la mujer era aupada para contar de nuevo una historia a un grupo de gente, se dio cuenta de que la mujer había cambiado y ahora era un hombre. Un hombre que se parecía mucho a él. Tanto que miró sus propias ropas y vio que eran las mismas que las de aquel hombre. Era él. Él mismo contando una historia. Una mujer entraba en una plaza y contaba la historia de un hombre que estaba en aquella misma plaza. Ni la mujer ni el hombre se conocían de nada. Ni sabían uno la historia del otro. Y son historias que se cuentan y que no conducen a nada, pero tienen de extraordinario el hecho de la casualidad y poco más. Muy poco más. Y se bajaba él mismo del lugar y se perdía entre la gente. Y Marwan Ibn Yyaqub buscó otra plaza. Y no encontró otra plaza. Y decidió abandonar la ciudad y buscar otra ciudad. Y vio un libro. Un libro con la historia de los viajes de Marwan Ibn Yyaqub. Que ya te los he contado.
miércoles, 13 de junio de 2018
Marwan Ibn Yyaqub. Isfahán.
Marwan Ibn Yyaqub pasando el control en el aeropuerto. Marwan Ibn Yyaqub cogiendo el avión. El avión despega y aterriza en Isfahán. Y Marwan Ibn Yyaqub baja del avión y pasa otro control. Y ya está en Isfahán. Y en Isfaján se encuentra con una persona, de manera casual, que se llama Ismail Isphahani. Se toma un té con él. Se despiden. Pero Ismail Isphahani se pega a su espalda. Le persigue. Se hace el encontradizo y conversa con él. Le acompaña. Le quiere hacer de guía por una ciudad maravillosa. Marwan Ibn Yyaqub habla con él y le dice que no necesita de guía. Que su filosofía de viaje no es la de conocer los lugares y aprender cosas sino que lo único que le mueve es simplemente estar, contemplar, hacerse ollas. Hacerse ollas. Ismail Isphahani comprendió de inmediato. Recorrió las mejores caldererías de la ciudad para llevarle las mejores ollas, los mejores cazos, vasos, cacerolas a Marwan Ibn Yyaqub. De todo se aprende. Y Marwan Ibn Yyaqub descubrió que no era fácil desprenderse de alguien que está dispuesto a todo por seguirte. Y Marwan Ibn Yyaqub hizo otra serie de descubrimientos de diversa índole a lo largo de su vida. Porque la vida de la gente está plagada de saberes nuevos, de conocimientos que van llenando el vaso. Y podríamos discutir si esos conocimientos realmente aportan algo o simplemente son adornos a un tronco básico. O podríamos discutir sobre cualquier cosa mientras la luna se pone sobre los impagables edificios de Isfaján. En Isfaján hay monumentos preciosos y otros edificios que son más ramplones. Pero en la cámara de fotos de Marwan Ibn Yyaqub solo hay lugar para cosas bonitas que a él le parecen bonitas, porque es importante para uno lo que para uno es importante y no para otros. Y el escritor que recoge las andanzas de Marwan Ibn Yyaqub lo hace porque considera que hay una obligación inherente a la de todo amante de las letras que no es otra que la de poner negro sobre blanco las vivencias de alguien. Tenga importancia o no. Y podría contarles que el otro día fui a una carnicería a la que no he ido en la vida y que está en mi misma calle y que compré carne para hacer albóndigas y que tuve la sensación de haber viajado mil kilómetros sin haber hecho otra cosa que cruzar la calle. Y aquella gente hablaba mi idioma y algunas caras incluso me eran conocidas y sin embargo una inevitable sensación de exotismo me invadía continuamente. Y no sabía pedir la carne y tuve que pedir mezcla de cerdo y ternera. Y esto son cosas que cuentan los escritores de muchas maneras. Unas más líricas y otras más disfrazadas de algo. Y supongo que volveré a esa carnicería. Porque no sé. Y Marwan Ibn Yyaqub quiso entrar a orar a una mezquita de Isfaján y se encontró de nuevo con Ismail Isphahani y este le comentó que en las mezquitas de Isphahán... y Marwan Ibn Yyaqub se hizo un lío. isphahan. Isfahan. Isfaján. Todos aprendemos cosas y todos nos hacemos líos.
martes, 12 de junio de 2018
Marwan Ibn Yyaqub. En sal.
Mirad cómo corre Marwan Ibn Yyaqub de puntillas atravesando el desierto de Atacama. Mirad cómo pasa como un rayo, desesperado, sin zapatillas de trekking ni calzado adhoc, volando parece. Mirad cómo jura y perjura que nunca más iba a atravesar un desierto y está aquí, ahora, ante nosotros, corriendo como un antílope, sin chanclas abiertas, ni fresquitas, ni cerradas. Mirad cómo huye del desierto y el desierto siempre le vuelve a alcanzar. En todas partes hay un desierto. En todos los lugares que imaginemos, hay un desierto. Son inevitavles. De vez en cuando, el desierto nos atrapa, nos engulle, nos encoge, nos elimina, pero los desiertos tienen un principio y tienen un final. Se sale. Del desierto se sale. Mirad cómo Marwan Ibn Yyaqub pega su cara al suelo y prueba, con la punta de su lengua, la sal del desierto salino de Atacama. Mirad cómo saborea con cara de asco el desierto, cómo chupetea el desierto, cómo lo lame. Cómo pasa su lengua por el desierto de Atacama. Cómo corre por el desierto de Atacama, salino, blanco, ardiendo. Marwan Ibn Yyaqub quiere tener un momento para pensar, para reflexionar sobre los desiertos. Otra vez. Nos pasa que no sabemos hacer otra cosa que reflexionar una y otra vez sobre lo mismo. Desiertos arenosos, desiertos pedregosos, desiertos salinos, desiertos asfaltados. Marwan Ibn Yyaqub por una carretera que recorre una zona arbolada en Wisconsin. Marwan Ibn Yyaqub leyendo los carteles de las señales de tráfico que indican lugares con nombres preciosos, americanos. Marwan Ibn Yyaqub no distingue entre los nombres preciosos, los letreros de gasolinera, los anuncios que indican que desde 1833 ahí se sirve ponche, le dan igual. Escribo esto pensando en esas carreteras de larguísima extensión, emocionado. Emocionado y feliz por saber que hay coches que pueden recorrer largas distancias y que dentro de ellos la gente habita confortablemente y el viaje no se les hace desagradable en absoluto. Un viaje desagradable. Un viejo desagradable. No tenemos la más mínima noción de lo que hacemos aquí. No sabemos nada. Algunos sí. Marwan Ibn Yyaqub pertenece a aquel grupo de personas que se conforma con cualquier cosa. Le da igual si el viaje es agradable o desagradable. No quiere desiertos. No quiere y no quiere. Quiere el viaje. Y quiere atravesar ese desierto al que ha llegado por error y del que ha de salir. Pero antes, antes quiere probar. Es de esos. Es de esos que lo quiere probar. El desierto. Probar el desierto. La sal. El pan y la sal. A veces nos liamos. No sabemos parar, nos ponemos a decir cosas y no sabemos poner el freno. Marwan Ibn Yyaqub ya ha llegado donde quería llegar. Pisa el cesped de un jardín bien cuidado. Se estira en el suelo. Mira al cielo. No sabe discernir si esas nubes son de lluvia o no. Alarga la mano para probarlas.
lunes, 11 de junio de 2018
Marwan Ibn Yyaqub. Atrás.
De todas las cosas que puede hacer el ser humano, una de las más insospechadas es la de ir hacia atrás. De manera inopinada, uno puede ir hacia delante, pero también puede ir hacia atrás. Incluso cuando piensa que va hacia delante puede, en realidad, retroceder. Marwan Ibn Yyaqub también lo probó. Recordemos que Marwan es originario de la tribu que no avanzó y que él quiso avanzar y realmente lo hizo, pero también volvió hacia atrás. No solo recorrió los espacios que su tribu no había conocido por no haber avanzado sino que revisitó los espacios de los que provenían y que no habían vuelto a visitar desde hacía generaciones. Marwan Ibn Yyaqub lo hizo sabiendo o sin saber. Sabiendo que estaba viajando, pero desconociendo que estaba viendo sitios que los suyos consideraban como suyos también. Marwan Ibn Yyaqub cruzó el río y lo volvió a cruzar de nuevo para volver. Es algo que hacemos todos y que Marwan Ibn Yyaqub experimentó, como experimenta cada día algo nuevo, porque todos experimentamos algo nuevo cada día, siempre, a todas horas, la vida es eso que nos pasa a cada momento que es diferente y novedoso cada vez. La vida es eso tan bonito que tenemos entre las manos y que consiste en cruzar el río o no cruzarlo cada día. La vida es eso que le pasa a Marwan Ibn Yyaqub cada día y que te pasa a ti también cada día. La vida es un mapa de colores que señala los países que existen en el mundo y es también el resto del aceite de una sartén aunque le hayas quitado todo el aceite. La vida son una gran cantidad de cosas que tienes en cuenta y otras cosas que tiene en cuenta el resto de la gente y todos en común hacemos una vida o hacemos varias vidas. La vida de Marwan Ibn Yyaqub parecía definida por la idea de avance, pero en algunos momentos regresamos. A veces te regresan y tú crees que estabas avanzando, pero como suele ser bueno, todo suele ser bueno, todo está bien y todo es porque es, lo asumes y dices que es así. Y avanzar o retroceder es indiferente. No avanzas nunca. No retrocedes jamás. Es mejor no retroceder jamás, dirán algunos, es más valiente. Es mejor huir y estancarse y esconderse y apalancarse y aburrirse y vivir la vida sumando cero. Es mejor un traje de color gris que un traje de colores. Un pantalón de chándal o correr en pelotas por los campos. Cuando Marwan Ibn Yyaqub llegó de nuevo a su aldea provinente de atrás, de donde había venido y alcanzó de nuevo a sus congéneres, a sus paisanos, no les reconoció y estuvo con ellos durante unos cuantos días, compartiendo con ellos las cosas que ya conocía. Muchos considerarán que eso es un atraso, que no se puede seguir compartiendo con quien se compartía exactamente lo mismo como si fuera algo nuevo. Pero Marwan Ibn Yyaqub lo hizo y no sabemos si le importó mucho o no. Si no lo sabemos será que no. Queremos saber mucho. Siempre estamos queriendo saber. Hay muchos que también quieren ignorar. Todo el rato. Ignorar y saber. Avanzar e ir para atrás. La vida, en definitiva, es movimiento. Aunque los de la tribu que no avanzaron estaban vivos también. Qué controversia. Y mientras tú estás de controversia, la vida sigue.
domingo, 10 de junio de 2018
Marwan Ibn Yyaqub. Marwan Ibn Yyaqub.
El resto del texto lo dedicaremos a hablar de otras cosas, pero lo que vamos a hacer ahora es describir a Marwan Ibn Yyaqub. No es posible que hayamos llevado a cabo una aproximación a un personaje y no digamos cómo es. Que le pongamos una cara, que destaquemos algún rasgo de su carácter, si alguna tara física le define, si alguna vez estuvo tentado de rizarse el pelo o dejárselo liso. Si era o no era. Si lo hacía o no lo hacía. Dedicaremos estas primeras líneas del texto a hablar de eso y luego hablaremos de otras cosas. Marwan Ibn Yyaqub respondía básicamente a las características básicas de una persona de su origen. Era alto, tan alto que podía alcanzar perfectamente los dos metros. Era fibroso, espigado, con la tez especialmente morena pero de un moreno sobrevenido, un moreno de quien es blanco de tez pero se ha vuelto moreno por la exposición al sol. El sol, a Marwan Ibn Yyaqub, ha quedamos que el sol le parecía de aquella manera, porque hay quien viene del sol y el sol no le gusta. Marwan Ibn Yyaqub se vestía con las ropas del lugar que visitaba. Informal cuando necesitaba ser informal, elegante cuando disponía de medios para serlo, pero siempre conservando algo distintivo de la tierra que le vio nacer. Qué bonito es todo cuando conservas algo de eso. Qué bonito cuando conservas. Ser conservador. Conservador. Conservador. Que nada cambie. Finalmente podría ser ese el sentido de este texto. La historia de alguien que viaja y que acaba percibiendo de que nada cambia. Que todo es igual en todas partes. Ese podría ser el bonito resumen de todo. Y no lo será porque no es así. Paseando una tarde por las estribaciones del monte Fuji se paró a pensar en el desierto de Atacama, donde había pasado algunos años. Y cayó en la cuenta de que no se parecía en nada al desierto del Takla Makan. Y nada se parece a esa sensación que como ya la hemos contado la vamos a obviar. Lo que ya hemos contado, no hace falta repetirlo. No hace falta estar todo el tiempo explicando las mismas cosas. A Marwan Ibn Yyaqub, sin embargo le gustaba que las cosas se las explicaran varias veces, deleitarse en los pequeños matices que diferenciaban un relato de otro. Las pequeñas cosas. A Marwan Ibn Yyaqub le gustaban las pequeñas cosas, los cambios de clima, los helados de vainilla, el pollo a l'ast. Le encantaba el agua fría. Fresquita. Qué buena. No le gustaba nada el vino. No soportaba la cerveza. Pero le encantaba ir a sitios concurridos donde hubiera personas bebiendo o hablando. Le gusta todavía. Le está gustando en estos momentos. Le gustaba el calzado cómodo pero ahora le gusta el calzado incómodo. Le gustaban las camisas verdes y le gustan las camisetas en tonos fríos. El tono frío, dice Marwan Ibn Yyaqub, le hace estar más fresquito. No es cierto que Marwan Ibn Yyaqub fuera una persona que gustase de ir vestida como si estuviera en su tierra. De hecho Marwan Ibn Yyaqub no era una persona que supiese nada de su tierra, porque no tenía conciencia de que hubiera una tierra suya.
Y ahora, si queréis , si quieren, nos apeamos del trato y hablamos de otra cosa.
Y ahora, si queréis , si quieren, nos apeamos del trato y hablamos de otra cosa.
viernes, 8 de junio de 2018
Marwan Ibn Yyaqub. Desierto.
Siento decepcionar a quienes esperen un relato clarificador sobre la vida y obra de Marwan Ibn Yyaqub pero hoy quien esto escribe se encuentra de baja por decoloración y soy yo quien se encargará de suplir al titular para escribir un remedo de texto que se parezca a. Los textos se parecen entre sí y ustedes no saben quién los escribe. No saben ni siquiera si soy yo otra vez y todo eso de la baja es una manera de comenzar como otra cualquiera. Marwan Ibn Yyaqub se perdió en un desierto y no quiso pisar un desierto nunca más. Se perdió en uno de los mil desiertos que recorrió y no lo olvidó nunca. Desierto, mal. Desierto, cuidado. Se perdió en el desierto del Takla Makan, allí donde cristo perdió el gorro y si cristo mismo perdió el gorro cómo no se iba perder el bueno de Marwan Ibn Yyaqub. Y no será porque Marwan Ibn Yyaqub no estaba orientado todo al exterior, no es una persona con las habilidades típicas de quien se ha criado toda la vida en ambiente cálido y sin embargo, pasa mucho, la gente que ha crecido donde hace mucho calor, no quiere calor. Y menos aún quienes han crecido cerca del desierto, no quieren desierto. En la exposición Universal, Marwan Ibn Yyaqub visitó el stand de Mauritania, porque le llamó la atención el nombre, le resultó familiar, y lo que vio allí le recordó al desierto. Y rememoró con quien quiso escucharle su experiencia en el desierto de Takla Makan. Y la gente se arremolinó en torno a él, escuchando las penurias, los contrasentidos, las alucinaciones, el sol, el sol, el sol, la arena como un espejo, y muchos entendieron entonces lo que era un espejismo, y el sol, y la arena, blanca, blanca, la arena, ardiendo, el sol, la sal, la boca llena de tierra, los labios completamente llagados, no tenía agua, los labios ardiendo y sangrando y la sangre se seca en los labios y crea una costra que cuando te la arrancas es buena cosa porque sale sangre de nuevo y el líquido de la sangre es tu único líquido, y los ojos no lloran porque no tienen lágrimas para llorar y alguien del público dice que eso le recuerda un poema o una figura literaria, la de las lágrimas de los ojos, y Marwan Ibn Yyaqub vuelve a mirar el cartel del stand de Mauritania en la exposición Universal y se extraña de haber encontrado un público tan culto y tan sabio y sigue explicando que el sol, el sol, el sol, las llagas, la sangre seca en la boca, la lengua llena de ganas de agua, y alguien del público vuelve a decir que es una imagen poética preciosa y que le gustaría por un instante revivir en persona esos momentos, momentos en los que una persona se pierde en el desierto y se encuentra sola y desvalida y al borde mismo de sus fuerzas, perdiendo el entendimiento y las ganas de ser y de estar, pero con esa voluntad sobrehumana para sobrevivir. Y Marwan Ibn Yyaqub coge de la mano a esa persona del público y salen de la exposición Universal y se van a un descampado que está justo al lado de todas las exposiciones universales y hace que juntos se sienten a esperar la puesta del sol y el amanecer y la persona del público se asusta y se va. Y Marwan Ibn Yyaqub se queda allí, porque ese descampado, por un momento le ha recordado a su tierra, a su madre, a una lata que tenía en la que guardaba algo que le echaba a las comidas y que ahora recuerda como tan sabroso. Y qué tendría aquella lata dentro. Y Marwan Ibn Yyaqub se pasa la lengua por los labios y quiere recordar el sabor. Y el Takla Makan le vuelve a visitar. Y se levanta del descampado. Y está confundido. Del desierto no se escapa uno jamás. Siempre volverás al desierto. Esas cosas que dice la gente.
jueves, 7 de junio de 2018
Marwan Ibn Yyaqub. En Brno.
Son cosas que no se comentan, que se mantienen en secreto, no como los viajes de la gente común que son radiados, televisados y filmados hasta la saciedad. Marwan Ibn Yyaqub estuvo en Brno. Y paseó por las calles de Brno hasta que se cansó de Brno y se fue a otro lugar. Un lugar que no sale en los mapas. Ese lugar que solo tienes en tu mente. ¿Hasta cuándo puede uno estar inventando los viajes de los demás? Me gusta que me cuenten los viajes, los lugares que visitan, las comidas que prueban, los edificios que descubren. Pero no me gusta ir. Me gusta que me lo cuenten y ya he ido. Marwan Ibn Yyaqub saluda a los viandantes en Brno y les cuenta que viene de la orilla del río, que ha comenzado un viaje y que ha seguido la luna o el sol, según fuera de noche o de día, y ha llegado hasta Brno. Brno en los años 30, una ciudad checoslovaca, centroeuropea, llena de vanguardia y de terror al porvenir. Brno en los años 30 bajo la mirada de Marwan Ibn Yyaqub que ha visitado el tiempo y el espacio de otras ciudades de los años 30 y ha fijado su mirada en Brno, porque en esta ciudad checoslovaca encontrará lo que busca. O no. Y no lo encuentra y sigue caminando. Fuera de Brno, fuera de todo. Y ve a personas que pasean y él las interpela. Cuando ve gente caminando se imagina que son como él. ¿Cómo se puede caminar sin ser un caminante? ¿Cómo puede moverse uno con la intención de parar? Son las típicas preguntas que hace quien está desnortado, quien no tiene un punto fijo, quién ha perdido el hilo. Y Marwan Ibn Yyaqub se pregunta todas estas cosas y algunas más mientras camina por unas calles de Brno en las que el tranvía pasa cargado de gente que va a trabajar o viene de tomar un café o de leer el diario en el que dicen que su equipo de fútbol nacional va a jugar una final del Campeonato del Mundo contra Italia y perderán como siempre pierden en Brno y en toda Checoslovaquia. Marwan Ibn Yyaqub ha descubierto el fútbol y se encandila viendo las fotografías de los jugadores en los diarios. Deben ser personas de un valor incalculable. Marwan Ibn Yyaqub recuerda haberle dado alguna patada a algo allá, cuando vivía en la orilla del río y todo parecía encaminarse a una vida monótona de discusión, asamblea y toma de decisión sobre cruzar o no. Avanzar. Y Marwan Ibn Yyaqub se hizo fotografías con los transeúntes que nunca habían visto a nadie como Marwan Ibn Yyaqub, porque las personas no suelen ver a todas las personas que están en el mundo y es normal que se extrañen de la presencia de otros seres humanos. Es normal. Todo es normal. Si nos ponemos a pensar, si nos paramos a reflexionar, si seguimos rellenando textos y textos con divagaciones sin importancia, es normal todo lo que ocurre. Todo absolutamente. Marwan Ibn Yyaqub ya había estado en Brno. Giro argumental. Una vez, hacía poco tiempo que había iniciado el viaje sin final, se había colado en un tren que llevaba mercancías desde un puerto francés a otro puerto polaco. Y ese tren hizo parada en Brno. Y en ese tren viajaba un norteamericano que tocaba canciones de Blues. Y a Marwan Ibn Yyaqub le pareció que conocía de algo al norteamericano, que le sonaba su cara. Lo había visto en algún sueño, en un sueño que tuvo en el que conocía a gente que hacía daño cuando hablaba. Y el norteamericano y Marwan Ibn Yyaqub se encontraron en uno de los vagones. Y el norteamericano quiso cantar y Marwan Ibn Yyaqub cantó canciones de su tierra y al norteamericano no le gustaron. Y llegaron a Brno. Y era invierno en Brno.
Era invierno en Brno. Siempre es invierno en Brno. Pero Marwan Ibn Yyaqub ya no está en Brno.
Era invierno en Brno. Siempre es invierno en Brno. Pero Marwan Ibn Yyaqub ya no está en Brno.
miércoles, 6 de junio de 2018
Marwan Ibn Yyaqub. Un camino sin fin.
Hoy, cuando ya todo eso que decimos que nos gusta tanto parece haber desaparecido completamente de las vidas de la gente común y nadie habla de eso cuando antes no parábamos, Marwan Ibn Yyaqub continúa con su viaje en busca de algo que supo cuando partió de su hogar y que olvidó con el paso del tiempo. Olvidar sobre qué, olvidar el qué, olvidar a lo que habías venido al mundo, suele ser un recurso muy manido para justificar el paso del tiempo. No lo recuerdo, déjame seguir. Marwan Ibn Yyaqub no recuerda lo que fue a buscar, no sabe dónde está. Y sin embargo, nosotros podemos hablar por él, porque en él reside todavía el espíritu de todos los que miramos los mapas y repetimos mentalmente los nombres de Samarkanda, Tamanrasset, Ulan Bator, la cordillera del Karakorum, los bailes en la tundra, el desierto del Gobi, los Urales, el Ural, el Land Rover parado bajo una tienda, los caballos fatigados tras huir de la carga de una tribu túrquica enfurecida. En Marwan Ibn Yyaqub todavía sentimos, cuando lo encontramos preguntándonos la hora en el metro de Barcelona o en un café de Sarajevo, aquello de lo que tanto hemos hablado. El viaje por el viaje. El viaje perdido adrede e inmortal. El viaje del holandés errante, el viaje del judío errante, el viaje del que se pone a caminar y se pierde. El que da una vuelta un día por el barrio para que le de el fresco de la tarde y ya no sabe volver. El viaje en la frontera entre dos ciudades sin frontera. El viaje de aquella tribu que se quedó pensando si cruzaba el río o no, en África, y que todavía está debatiendo si han de cruzar o no, y pasan las generaciones y construyeron una ciudad y la ciudad fue destruida y construyeron otra y en esa ciudad dicen que nació Marwan Ibn Yyaqub, y solo lo dicen como recurso literario ya que esa ciudad está perdida y esa tribu está perdida, y aunque Marwan Ibn Yyaqub no sabe dónde está, lo podemos averiguar porque hoy nada está perdido y todo tiene arreglo.
Marwan Ibn Yyaqub nació en esa ciudad, si lo queremos aceptar como cierto, y creció en esa ciudad, si lo queremos creer y darlo por válido y quizás por haber discutido hasta el infinito sobre cruzar el río o no, cuando se decidió a cruzar el río ya no tuvo vuelta atrás. Y sabía entonces lo que estaba buscando y era algo intangible, inmaterial, pero con una forma humana. Y tú te puedes imaginar lo que es, y saberlo a ciencia cierta y aburrirte de tanta explicación. Y lo que te gusta es reconfortarte en el bien ajeno, en la risa de la gente que vive conforme a sus propias normas y en la risa de la gente sometida a las normas de los demás y que se ríe igualmente.
Y partió Marwan Ibn Yyaqub una noche en la que de nuevo se sometía a la decisión de la asamblea cruzar o no el río y dar así por fin cuenta del destino glorioso de la tribu y como quiera que a Marwan Ibn Yyaqub no le interesaba tanto la teoría como el beneficio de dar un paseo de esos que te refrescan la cara y el alma a la vez, partió hacia un lugar que le obligó a cruzar el río, sin darle la mayor importancia y fue siguiendo los pasos grabados en el barro de una leona que se perdían hacia el lugar al que iban los leones y las leonas cuando se perdían y ahí es donde comienza la historia de Marwan Ibn Yyaqub que comenzó a marchar una noche de asamblea y que fue siguiendo un camino sin fin hacia un destino que le lleva por tiempos y lugares distintos porque nadie podrá creer que Marwan Ibn Yyaqub pudiera tener el mismo nombre que otro Marwan Ibn Yyaqub que naciera en un lugar que profesase la lengua y la religión supuestamente relacionada con si nació en esa orilla del río a la que no llegó ni la lengua ni la religión.
A no ser que nos lo estemos inventando todo y que el viaje tenga más trampas que una película de chinos. Que los tiene.
Y qué es la vida sin hacer trampas. Sobre todo si viajas.
Marwan Ibn Yyaqub nació en esa ciudad, si lo queremos aceptar como cierto, y creció en esa ciudad, si lo queremos creer y darlo por válido y quizás por haber discutido hasta el infinito sobre cruzar el río o no, cuando se decidió a cruzar el río ya no tuvo vuelta atrás. Y sabía entonces lo que estaba buscando y era algo intangible, inmaterial, pero con una forma humana. Y tú te puedes imaginar lo que es, y saberlo a ciencia cierta y aburrirte de tanta explicación. Y lo que te gusta es reconfortarte en el bien ajeno, en la risa de la gente que vive conforme a sus propias normas y en la risa de la gente sometida a las normas de los demás y que se ríe igualmente.
Y partió Marwan Ibn Yyaqub una noche en la que de nuevo se sometía a la decisión de la asamblea cruzar o no el río y dar así por fin cuenta del destino glorioso de la tribu y como quiera que a Marwan Ibn Yyaqub no le interesaba tanto la teoría como el beneficio de dar un paseo de esos que te refrescan la cara y el alma a la vez, partió hacia un lugar que le obligó a cruzar el río, sin darle la mayor importancia y fue siguiendo los pasos grabados en el barro de una leona que se perdían hacia el lugar al que iban los leones y las leonas cuando se perdían y ahí es donde comienza la historia de Marwan Ibn Yyaqub que comenzó a marchar una noche de asamblea y que fue siguiendo un camino sin fin hacia un destino que le lleva por tiempos y lugares distintos porque nadie podrá creer que Marwan Ibn Yyaqub pudiera tener el mismo nombre que otro Marwan Ibn Yyaqub que naciera en un lugar que profesase la lengua y la religión supuestamente relacionada con si nació en esa orilla del río a la que no llegó ni la lengua ni la religión.
A no ser que nos lo estemos inventando todo y que el viaje tenga más trampas que una película de chinos. Que los tiene.
Y qué es la vida sin hacer trampas. Sobre todo si viajas.
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