jueves, 29 de agosto de 2024
Crónica de un viaje a Vilches. Remanezco.
Este viaje ha contenido muchos viajes y en este viaje mezclo el viaje que hice para Santiago y el viaje que he hecho ahora, viajes ambos relacionados entre sí y que podrían estar en la misma secuencia, pero no hablaremos del viaje para Santiago, sino que hablaremos del arquetípico y clásico viaje a Vilches, provincia de Jaén, que abarca los días previos a las Fiestas en honor a nuestra patrona, los propios días de Fiesta en honor a nuestra patrona y los días posteriores a tal. ¿Y qué hay que contar? Este año hay que contar poca cosa. Fíjense en la foto que ilustra el texto. Esta ha sido mi pose y mi actitud durante los días de vacación. Se presupone que uno, pese a rondar los 50 años, llega a Vilches con la misión de iluminar la fiesta, de ser el cascabelito, de trasladar esa ilusión infinita que nos hace regresar a los orígenes a los hijos de emigrantes al resto de la población vilcheña. Y sin embargo, este año, no he podido desembarazarme de un estado meditabundo, mohíno, tristón, como si no tuviera nada que aportar, yo, que tanto aporto normalmente, como si no tuviera nada que decir, yo, que tanto digo. Algo me ha tenido cariacontecido durante más tiempo del necesario. Algo. Solo ha habido unos cuantos momentos que, sumados y contados aquí, parecerán una juerga flamenca, pero en once días, no ha sido tanto. Naturalmente, los momentos memorables han vuelto a estar protagonizados por el único y verdadero motivo por el que uno viaja a Vilches, que es la gente. Una vez más, la Patrona y sus misterios, significan más bien poco para mí, aunque ya hasta los punkis lanzan vivas a la Santísima y yo que sé. Pero ahí estamos. El anticlericalismo no está de moda y yo mismo me he visto justificando una religiosidad exacerbada por el hecho de que la represión contra lo no cristiano, lo no católico, es y ha sido tan brutal, tan salvaje, que se ha visibilizado... en fin, una teoría más vieja que un camino pero efectiva. Más vieja que un camino. Entremos en materia. Si el año pasado ya fue una primera introducción a María la Corea y su mundo, este año ha sido una inmersión y adoración a una vilcheña que deslumbra. Acompañando o acompañada por la simpar Marina, ambas conforman un dúo que eclipsa a cualquiera que se ponga bajo su radio de influencia. Quizás sea eso. A nadie le gusta eso. Solo unos pocos y pocas somos capaces de apreciar la magia cuando la tenemos cerca y ambas, Marina y María, a la vez, apabullan de una manera absoluta y renuevan de manera total el compromiso con Vilches y lo que significa Vilches, para lo bueno y significativamente para lo malo. Vilches, una manera de hablar, de explicar, de decir las cosas, de contar cualquier tontería, de contar lo más dramático, lo más duro, lo más superficial. Vilches es palabras, refranes, formas de entonar, gritos, coletillas, expresión corporal y gestual. Y una tarde, una noche, una ronda o varias de cervezas con ambas, es como si te renovaran la sangre. Remanezco, pues, de Vilches. No, no he nacido en Vilches. Soy catalán y me duele la boca de decirlo, catalán, catalán, catalán, como el Barça, Cadaqués y la Cerdanya. Pero remanezco de Vilches. Porque no me entiendo sin esa gente. Sin toda esa gente. Sin el placer de ver el partido de fútbol de rigor previo a las fiestas en honor etc. y encontrarte allí ya a mucha de la tropa que tienes en la cabeza y a unos les saludas levantando la cebecilla y a Luquitas le dices que se ha cortado el pelo, y todo eso. Todo eso, tan insignificante, tan poca cosa, es ya un motivo más que justificado para ir a Vilches. O entrar a comprar en el Pipi y tener la suerte de que no te toque el primero y poder esperar a que atiendan al resto de clientas y escuchar, escuchar a unas y a otras. Escuchar a vilcheños y vilcheñas hablando, no hay mayor elemento de renovación del compromiso nacional vilcheño que ese. Escuchar a la María trazar su plan para Conil, como en su tiempo significó para nosotros, pequeños niños charnegos, escuchar a su tita Manoli explicar cualquier cosa, te convierte en algo diferente. Algo diferente que engancha. De tal manera que, incluso quien no quiera, cuando le toca la hora de irse de Vilches, acaba pensando, joder, ahora me tengo que ir. Este año la familia ha sido fija discontinua. No he visto prácticamente a ningún primo, ni a los que te encontrabas de manera casual, ni a los de visita organizada. Únicamente mi prima Juani, mi insuperable prima Juani, pudo concertar una visita y fue fantástica como siempre. O más. Porque este año mi prima Juani tenía algo que anunciar, algo que aunque no lo quiera reconocer porque los Molina somos de difícil exteriorización, pero yo sé que lo que nos dijo la hace muy feliz y así pudimos disfrutar de mi Juani en todo su esplendor. Y fuimos capaces de desentrañar misterios familiares que nos hicieron reír y otros misterios que nos resolvieron el misterio de la abuela Pepa y la persona junto a ella que resultó ser la tatarabuela Juana. No he visto a mi prima Juli y la he echado de menos. Las dos juntas son también imbatibles. Como imbatibles son también Marijose e Isabelita, las sevillanas. Este año ha venido también Rocío. Y únicamente he podido estar ratos con Isabelita, magnífica, siempre con un optimismo vital que uno no puede ni llegar a concebir. Fiestas. Este año las fiestas las tomaba yo con muchas ganas aunque el calendario festivo volviese a estar pensado para personal más joven y ya el año pasado dijimos que una y no más, pero en mi cabeza... para empezar no compramos el bono, error. El bono te permite ir a la Piscina a disfrutar de las actuaciones, las que sean, durante los cuatro días de la fiesta. O son cinco. Cinco. El primer día compramos entrada para ver a los Toreros con Chanclas, el refrito de Toreros Muertos con No me pises que llevo Chanclas que fue bastante deslucido por un sonido mortecino, un Pepe Begines de bajona y que solo Pablo Carbonell parecía tomarse en serio si es que eso es posible. Con esto de fondo, me embarqué en una interesante, como siempre, ilustradora, como siempre, conversación con Bartolo, el mejor ex alcalde, pero fuimos interrumpidos porque podíamos comenzar a igualar a esos grandes maestros de la conversación densa y poco festiva, así que ya si eso. Pero para mí, siempre es un placer aprender. Ese primer día fue un primer día reglamentario, nos fuimos a casa a las cinco de la mañana, nos reímos, vimos a mucha, mucha mucha gente y nos marchamos. Saludé como Dios manda a nuestra prima Ana y para abajo. El trío resplandor, mi hermano, la Alba y yo. Al día siguiente comida en la Fernandina y por la noche la intención de repetir la jugada, sin piscina previa, con piscina final. Pero ocurrió algo, la conversación en la plaza derivó hacia el cansancio, hacia la obligatoriedad de la fiesta, hacia... y nos fuimos a casa. No aguantamos. Fracaso. Ese fracaso ya me acompañó durante el resto de los días. No hemos ido a la piscina el día 15. El día que estrenaba un polo chulísimo. Nada. Al día siguiente la charanga, esta vez con mi madre. Mi madre este año ha combinado la tradicional chumascada de la piscinilla con incursiones al mundo exterior. Ora charanga, ora piscina. En la charanga como una reina, siendo la más veterana del lugar, pero sin achantarse ante ninguna ronda y dejando bien alto el pabellón Juanes, justo ante una desconocida sobrina, la Irene, a la que saludamos y a la que le sacamos los parecidos rápido porque de eso se trata. Se parece, claro que se parece. También vimos al tito Martín, un encuentro minúsculo, casi insignificante, impropio de nosotros. Así que cuando la calor ya fue demoledor, nos fuimos y dejamos al Pako descolgado en la plaza y nos preparamos para la jarapada de la noche. Los jarapos con conejo, cinco conejos recién matados, cinco conejos desollados en vivo por nosotros mismos, con nuestras propias manos. La masa frita, el condimento, su poquito de canela, todo lo que lleva, tan rico. Para cenar. Una cena magnífica, ciertamente. Otra noche sin salir. El 17 se completó el día, tras la visita de mi prima Juani, con la tradicional actuación coplera en la plaza de Vilches. Una actuación breve pero que tuvo el contenido esperado. Mi pregunta es ¿Qué tiene la canción Garlochí que hay que cantarla todos los años? ¿El estribillo pan tostaíto migaígo con café la hace irresistible? No lo sé. Hubo cante y cuando acabó la cosa nos quedamos en la plaza más a gusto que todas las cosas, pero nuevamente no fuimos capaces de terminar en la Piscina. Ni tributo a El Último, ni el Maki ni tal, ni pascual. Nada. El último día, pues, hicimos lo que teníamos que hacer. Y así nos plantamos en el 18 con la intención severa de ir sí o sí a la piscina a terminar la noche como fuere. Previamente, por la mañana, fuimos a la Piscina pero a bañarnos, a tomar el sol, con mi señora madre que nunca jamás había ido a la Piscina a bañarse, aunque fue allí donde se casó. ¿Os hemos contado todo lo de su boda y tal? Otro día. Fotos de mi abuelo Quico serio como si le estuvieran llevando a un concierto de Pet Shop Boys. La mutación que estoy viviendo en Quico es reseñable. Mi tito Bibiano ya es una fotocopia, mi tito Antonio está en camino, mi primo Paco ídem, pero yo que soy más viejo que él... dios. Vimos salir a los asistentes al concierto de Paco Candela, que es un personaje que aquí en las Catalunyas no lo conoceremos pero que allí parece ser una autoridad en el canto agrocoplero. Agrocoplero como puede comprobarse en una canción llamada Los dos amigos en la que le canta a la relación entre un cazador y un conejo, que nos descubrió el Loren de las Olas y que es orfebrería pura de yo que sé, amigo, yo que sé. El conejo le pide que no le dispare porque tiene a su madre en la madriguera. Nos comimos unos churros con la Yolanda y el Antonio y dimos por clausuradas las fiestas. Bares. Hemos intentado ir a todos los bares, pero los bares no han intentado que fuéramos nosotros a ellos. Ha costado ver abierto al Rafi, al Pichi, a Ginés. Hemos asistido a los Cazadores pero para mí los Cazadores quizás han perdido lo que le hacía atractivo, aquella mezcla de kitsch patriotero y contemporaneidad, ahora bien, las tapas son imbatibles. De la trilogía del cruce solo se ha salvado el Ágora, siempre firme en su compromiso con el cliente. Nuestro compromiso con las Olas se ha mantenido incólume y las visitas al Buen Gusto no han sido tan abundosas como otros años. No he ido a la Sartén y no lo he echado de menos. Hemos ido al Baesucci a comer. Ojo, a comer y comer bien. Bares, tapas, Úbeda, Sabiote y una visita a Sabiote que nos descubre un precioso pueblo con un Albaicín y un bar muy apañao y unos atardeceres brutales y unas vueltas al Mortero dignas de ser reseñadas de mejor manera pero no puedo menos que decir que una vuelta al Mortero, al cabo de los años, es lo que más te reconcilia con Vilches. Sin contar la Renfe, claro. Una Renfe que lo es todo y que es el punto por el cual somos la Estación y por el que no somos de Vilches. Ahora qué. Cómo os habéis quedado. Tanto canto a la patria y tanto rollo para acabar diciendo que soy de la Estación y que no somos. Bueno, nosotros nos entendemos. Somos y no somos, a vueltas con la identidad y con remanecer o no remanecer. Hemos visto al tito Manolo y lo hemos visto como más hecho, no sé, de alguna manera, más persona. Ya. Descoloca. Pero así ha sido. No hemos visto a su hermano, a Robin. Hemos visto a poquísima gente de aquella gente de la diáspora telefónica que un día decidieron que todos se iban a Barcelona. A vueltas con la emigración y los emigrantes y demás historias. Este año hemos tenido visita, una visita final para irnos a otro sitio y volver. Siempre me pasa que cuando viene alguien, algún colega al pueblo pienso que se va a aburrir, que no lo va a entender, que va a pensar que el pueblo es feo, que no tiene nada, que hacemos cosas aburridas. Vinieron Nacho y Eu y fuimos al castillo y atardeció con unas nubes espantosas y se configuró un tormentorro mayúsculo que nos obligó a irnos de la plaza para meternos en las Olas. Pero qué fotones salieron. Y al volver volvimos a la plaza y allí sí que hicimos una sentada buena y comprobaron que el dúo María y Marina es encantador y quizás entendieron que son esas pequeñas cosas, una postura bien chorreá, lo que nos lleva allí, lo que nos hace remanecer. Somos de un lugar o no somos de ningún sitio. Nacidos en un lugar pero con la sensación de que una parte de tu vida está en otra parte. Aunque de 365 días que tiene el año estés no más de 20 días allí. Me decía María que si yo no hablaba como hablan ellos con mis amigos. Le dije que no. Aunque se te escapen palabras, dichos, refranes. Yo no hablo como ellos. Aunque vosotros penséis que soy un puto español de mierda. En realidad no hablo como ellos. Ya soy, yo soy, otra cosa. Pero no soy de allí. Aunque remanezca.
martes, 27 de agosto de 2024
Crónica de un viaje a Berlín. Alemania, no gracias
Ahora vengo yo a contaros un viaje a Berlín cuando ya hace dos semanas o más que tuvo lugar dicho viaje y la inmediatez del relato se ha perdido por completo, pero también leéis viajes de gente que se escribieron hace cientos de años y no os ponéis las manos a la cabeza o pensáis qué tiene este que contarnos ahora, aunque esto también lo pienso yo mismo en este preciso instante y lo he pensado también durante el mismo viaje a Berlín que ahora os comento, qué tengo yo que contar. Realmente poco, ya que comentando con otros turistas y con otros amigos que antes ya vinieron, hemos ido a esos mismos sitios y bares a los que ya habéis ido vosotros también y hemos escuchado básicamente las mismas historias y relatos que todos y todas vosotras ya habéis vivido. No hemos a ningún sitio novedoso, no tengo nada nuevo que aportar. Pero qué más da. Este viaje a Berlín surge como desquite de un viaje a Berlín que nunca pudimos hacer por mi torpeza durante la pandemia y surge también como una manera de rellenar huecos de un viaje anterior a Berlín realizado hace un montón de años, aunque no son tantos, con la Pepa, el Txispa, el Edu y mi hermano. Un viaje del que recuerdo las visitas a los museos, haber ido a un lugar donde hacían conciertos y que no sabría y no he sabido ubicar y haber pasado por el muro del Beso, antes de que el lugar se convirtiera en lo que es hoy. Porque resulta que el lugar en el que nos alojábamos está justo encima del muro del Beso, el East Side Gallery. Una sección grande del muro de Berlín que se decoró con murales y que visto hoy parece bastante cutre, los dibujos digo. Ni siquiera impresiona ya el del beso entre Honecker y Brezhnev, aunque yo tengo no uno sino dos imanes de aquel viaje en la nevera. Al parecer y con razón, a los berlineses no les hace gracia ese alojamiento, ese bloque de apartamentos. El turismo. Yo, con mi adhesión a las campañas contra la turistificación de todo lo que vemos y hacemos, en Berlín haciendo turismo. Porque turismo es lo que hacen otros y no lo que hago yo. Turismo es cuando vamos de bares y no cuando vamos a ver espacios vacíos, puros, virginales. Turismo es cuando le damos un sentido lúdico y no político a lo que hacemos las 24h del día. Turismo es cargarte el entorno por pasártelo bien y no turismo es que solo podamos ir unos pocos a unos sitios y llegar y encontrarnos solos y tener esa sensación de que somos los primeros, que no estamos dañando nada. que es nuestro. Yo que sé. Sea como sea, Berlín es una capital turística y más que turística una de esas capitales en la que casi todo el mundo o mucho mundo es de fuera. Desde la inmigración turca a los expats de todo tipo, lo que hemos visto en Berlín es que a principios de agosto, prima el guiri y tu escaso alemán es más que suficiente para tirar palante gracias a un poquito de inglés y poco más. Salvado el primer y no poco importante escollo de salir del aeropuerto y encontrar la estación de tren y el tren para llegar a Berlín, el resto del viaje no presenta complicación alguna gracias a una extensa y bien nutrida red de transportes públicos de todo tipo que te facilitan la estancia. Pero, ay, el viajero que quiere 'sentir' la ciudad. Patear un poco. Caminar nos viene bien, esto parece que está aquí al lado. No te ahorras las pateadas de rigor y así pasa lo que pasa. No esperéis en este relato hazañas relativas a discotecas, raves, techno, casas okupas, etc. A las once de la noche estábamos en casa absolutamente destrozados y con ganas de meter los pies en agua. El primer día, de esta manera, lo dedicamos a hacer un poco de guiri por el centro, visitando los lugares más así, Puerta de Brandenburgo, la estatua de Marx y Engels, la isla de los museos sin entrar en los museos, comer el primer bratwurst y las primeras cervezas. Por la noche, con el entusiasmo propio de la inconsciencia, quisimos ir a uno de esos emporios de la marcha que nos habían señalado en un mapa y a la segunda cerveza nos tuvimos que ir porque estábamos como zombies. Lo que no quita para decir que había ambientazo y que estábamos a dos pasos de Friederichshain, que nos habían dicho que era un barrio molón y al día siguiente hicimos el mismo trayecto pero con guía. Un guía que ya vi el primer día y al que ya etiqueté como 'tiene que haber sido de las juventudes comunistas' y que efectivamente no defraudó. Puerta, memorial, el falso checkpoint, edificios, el búnker, Alexanderplatz y la antena, el muro, la plaza donde quemaban libros los nazis, explicado desde una perspectiva no hollywoodiense tal y como se encargó de aclararnos varias veces. Como curiosidad, hizo una parada debajo de una tienda de Boss y me lancé a preguntarle si había sido adrede por lo de que Boss hizo el diseño de los trajes de las SS y me dijo que no, que esa historia era falsa. Leches. Me redimí cuando le pregunté si la Bebelplatz era por Bebel, el político socialdemócrata, y me dijo que era la primera vez que alguien le preguntaba eso y que era verdad. Si queréis seguir hacia delante con el relato y no os quedáis cegados con mi inmensa sabiduría, seguir acompañándome. Esa tarde hicimos nuestra primera aparición en Orianenstrasse, la calle donde están todas las cosas en Kreuzberg, que es el barrio que tienes que visitar. Un barrio enorme con mucha inmigración turca. Y movida cultural y tal. Kreuzberg, NeuKölln. Días más tarde hicimos la ruta por la Karl Marx Strasse desde Neukölln y moló muchísimo y comimos en un yemení y me equivoqué y me tuve que comer un platarro de hígado de cordero. El día del guía fuimos a comer a un lugar de comida alemana y no probé el codillo, pero sí la col fermentada para acompañar un bratwurst. Dos calles, Orianenstrasse y Warschauerstrasse. Y lo que hubiera alrededor. En eso ha consistido nuestro viaje. Preguntarnos lo que queráis. Alemania, no gracias. Esto venía en una postal que compramos con la cara de Marlene Dietrich con el uniforme del Ejercito de los USA y me hizo gracia. Porqué digo esto, si, por ejemplo, soy fan de la música alemana llamada Krautrock y me he comprado dos discos de Can allí, uno precisamente el día que nos encontramos con la Marina de Erc por allí que fíjate que sorpresa encontrarte con alguien el día justo que llevas la camiseta de la Ada Colau. Digo esto de Alemania porque lo del nazismo no se te va de la cabeza. Con la lectura reciente del libro sobre las SS, una visita al campo de concentración de Sachsenhausen te deja listo, aunque un trío de señoras valencianas se empeñase en decirnos que Sachsenhausen no vale nada y que mejor Auschwitz. Pero bueno. O ese grupo de españoles de la visita que echaron a faltar algo más de truculencia y morbo en las explicaciones. En realidad no tendría que decir Alemania no gracias, sino nazis hijos de puta. Pero es que el recuerdo de todo eso está tan ahí que aunque ahora mismo los alemanes sean más abiertos y más cosmopolitas y más de todo que todo, es que eso está ahí y ahí fue donde todo fue tan bárbaro y tan racional y tan frío y tan salvaje y tan científico y tan irracional que da pavor pensar que ellos lo hicieron como antes lo habían hecho otros o nosotros mismos. Más cerveza, visitas a los museos de rigor, también al museo Judío en plena ola de ataques genocidas de Israel hacia el pueblo palestino, aunque no tenga que ver y tenga mucho que ver y la visita al museo Judío te deja un poco yo que sé, como que no está bien exprimido, pero claro. Y también fuimos a Postdam y fuimos a ver el palacio de Sanssouci y antes habíamos estado mirando cosas de Federico el Grande y cómo los nazis lo quisieron hacer suyo y como décadas después la RDA puso de nuevo su estatua porque yo que sé. En total, que Berlin mola muchísimo, que iba a comprarme camisetas de esas contra el fascismo y al final se compró una Alba y yo no, que vimos tiendas de discos, bastantes, y me acabé comprando dos de Can y uno de Bob Dylan, el Selfportrait, tela marinera. Y hablando de música, el segundo momento glorioso lo viví el último día, subiendo al ascensor, cuando se metieron con nosotros dentro una pareja de padre e hijo, más altos que la antena y por hacer algo me puse a silbar Sunny Afternoon y el chavalito que tenía pinta de skater, de manera absolutamente sorprendente, terminó de silbar la parte de waiting for a sunny afternoon... mágico. Que bebimos cerveza a troche y moche, que disfruté de cada paseo en metro, de cada paseo en lo que se parece al metro y no lo es, de cada paseo en tren, en autobús, de cada estancia en una estación de metro al aire libre o cubierta, de cada paso de peatones, de cada acera, de cada cafetería, de cada Spät, de cada centro cultural que no vimos y de los que vimos de chaspi como el centro JAAM o aquel que estaba en un techo de un gran almacén y que pasamos de entrar, del Spree y del recuerdo de Rosa Luxemburgo y Karl Liebneckt tirados al río por los infames Freikorps en 1919 y preguntándote si fue allí, o fue allí, o fue allí, de la calle Rudi Dutschke y con Ulrike Meinhoff en la cabeza, de cada comida marrana que nos metimos en la boca, del mercadillo de segunda mano, de cada tienda de segunda mano y de cada chaqueta de chándal que no me compré, del karaoke, de que lloviera, de que hiciera sol, de que por las noches nos tapásemos con un edredoncito, de no entender nada de la tele alemana, de los bares de punkarreo que parecerán muy modernos y a mí me parecen ya un poco pasados, de Berlín y de los alemanes, de las pegatinas en los bares, de cada historia de cada edificio, de cada Stopelsteiner, de todo lo que pudiera ser historia y de lo que es presente y futuro de una ciudad que me parece alucinante y a la que habría que ir cada cierto tiempo para ver cómo sigue evolucionando o se acaba de hundir en la ciénaga que le da nombre.
viernes, 26 de julio de 2024
Crónica de un viaje. Indestructible.
Hay quien duda, y con razón, de la existencia de Dios. Cada día vemos injusticias, genocidios, atrocidades, en las que la intervención divina para remediarlas o su intervención reparadora, se esperan, se imploran, se rezan, pero no aparecen. Dios no parece estar para las grandes cosas o quizás su plan sea otro y esto que nos pasa no representa más que una porción escasísima de lo que pasa y todo obedece a un plan. Vete tú a saber. Pero Dios está. Existir o no existir, no lo sé, Pero que está y que de vez en cuando, muy de vez en cuando, interviene para recordarte que lo que tú consideras libre albedrío, casualidad, suerte, son paparruchas y que es Él el que decide. Dios es quien decide mi suerte, dice la canción de Caetano. Todo comienza en una visita a la gasolinera de Vilches, en la carretera de Almería, esta Semana Santa. Nuestro coche presenta un aspecto exterior que delata que ha estado en manos de personal con una conducción digamos que poco escrupulosa. Así, el muchacho que echaba la gasolina, el gasolinero, mirando el coche y sus múltiples desperfectos comentó que 'iba a dejar el coche redondo'. Le expliqué que bueno, que el coche ya venía así y que aunque su aspecto exterior denunciase una cosa, por dentro funcionaba como un reloj. Y aquí el gasolinero sentenció: es que estos coches tienen motor Renault y, mirándoles nada más que el aceite, son indestructibles. INDESTRUCTIBLES. Escuchar esta definición me hinchó el pecho de un orgullo fuera de toda norma. Indestructibles. Así, en cuanto volví a casa, se lo comenté a Alba. Indestructible. Y así se lo fui comentando a todo aquel con el que he conversado sobre coches en estos últimos meses. De tal manera que, cuando hace una semana aproximadamente se me ocurrió bajar a las fiestas de Santiago Apóstol en el barrio de la Estación, mi barrio vilcheño, lo hacía confiado en que el pequeño Dacia, estaba atravesando un momento dulce. De tal manera que, en una conversación con amigos y amigas el pasado domingo sobre posibles compras de coche y marcas, volví a referir la anécdota de la gasolinera. Indestructible. Como dato para el futuro de este relato y que define que Dios está ahí, pendientillo, diré que surgió la marca MG como una marca barata, china, pero de calidad. Pues bien. Como quiera que justo al volver de Semana Santa hice la pertinente revisión y cambios diversos, pasé la ITV también la semana pasada y todo estaba en orden, el miércoles salí de viaje, junto a mi señora madre, hacia Vilches. Partimos a las siete de la mañana. Todo parece transcurrir con cierta normalidad, mucho tráfico de malditos camiones, no acabamos de enganchar el tema de la radio y los podcast y cuando estamos llegando a Tarragona se enciende la luz de la batería. ¿Por qué? En nuestra casa, el sistema Molina de reparación de cosas o de solución de imprevistos siempre ha confiado en 'espera a ver si se va solo', y así procedí. Paré en un área de servicio, el coche arrancaba pero la luz no se iba. Seguimos avanzando y cerca de Castellón comienzan a encenderse otras luces. En ese momento, si mis nervios estaban ya un tanto alterados, todo se me vino encima. Luces, luces, luces y al final, todo se apaga. No pasa nada, decía mi madre, mientras funcione el freno. Funcionaba. El coche deja de acelerar y va disminuyendo la velocidad hasta que nos quedamos aparcados en una milagrosa salida de emergencia. Casi llegando a Sagunto, donde hay un área de servicio que yo pretendía que fuera nuestro espacio salvador. Pero no. Dios quería enseñarnos algo. Llamada al seguro y peripecia con la grúa que si viene o no, que claro que viene y el gruísta es un tipo espectacular que nada más abrir el capó ya señala el problema. El alternador. Son las diez de la mañana. El sol ya cae a plomo. Mi madre y yo allí a pleno sol. Todo al azar. El gruísta decide salvarnos la vida y no dejarnos allí esperando un taxi, nos lleva a una base, su base y allí esperamos. El coche se quedará allá, nosotros ya veremos qué pasa. Al final nos ponen un coche de sustitución para acabar el viaje a Vilches. Los que tenemos casa en Andalucía o en otras partes, sabemos que esa casa se convierte en un contenedor de cosas de todo tipo que 'bajamos al pueblo'. En este caso, una televisión de tamaño mediano grande que sobraba en otro domicilio. La bajamos al pueblo. Atarrear con la televisión en la autopista, en la base, cargarla en el taxi, descargarla a doscientos mil grados kelvin que pegaban en Valencia, volverla a cargar en el coche de sustitución. Y mi santa madre viviendo todo aquello como 'otra experiencia más'. Y yo no quiero pasar más ruina, como dice el Cooper. Y aquí es cuando Dios demostró que está, existe y tiene sus momentos. El coche era un MG. Quienes me conocen saben que no soy la persona más hábil del mundo. Conducir un coche que no es mío, con los nervios, qué puede pasar. Supimos salir de Valencia. Supimos llegar a Vilches a las ocho y algo de la tarde. Durante todo el viaje no supimos escuchar ningún programa de radio más de cinco minutos. Zumbidos, interferencias, pérdidas de sintonía. Y tan solo al final, cuando ya cogemos la carretera de La Carolina a Vilches, aparece Radio 3 y en Radio 3 El Sótano y en El Sótano un concierto de la Velvet Underground del 69. Y una soberbia versión, precisamente, de I'm Waiting for the man. Es que todo tiene un sentido y un qué. El pequeño Dacia, indestructible, está en Sagunto todavía. Nada ha acabado. Ahora, a mostrar humildad, temeroso de Dios y bendito sea la virgen.
miércoles, 13 de marzo de 2024
Krasnoyarsk
Yo ya había estado en Krasnoyarsk antes, hace mucho tiempo, pero no la recordaba así. Entonces, la ciudad era poco acogedora y cuando volví al cabo de unos años, bastantes años, eso no había cambiado. Pero sí que había algo que no parecía estar en su sitio. María me dijo, no nos habremos equivocado y estamos en Krasnodar, que mira que te lo dije. No, no, le dije. En Krasnodar hace bastante más calor que aquí, Krasnoyarsk es frío como el mismo demonio. Y mira el río. Y míralo todo. Está helado. Es algo que no sé cómo definir, pero ha cambiado. Será que cuando viniste por primera vez todavía existía la Unión Soviética y ahora eso ya pasó y ahora todo es diferente. Por poco que haya cambiado, siempre se modifican cosas y ese cambio no parece cosa menor, me dijo María. Yo miraba en torno a nosotros y reconocía edificios, pero había algo. Quizás algún letrero comercial algo más alegre y que la gente en la calle parecía más joven. Un coche pasó por nuestro lado. Era nuevo. Alguien miraba el móvil. Aquellos gorros tan gruesos, dónde estaban. Fuimos a una cafetería. Yo no recordaba cafeterías. Pero las había. María me hablaba de Moscú. Ella había estado trabajando allí durante cinco años. En mi cabeza se mezclaban cosas. El río. El frío. Al salir de la cafetería, María me propuso volver al hotel. Quise ver la tele. En un programa entrevistaban a unos turistas catalanes. No éramos nosotros. Decían que estaban haciendo un viaje por toda Rusia y que Krasnoyarsk les estaba encantando. Les encantaba Krasnoyarsk. Quizás era eso.
miércoles, 24 de enero de 2024
Crónica de un viaje a Brasil. Eu sou da Bahia.
Pero ¿porqué Salvador de Bahía? Dos cosas. Hace como 30 años a mi abuelo le tocó un viaje a Salvador de Bahía en la Caja. Mi abuelo Antonio entonces tendría ya 70 años largos y no se vio el hombre como para hacer un viaje y ofreció el viaje a mi tita Petra y a mi padre. Mi madre cuenta cómo una noche mi abuelo llamó a casa por teléfono, hizo el anuncio, y la consecuente revolución que supuso. Mis padres fueron a Salvador de Bahía con un viaje preparado y volvieron en shock con todo lo que habían visto y vivido. Vieron cosas muy bonitas, muy diferentes, pero también vieron pobreza, miseria, discriminación, que les dejó muy tocados. Unos pocos años después, trabajaba yo en el 1004, leyendo El País de las Tentaciones, hicieron un reportaje sobre un disco que apadrinaba David Byrne sobre unos brasileños que se llamaban Os Mutantes y que a finales de los sesenta hicieron una música alucinante. Tuvo que ser el año 1999. Aquel reportaje me impactó tanto que me tuve que comprar el CD y aquello abrió la puerta a un mundo musical apasionante. Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa, Tom Zé, Rita Lee... Uno ya conocía la bossa nova aunque no era fanático, el disco de Stan Getz y Joao Gilberto, el mítico disco de La Fusa, pero aquello era otra cosa, el tropicalismo, psicodelia brasileña de primera división. Y muchos de los protagonistas de aquel movimiento eran bahianos, como el propio Caetano Veloso. Escuchar por primera vez Marinhero Só, del disco blanco, te cambia la vida. Y te mete Salvador de Bahía muy dentro sin haber estado jamás en Salvador. Yo no soy de aquí, yo no tengo amor, yo soy de Bahía, de San Salvador. Así que todo estaba encaminado para que, en caso de hacer alguna vez un viaje, el viaje, ese viaje tuviera que ser a Salvador de Bahía. Y ese viaje, ha sido. Un viaje de novios, el típico viaje de bodas, parecía y fue la oportunidad ideal para hacer esta visita. Pero claro, el viaje parece que se queda corto si, una vez que vas a Brasil, no visitas también la naturaleza abrumadora de la Amazonia, la ciudad de Rio, las cataratas de Iguazú, no sé, no quedarte en Salvador. Y ahí es donde yo no me muevo bien. Un viaje a Salvador me parecía suficiente incentivo como para poder disfrutar de una ciudad abrumadora sin tener que estar pendiente de cumplir con todos los destinos posibles y 'recorrer' todo Brasil como manda el manual del buen viajero. Lo vi todo. Estuve. Un día. Dormimos en tantos hoteles. Me canso. Finalmente el viaje se delimitó de la siguiente manera. Salvador de Bahía con la posibilidad de hacer visitas a pueblos o parajes de por allí y un destino más, Itacaré, pueblo de costa para hacer básicamente playa y más visitas a parajes con verdor. El relato del vaije pues, comienza con el vuelo y con la llegada y con la recogida en el aeropuerto por parte de Marco, el dueño de la Pousada Esmeralda donde pasaremos los días primeros en Salvador. Marco es un italiano de unos sesenta y tantos años que junto con su mujer Natalie, francesa, regentan una sencilla pousada que hemos visto en el barrio de Santo Antonio. Nos pregunta qué más lugares vamos a ir a ver y cuando le decimos Itacaré, tuerce el gesto. Nos pregunta si somos surfers, no somos surfers, pues entonces Itacaré... pues vaya. El trayecto en coche desde el aeropuerto hasta la pousada nos descubre la ciudad de noche y no es lo mejor ver una ciudad y una ciudad como Salvador, de noche. Vemos muchas casitas bajas, de ladrillo visto, vemos edificios que podrían estar mejor conservados, vemos tiendas, bares, establecimientos comerciales, todos cerrados, son las diez de la noche, y la sensación es que la ciudad parece un poco desastre. Huele a calor y a mar. El coche va recorriendo grandes avenidas y carreteras hasta que de repente callejea un poco y nos dice Marco que 'eso es el Pelourinho'. El Pelourinho es el barrio más típico de Salvador, el lugar que más recordaban mis padres, está ahí. Estoy emocionado. El coche sigue una calle y Marco nos va contando que aquí harán un concierto el jueves, este es un buen restaurante, aquí se puede venir a tomar algo, este es otro bar, vemos que la calle está en algunos tramos tomada por gente que está tomando algo. Vemos que hay ambiente. Llegamos a la pousada, hace mucho calor, me cuesta dormir. A las seis de la mañana es de día, pero de día de día, ya pasan coches, cantan pájaros. Durante el desayuno le decimos a Marco y a Natalie cuáles son nuestros intereses. Y a partir de ahí, el viaje toma otra dimensión. Así, la planificación de estos días girará en torno a la música. Concierto de Samba en tal bar, concierto de una orquesta en las escaleras de tal iglesia, el desfile de los afoxés de carnaval, el ballet folclórico de Bahía y cosas que nos vamos encontrando por la calle. Porque nuestra calle, la calle Largo de Santo Antonio, ya de por sí es una calle con vida propia. El primer día, sin embargo y por hacer de este relato algo con sentido, será el que lo condicione todo.Tanto la planificación a partir de la música, como nuestra mirada sobre todo esto. Visitamos el Museo Afro-Brasileño. El museo recoge una exposición basada en una novela que se llama Defecto en el corazón, que es lo que alegaban las autoridades para no dar trabajo público a los negros. Les decían que tenían defectos en el corazón. El museo habla de la esclavitud. De cómo los portugueses llevaron a millones de personas desde África a Brasil, siendo Salvador el principal punto de descarga. Viajes en barco hacinados unos con otros donde la supervivencia ya era un milagro. Y la esclavitud. Ser esclavo. Estar en el mundo al albur de lo que el amo quiera. Miles de personas. El museo lo explica todo, explica los orígenes, explica cómo llegan, quiénes llegan, de dónde son, en qué creen, cómo tienen que convivir personas que no son del mismo sitio, pero a nosotros todos nos parecen negros, qué comen, cómo aman, todo. Es una visita que hace que el viaje, todo el viaje, ya no sea igual. Porque uno puede estar concienciado, muy concienciado, pero esa visita te cruje. Y así todo, absolutamente todo lo ves con el prisma de que, esa gente que tienes alrededor, está reivindicando constantemente su dignidad, o bien, están pagando una y otra vez haber sido condenados a la miseria desde hace generaciones. Esclavos, discriminados, desposeídos, pero orgullosos. Y es precisamente su cultura, sus formas de expresión cultural y musical, las que son reconocidas y estimadas, las que nos volarán la cabeza allí. Y ya todo el viaje estará lleno de conversaciones sobre la identidad, sobre quiénes somos, sobre la cultura, sobre la gente, sobre cómo somos, sobre la injusticia, sobre la esclavitud, sobre la miseria, sobre la política, sobre la política, sobre la cultura, sobre mil cosas. Esa visita al Museo Afro-Brasileño se completa con otra visita fundamental, al museo de la música de Bahía, brutal. Con esas dos visitas, el viaje prácticamente está ya visto para sentencia. El museo de la música es inabarcable y te pierdes mil cosas, pero hay salas donde puedes ver y escuchar sobre la historia de tus ídolos y sales de allí emocionado. Escuchar a Caetano gritarle a la juventud revolucionaria que son una mierda de juventud... tantas cosas. Un día después, una visita guiada por el Pelourinho completa la información sobre el barrio y sobre la ciudad. Una ciudad en la que unos cuantos condicionaban la vida de todos. Pero una ciudad en la que esos pocos sucumben ante el poderío de la mayoría. Aunque solo fuera por el ritmo y por la música. Y no, no vale lo de que al final los pobres son felices cantando y eso contagia, no. La música es constantemente una reivindicación. Bailar es algo más que bailar. Todo siempre es algo más. Una imagen de una virgen, no es esa virgen. Ese santo no es ese santo. Rezar no es solo rezar. Un viaje para abrir mucho más la mente. Visitamos iglesias, las lujosas como la de San Francisco, toda de oro, pero también la de los Homens Pretos, la iglesia de los negros, construída de noche, cuando les dejaban los amos, con sus santos negros, su niño Jesús negro, la historia de Anastasia, la negra que no quiso ser esclava y a la que le pusieron un bozal y una argolla. Recemos por Anastasia cada vez que vayamos a trabajar. Y la música. La música puede ser muy buena pero también puede ser otra música, esa música moderna que te encuentras por todas partes, brasileña igual, que no entiendes, pero que está ahí todo el día, en todas partes. En nuestra calle, no. En nuestra calle la música que suena es otra, más reconocible. Nuestra calle es como una especie de pequeña Gràcia. Tiendas de discos, de ropa, centros culturales, música en la calle, souvenirs con clase, bares y restaurantes. De noche se llena de gente que son como la gente con la que nos juntamos en Barcelona, estamos a salvo. Si te sales de esas dos o tres calles, ten cuidado. Vivo el viaje con la sugestión de la seguridad, de la inseguridad. Si te sales de estas dos o tres calles. Una tarde vamos al Pagode pra elas. Una fiesta feminista que nos queda muy cerca, hemos comprado las entradas desde Santa Coloma. Tenemos que ir caminando finalmente, tenemos que salirnos de esas calles. Quizás es medio kilómetro o un kilómetro lo que hay que recorrer. No nos aconsejan hacer el camino de vuelta andando. La fiesta del Pagode es otra demostración de poderío y de una amplitud de miras que incluso aquí nos extrañaría. Música moderna, pienso, gente joven, fiestarrón. La sensación de que no sabemos ni caminar. Ya no bailar. Y sobre todo, mucho orgullo entre la gente, mucho poderío. Comemos en lugares de todo tipo, nos metemos en restaurantes que nos recomiendan por su calidad y también en restaurantes que nos recomiendan por ser de la gente del pueblo, de los chavales que pintan los brazos y de los que van con el mono de obra. Comemos filé encebolado, escondidinho, probamos los acarajés, abarás, pescados, bebemos cerveza Devassa, nos tomamos algunas caipirinhas, evitamos la farofa, probamos la feijoada pero mejor la seca y su arroz blanco para todo. Comemos bien. Disfrutamos mucho con todo. Visitamos la iglesia del Bomfin, cumplimos con algunos de los rituales que hay que cumplir y nos vamos a la playa a ver qué y la playa es una fantasía de ruidos, gente, mesas, sillas, perros, latas, olor a calor y olor a mar y música y altavoces y cerveza muy fría y un sol terrible. Esa primera visita a una playa bahiana, quedó en tablas. Solo se bañó Alba. Alba disfruta con cada cosa, en cada lugar, con cada momento. Es la que se encarga de pagar y de preguntar todo. Yo pregunto también porque 'sé hablar algo'. Pero es ella la que curiosea, va, mira. Y si no, soy yo quien la anima, porque yo también quiero saber. Y vemos una procesión de los afoxés que acaba en el largo do Pelourinho y es todo un espectáculo de música y gente bailando y fotos y fotos y vídeos y no se acaba. Y uno de los días, el último que estamos en Salvador, me afeito. Siempre quiero afeitarme a navaja cuando hago un viaje a un lugar remoto. Lo hice en Estambul. Lo hice en Tirana. Y aquí también. Una barbería casi de museo en el Pelourinho, no de museo por su exquisitez sino por su antigüedad. El barbero es un tipo de unos sesenta años que antes le ha afeitado la cabeza a un anciano de al menos noventa años que no se puede tener de pie. El barbero es un fenómeno, no podía ser de otra manera. No entiendo casi nada de lo que dice. Da igual, nos entendemos. No le he dicho que tengo una berruga... Por los pelos. Afeitado, con la cara blanca de los polvos, más contento que todo. Ese día comemos en el Tropicalia, los platos son todos nombres de músicos. Se cierra el círculo. Uno de los primeros días, antes de ir a un concierto de Samba en A Marujada, nos paramos en el bar de delante, en la terraza, As Marias. Nos pedimos una cerveza y la dueña saca por la ventana un altavoz y suena una música que nos atrapa. Es Luis Gonzaga, le tengo que preguntar porque está cantando Asa Branca. Casi no nos queremos ir, pero el espectáculo de la Samba merece la pena. Y tanto. Son tantas cosas. El bareto que era una cafetería junto a la iglesia do Carmo, el sitio donde compré la bolsa de Rita Lee... las tiendas de discos. Cómo no ir a comprar discos en el sitio donde nace buena parte de la música que escuchas. Acabamos comprando discos que vamos atarreando por Brasil. La música. Triste Bahía. El ballé folclórico hará que nunca más escuchemos Triste Bahía de Caetano igual. La música. Mâ, de Tom Zé, tantas veces en la cabeza. La playa de Piatà. Vamos por la mañana muy temprano, nos lleva Marco que va a jugar a petanca. La playa es inmensa. Llevamos sombrilla. Vamos a poner nuestra sombrilla por ahí. Vemos que están poniendo sombrillas con mesas y sillas. Si pagas la consumición, es gratis. Pero llevamos sombrilla. Le preguntamos a unos policías a caballo si podemos poner la sombrilla, claro, es público. Se lo dicen al d las sombrillas. Claro, es público. Finalmente nos quedamos con una de sus sombrillas y sus mesas, tan a gusto. La playa, otro espectáculo. El queijo asado, en esas brasas que llevan los vendedores de manera heroica, con ese calor tremendo, más calor. Incluso los pinchos en la barbacoa portátil te venden. Acarajé, picolé, picolé, coxinhas, refrigerante, las latas y las botellas en el suelo esperando a que venga alguien a recogerlas para venderlas luego al peso a ver qué puede sacar. Un partidito de fútbol en la playa, de espectador, claro. Olor a calor y olor a mar. Nos abrasamos pero no nos quemamos. Por primera vez en mi vida, puedo decir que estoy moreno. No rojo. Moreno. Cremita todos los días, mi sombrero de turista. La cabeza pelada. Playa interminable, gente con manga larga para protegerse del calor. Delicia no palito. Eso es lo que decía el cartel del chiringuito que nos saludaba antes de llegar a casa por las noches. Qué noches en Santo Antonio. Qué movidón, qué bueno escuchar Vocé Abusou en la calle y cantarla así. O esa canción del directo de Gal Costa, el Fa-Tal, eu su amor, de cabeza a os pés. Brutal. Son tantísimas las cosas, algunas tan pequeñas y tan nimias, pero que tienen tanta trascendencia, que no es uno capaz de contarlas sin pensar que ese no es el viaje que esperas de un viaje a Brasil, pero ha ido nuestro viaje. Y nos queda Itacaré. Itacaré es un lugar a cinco o seis horas de Salvador. Viajamos en Autobús y Ferry, en Ferry y Autobús. En el ferry la música a todo trapo de un altavoz portátil solo se detiene para escuchar a un tipo que vende unos adminículos para fortalecer los hombros y el brazo que sorprendentemente vende muy bien. El viaje en autobús nos descubre otro Brasil, de pueblos y ciudades pequeñas, mata atlántica. Itacaré no es muy difierente, pero tiene una calle, Pituba, que es un escaparate de todo. Turistas brasileños sobre todo, argentinos y chilenos, rastas blancos, hippies y mucha peña sin camiseta. Esa calle arriba y abajo tiene su interés, pero una noche nos vamos a la calle que hace de ribera con el río Contas y en un chiringuito unos chavalitos están pinchando un musicón bestial. Yo tengo que volver todos los días a ese chiringuito aunque nunca más estarán. En Itacaré las playas, playas con muchas olas, es cierto, pero algunas playas no tienen tanta ola. Se sorprenderán algunos de leerme tanto rollo con las playas. Así es. Las playas.Siempre en la sombra, playas de todo tipo, más queijo asado, más acarajé, más cerveza fresquísima casi helada, más picolé, más. En Itacaré el alojamiento está por encima de nuestras posibilidades. En Itacaré hay unas cigarras que parecen brujas que se esconden en el bosque. En Itacaré hay un chaval que hace unas hamburguesas con unos tacos de bacon que están salvajes. En Itacaré una noche entramos en un bareto que parecía de comidos y lo era, aunque estuvieran todos sentados y para pedir una caipirinha tengo que hacer un tour como si fuera a pedir... En Itacaré vamos a ver una plantación de cacao, pero nos leemos el libro de Cacao y la literatura a veces supera a la realidad. En Itacaré conocemos a Reuben, que nos llevará en barca hasta la Cachoeira y remontaremos el río y el manglar y si no te lo digo te creerás que hemos estado donde te dijimos que no íbamos a ir. Y nos da a probar la Jaca y la Caconha y vemos cangrejos azules y nos dice en el viaje de vuelta que nos tiremos al agua si queremos que no cubre y luego yo no me puedo volver a subir en la barca y me tiene que ayudar Alba. Y al día siguiente vamos a la playa de Siriaco y parecemos náufragos o parecemos unos pijos de mierda en la Costa Brava, pero sin cerveza ni nada, solo porque parecemos algo que no somos. Y en la playa de Siriaco no hay absolutamente nada, solo nos bichejos que parecen cucarachas y viven en agujeros en la roca y no diré que eran cucarachas, pero yo que sé. La playa de Siriaco es de esos momentos en los que sabes que tú estás allí y que nunca te hubieras imaginado que tú podrías estar allí. En Itacaré nos comemos por dos veces la trilogía de Chocolates. Supera a la playa de Siriaco, sin duda. Y compramos regalos y compramos cosas. Y nos tenemos que volver a Salvador, últimos dos días. Y volvemos a una playa en Itapuá y yo ya estoy un poco hasta los mengues de playa y es otra playa con rocas y con olas y en mi cabeza estoy pensando en nuestra calle Santo Antonio y que nunca más iré a la calle Santo Antonio. Y la primera noche nos vamos a un bar que Alba ha visto por internet, que tiene vinilos, que son los vinilos de Seu Jorge y vamos y es un bareto que parece poca cosa, en una calle sin nada, en el barrio de Itapuá, que es donde está el hotel. Y ponen vinilos, claro, y comemos un pescado que se llama Aguilinha y nos bebemos unas caipirinhas y el bar cierra y nos quedamos dentro y siguen sonando vinilos de Belchior y no sabemos quién es Belchior. Y el último día lo dedicamos de nuevo al Pelourinho y vamos al museo del Carnaval y compramos más discos y compramos más cosas y compramos los pantalones de Capoeira y no unos, que nos compramos dos, y otro bañador con cintitas del Bomfin y va anocheciendo y Triste Bahia. Y una chica canta junto a su padre bastante mal en la Cruz Caída y a pocos metros un negro toca un triángulo y tiene mil veces más arte. Está haciéndose ya de noche. Triste Bahia. Y tenemos que volver al hotel y tenemos que pillar el avión. Y yo ya no soy de aquí. Al menos tengo amor.
martes, 12 de diciembre de 2023
Crónica de un viaje al Pays Catalan. Deviation
El Pays Catalan, el Rosselló, el Conflent... Un viaje a la falda del Canigó por la otra parte, por la parte francesa, por la parte de más allá de la frontera. Una frontera que ya no es tanta, pero que es más que evidente, palpable, está. Una frontera por la que ya no te detienes, aunque haya caravana, una frontera que piensas que no será tanto y vaya que si es. Un viaje durante un largo puente que nos lleva a poblaciones pintadas, pueblos bonitos, pueblos sin bares, ciudades sin bares, países sin bares. La importancia del bar como elemento sobre el que pivota una visita a cualquier lado. Un paseo, una excursión, una caminata, una vuelta, un bar en el que descansar, tomar algo, socializar, comentar la jugada. Francia y los bares que no existen. Nos alojamos en Los Masos, pueblo que no parece pueblo, con el Canigó nada más salir al balcón. Preparados para el frío, el frío es evidente, pero el frío no es abrumador. En el alojamiento hay una chimenea o estufa de leña y el primer día se escapa el humo y nos atufa todo, pero no nos rendimos y gracias a la Esme conseguimos que la estufa funcione y caliente y no haya sensación alguna de frío. Yendo por la carretera me fijo que hay un pueblecito pequeñito tendido en una loma. El pueblo se llama Eus y tiene pinta de ser muy bello, tan bello que es uno de los pueblos más beaux de Francia. Tenemos que ir. Vamos primero a Prades. Prades es una ciudad o pueblo grande con cierto nombre. La universitat d'Estiu de Prada, se hace allí. Y Pompeu Fabra está enterrado allí. Motivos para ir. Dar una vuelta, tomar algo, yo que sé. Ya sabemos que los horarios franceses no son los nuestros, no pensamos que fuera tan exagerado. No pensamos, no pienso, hablo por mí. A las 13h ya parece que tiene que estar todo hecho y comido y planificado, cuando a las 13h todavía estamos a tiempo de todo. Menos en Francia. Damos una vuelta por el pueblo pero nos encaminamos al cementerio. Buscamos la tumba y la tumba está señalizada y en la tumba una estelada y entonces. Entonces yo pensaba hacerme una foto allí y pedirle perdón a Pompeu Fabra por todas las veces que el idioma catalán ha sido dañado por mí. Y me acordaba de todas esas veces que he dicho que Pompeu Fabra debe estar retorciéndose en su tumba, chillando, cagándose en todo, cada vez que hablo en catalán. Y entonces la estelada y pienso que se haga una foto en la tumba otro, otra persona a la que le haga gracia pensar que la estelada y Pompeu Fabra, pero no yo. Y nos dimos una vuelta por el pueblo y no encontramos ningún bar y nos fuimos a Eus. Porque el plan inicial era ir a Eus, pero había una deviation y el paso estaba fermé pero no le quisimos hacer caso al cartel y seguimos y acabamos en Prades, pero el plan inicial era Eus y volvimos a intentarlo por otro camino y llegamos a Eus y joder qué bonito pueblo, subimos a lo alto y es una iglesia y es muy chulo todo pero son la una y algo y una cervecita tampoco nos iría mal y es jueves y no hay ni un bar abierto y nos vamos para casa. Y ya en casa. Y hay un bistró en el pueblo, en Los Masos, un barecillo que no es nada y que pensamos que no está ni abierto y vamos y el camarero habla en castellano y me tomo un Ricard. Y al día siguiente es viernes y sabemos que por la noche va a llover y que entonces va a nevar en las montañas y cuando nos levantamos está el Canigó nevado y qué bonito, Paco. Escuchamos música, escuchamos listas de música, desde las sesenteras, a System of a Down, a una lista de navidad improbable de la Esme, y las canciones más escuchadas por el Sancho, las brasileñas que no falten y coloco muy al final la lista de los Pepinos Compartidos. Ese día es viernes y nos vamos a Vilefranche del Conflent y es una ciudad o pueblecito amurallado por Vauban y tiene mucha historia y es la historia de un territorio que perteneció a la Corona de Aragón pero que se acabó perdiendo en beneficio de Francia y que Francia fortificó porque no se fiaba y ya ves tú, pero parece ser que en la guerra del 1793 el general Ricardos va y la conquista y se ve que tenían razón los franceses de no fiarse, luego la pierden otra vez los españoles y ya no habla ni dios catalán aunque tengan el rollo y tal, pero hablarlo la gente así de saque y natural, como que no y lo oyes nada de nada y no tienen ni un bar abierto. En Vilefranche sí que lo tienen, un barecillo regentado por un ex bombero. Un vino, dos, la botella. Nos vamos pa casa, hacemos un arroz con... no, eso fue el día de antes. Y lo del Ricard no fue ese día o fue el otro. Qué más da.
Salto adelante y nos vamos al sábado, hemos dicho de ir a Carcassonne que yo pienso que hemos ido a un sitio que no está cerca de nada y me dicen que no que Carcassonne está cerca, a una hora y digo, vamos, y luego miro y está a dos horas y pico y nos da igual. Vamos a Carcassonne y no sé si se escribe así o Carcasonne o yo que sé. Es muy bonito, me gusta mucho, hace un día de invierno, mola. Está todo, todo, absolutamente todo lleno de españolitos. Como nosotros. Y vamos al castillo y visitamos el castillo y la verdad es que hay que poner un límite alguna vez a visitar castillos que no aportan nada. Fotos chulas, fotos con gente. Ir a sitios con gente, donde hay gente, tolerar a la gente, qué cosas, qué experiencia. Fotos de cruces de cementerios. Por ejemplo. Si no hubiéramos ido al castillo no habría foto de ilustración del texto. Francia como cementerio, no está mal tirada. No va por ahí. Yo que sé. Salimos del cementerio, damos una vuelta, vamos al sitio que hemos reservado para comer. Quiero comer Casoulette y en el sitio nos dicen que quiénes somos, soy Antonio Molina, qué Molina, Antonio Molina, qué dice usted, que sí, que no, que aquí no ha reservado nadie, a ver mira la llamada, vale, nos ponen en un sitio guapísimo y como Casoulette y quesos de postre. Salimos del Restaurante, no me preguntéis nada más. Atomic bomb. Todo es muy bonito pero no puedo ver anuncios de comida. Dicen de ir a Narbonne, lo que sea. Narbonne tiene pinta de molar mucho pero yo no sé si me estoy cagando o me he cagado ya. La casoulette. Tengo que beberme un vino caliente por lo que valga y me lo bebo y yo ya no puedo más y para casa. Un día completito. A las siete y media la ciudad parece que ha entrado en el medioevo, no encontramos ni un bar.
Nos tenemos que ir. El domingo hay feria navideña. Como indicativo del carácter francés, señalar que los muñecos, personas disfrazadas de muñeco, se retiran a las once de la mañana porque deben considerar que los niños a las once ya han tenido tiempo de verlos. Francia, amigos. Sí, parezco el notas ese del Leo Harlem, hay muchos notas, todos podemos ser un notas, en plan, ya sabes. Volvemos para casa, quiero ir por la costa, pero ya parece excesivo, nos comemos una caravana antes de salir de Francia. Escuchamos Bad Gyal pero yo en mi cabeza tengo a Gainsbourg. Lo llevo bien hasta que suenan los Figa Flawa. Hasta aquí. Lo mejor de Francia, la compañía. Quiero ir al norte de Francia alguna vez, por Simenon y esas cosas. A ver si eso.
domingo, 27 de agosto de 2023
Crónica de un viaje a Vilches. La última vez.
Parece que hace un año que escribí el último texto sobre un viaje a Vilches y ese año parece que se ha hecho corto. Como si hace nada que me senté a escribir sobre lo que nos pasó hace un año y en un año han pasado mil cosas y ahora que te sientas aquí te das cuenta de que realmente no ha pasado tanto porque parece que... y así un año y otro año. Este año hemos llegado de nuevo a Vilches después de haber estado en otro sitio, con lo que pudiera parecer que es el segundo plato. Claro, tenemos que ir a Vilches como si fuera una obligación. Es una obligación y es un compromiso. Un compromiso con nuestras raíces, con nuestros amigos y amigas, con una manera de entender lo que somos y lo que nos gustaría ser. Hablo en plural pero hablo por mí, principalmente. Ir al pueblo, tener pueblo, enriquece. Cuántos y cuántas no están ahora arrepintiéndose de no tener pueblo, de no tener otro punto de vista, un lugar al que pertenecer también o además. Este año, después de un año, había que ir a Vilches, como siempre, por las fiestas o sin las fiestas, pero hay que ir. Y cada año enganchar a alguien más a lo que significa el pueblo y cada año quizás conocer a alguien más con quien no tenías contacto y que fíjate o bien recuperar a alguien que hacía mil años que no y resulta que también. En definitiva, la visita al pueblo significa reconectar con todas esas cosas de tu infancia que te han marcado de manera perenne, con los recuerdos tanto de uno mismo como de tu familia y amistades, y enganchar con otras personas que están ahí y que siempre acaban aportando. Este año, por ejemplo, y por todo lo que nos ha pasado, tenía muchas ganas de conversar con Bartolo, el ex alcalde y compañero. Su visión y manera de ver las cosas siempre me aporta mucho y este año tenía ganas de hablar con él. Creo que solo pudimos hablar un día con cierta calma aunque rodeados del ruido de las chapas, pero ya me sirvió de mucho. Como siempre sirve de mucho pasar tiempo con Marina, esta vez confirmando que realmente somos familia y que tanto ella como su hermanas y hermanos, somos familia. Son mis chachas y chachos. Explorar sobre la familia me encanta. Sobre la familia de mi abuela Juliana y mi abuelo Antonio, en principio. Especialmente mi abuela Juliana, ya que mi padre nunca fue muy familiero y estoy convencido de que los Garridos y Vallejos deben ser muchos más de los que mi padre tenía ganas de localizar. Él no iba al pueblo por la familia, o al menos por la familia que fuera más allá de sus padres y su hermana. Mi madre es otra cosa. Hemos ido al pueblo y es la última vez que vamos al pueblo en estas condiciones o con este planteamiento. Nos hemos dado cuenta de que nosotros vivimos todavía las fiestas de Vilches como las vivíamos hace años y ya nadie las vive así. El posturón del 15 de agosto es un recuerdo, no existe, se acabó. Ya no lo hace nadie. Al menos en la plaza. Supongo que harán otras cosas en otros puntos, pero lo que nosotros recordamos, ya no está. Salir a mediodía y por la noche, un error. La última vez. Luego llega la noche y no aguantas porque estás cansado. Quizás ha sido la última vez que vemos el formato de fiestas en la Piscina como lo recordamos. Las orquestas ya no son orquestas para todos los públicos y todos los días. Las orquestas han dado paso a un formato de conjuntos que bailan más que cantan, que no cantan todo el rato, y que repasan los éxitos preeminentemente actuales frente a los pasodobles y demás reliquias que ya ni medio llenan la pista de baile. Es así. Puede haber quejas, pero el cambio de guardia ya ha sonado y hay que estar atentos y atentas a las tendencias. No vimos a Medina Azahara, es que no lo sabíamos, y entramos cuando ya estaban acabando y agradeciendo. Tampoco vimos el tributo a Fito, esta vez de manera consciente. pero sí que vimos tanto la actuación en la plaza de la coplera, que impresionó a mis jóvenes sobrinas, y la actuación del tributo a Rocío Jurado, que, cuando vimos que ya había tocado las canciones que medio nos sabíamos, nos fuimos. Podríamos habernos quedado más. Quizás. Creo que solo hasta el último día, no pudimos hacer todo el circuíto de las fiestas completo. Con su orquesta, sus bailes hasta el final, saludando a todo pichichi y acabando la cosa con la rosca de churros correspondiente. Como tiene que ser. Esperemos que no sea la última vez. Una vez más disfrutando de la compañía de la Marijose e Isabelita, las sevillanas que tampoco pueden faltar en las fiestas y a las que queremos con locura. Una vez más con Yolanda y Antonio. Una vez más con Montse. Una vez más sin cuadrar las agendas con Jordi y Amanda. Una vez más recibiendo la visita de mis titos, Antonio y Cati y mis primos Jesús, ya toda una persona dispuesta a volar libre por el mundo, y mi prima Ana, fenómena absoluta que ya no es que vuele, es que yo que sé mi prima Ana. Y solo he podido quedar un ratillo de nada con mi prima Juani y como siempre y viene siendo habitual en los últimos encuentros, lamentarnos de lo lejos que vivimos y lo que nos gusta un chismoseo y lo que me gusta hablar con mi prima Juani. Y si hubiera estado mi prima Juli, pues para morirse ya del todo. Y volver a ver a Fabri y su familia, y recuperar a la Mercé, la estacionera de Sabadell. Y no hemos visto al primo Manolo, no hemos visto a los Robin, no hemos visto a Manoli. Eso ha sido una falta grave. Hemos visitado quizás menos bares que nnunca. Las Olas, bastante más Buen Gusto que otras veces, una vez a los Cazadores antes de su reforma (según qué hagan veremos que pasa, porque íbamos por lo bizarro, no sé si luego...), una vez casi de chaspi al Pichi, una vez al Baesucci, una vez al Aljarafe. Pero no puntúa visita ni al Ginés, ni al Ágora, ni al Cruce, que estaba cerrado. No hemos visitado tampoco el Porrosillo ni tampoco nos ha visitado el Porrosillo a nosotros. Hemos vuelto a contemplar las vistas desde el Castillo y hemos vuelto a echarnos unas risas y aprender frases nuevas con el tito Martín, siempre en forma. Hemos estado con todos los de siempre, hemos hablado con la gente que hemos podido y hemos constatado que no es fácil, pero que hay que ponerle buena cara a esto, María. Ha hecho calor, claro, pero ya hizo calor los días previos como para fundir las piedras y el resto de días hizo calor, pero es un calor que es el calor. Vinieron la prima y las sobris al pueblo y apreciaron la idiosincrasia local. Tipismo e historia. No hemos visto ninguna procesión y tampoco hemos visto un encierro por mucho que habrá un día en el que acaben poniéndonoslo en la puerta. Hemos ido una noche a cenar a la Fernandina y nos sirvió para despedirnos pero no pudimos despedirnos de todo el mundo y eso supone un problema grave, porque nos gusta saludar y nos gusta también decir adiós y preguntar por esto y por lo otro, como me pasó con mi otra prima Ana. Que hay que preguntar. Y una noche vino la Catalina a casa. Y un día volví a ir a la piscina a bañarme y descubrí que la piscina es un sitio en el que se está bien, pero es que no encuentra uno tiempo. Encontré tiempo para dar la vuelta al mortero y para comprar magdalenas en Covirán y para ver a mi prima Laura en la farmacia, pero me sigue faltando tiempo para otras muchas cosas. A veces tiempo y ganas. Otro año más, los años van pasando y este año no hemos sido el pack indivisible como los zumillos, con mi hermano, pero el año que viene seguro que volvemos. ¿Entonces?
sábado, 26 de agosto de 2023
Crónica de un viaje a Galicia. Un canto a Galicia, jei.
Jei. Un viaje a Galicia, jei. El viaje a Galicia comienza antes, mucho antes. Un viaje que tiene su historia, una historia que físicamente transcurre en Santa Coloma y en las tiendas de discos de la calle Tallers. Un viaje que tiene que ver con la música, con tres bandas gallegas, de Vigo concretamente. Una banda sonora vital a base de canciones de Siniestro Total, Os Resentidos y Golpes Bajos, por este orden. Una relación con Galicia que viene de lejos, pero que nunca tuvo una plasmación real, una vivencia in situ. Jamás fui a Galicia. Pese a tener más discos de Os Resentidos que muchos descendientes de gallegos en la ciudad, nunca se me ocurrió ir allí, como nunca se me ocurrió ir a tantos sitios. El viaje a Galicia, pues, siempre latente, nunca fue. Pero al final, pasa. La pretensión este año era la de desconectar, no hacer nada, ir a un sitio perdido, desconectado, aislado, sin nada que ver, sin nada que hacer, a ser posible con dificultades para conseguir cobertura. Podría ser Galicia, pero qué Galicia. Porque no es lo mismo. La aldea de nuestro profesor Simón Pazos. Ese podría ser, metafóricamente, el destino. Allá en la aldea. Un sitio distinto, una aldea, cuatro casas, en medio de la nada. Ese era el tema. Buscamos, encontramos. No era realmente la nada, era la Ribeira Sacra, que así tiene un nombre rimbombante y que con la excusa del vino, podría colar como destino atractivo. Desconexión, lejanía, y el banderín de enganche del vino. Efectivamente, una casita más de una semana en A Torre do Mato. Allí. Viaje largo desde Santa Coloma, pero no tan pesado, quizás porque siempre cuando vas todo es mejor, nunca pesa. Entramos en Galicia por Barco de Valdeorras y todas las canciones vienen seguidas. Hubo que poner algunas en el coche. Entramos por Orense, seguimos por Lugo, realmente no sabía ni dónde íbamos. No era Orense, era Lugo. El pueblo más cercano es Escairón. La mujer de la casa nos cuenta las cosas para ver, todo detallado. Mañana hay una Feria del Pulpo en Ferreira do Pantón que está ahí al lado. Mercadillo y feria. Vamos a dar una vuelta por Escairón y el pueblo, sin tener nada del otro jueves, ya nos gusta. Vino blanco y tapita. Dieta. Vemos que el finde va a haber fiestas en el pueblo, con orquestas. Qué más podemos pedir. Cosas que hacer en la Ribeira Sacra. Cosas que te cuentan en Santa Coloma. En Santa Coloma descubrimos que estamos rodeados de personas que son de allí, pero de allí mismo. Al comentar nuestro destino vacacional, iban surgiendo voces que nos iban anunciando que ellos tienen casa allí, que son de allí, y nos hacen sugerencias mil. A ver si finalmente vamos a ir a un lugar con animación... El veredicto es que nos ha encantado y que hemos descubierto que, efectivamente, las vacaciones pueden servir para descansar. Ferias del pulpo en Chantada con Sergi y Sami, bajarte del coche en Ferreira do Pantón y cruzarte con Paco Cordero, rutas en barco, visitas a viñedos, comer en lugares auténticos, moderneo a saco en la Sala Avenida de Escairón, la falsa Praia da Cova, ir a Monforte a asarnos de calor y lavar la ropa, perdernos en Sober, bajar a la Fervenza de Auga Caida y hacerme daño en el pie, una ruta por viñedos a la orilla del Miño, todo precioso, bonito, muy bien. Pero permitidme que me quede con una sensación. El primer día, a las cinco de la tarde, estrené el libro que me llevé. Me planté una silla debajo de un arbolito y me puse a leer. De repente, allí mismo, descubrí el sentido de todo. Era eso. Solo se escuchaba el sonido de alguna mosca no impertinente, y el ruido de alguna pera cayendo al suelo desde la rama del peral de delante. Peral, melocotonero, manzano... silencio, lectura, sombrita buena. En ese momento lo supe, ese era el sitio. Un lugar donde no pasara nada y donde no se te exigiera nada. Leer, abstraerte, mirar el peral. Eso ha sido. Comer, beber, el fresquito de las noches, el frío de las noches, las orquestas, las conversaciones con los lugareños y lugareñas, Los días van pasando y tenemos que marchar. La segunda parte del viaje, cuatro días, nos lleva a la Rias Baixas, pero antes tenemos que pasar por Ourense, el día de más calor en el lugar más caluroso. Raquel de Airiños nos había hecho un trazado de lugares a los que ir, para beber y comer, de vinos, y nos había casi obligado a detenernos una noche allí para disfrutar de algo que a ella le parecía inigualable. Y realmente estaba muy bien, Ourense tiene ambientazo. Mil lugares para hacer el vinito y la tapa y una plaza dedicada a Los Suaves. Qué me dices. Tan bien estuvimos que no fuimos a las pozas. Se nos pasó. Así que después de aquello seguirmos camino de Moaña. Más recuerdos de lugares donde nunca estuviste. La canción Yo ya fui a Cangas del Morrazo de Siniestro. No somos de Monforte, Abdul, la Reclusa, Vigo 92, Hey Hey Vigo. Vigo desde lejos, el puente de Rande, Suso de Moaña, Lalín, Madagascar, tacón punta tacón. Y las tres canciones de Andrés do Barro en la cabeza, claro, O Tren, Pois Eu, y la de San Antón. Llegamos a Moaña y el lugar nos parece encantador. Qué vistas de Vigo desde lejos. El pueblo de Moaña nos dicen que no tiene nada y que es más bonito Cangas, pero finalmente nos quedamos con que nuestro pueblo es Moaña y que el chiringo A ponte da Mosqueira al lado del puerto, en el puerto, un lugar con nada pero donde cenamos tan bien que yo que sé. Fuimos a Cangas, nos quedamos en Moaña, escuchamos a la señora Gloria hablarnos de la reclusión de su padre en la isla de San Simón, buscamos sitios para comer, volvimos a Moaña. Descubrimos que dejarte llevar y aconsejar es lo mejor. Y que si falla un plan, uno mejor surje. Si falló la excursión a las Cíes (no pudimos matar hippies), no pasa nada, la Praia da Barra es mejor. Nudista, pero mejor. Y fuimos. Y tan bien que repetimos. Dos días al mismo sitio en vacaciones, sacrilegio, pero qué playa. Sí, amigos, yo lo digo, qué playa. Y qué agua tan fría. Y cómo me quemé la espalda porque pensé que el cielo nublado no. Pero sí. Y un día cruzamos con barco la ría entre bateas y llegamos a Vigo. Y tuvimos que insistirle a uno que era de Coruña que no, que no éramos de allí. Y callejeamos y compré discos, pocos, y cenamos en un sitio formidable y yo ya puedo decir que he estado en Vigo y que sí, merece la pena ir. Nos faltaba una noche y nos fuimos a A Guarda, en la frontera con Portugal. El sitio más remoto, que no era tal. Estaban también en fiestas. A Guarda es un pueblo grande con un frontal marítimo espectacular. El hotel estaba en el monte de Santa Trega. Las vistas eran alucinantes. Un vinito a la orilla del mar, con el sol cayendo, prácticamente la perfección. Y la Albita radiante durante esas dos semanas gallegas que han sido como un viaje hacia un lugar en el que sabíamos que íbamos a estar bien, pero no sabíamos que íbamos a estar mejor. Muchas.
lunes, 3 de julio de 2023
Crónica de un viaje al Maestrazgo. Existe, Teruel.
La fotografía que ilustra esta pequeña crónica de un viaje al Maestrazgo turolense es de una de las cascadas que siembran de frescor tobillero y más el camino que lleva de Pitarque al nacimiento del río Pitarque. Una auténtica maravilla de camino sin cuestas y sin bajadas que se hace tranquilamente (en la ida no nos cruzamos con nadie) y que bordeando el río te lleva a un espacio en el que estás deseando meter los piececitos aunque sabes que se te pueden quedar en el sitio. Frescor, tranquilidad, Teruel.
No sabíamos dónde ir, pensábamos que lo suyo sería Huesca, pero no estaba disponible, así que en un alarde y porque servidor es un poco friki del tema histórico y el Maestrazgo me sonaba de mis tardes siesteras viendo la Enciclopedia Larousse y leyendo sobre las guerras carlistas y sobre el general Cabrera que se hizo fuerte en Morella y al que llamaban el León del Maestrazgo, hizo que me decidiera a proponer esta zona desconocida como destino para pasar unos cuantos días. Y la propuesta fue bien acogida y allá que nos dirigimos. Sin duda, si lo que queríamos era tranquilidad, escapar durante unos días, ver otra cosa y que fuera una cosa diferente, es el lugar.
Desde Santa Coloma son tres horitas y algo de camino, paramos a comer en Falset y nos adentramos en esa zona que recuerdo de mis tiempos de estudiante universitario, cuando conocía a gentes de lugares tan remotos como Tortosa y me contaban que para ellos la zona de Alcaníz, Tortosa y Vinarós era lo mismo, por vínculos familiares, lingüísticos, y que salían de fiesta por allí sin mirar fronteras. Carretera nacional, carretera comarcal, carretera local, vas transitando por montañas, valles, subidas y bajadas hasta llegar finalmente a una zona que no reconoces, que no conoces, de la que no sabes nada y en la que los pueblos van cogiendo un aire que promete. Antes de llegar a Cuevas del Cañart, donde tenemos la casa, se pasa por delante de un pueblo pequeño llamado Seno, al que no llegamos a entrar, pero que te llama la atención. Justo a la entrada del pueblo, nos recibe un rebaño de ovejas. Cuevas del Cañart pertenece a Castellote, pero tiene pinta de haber sido pueblo pueblo. No tiene más de 70 habitantes y nos dicen que en verano, ojo, llegan a los 300. Durante todos los trayectos que hemos hecho en cinco días nos habremos cruzado no más de veinte coches. Sin exagerar. Una primera vuelta de reconocimiento al pueblo y la visita a la piscina, porque el pueblo tiene piscina municipal, que usamos nosotros y la familia de los propietarios de la casa rural y se acabó. Nos vamos a dormir después de cenar y descubrimos que tenemos calor, pese a que nos hemos informado (de lo poco de lo que nos hemos informado) de que por las noches refresca. Pues no.
El primer día vamos a visitar pueblos que hemos leído y nos han dicho, que son bonitos. Mirambel y Cantavieja. Nada más dejar el coche en Mirambel vemos un panel en el que nos dicen que allí se rodó Tierra y Libertad. Pues para qué más. El pueblo parece pintado. Una cosa pequeña y bonita que, pese al calor, se recorre bien y tiene su bar y su cocacola fresquita para seguir el camino. Cantavieja está en la cima de un peñascal, desde abajo o desde lejos, impone, llegar es una pasada y el pueblo, cáspita, resulta que fue la capital del pequeño reino carlista de Cabrera, casi a la par que Morella. Visita al pueblo, callejear, comprar quesicos, el castillo, el espejo, y de repente, después de comer, lluvia torrencial mientras intentábamos hacer tiempo para visitar el museo de las guerras Carlistas. Ir de viaje conmigo no es fácil. Pero la pedregada que cayó, ayudó a llevar esta visita con más calma. Las guerras carlistas, ese conflicto entre liberales y ultramontanos, entre la modernidad pretendida y el tradicionalismo, una guerra que seguimos arrastrando, una guerra que esconde muchas aristas y no es todo tan simple y sencillo, aunque el trazo grueso puede ayudar a explicar cosas, otras no tanto. En todos estos pueblos hay siempre un panelito donde explican cosas de estas guerras. Yo he disfrutado como un cochino.
Volvemos para nuestro pueblico. Los propietarios son Merche y Jose. Merche habla muy deprisa y Jose no. Merche hace mil cosas, Jose también. Tenemos desayuno y cena incluídos, cocina casera, pero casera que cumple con lo que se espera, llenar la barriga y no andarse con hostias. Cuevas del Cañart fue grande una vez, tuvo un convento de monjes que quedó destruído, tiene una iglesia tocha como todos los pueblos y resulta que esperamos al último día para descubrir la plaza mayor del pueblo, un lugar precioso para hacer el gintonic, que pillamos tarde.
Al día siguiente, excursión a Pitarque para ver el nacimiento del río ídem. El camino de ida es muy guapo, con una carretera un poco meh y mucha cuesta y mucha curva pero está ahí al lado. Pitarque es también pequeño, lo recorremos un poco, y vamos para el camino. Es una hora de paseo, pero te vas parando en cada rierol, en cada cascada, en cada vez que te puedes acercar al río... qué fresco, qué tranquilidad, qué cosa. Uno, que no es Rodríguez de la Fuente precisamente, disfruta con estas pequeñas cosas, sin prisas, sin pretensiones, tranquilamente, y sin mucha dificultad. Llegar al final, con la chicharra que nos viene, con tanta agua, fresquito, qué bien. No nos hemos cruzado con nadie, cuando llegamos no hay nadie, al volver son tres parejas contadas las que nos tropezamos. Bocata de bacon queso escuchando conversaciones sobre la vida y sus milagros y sin poder desconectar porque se oyen cosas que le hacen a uno pensar. En realidad, uno piensa durante este viaje mucho, sobre muchas cosas, pero sobre todo sobre lo que somos y a quién le hablamos. No se me va de la cabeza.
Por la tarde nos volvemos al pueblo y vamos al Chorro de San Juan y visitamos las tumbas que, ojo, no se sabe de cuándo son. Nada. No se sabe. Unas tumbas, excavadas en piedra, que no se sabe de cuándo son, si son íberas, si son visigodas, si son medievales... nada.
No nos encontramos con muchos vestigios musulmanes. Los Templarios aquí debieron dejar esto hecho un solar. Porque esto se llama el Maestrazgo porque el rey de Aragón les cedió a los Templarios la gestión y defensa de este territorio tras su conquista. Luego se pulieron a los templarios y vinieron los hospitalarios. Esta zona está comunicada regular, en todas partes se dice que es una zona que no tiene interés agrícola, ni tiene población suficiente, pero... ay. Resulta que ya tiene interés y ya están los pueblos movilizándose para que lo poco que tienen no se pierda. Hay carteles contra las minas, porque resulta que las empresas como Pamesa, de la vecina Castellón, quieren aprovechar los yacimientos de arcillas y piedras y tal que hay para explotarlas ya que la guerra de Ucrania les ha chafaado la guitarra. Y claro, eso destrozaría el patrimonio. Pero las administraciones están de cara con las empresas y todo se pone a favor. De momento van a cerrar dos meses una carretera fundamental para la comunicación, porque así se facilitará después que los camiones... todo es así.
El sábado nos vamos a las Grutas de Cristal, una maravilla que da lástima visitar porque sabes que te lo estás cargando yendo allí. La cara del guía lo dice. Las grutas están en Molinos y Molinos mola porque hay un bareto que ponen unas tapas buenísimas. Nos lo dijo la Merche y no nos lo creímos, hasta que lo vimos. Qué rato más bueno en Molinos, sin hacer nada más que estar al fresco en la plaza, que si ahora llega una, que si ahora llega el otro, que si venís, que si vais. Niños y niñas en la piscina y bañándose en el río por mitad del pueblo, cosas que tú crees que tienes muy vistas pero no las tienes nada vistas. No sé, otro ritmo, otra cosa. Ese sábado, que nosotros preveíamos movidísimo porque nos cruzamos un coche al salir de Cuevas, pues tampoco. Damos otra vuelta por el pueblo y como digo, de chiripa nos encontramos con una plaza mayor que no teníamos controlada (de los productores de 'me perdí en el Porrosillo llega, no ví la Plaza Mayor de Cuevas de Cañart), gintonic fresquito en el fresco, con la imponente iglesia de rigor delante y a dormir, arropadito. Tan a gusto.
Al día siguiente nos despedimos del pueblo y de nuestros anfitriones y vamos a pasar la mañana a Castellote, nos comemos otro bocata en el bar del pueblo y palante de vuelta.
Vas a dos mil quilómetros buscando algo auténtico, algo que te impresione, algo que te inspire algo de calma, y resulta que existe un lugar ahí escondido, de acceso no fácil pero tampoco imposible, con el que de repente y sin pensarlo, conectas. Y eso es lo que me ha pasado a mí. Y te puede pasar a ti.
miércoles, 12 de abril de 2023
Crónica de un viaje a Burgos. El pueblo de otro.
Tenemos un pueblo. No es demasiado común, pero puede pasar que tengas un pueblo. Un pueblo es algo que te acompaña toda la vida, que te define, que está contigo, que no son ni tus padres, ni tu familia, ni un paisaje, ni un calor, ni un frío, es un pueblo. Es todo y es la infancia y es la juventud y es aburrirse en las siestas y es no despegarte de unos recuerdos que son tú. No todos tenemos un pueblo. Hay quien tiene pueblo y no quiere. El pueblo de tus padres te persigue y te alcanza, si quieres. Si no quieres, no. Pero si lo hace, tú eres tú, tu vida, tu trabajo, tus amigos, tus manías, tus gustos, tus fobias, tus contradicciones y el pueblo. Yo este año no he ido a mi pueblo por Semana Santa, pero sí que he ido al pueblo de otro. Y en el pueblo de otro reconoces a tu pueblo y lo que tú sientes por tu pueblo y aunque esté en Burgos y no tenga nada que ver, tiene que ver. Si quieres. Vamos al pueblo del Nacho. ¿Qué Nacho? Nacho, el de la Eu. ¿Qué Eu? La de la Marga. Vamos once personas que se han puesto de acuerdo en ir a Villamayor de los Montes y se han puesto de acuerdo en poco más. Aunque no todos nos conocemos desde hace mucho ya nos conocemos mucho y sabemos cómo somos y que no a todos nos gusta lo mismo. No hemos planificado o sí. No me he querido enterar. En definitiva, nos vamos a pasar los días de la Semana Santa a Villamayor de los Montes, situado a unos 30 kilómetros de Burgos, lo que me da tranquilidad al estar cerca de una gran ciudad y dar por sentado que podremos ir a una ciudad y no estar al albur de las excursiones campestres que afean cualquier estancia en cualquier parte si es que no vas a tu pueblo tuyo donde ya sabes que no hay paseo que valga. A lo que vamos. El viaje hacia Burgos se hace de tarde noche y no pillamos caravana. El desconocimiento de la ruta nos hace marearnos un poco en la consabida trampa de Fraga, pero lo resolvemos bien. No conduzco. Dato importante. Conseguimos llegar a Corella, Navarra, para cenarnos un bistec de ternera. El Madrid está arrasando al Barça en la tele. No consigo entender si al del bar le gusta el fútbol o no le gusta o no quiere decir si es o no es. Nos vamos. Llegamos de noche noche al pueblo. El último tramo del viaje tiene como banda sonora el top de la música esa que no. Distraído, descubro que el cantante de Zoo y el de Ciudad Jara son hermanos. Llegamos a la casa, repartimos las habitaciones y el privilegio de estar casados pesa para tener una buena habitación hasta que descubres que la habitación da a la plaza y en la plaza un campanario y en el campanario una campana que CADA PUTA HORA hace tolón tolón y no me va a dejar dormir ni una santa noche. Digo cada hora y no digo cada cuarto de hora. Toda la noche, en definitiva pendiente o no del reloj. En fin. Primer día. En mi cabeza se mezclan días y lugares, pero creo que podré hacer un relato más o menos pormenorizado de cada día aunque confunda Covarrubias con Briviesca. Lo haré. Burgos, primer día. Damos un paseo primero por el pueblo, visitamos la iglesia, visitamos el convento de las Hermanas, nada más entrar le pregunto a una monja que de dónde es, por el acento, es de Sevilla, al cabo de un rato otra hermana nos está explicando el significado de las pechinas del suelo, alguien cuenta que la hermana les ha dicho que 'no hay nada más bonito que ver morir a una monja'. A Burgos, insisto. La ciudad de Burgos me decepciona un poco, porque uno espera que una ciudad con tanto nombre tenga un casco antiguo que haga honor a su maravillosa catedral. Pero no, el casco antiguo se limita a unas muy pocas calles. La calle San Lorenzo es la calle de los bares y allí encuentro y encontramos un acomodo cierto. Raciones, bebidas y aclimatación al ambiente. Nos habían dicho que por las noches hacía un frío de menos tanto y no es para ídem. Raciones, bebidas y una cojonuda. Vamos a los bares que Gorka nos aconseja desde la distancia. Me intereso yo también por las pegatinas de las tuberías. Veo la de Burgoslavia. Comemos en vaso y nos vamos a tomar algo a otro sitio que se llama La Figa Ta Tía, un sitio muy bonito, pero en la terraza hay una pareja con dos perros a los que se dedican a incordiar y hacen la estancia algo insoportable. Seguimos dando un paseo por la ciudad porque el objetivo, mi objetivo, es contemplar la procesión del Encuentro. La Virgen y Jesús se encuentran, hacen una pequeña danza y siguen cada uno por su lado. Finalmente la procesión y el encuentro es a las nueve de la noche por lo que tenemos tiempo de subir al castillo y de tomarnos una incluso en El Patillas, local bizarro del que me quedo con ganas de más. Vemos la procesión y absolutamente destrozados nos vamos a Lerma a cenar. Lerma tiene también fama de ser muy bonito pero no vemos nada porque es de noche. A dormir hecho cisco. El día siguiente es de periplo burgalés. Los fascistas. Los fascistas son unos auténticos hijos de puta. Los fascistas, el fascismo es implacable. El fascismo es tan aberrante, tan siniestro, tan malvado, que es capaz de irte a buscar hasta Bañuelos de Bureba para apresarte, sacarte los dientes, las uñas y pasearte para dar una lección. ¿Han ido alguna vez hasta Bañuelos de Bureba? Imaginen cómo sería ir a Bañuelos de Bureba en 1936. La voluntad del mal, de la maldad, de ir hasta Bañuelos de Bureba y coger al maestro del pueblo, Antonio Benaiges, para torturarlo y matarlo porque era rojo. Ir hasta allí con una camioneta para matar al maestro. El fascismo es eso. Implacable. Mucha gente piensa que todo es fascismo. Esto es fascismo. El fascismo es no soportar que en Bañuelos de Bureba haya alguien que piense diferente y matarlo. Habrá que pensar en comer. Nos plantamos en Briviesca y en un bar cualquiera nos pedimos unas raciones. Nueva comida en vaso. Briviesca está bien. Nos vamos a Oña. No caigo en Oña hasta que no me dicen Oña. Don Fernando López de Oña. Hace años, muchos años, Don Fernando López de Oña salió de un caserío del País Vasco para emular a los grandes conquistadores, pero su vida se consumió sin haber conseguido nada, ningún objetivo de los que se marcó. Oña debería ser su homeland. Pero en el relato no aparecía Oña. Oña es muy bonito. A orillas del río Oca. Tiene un jardín. Y se llama Oña. Así como todo son campos y campos y campos llanos y llanuras y lomas y páramos, Oña ya está en otro lugar. Oña es bien bonito. Finalmente concluimos el día con una cena en casa de la familia de Nacho, opípara, fuerte. Una familia encantadora. Ya os contaré cómo está mi estómago en este momento. Noche, campanas, llega el día. Es el momento de la excursión. Desde Orbaneja del Castillo hasta Villaescusa y volver. A orillas del Ebro. De hecho, llegamos a pasar a Cantabria. Una excursión agradable, pero me noto destrozado. Yo, acostumbrado a caminar, me noto las piernas mal. Cuando conseguimos llegar a Orbaneja de nuevo, todo el objetivo es ir a pillar el coche y beber algo por favor. Lo conseguimos. Una cena casera, un arroz con verduras y a dormir. El día siguiente iba a ser de nuevo una masacre pero la rebelión a bordo se consuma. No puede ser. No es posible otra paliza como esa. Hacemos una ruta por diversos pueblos. Covarrubias y Lerma. Comemos en Lerma. La verdad es que los pueblos son bonitos, tienen algo, sabes que hay mucha historia si te gusta la historia, pero posiblemente no es la historia que te guste. Me explico. Así como en los pueblos de Andalucía la historia se cuenta ahora de una manera diferente, intentando dar un poco más de valor a la presencia islámica, en estos pueblos de Burgos, lógicamente porque la presencia no fue tan continuada, no es y lo que hay es presencia del Cid, por ejemplo. En Lerma está enterrado el Cura Merino, cuya tumba veo en mitad del pueblo por casualidad. El Cura Merino es uno de esos personajes de la guerra de la Independencia que se sublevó contra los franceses, por absolutista en su caso. Y siguió siéndolo hasta el fin de sus días, exiliado en Francia precisamente, al fracasar la guerra Carlista, donde se alistó como ídem. Hemos dicho que hemos comido en Lerma. Sopa castellana que parece que no lleva ajo pero me juran que lleva y yo no percibo el ajo. Pero bien. Y un entrecot espectacular. Con la panza llena nos espera una tarde en el pueblo haciendo tiempo hasta un nuevo asalto gástrico a la madre naturaleza. Nueva cena familiar a base de una alubiada espectacular con todos los avíos. Olla podrida. Tremendo todo. Tremendo. Licores varios. No hemos hablado del bar del pueblo. No hemos hablado del bar del pueblo que funciona como centro de reunión y donde, claro, si eres de allí y 'tienes pueblo' todo el mundo te está esperando y es allí donde ves a la gente y te reencuentras y todo eso. La madre de Nacho funciona como un conector, como si se hubiera ido del pueblo antes de ayer, que es lo que pasa cuando estás en tu ciudad, en tu destino y tienes una parte muy importante, no sé si la más importante, pero es una parte, en otro sitio. En tu pueblo. Dijo Nacho que hay dos familias, una que se te da y otra la que te formas. Compartir con esa otra familia lo que uno es y que eso quizás mueva a otros y otras a reconocer que eso de 'los pueblos' tiene un sentido y una razón, es algo grande. Yo ya he estado en Burgos, puedo decir eso. Los antiguos iban a segar a Burgos. Quizás mi abuelo fuera alguna vez. Yo he visto los trigales verdes todavía. No he visto campos de girasol. Un viaje para hacerlo con más calma, con más sosiego, y sobre todo, sin tantísimas cosas en la cabeza como para poder llegar del viaje y decir 'pero qué'. Hemos traído morcilla. Solo hablaré de la morcilla de Burgos en presencia de un abogado. Mira, el Nacho mismo.
martes, 13 de diciembre de 2022
Crónica de un viaje a Sevilla. Es especial.
Y sospecho que sigue teniendo su duende. No sé si huele a azahar. Etc. Catálogo de tópicos sobre Sevilla, capital de la Andalucía occidental y administrativamente hablando, capital también. Veces que yo había ido a Sevilla. 2. Una con el colegio en el viaje de fin de curso que creo que duró menos de un día y del que recuerdo haber comido un plato de macarrones y la catedral y la giralda y el patio de los naranjos y poco más. Y otra ya más mayor que recuerdo también de haberme constipado en pleno agosto. También para un trasnoche. Así que el viaje a Sevilla como viaje a Sevilla propiamente dicho, era este. Aunque las dos experiencias previas contaban y no para bien. Contaban para tener a Granada en un altar, en el altar mayor de las ciudades, el sitio donde irías a vivir, el sitio en definitiva, y luego Cádiz como ese sitio donde está prohibido decir que tú no te ves, que a ti Cádiz como que no. Sevilla no puntuaba. Porque es que yo no había estado en Sevilla así. Estar en Sevilla así es estar unos cuantos días, callejeando, perdiéndote, encontrando los sitios, con un patrón, con una guía y parando en cualquier sitio porque te tienes que parar porque la lluvia. La lluvia en Sevilla es una maravilla y desde el minuto uno de partido fue nuestra fiel compañera. A nadie se le puede ocurrir quejarse de la lluvia después de tanto tiempo de sequía. Nadie se quejó. El taxista que nos llevó al apartamento nos estuvo contando la problemática del taxi, primera inmersión en el ambiente, el turismo, el turismo, el negocio, el negocio, nosotros y los turistas, los turistas somos nosotros, cómo lo condicionamos todo y cómo cambiamos las ciudades para que todas se nos parezcan y todas las tengamos controladitas y que sea más o menos lo que esperamos. Qué esperaba yo de Sevilla. Dos influjos. El primero era el de intentar ver, apreciar, la huella musulmana. Con tanta conferencia de Antonio Manuel y tanto rollo, estoy embebido de esas teorías que dicen que en realidad los musulmanes no se fueron, que se quedaron muchos y que esa huella todavía se tiene que ver. Si lo quieres ver, lo ves, pero te tienes que esforzar mucho. Así la huella musulmana la he visto o la he querido ver en elementos muy visibles, como la Giralda, claro, como las murallas de la Catedral, claro, y como en el Alcázar, aunque aquí lo que vi fue más mudéjar que otra cosa. Claro. Mudéjar. Durante un viaje a Calatayud hubo alguien que dijo que mudéjar significaba 'mudejan quedarme', y es algo así. El legado de los musulmanes que se quedaron aunque en la arquitectura tiene más que ver con la influencia que con... esa fue una. Y luego el efecto Califato y haber recuperado Sevilla como una ciudad referente cultural para mí. Los Califato con sus cosas me hacen presuponer un ambiente, un clima, unos lugares que tengo que visitar. Como Granada con Los Planetas, Sevilla con los Califato. Como en Granada con el Amador, así es Sevilla con el Vizcaíno. Y fuimos al Vizcaíno y tuvimos la potra de estar al lado de la Puerta de Carmona y un día paseando a lo tonto estábamos delante de la Puerta de la Carne y de Santa María la Blanca que está vigilándonos a los dos. Y eso, amigo y amiga, le ha dado al viaje un contenido, todo junto, que yo que sé. Espectacular. Sevilla lloviendo, entrando en cualquier bar de su casco antiguo y disfrutar. No hemos visitado todas las iglesias, pero bares sí que hemos visto unos pocos. Desde el primero, el de Dueñas, con sus camareros formales y correctos y su música clásica para ambientar con su canon de Pachebel a las ocho de la tarde tan temprano, hasta El Puma y su jaleo moderno incesante. Todos han tenido algo. Perderse por las calles, no saber si estabas subiendo o bajando, no sabiendo si ibas al este o al oeste, para dónde te queda el río, otra callejuela, otra más, otro convento, otro convento más, otra iglesia barroca, otra iglesia barroca con torre mudéjar, otra iglesia mudéjar, otro convento más. La basílica de la Macarena sin su asesino dentro que la encontramos por casualidad con la barriga llena. Ese puente de Triana y esa Triana visitada al paso con el miedo a mojarnos otra vez y esas botas compradas en Triana y esa excursión a Los Remedios para buscar la calle del Rockero Silvio y las fotos y el bar de Heavys veganos donde pudimos hablar, sí, de Silvio. Ese Silvio presente también en ese bar pequeñito y delicioso, la Taberna Gonzalo Molina con fotos de Silvio y de Carlos Cano como granaíno infiltrado. Y fotos de Triana y de los Smash por cualquier sitio y esa Alameda que parece que yo la recordaba de otra manera y que al final no ha sido tanto punto de referencia como elemento a partir del cual fluir. O ese bar del bacalao, esa Bodega Mateo descubrimiento fantástico, con su ambiente silencioso y diferente a todo y la costumbre de anotar las comandas en la barra con una tiza. O en una pared como en el mercado de Feria, aunque en el mercado de Feria si que tuve la impresión, allí sí, de ser realmente turistas. Fíjate tú que cosa. Y todas las canciones de Pata Negra en la cabeza. Y las de los Califato, ya lo he dicho. Y el Sevilla Blues de Arrajatabla. Y los Smash (in the Alameda). Y Lole y Manuel, ese single que no compramos. Y sevillanas por la calle. Y las sevillanas de la Rocío Jurado. Y hemos estado tan a gusto que las últimas horas del sábado fueron terroríficas, porque nos teníamos que ir, era la última vez de todo y ya a ver cuándo volvíamos, que nos consolamos pensando que volvemos pronto porque lo tendremos cerca, pero no podemos pensar tanto en andaluz, ya está bien, que la gente se confunde al final y nos van a echar de nuestra casa porque la gente tiene que ser de un sitio. Y venga a darle vueltas a lo charnego, a lo andaluz, a la migración, a Catalunya. Que al final estamos hablando de Catalunya. Y de tantas cosas. A qué cantamos, a Sevilla. Dicen que Sevilla muy bonito pero que lo peor son los sevillanos y nosotros nos vamos pensando que, como siempre, las ciudades son bonitas por la gente, por que están ahí, en la puerta de los bares, no dejándote entrar, preguntándote de dónde eres, qué quieres y estando, siempre estando.
Agradecer a la Esperanza que nos hizo el podcast de guía, a la Isabelita y la Marijose por el acompañamiento cada una en lo suyo. Y a ver cómo compensamos al tito Manolo por la desatención. Y a la prima Ana pues que cuando eso pues eso.