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domingo, 7 de mayo de 2017

Aurora (final)


Komazweski, Kreznewsky, Zbgniwiew Krescinsky. Mientras estaba esperando a que nos dejasen entrar en la fiesta iba pensando en nombres polacos. Voy a repetir uno a uno todos los tópicos de mi comportamiento. Animales muertos en el camino. Durante el paseo con mi prima Aurora camino de la fiesta, íbamos viendo animales muertos, aplastados, por el camino. Animales muertos y nombres de polacos. De checos. De yugoslavos. Estábamos en la puerta y mi prima Aurora me tenía cogido de la manga de la chaqueta. No llevo ninguna chaqueta. Debe estar cogiéndome de la muñeca directamente para que no me escape. Hemos convenido entre todos, de manera asamblearia que esto tiene que ir terminando y que todos los misterios de Villastanza de Llorera deben resolverse esta misma noche. Mi prima Aurora dice que se llama Aurora al tipo de la puerta y la dejan pasar. A mí me dicen, señor Rípodas, adelante también. Le digo al de la puerta que no me llamo Rípodas y me mira como si fuera gilipollas. Convendremos en que tengo cara de gilipollas. Me dejan pasar igualmente. Mientras avanzo por un pasillo hacia una gran sala donde hay música sonando y una fiesta transcurriendo, una voz interior me va poniendo en situación y me quiere explicar algo sobre el tal Rípodas. Los escritores, los que se inventan las historias, los creadores de todo tipo, intuyo que deben no dejarse llevar por los estados de ánimo o los dolores físicos y espirituales que les asaltan para hacer lo que tienen que hacer. A mí hoy me toca describir una fiesta para concluir con una serie de relatos de carácter misterioso, onírico, un sinsentido de imágenes que quizás a alguien le puede haber parecido en algún momento interesante. Antes, supongo de que todo descarrilara hace unos meses y no supiese servidor salir del atolladero. Y me duele mucho la cabeza hoy y no creo que pueda llegar a consumar el fin de la historia. Estoy dentro de la historia y no lo veo claro. Estoy perdiendo el hilo argumental otra vez. Se me olvida que debo separar al emisor y al mensaje. Yo no soy el mensaje. Mi prima Aurora me va diciendo todas estas cosas. Que no soy el mensaje, que hace calor, que va a ponerse todo en orden. Que todo va a clarificarse. Que ella me lo va a explicar. Que es ella la que tiene en su mano la capacidad de hacer que todo esté claro. Yo no lo veo tan claro. Para qué discutir. Para qué complicarse más. Mi prima Aurora y el pelo rojo de mi prima Aurora. Mi prima Aurora dice que ha escogido la música que ha de sonar en la fiesta para que me guste. Pero lo que oigo de fondo no me gusta mucho. A mi prima Aurora no le ha gustado nunca la música que me gusta a mí, pero… qué pasillo tan largo. Qué manera de alargar un cuento sin decir nada porque no hay nada que decir. Llegamos a la sala.
Veo a mucha gente que parece que me está esperando. Gente a la que no he visto en mi vida, pero es gente que me he inventado yo. Veo a mi prima Aurora repetida, pero de otra manera. A mi prima Aurora real, a la que tengo al lado, a la que inventé una primera vez, una segunda. Veo las paredes que están decoradas con cuadros de Regoyos, de Zuloaga, de Larionov, de Goncharova, de expresionistas varios. No sé cómo puede haber tanta pared para tanto cuadro. Veo que el suelo es como el de la acera de mi casa en Villastanza de Llorera. Veo cosas. Veo a gente que me he inventado, veo a Gorteza, que se me queda dormido mientras suena la música, veo a mi madre, que se llama Aurora y que no se llamaba Aurora, veo a alguien que no tiene cara, que tiene un cartel en el que le han pintado un nombre que no puedo mirar, pero si afino un poco veo que se llama Rípodas y me alivia, porque yo no quiero ser Rípodas. Me duele un poco la pierna. Más que la cabeza. Le pido a una chica que tiene el pelo recogido en una coleta, que me abra la cabeza y vea qué tengo dentro, que lo haga con cuidado. La chica me dice que no puede hacerlo, porque es policía y no puede ni quiere. Mira todo el rato a Gorteza. Gorteza me cae simpático. Se parece a esos que están en los hospitales que se te acercan y te piden un euro, o un cigarro, y que cuando no se los das te preguntan que porqué no les das un euro o un cigarro. Que si es que les quieres matar. Y se sientan a tu lado y te dicen que les quieres matar. Por un euro. Gorteza me cae bien. Qué hora debe ser. La música suena y va cambiando de estilo. Suena la música que me gusta. Mi prima Aurora, una de ellas, me da igual, me mira y asiente. La música es alemana. Ocáriz. Ruiperez. El nombre en alemán que me viene persiguiendo y que no sabré nunca de memoria y me lo he inventado yo. Nada de lo que está pasando en esta fiesta es divertido. Le llamo fiesta porque hay una mesa con productos de supermercado como los que exponen en una de esas fiestas de la caridad en la que la gente deja cosas como cartones de leche, arroz, paquetes de lentejas. Y la música suena en un equipo de música. Y no hay una orquesta. Ni una discomóvil en la que un padre y un hijo cantan canciones. Y no sé si hay algo más triste que un padre y un hijo cantando canciones. Lo voy a cambiar, voy a dejar escrito que la música la interpretaban un padre y un hijo que cantan canciones en alemán. O alemanas. O traducidas del alemán. De temática pangermánica. Y una de esas canciones, que no sé distinguir si es en alemán o en castellano o en catalán mismo, cuenta la historia de una mujer que era la mujer más guapa del mundo, la mujer con la cara más linda y preciosa de todas las caras que se habían visto y reconocido hasta ese momento. Y se detienen en explicar cómo es esa mujer y esa cara tan linda que tiene, que cuando la miras te transportas a otro estado en el que te crees capaz de todo y crees que si esa mujer te está mirando o te está hablando o te está besando o te está haciendo alguna de esas cosas a la vez y si encima estás tú haciéndolo con ella es como si el mundo no tuviera más sentido que el que es. Que no es otro que ese. Teclear y teclear y teclear y no saber decir exactamente que la historia que cuentan es la de la mujer a la que todos tenemos en sueños. O el hombre. O el ser amado. O el ser imaginado que amamos. Que a mí se me ha representado siempre en forma de mujer, como si fuera una herramienta para despertar, para entrar en otro mundo, en un mundo que sea de ensueño, un mundo que no tiene nada que ver con este, y es cuando he tenido cerca esa cara de mujer tan linda y tan resplandeciente y cuando la he sentido así, que he sentido como una aurora, como la misma aurora, como el crucero Aurora surcando el Neva anunciando la Revolución, pero mucho mejor aún si es posible. Como si fuera todo un sueño y ese sueño fuera mejor, mucho mejor. No un sueño en el que las cosas se anticipan a la realidad y ves que lo que te va a pasar en el futuro va a ser una puta mierda, no, me estoy refiriendo (refriendo) a otra cosa, me estoy refriendo a la Aurora.
A una Aurora que es la que describen esos dos, ese padre y ese hijo, cantando canciones en alemán, y en esa canción alemán esa mujer que circula por el tiempo y por el espacio y que me ve y que se me aparece y que sus besos saben a cerveza barata alemana aunque no beba cerveza alemana barata ni que la maten, o yo que sé, y cuentan esa historia en la que ella era una hechicera que venía de un pueblo de Alemania, allá por el siglo XVII y que se tuvo que trasladar a nuestro país, un país en común. Y que en un pueblo perdido de la serranía, que ni es serranía ni es nada, que se llamaba Villastanza de Llorera y que tenía unos simpáticos habitantes que acogieron para siempre en sus aburridas vidas toda una serie de hechizos, auroras boreales, amaneceres tan bonitos como la cara de la mujer más bonita y con la sonrisa capaz de hacer volar y elevarse a mi madre, a mi madre que se llama Aurora, porque todo el mundo tiene derecho a llamarse Aurora, a ser como la Aurora y son asesinatos, y son muertes, y es un misterio y es lo que hay en la cabeza de Gorteza que al fin hemos descubierto que se llama así porque todo tiene que rimar y cabeza rima con Gorteza y qué historia tan bonita y qué inspirado estaba yo entonces, aunque el final fuera un poco perro. Y la historia de un tipo que viaja a su pueblo para hacer algo y resulta que en su pueblo o en el pueblo de sus padres se ve atrapado en una historia que le hará cambiar para siempre. Imagina que la cadena Ser tiene que promocionar tu libro y tiene que hacer un resumen como el del libro de la pintora que vuelve a su país y esconde un terrible secreto. Aurora, mi prima Aurora, todas mis primas Auroras, todas las personas que conozco que se llaman Aurora, que tienen relación con una Aurora, qué tendrán, qué extraño influjo tiene ese nombre, qué pasó con esa alemana que seguro que vino al pueblo de mis padres huyendo de algo y que era tan guapa que hizo que todo el pueblo se elevase sin salir del emplazamiento geográfico que ocupaba para situarse en un plano especial, en el que las Auroras Boreales son como el tren que va a Madrid, habituales y excitantes a la vez.
Aurora. El niño santo, el bar del Frederico, de repente la ropa me huele a cerrado y quiero cerrar los ojos y soñar con ese mundo en el que ella me mirará y me sonreirá y tendrá esa cara que tiene cuando está dormida y se ríe mientras duerme y mi prima Aurora me coge así y me dice que no me esfuerce mucho, que no voy a salir de esa fiesta, que no voy a ver a mis amigos nunca más, que mire por la ventana que está a punto de amanecer. Y miro a Gorteza y le veo medio dormido en un sofá y confío en que todo sea un sueño.
Y me duele la cabeza. Y me gustaría que Gorteza despertara y que… creo que he visto su cara. Es como una Aurora. No voy a salir nunca de aquí.

jueves, 4 de mayo de 2017

Aurora


Mi prima Aurora me sacó del bar del Frederico y me dijo que teníamos poco tiempo. Que ya habíamos mucho tiempo. Que tenía muchas ideas sobre el tiempo. Yo también tengo muchas ideas sobre el tiempo. Mi prima Aurora ha cambiado mucho a lo largo de los textos. A veces se parece a una persona y a veces se parece a otra persona, pero nunca se parece a mi prima Aurora. A medida que me iba empujando hacia el lugar al que nos dirigíamos para terminar de aclarar las cosas que pasaban en Villastanza de Llorera, la iba viendo cambiar. Mantenía siempre un mismo tono, un mismo perfil, una misma línea argumental que está completamente perdida en estos momentos. No hace falta que hayas leído nada antes, no te tienes que preocupar por eso. Ahora de lo que te tienes que preocupar es de que no se te olvide que estamos aquí y que estamos llegando al final. Muy al final. Muy a la pared. Muy tocando ya la chapa del final del todo. Ahora te tienes que fijar en tu prima Aurora y saborear el nombre. Aurora. Aurora. Amanecer. Aurora. Despertar. Aurora. No muevas los brazos así como si estuvieras haciendo el gilipollas, porque parece que estés haciendo el gilipollas y no hace falta. Aurora. Aurora. Despierta. Tenía todo un sentido y no era el de ver a tu madre volar, el de ver a mi madre volar, que ahora soy yo, no. Era la Aurora, Boreal. La hija de Aurora se llamaba Boreal. Era en otro cuento, era yo muy diferente a como soy ahora, más sereno y templado, me parecía tanto a lo que quería ser que me asustaba. Aurora me lleva hacia un recodo del camino, hacia una esquina, hacia un apartado que seguramente conoce la persona que me llevó al bar del Frederico y ahora sé que incluyendo esto estoy haciendo perder el hilo, seguro, de lo que estábamos leyendo entre todos. Salto de línea.
M prima Aurora no se anda por las ramas esta vez. Esta vez (esta vez) me hace avanzar de una manera como no me había hecho avanzar nadie antes. Deprisa. Llegamos al sitio. Yo recuerdo haber salido de mi casa por la mañana. El tiempo pasa de otra manera cuando todo es mentira. Ahora es de noche otra vez. Villastanza de Llorera no es tan largo. Como todos los pueblos, como las ciudades de pequeño tamaño, comenzaron por arriba y se acabaron extendiendo hacia abajo. Comenzaron en la defensa y se fueron extendiendo comiéndose las ciudades del calcolítico que encontraron a su paso. Estoy volviendo a hacer lo mismo, no sé acabar la historia. Qué angustia. No os acordáis de nada, os pasa como a mí, habla otro y no le prestáis atención. Os pasa lo que a mí. Estabais leyendo esta historia hace tiempo y estabais pensando en alguien, en un acto, en vuestra prima Aurora. Mi prima Aurora me ha llevado al lugar en el que debe acabar todo.
Es una casa, está llena de gente. Hay una fiesta. Nos vamos a reír mucho cuando todo esto termine.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Aurora

Ayer salté de la cama como un rayo. No caí en la cuenta de si estaba mi madre en casa o no. Me apañé y salí a la calle. No me dolía nada la pierna, parecía como nuevo. Parecía como si todo lo de antes hubiera pasado. Como si el mundo se hubiera olvidado de mí. Nada más poner un pie en la acera, un señor con un aspecto extraño me dijo ‘psst, vente, ven, ven…’. Y le seguí. Era alguien con algo extraño en la cara. Parecía haber sido desfigurado por algo, pero no estaba desfigurado en absoluto. Su cara era una risa. Una mueca. Una extraña cara que parecía estar siempre feliz, aunque uno sabe que nadie puede estar siempre feliz, ni existe la expresión de felicidad constante. Salvo, claro está, la cara que tienes, la cara que tengo, cuando contemplo la cara tan linda, tan preciosa, tan resplandeciente, tan plácida, tan bella, entonces, naturalmente, puedes tener esa cara, esa mueca. Pero no esa mueca de felicidad, otra mueca. Que le seguí, caramba. Y en un momento, absorto en otros pensamientos, le perdí. Y volvió a aparecer. ‘psst, ven, vente por aquí’. Y le seguí de nuevo. Y cada dos por tres se me perdía. Por si os interesa y por rellenar, llevaba él uno de esos pantalones vaqueros que quedan anchos, desastradamente anchos, desgastadamente anchos. Que hacen el culo plano y ancho. Las piernas anchas. Un calzado deportivo que uno duda que haya sido comprado por voluntad y que más bien parece herencia de algún nieto caprichoso. He dicho que era mayor o era joven… no lo he dicho, era mayor. Todo encaja. Esa edad en la que uno ya es mayor y puede tener nietos. Y apareció por otra esquina y me dijo ‘psst, vente por aquí, ven’. Y la parte de arriba de su vestuario era una chaqueta de chándal. Azulilla. Y con ribetes blanquillos, y verdecillos. Y tenía el pelo a cepillo. Y se reía o parecía reírse y me decía ‘psst, ven, por aquí ven’.
Y claro que terminé en la puerta del bar del Frederico. Y él estaba dentro y me decía ‘pasa, ven, psst, ven’. Y yo no lo dudé y entré y me quedé con él en la barra y pidió un café con leche y me miraba riéndose y puede que no estuviera riéndose, pero me miraba y parecía una risa. Y le dije que yo no sé qué quería, que era temprano y que me tomaría también un café con leche y pedí un café con leche y una tostada. Media tostada. Y él me miraba y se reía y le pregunté que si quería una tostada para él también y riéndose me dijo que no, meneandillo la cabeza. Nada más. Y los dos con el café con leche y yo mirando cómo me hacían la tostada. Y en un momento se fue al lavabo y tardaba en volver.
Y ahí, en ese rato que estuvo en el lavabo me puse a pensar las cosas más terribles y las cosas más maravillosas. Me puse a pensar en qué me iba a deparar el futuro, ahora que el mundo se había olvidado de mí. Me puse a pensar en un porvenir. Me puse a pensar en rutinas de una persona que adquiría progresivamente hábitos nuevos. Me olvidé del señor de la risa. El señor con cara de Joker. Me olvidé del café con leche y se me enfrió. Me olvidé de la tostada y se me enfrió. Me olvidé del bar del Frederico y comencé a ensoñar. Ensoñar es maravilloso. Me encantaba ensoñar antes. Antes de que se me olvidara todo, de que el hilo argumental se me fuese, de que perdiera comba, de que el disparate fuese mayúsculo. Antes de que mi madre y nosequién más se pusieran a volar. Y el presente debía ser una sucesión de actos, de momentos, de actividades programadas, de salidas, de situaciones casuales, de situaciones regularizadas, de ir, de esperar, de llamar, de comer, de pasear, de estar en casa esperando a que empiece el programa de la tele que llevas ansiando ver durante todo el día, de recibir una carta, de enviar una paloma mensajera, de que el correo del Zar se acuerde de que la Besarabia es… en estas que se abre la puerta del Frederico y entra mi prima Aurora. Con una camiseta de esas que me gustan de rayas rojas y negras. Como si fuera Fito y los Fitipaldis. Pero no me gustan Fito y los Fitipaldis, pero nada. Y viene hacia mí y me dice ‘desde luego, es que pareces tonto, te vas con el primero que pasa’.

martes, 2 de mayo de 2017

Aurora


Olvídate del hilo argumental. Olvídate de la imaginación desbordante. Olvídate de las cosas que han pasado hasta ahora. Olvídate de una sandía abriéndose, de una cabeza abriéndose, porque no se va a abrir ninguna cabeza. Olvídate de gente volando, de tu madre volando, olvídate de volar porque aquí no se va a volar nunca más. Olvídate de los antiguos repobladores alemanes que vinieron a las nuevas poblaciones. Olvídate del poder que tienen todos esos que están apoyados en la barandilla. Olvídate del narrador omnisciente. Olvídate de no participar en la historia más que como un simple contador de escenas pintorescas. Olvídate de todo lo que tenías pensado hasta este momento. Olvídate de una sucesión de recuerdos camuflados en una historia ficticia. Olvídate del planteamiento que tuviste una vez hace años. Olvídate de Gorteza y de sus momentos de ensoñación. Olvídate de Gorteza como un personaje de ficción. Olvídate, si es que lo recuerdas, del nombre de la policía que se enamoraba de Gorteza. Olvídate de los nombres de los personajes de la novela. Olvídate de los nombres de los personajes del cuento. Olvídate de cómo estaba distribuida la villa de Villastanza de Llorera. Olvídate de una camiseta de Barricada que una vez le viste llevar a alguien. Olvídate de la idiota pretensión que se te ha metido en la cabeza de pensar que el bar del Frederico es en realidad el bar de los Cazadores, no es el Bar de los Cazadores, no has entrado nunca al bar de los Cazadores, el bar del Frederico es otra cosa. Olvídate de pensar que no vas a entrar nunca en el bar del Frederico. Olvídate de todo lo que habías pensado que harías en el bar del Frederico. Olvídate de no probar una tortilla de patatas medio hecha por dentro en el Bar del Frederico. Olvídate de la idea de que tú no estabas participando en la novela, en el cuento, en la historia. Olvídate de no levantarte para saludar. Olvídate de venir nunca más al pueblo. Olvídate de seguir pensando en Villastanza de Llorera. Olvídate de la cara más bonita y más linda de todas las caras que nunca hayas podido imaginar. Olvídate de escribir sobre la cara más bonita, más dulce, más preciosa, más resplandeciente que jamás alguien haya podido describir con un vocabulario que vaya más allá del ‘guapa, bonita, linda, preciosa’. Olvídate de esa cara que daban ganas de transportarte a otro lugar, al lugar que fuera, al interior de la cabeza de quien te diera la gana, al espacio interior vedado para las miradas de los no creyentes, al agujero negro que dicen que va tragándose la materia y todo eso. Olvídate de la cara de la mujer que aparece en todos los cuentos y en todas las historias y que dijimos que vivía en Villastanza o quizás no lo diimos, pero ya hemos dicho que nos tenemos que olvidar de muchas cosas y ahora mismo vamos a ir pensando muy poco a poco, muy lentamente, muy despacito. Olvídate de pensar. Olvídate de esa cara. Olvídate.
Si ya te has olvidado de todo, acuérdate de esa cara. Lo hago por joder.

jueves, 12 de enero de 2017

Aurora

Mi madre me advirtió que no pensaba bajar. Que pensaba estar volando un rato. Que esperase ahí. Yo, después del ridículo que había hecho intentando volar como ellas, como mi prima Aurora, como mi madre Aurora y como la mujer con la cara más linda y más guapa que en la vida jamás podré encontrar una cara como esa de tan bella y tan mágica, decidí que era el momento de tomar una decisión trascendente respecto a todo lo que me estaba pasando. Las cosas son, o no son, las cosas pueden ser sobrenaturales, pueden ser naturales, pueden estar en este plano o en otro plano, le pueden estar pasando a tu yo o a la alteridad o al reflejo que tienes en el espejo, pero principalmente te están pasando a ti. Me estaban pasando a mi. Me estaba dejando llevar desde hacía bastante tiempo por mi madre y sus cosas, por ese viaje a Villastanza que yo pensaba que iba a durar unos días y que ya no sabía identificar en el calendario ni cuándo llegué, ni si tenía visos de largarme de allí de alguna manera. Ni siquiera sabía si me quería ir. Y mi madre parecía diferente. De hecho, ya se llamaba incluso de otra manera. Aurora. Mi prima Aurora, una mujer especial, fascinante, que me llevaba a sitios, que me hacía ver cosas, que hablaba de la música rock y de la música clásica, que se parecía a mi madre y que no era como mi madre, porque mi madre era de otra manera, no era tan extravagante como mi prima Aurora. Dónde vas a parar. Y me enredo en descripciones de mi madre y de mi prima Aurora. Pero si todo esto resultaba fascinante, mucho más increíble era ver allí volando a aquella mujer tan guapa, que tenía la cara más guapa de todas las que uno en su vida había visto, la cara más bonita, la más linda cara que uno puede haber descrito. Qué tremenda sensación debe ser poner en palabras lo que uno siente al ver una cara así. Debe ser de las cosas más poderosas, digo, debe ser el poder más absoluto. Que algo que no parece que pueda ser explicado, de repente aparezca descrito con toda concreción. Ser capaz de contarle a alguien lo que es una aurora. Ser capaz de explicar cómo es la cara de alguien que está fuera de norma. La cara de aquella mujer, sobrevolando mi cabeza, sonriendo por encima de mí, con los brazos extendidos. Envidio a quien es capaz de dejar grabado en el pensamiento de un tercero, en mí mismo, los conceptos que pueden hacer que lo que uno siente sea comprendido por ese tercero. Lleva mucho tiempo explicar lo que uno quiere decir y que encima no quede claro. Tengo la sensación de que por mucho que uno explique, no será nunca capaz de llegar a describir con total certeza lo que es una cara tan bella, lo que es una belleza tan deslumbrante. ¿He dicho ya alguna vez esa sensación de placidez extrema, de bienestar, de...?
Es como el amanecer. Igual ahora me enredo en algo que no sé si...
Como la Aurora.

martes, 22 de noviembre de 2016

Aurora

Al salir del bar del Frederico me tropecé con algo y me dí un golpe tremendo en la cabeza. Cuando volví un poco en mí, me di cuenta de que mi prima Aurora tenía también una venda en la cabeza. Me llevaron a casa y mi madre estaba tumbada en un sofá, se acababa de caer al suelo y se había dado un golpe en la cabeza. Me puse a ver la tele y estaban dando un programa sobre gente que se caía y en teoría, debías reírte de eso. Me puse a escuchar la radio y estaban comentando un gravísimo accidente de tren que había habido, que no había registrado víctimas mortales, pero había al menos 150 personas con fuertes golpes en la cabeza. Por probar, escogí entre una de las revistas que mi madre tenía encima de una mesa y en una de esas revistas del corazón, abriendo por una página al azar, hablaban de las migrañas, de dolores de cabeza, de cómo paliar las contusiones craneales. Estaba de dios que el día girase en torno a eso.
Cuando me encontré mejor, salí un momento a que me diera el fresco. No sabía la hora que era y, de manera absolutamente inesperada, resultó ser el momento de la Aurora. La Aurora se produce cuando amanece. Amanecer es tan bonito. El fresco de la mañana, la sensación de comienzo, de inicio, de algo nuevo. La Aurora. La Aurora. Aurora. El golpe que me había dado, el fuerte vendaje, ya no me dolía. Me lo quité. Pensé que la Aurora iba a tener un efecto benéfico en mi herida. Me toqué en la cabeza y no tenía nada. Estaba tan bien, tan a gusto. Mi madre salió conmigo al balcón y me dijo que se encontraba estupendamente. Que no le dolía nada. Que incluso podía volar.
Y me dijo: 'mira'. Y hizo ademán de tomar impulso para empezar a volar y me quedé pasmado cuando realmente mi madre se elevó sobre el suelo y revoloteó sobre nuestra casa. Allí arriba, mientras la estaba mirando, se unió volando mi prima Aurora, que tenía un aspecto por el que podrías confundirla con cualquier otra persona, pero era mi prima Aurora por muy temprano que fuera. Allí estaban las dos, cuando de repente, una tercera persona se unió a la bandada.
Claro, pensé, por eso me encuentro yo tan bien. La tercera persona era la mujer con la cara más linda de todas las caras lindas que han habido y habrán. Era la mujer que, aquel día fatal o aquel día prodigioso o aquel día que quien quiera calificarlo de alguna manera, que se atreva y lo haga, era la mujer por la que yo estaba allí. Era esa mujer que se me aparecía en sueños. Era la mujer más bella, más linda, más excitante de todas las mujeres, de todas las personas, de todo. Ni siquiera la Aurora, ni siquiera la Aurora prodigiosa que estábamos viviendo en aquella mañana tan maravillosa de Villastanza de Llorera, era tan bonita. Era la mujer con la cara más guapa, con la sonrisa más plácida, con la mirada más atrayente y estimulante de todas. Era ella. Estaba allí, volando con mi madre y con mi prima Aurora.
Yo quise también unirme a ellas. Así que tomé impulso y di un salto hacia delante, bastante ridículo, porque yo no podía volar.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Aurora

El tacto de la puerta de un bar. Frío. La puerta metálica, el cristal sucio, carteles en la puerta. corridas de toros, un torneo de truque, la asociación de caza y pesca presenta sus actividades. Entro porque tengo que entrar. Así está dispuesto. Suena la música en mi cabeza de Así habló Zaratustra. Pero la corto rápido, porque el sonido del bar es mucho más estimulante. Así suena el bar del Frederico. El bar del Frederico acaba de comprar una televisión de 42 pulgadas desde la que se ven documentales sobre la naturaleza en un canal autonómico, que es el canal autonómico de la comunidad autónoma adyacente. Campos, pastos, animales. Algunos comentan que el campo está, que el campo es, que ahora en el campo, que llevan trabajando en el campo y que nunca... me quedo en un rincón de la barra y pido un cortado. Los cortados, como a todo el mundo, no me sientan bien, pero no sé qué pedirme. No es tarde, no es temprano. Me da apuro tomarme una cerveza. Me trae el cortado, está oscuro, muy fuerte y muy caliente. El Frederico no me hace más caso que al resto de parroquianos pese a notarse mucho que no soy de allí. Quizás por eso. Encima de la caja registradora, pegado a la pared, hay una foto del calendario de la asociación de caza y pesca y en la foto se ve al Sagrado Niño Oculto de Getsemaní, en posición de descanso, apoyado en un báculo, mientras a su lado una ovejita de color blanco como la nieve, parece mirar hacia el infinito con los mismos ojos que tiene el propio Sagrado Niño Oculto de Getsemaní, lo que indica que quien ha hecho el dibujo no se ha preocupado en coger otro modelo de ojos para el animal y se hace todo a tajo parejo. El cortado, claro, me sienta como un demonio, pero antes de ir al lavabo, escucho una voz que me dice que me espere. Es una voz de niño. No veo a ningún niño por allí y, por si las moscas, me fijo en la foto. Efectivamente, la foto se ha movido y es el Sagrado Niño Oculto de Getsemaní el que ha cambiado su posición de descanso por una más dinámica, como si fuera a saltar hacia fuera de la foto. Me pide, mirándome a los ojos, que espere un momento, que le saque del papel, que quiere vivir.
Me pide que le ayude, que le saque de allí, que no haga caso de los ojos de la oveja, que prescinda de sentimentalismos, que apuñale a la oveja si en algún momento quiere saltar con él, que no me fije en sus ojos, que es un error mirar a los ojos de la oveja, que alguien le ha encerrado en esa foto con esa oveja que no le deja vivir, que quiere vivir, que quiere sentarse conmigo en la barra del bar y pedir una copa de coñac y que por favor, por el amor de Dios, por el Santísimo Nombre, por lo que valga, que nadie más le llame Sagrado Niño Oculto de Getsemaní, que quiere ser simplemente Jonás, el Sagrado Niño, nunca más oculto, nunca más. Y yo le hago caso. Y desde la barra, le tiendo la mano, que es lo único que se me ocurre que puedo hacer. Y noto que me estoy cagando, porque el cortado es un auténtico matarratas, pero sé que no puedo parar ahora, que tengo que ayudar a esa voz que sale de la foto. El Sagrado Niño Oculto de Getsemaní, que dice llamarse Jonás, va a saltar de la foto. Ha tirado el báculo y se despoja de sus ropas. La oveja le mira con sus mismos ojos, pero con una expresión de pena. El Sagrado Niño Oculto quiere saltar, quiere salir de la foto, y se dispone a saltar. Creo ver que ha sacado una pierna fuera de la imagen, que ha pasado a este plano. Que va a salir. Sale por completo de la foto, a cuerpo real. Es un niño. Entonces habla la oveja.
Y cuando miro a la foto, vuelve a estar dentro el Sagrado Niño Oculto de Getsemaní y la oveja me dice que siempre es lo mismo. Siempre. Todos los días. Siempre hay alguien que ve a Jonás, que le oye, que le hace caso, que se cree que puede salir de la foto y no puede ser. Que es todo una mentira.
En la tele, es la hora de los informativos y alguien habla de la Directiva Bolkenstein y todo el mundo mira fijamente a la pantalla porque el tema tiene tela. Yo creo que me he cagado encima, pero algo me empuja a tomarme otro cortado. Vuelvo a pedir. Frederico me mira como si fuera transparente. Intento saltar dentro de la barra para tocar la foto y veo que Frederico hace ademán de ir por un hacha que tiene debajo de la barra. Me lo pienso. Miro por el cristal de la puerta y veo a mi prima Aurora.
No sé porqué pero ha pasado tanto tiempo que creo que mi prima Aurora ha cambiado y no se parece a mi prima Aurora. Veo que necesito salir y pago. Pienso que sería gracioso que quisiera salir del bar del Frederico y que no pudiera, que me ocurriese lo mismo que al Sagrado Niño Oculto de Getsemaní.
Y le pido al que está escribiendo todo esto que por favor, que no sea tan cabrón.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Aurora

Muchas veces tengo la sensación de que lo que me está pasando no es más que el reflejo de algo que les ha pasado a otros antes. Tengo algunos momentos, durante los días que estoy pasando aquí en Villastanza en los que me parece que estoy siguiendo un camino que ya han seguido otros. Que poco más o menos, no soy más que otra pieza extraña que viene a este pueblo, vive unos sucesos extraordinarios, queda impactado por una cosa y por la otra, quizás muere, quizás sobrevive o se larga, se enamora o se embruja con la mujer mayor con la cara más bonita que haya visto nadie y muy posiblemente no sea verdad que yo sea el único que se ha enamorado de ella y que otros hayan caído en la misma fascinación una y otra vez. Ahora, por ejemplo, estoy en la puerta de lo del Frederico y tengo una sensación como de aburrimiento. Como de que estoy haciendo algo que ya antes han hecho otros, que me van a pasar cosas que son sabidas. Lo fantástico debe ser maravilloso porque parece que ha pasado esa vez y no va a volver a pasar más. Si uno sabe que ya ha pasado antes, como yo intuyo que ha pasado antes, es como que pierde bastante gracia. La Aurora, mi prima Aurora, que mi madre se llame también Aurora, que mi hermana Aurora que nunca ha hablado conmigo hable ahora, todo este rollo del amanecer, y, sobre todo, esa sensación de que en esta historia se mezclan como con calzador cosas, sucesos, nombres, gentes, fenómenos que me da a mí que ya han tenido lugar en otras historias y que alguien, algo, decide que también tienen que estar presentes en esto que me pasa a mí.
Hay personas a las que les resulta cómodo estar involucrados en historias que ya les vienen dadas. Hay quien se encuentra cómodo aún sabiendo que está metido en una historia, en una vida, que está pensando otro. Yo, que no soy muy dado a las aventuras, que he llevado una vida bastante convencional, ahora me encuentro con que me están sucediendo cosas maravillosas en un espacio de tiempo cortísimo y no lo sé digerir. Las disfruto, las sufro, las vivo con mucho interés. Pero hay algo que me escama. Hay algo que me parece que no es natural. Algo, una especie de casualidad constante, de giros que hacen que lo que pasa en Villastanza tenga que ser por narices tan raro, cuando pudiera parecer que este pueblo no tiene más gracia que la de... no sé, no sé qué gracia es esa gracia. No sé, es la sensación de que alguien está escribiendo una historia que tiene que hacer coincidir con otras historias previas.
¿Y a quién se lo estoy contando? Es más, ¿no puede ser que otro se haya hecho esta pregunta antes que yo y a quién? ¿Con quién estoy hablando? Estoy ante la puerta del bar del Frederico, he venido a que me pase algo, algo que seguro que alguien está pensando qué es, que todavía no lo tiene claro. Y me tiene aquí divagando sobre el qué, el por qué y el cómo. Y yo pienso ahora en el por qué y en el porqué y nunca me va a quedar claro cuándo va junto y cuándo va separado. Y yo digo ahora, eso del por qué seguro que es algo que está pensando... y pienso también, qué mierda ser simplemente el fruto de la imaginación de alguien. O algo peor, el remedo de una vida de otro que piensa que haciendo esto consigue algo, al menos, tiempo. Un tiempo que podría emplear en otra cosa, más lucrativa, por ejemplo, pero menos enriquecedora. Qué bulto de frase final. Que la tenga que decir yo, encima, que no tengo nada que ver. Que lo único que quiero es entrar ya en el bar del Frederico y pedirme algo y no sé qué. Me apetece comer algo.
He desayunado poquísimo. O no sé si he desayunado. O no sé si el que me tiene en su cabeza se ha acordado que ya había desayunado antes y ahora ya no sabe por dónde va.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Aurora

Mi hermana hablaba raro. Desde siempre hablaba lento, con la voz grave, como si fuera Nico de la Velvet Underground, pero hablando más despacio, lento, denso. Mi hermana Aurora, a la que no veía desde hacía mil millones de glaciaciones, había querido estudiar fuera. Se matriculó en una carrera de ciencias y se fue a una universidad gallega. Creo que a Santiago. Allí se quedó y no volvió. La recuerdo como en sueños. Era oscura, negra, grave. De muy jovencita se quedaba sentada mirando la pared, de espaldas a la televisión. 'En la pared hay cosas más bonitas', le decía siempre a mi madre. Mi padre nunca intentó entenderla, mi madre aún se esforzaba en querer sacar algo en claro de su hija, hablarle, que se abriera. No tenía amigos, no sabemos qué le ocurrió en aquella ciudad que hizo que no volviera jamás con nosotros. A mí nunca me volvió a decir nada. De vez en cuando escribía alguna carta dirigida a mi madre. Sabíamos que trabajaba en una empresa que se dedicaba a la fabricación de componentes para la industria pesquera, pero sin saber realmente qué empresa era ni qué componentes ni dónde estaba. En sus cartas contaba que estaba tranquila. Que el cielo estrellado de las noches de verano la enamoraba. Esta frase la podía repetir treinta veces en la misma carta. Mi madre las leía y sin mayor emoción, las guardaba. Estoy tranquila, qué cielo estrellado tan bonito. Alguna vez salpicaba las cartas con eventos tales como 'he comido pollo', 'huele a polvo', 'me enamoré de uno que era de fuera y se fue y ya estoy otra vez mirando a la pared', 'estoy sudando', 'vivo en un tercero', 'me llamo Aurora'.
Así que cuando sonó su voz por el teléfono me llevé un susto de muerte. 'Hola hermano'. Imagínen escuchar esas palabras con una voz honda, profunda, hoooooolaaaaaa heeeeeermaaaaaaaanoooo. Que posiblemente exagero algo, pero la sensación que me causa es esa. Su llamada me asustó tanto, pensaba que la profecía de mi prima Aurora había surtido efecto y alguien iba a morir, mi hermana mismo. Si me llamaba es porque no estaba muerta, aunque esa voz era de la misma muerte, Me asusté de tal manera que tuve que entrar en el primer bar para meterme en el lavabo. No pensé en cosas de cobertura, tampoco en cómo había dado mi hermana Aurora con mi teléfono. Me metí en el lavabo y allí sedente mi hermana fue relatándome el motivo de su comunicación conmigo. Me dijo, con esa voz cavernosa y lenta que 'se está nublando, hermano, no váis a iros nunca de Villastanza de Llorera, porque la prima Aurora no lo sabe todo aunque lo intente y la casa de los alemanes no es el lugar que dice la gente, tampoco el Café-Bar Luces que tanto le gustaba al otro, no, no es eso, donde tienes que ir es a lo del Frederico y allí te lo van a explicar todo y es donde te va a pasar todo y querrás entender lo que está pasando y te va a dar igual, porque ya no vas a salir nunca de Villastanza de Llorera, y ahora te tengo que dejar, hermano, porque se está nublando y no me gusta porque me recuerda a cuando amanece, que tampoco hay sol y se forman esas cosas raras que he visto en libros, menos mal que nunca veo amanecer porque sé que si ves amanecer estás perdido. Espero, hermano, que le des un beso a mamá Aurora, y si no nos volvemos a ver, que no nos volveremos a ver, pues nada'.
En ese rato, que fue bastante rato porque hasta que mi hermana Aurora me dijo todo eso pudo pasar por lo menos media hora larga, ni recuerdo las veces que pude... en fin. Una cosa espantosa. Mi hermana colgó y cuando quise devolverle la llamada para que al menos me dijera algo sobre cómo estaba ella, me aparecía que el teléfono estaba fuera de cobertura, hasta que a la tercera llamada, me dijo la voz grabada que el teléfono no existía. Fuera, en el bar, que no era el del Frederico, que era el Cifuentes, mi prima Aurora estaba mirando la televisión. Los parroquianos la miraban con mayor o menor disimulo, pero no dejaban de mirarla. Salí del lavabo, completamente descompuesto y mi prima Aurora me preguntó si quería tomar algo. Tenía mucha hambre, quería comer algo, un bocadillo, pero prefería irme a mi casa. El Cifuentes no era muy simpático y me dijo que lo de utilizar el lavabo y dejarlo perdido de mierda con un pestazo que no se podía entrar, sin consumir nada, pues que igual en la ciudad estaba permitido y no pasaba nada, pero que había que tener un poquito más de vergüenza.
Por no armarla, me pedí una caña y un bocadillo de queso. Mi prima Aurora no pidió nada. Le dije a mi prima que me había llamado mi hermana Aurora y ella contestó con un 'es muy maja tu hermana, hace tiempo que no la veo, pero cuando era jovencita nos llevábamos muy bien'. Yo no recordaba que ella y mi hermana se conocieran, ni verlas juntas, ni nada.
Yo que sé. Me paro a pensar y yo que sé.

martes, 20 de septiembre de 2016

Aurora

Me vestí, comí, me dolió la rodilla un rato y cuando dieron las cinco de la tarde llegó mi prima Aurora de nuevo para sacarme a pasear. Esto es lo que me contó mi prima Aurora sin que yo le preguntara ni a cómo se vendían: 'Hace algún tiempo, en este pueblo, sucedió algo extraño. Este pueblo siempre ha sido bastante extraño. Hay quien dice que todo empezó cuando vinieron los alemanes y de eso hace mucho mucho tiempo, pero yo he investigado un poco y creo que todo viene de bastante antes. No puede ser que una persona concreta convierta a todo un pueblo en una especie de parque temático de lo raro y sobrenatural sin que aquí se den unas condiciones a priori necesarias para eso. Es decir, que el alemán que vino, un tal Kohlthenberg que no te sonará de nada y que se hizo con medio pueblo, por no decir con todo el pueblo, ya traía quizás algo extraño pero sin duda este pueblo ya es extraño de por sí. Es mi teoría, otra gente tiene otras. Pero esa otra gente no está aquí, porque nadie se ha preguntado nunca en este pueblo porqué pasan cosas que aquí ya nos parecen normales y en otros sitios podrían dar para... por ejemplo, hace unos años, uno de esos Kohlthenberg murió. Asesinado. Faculdo Kohlthenberg, se llamaba. La historia del asesinato y de lo que le ocurrió a uno que vino, que decía que era de la familia de los Barrantes, le sirvió a un tal Benito Repojo para escribir una novelita que ganó un premio o algo así en un concurso literario. Ese Benito Repojo no sabemos de dónde salió, ni quién era, ni le hemos encontrado por ninguna parte. Yo siempre he pensado que fue el propio Barrantes el que lo escribió todo. O incluso otra persona. Benito Repojo. Repojo no es ningún apellido. Yo al menos no he conocido jamás a ningún Repojo, pero es que yo no he salido nunca de Villastanza y tampoco te puedes fiar de mí. Al menos en esto. En el libro sale una tal Poli que dicen que soy yo. No sé, igual tiene algo de parecido conmigo, pero yo no sé de donde sale ese personaje porque en la historia real... no sé. Yo no sé, igual pasó y yo no me acuerdo. Tengo lagunas. A veces pienso que estamos aquí y otras veces pienso, hace rato que no me acuerdo de si estoy aquí o me he ido. Igual es cuando me he ido cuando pasan cosas aún más extrañas. Ahora vamos a pasar por delante de la casa de los Kohlthenberg. Alguna gente del pueblo dice que si pasas tres veces por delante de la casa de los Kohlthenberg, alguien de tu familia se muere. Pero no muere si vive en Villastanza de Llorera. Muere si está fuera. Por eso hay poca gente que se haya ido de este pueblo a vivir fuera. Tu madre se fue, se casó con uno de fuera y tú no se sabe si eres de aquí o no. Por eso vamos a hacer la prueba. Yo no me creo que pase eso, que se te muera alguien de fuera. Pero vamos a hacer la prueba de todas maneras. Sin que lo sepas hemos pasado ya dos veces por delante de la casa y vamos a pasar la tercera ahora mismo. Ya veremos si no tienes una llamada de teléfono o algo. Sí que es verdad que hay una cosa extraña y segura que pasa siempre en la casa de los alemanes. Muchas noches, en verano, la gente sale a tomar el fresco. Los que viven en la misma calle de los alemanes dicen que, si te quedas medio traspuesto al lado de la casa, cerca de la casa, sueñas con cosas que luego pasan. Cosas con gente que se muere. Siempre tiene que morir alguien. Luego están los que dicen que si te quedas dormido en casa de los Kohlthenberg matas a alguien. Luego está lo de que las mujeres que nos llamamos Aurora somos brujas. Aquí ya no sé qué pensar. Desde siempre, no sé si desde que vino el alemán que decían que su madre se llamaba Aurea, o Aura, luego todas las mujeres que se han llamado Aurora o Aura, hasta los chicos a los que les ponían Áureo, todos tenían una pedrada. Todos veían cosas. Lo que pasa es que no se cumple con todo el mundo. Hay quien no se llama así y también tiene su cosa. Hace unos meses que tuvimos otra movida en el pueblo con un tal Gorteza que también estaba listo de la cabeza. Se enamoró de él una policía que vino a investigar otro asesinato, un peluquero que se encontraron con la... bueno, no te cuento mucho. Este también veía cosas cuando se quedaba traspuesto y vivía como a seis calles de donde los alemanes. Ya te digo que esto es todo muy extraño. Te está sonando el teléfono'.
Hacía como mil años que no hablaba con mi hermana Aurora. Después de hablar con ella me dieron unas ganas espantosas de ir al lavabo. Tuve que entrar en el primer bar para...

lunes, 19 de septiembre de 2016

Aurora

Me acosté un rato. Había pasado la noche fuera, tenía el cuerpo molido de estar tumbado en el suelo, me había comdo un par de tostadas, me dio sueño. Normal. Mucha gente se sorprende si has estado por la mañana haciendo algo y te da un poco de ñoña a eso de las diez, por ejemplo y te quedas sopa. Normalmente, si estás trabajando, esto no pasa nunca. Si estás haciendo algo, si estás con alguien, si hay algún input, si la vida te obliga o la devoción te acompaña o algo o alguien te mantiene pendiente de la realidad, esto no pasa. Pero yo, después de aquella noche, después de haberme comido dos tostadas, estaba en paz. Una paz que me obligó a ir hacia mi habitación y, sin quitarme la ropa ni nada, quedarme traspuesto en la cama. Nunca puedes anticipar lo que vas a soñar. Ni siquiera puedes saber si cuando duermes vas a soñar. Es posible, no lo sé, alguien lo sabrá seguro, pero digo que es posible que no sueñes todas las noches. No todas las noches recuerdas lo que sueñas. Hablo de noches y estaba yo dormido por la mañana, corrijo sobre la marcha, cada vez que duermes. Cada vez que duermes, digo yo que sueñas, pero no tienes porqué recordar nada. Sea como sea, yo estaba convencido de que, después de lo que había pasado aquella noche, yo iba a soñar algo. Algo bonito, algo que me remitiera a lo que había vivido contemplando aquella aurora maravillosa, con la voz de aquella mujer con la cara tan linda que nunca jamás, comparando, valorando, siendo completamente objetivo, podré encontrar jamás algo tan así. Estaba absolutamente muerto de sueño. Me dormí y soñé. Lo que soñé no tuvo nada que ver con nada de lo que había ocurrido. Había llegado a una casa. La casa tenía todos los cajones, todas las puertas de los armarios, todo lo que debía estar cerrado, al menos entornado, al menos recogido, estaba fuera, abierto, y en el centro de un pequeño salón, un comedorcito típico de una casa que no era ni mucho menos una mansión, sino tan solo una casa en un pueblo, un butacón. Y sentado en aquel butacón, un hombre, un poco mayor que yo, o yo quise pensar que era un poco mayor que yo. Y aquel hombre estaba dormido. Y yo, sin saber por qué no le desperté y me puse a cerrar todos los cajones y las puertas de los armarios. Cuando estaba ya acabando ese trabajo que me había autoencomendado, alguien entró en la casa. Era una mujer. Una mujer que fue directamente a despertar a aquel hombre que estaba sentado en el butacón, durmiendo. La mujer no me veía. Intentaba despertar a aquel hombre y no podía. Se puso a llorar, desconsolada. Se sentó en el suelo y yo quise ir a decirle algo, pero no me salían las palabras de la boca. Pensé que aquel hombre no estaba dormido, quizás estaba muerto y me asusté. Notaba que iba respirando cada vez más fuerte. Cada vez más fuerte. Estaba asustado. La mujer lloraba. Entonces, se puso de pie y cogió un cuchillo que se había quedado fuera de los cajones y se lo clavó en el cráneo al hombre que estaba dormido.
Me desperté de golpe y sudando como un pollo. Estaba en mi casa, estaba tumbado en la cama. Mi madre había cerrado la puerta y bajado la persiana. La volví a subir y entró un chorro de luz que me cegó. Todavía era de día. De hecho, miré el reloj y no eran ni las doce del medodía. Me fui al cuarto de baño a darme una ducha. Escuché voces en el salón. Mi prima Aurora estaba hablando con mi madre. Le estaba contando lo que habíamos hecho aquella noche, dónde habíamos estado, lo que habíamos visto. Escuché cómo mi madre le decía a mi prima Aurora, 'ahora no nos vamos a ir nunca'.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Aurora

Los días pasan y la vida se compone de momentos. Momentos que se unen y que conforman un todo. Y ese todo es el vivir. Y así podría estar horas. Si te tuviera delante, podría estar soltando polladas como esta de manera constante. Sin parar. Si te tuviera delante, podría decirte un millón de cosas que ya has oído, historias que ya te han contado, podría rellenar el tiempo de una manera perfecta. Si estuvieras ante mí, o si yo estuviera a tu lado, podría empezar a hablar de la vida y no pararía. Podría inventarme un mundo mejor, o un mundo peor, o criticar este mundo mismo. Podría empezar a hablar y a hablar y no habría manera de callarme. Si estuvieras delante de mí ahora mismo, intentaría crear un momento que no tuviera explicación posible para que pensaras en él al menos hasta que te volviera a tener delante otra vez. Si estuvieras en un plano en el que pudiéramos establecer un diálogo, muy posiblemente intentaría hablar yo mucho, contar algo que captara tu atención de una manera definitiva. Completa. Y si pudiera, si yo pudiera hacerlo, crearía un fenómeno atmosférico, algo realmente espectacular, algo que te impresionara de verdad, para no tener que volver a pensar en tenerte delante, o al lado, porque entonces, después de tan fascinante situación, tú ya no volverías a no estar y pensarías, debe ser este joven alguien parecido a Dios o algo así, porque lo que acaba de hacer es tan prodigioso que quizás no sería una idea tan descabellada la de pasar el resto de lo que me quede de vida pendiente de lo que pueda suceder en torno a él. Y yo pensaría algo parecido respecto a ti, porque ese fenónemo tan monumental, tan tremendo, tan terrible, no sería más que una pálida maniobra de llamada de atención, una mierda de emulación de algo que tú ya has conseguido. Si yo te tuviera ahora delante, con esa cara que es lo más reluciente y bello que cualquier ser humano haya podido contemplar jamás. Y digo ser humano y pienso, un momento, pienso que quizás esté siendo demasiado restrictivo a la hora de hacer este pensamiento. Seres humanos, entes sobrenaturales. Estoy intentando decir que, en realidad, lo que pasa es que no somos personas, que no podemos ser personas cuando yo estoy pensando en crear un fenómeno natural, una conjunción de variaciones del tiempo y del clima y de la formación de nubes y de la radiación del sol y todo eso que no sé ni de lo que estoy hablando solamente por que quisiera crear algo que se pareciera a la sensación me produce pensar en tu cara, la cara más bonita y reluciente que yo he visto nunca. Me estoy tomando un café con leche y una tostada. No me gusta ponerle tomate a las tostadas, pero en Villastanza te ponen el tomate y parece que da apuro no embadurnar la tostada con el tomate por encima. Y lo hago. Mi prima Aurora se ha pedido un zumo de naranja y un bocadillito de queso. Ella no ha pedido un bocadillito de queso, le ha llamado de otra manera diferente. Mientras estaba untando o embadurnando el tomate por encima del pan, me ha venido a la cabeza una forma, un algo que se intuía mirando la molla del pan que queda cuando parece que se ha tostado y no, y el color rojo del tomate encima del pan y me ha dado por pensar en tu cara otra vez. Y en las cosas que me dijiste en aquel pequeño prado mientras en el cielo todo se llenaba de colores. Y me he preguntado si todavía me quedaba algo de verde en los pulmones. No. No me queda nada, porque ahora lo que tengo es rojo. Rojo de tomate. Este bar es muy aburrido, pero a mi prima Aurora es el que más le gusta del pueblo. Le he preguntado a mi prima si hay alemanes en Villastanza, colonos o alguna cosa así, porque... no me he atrevido a contarle más, pero no ha hecho falta. Sin cortarse un pelo ha empezado a recitarme un poema en alemán. 'Meiner zeit, deiner zeit, unser zeit... zeit'. Igual no era un poema. Por un momento me he quedado mirando a mi prima Aurora y algo, un destello, un giro, un reflejo...
He vuelto a mi casa y mi madre estaba sentada en una silla en el patio. Me ha dicho que tenía la cara roja. Que a veces, la gente que pasa la noche fuera coge tanto color como la gente que toma el sol en la playa. Le he dicho que igual era del tomate.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Aurora


Cuando todo parecía haber pasado, cuando la luz, los colores y la voz en alemán dejaron de estar en un primer plano de mi realidad y volví de nuevo a tener ante mí a mi prima Poli, sentí que nada iba a ser igual. Estaba todavía boca arriba y lo había entendido todo. En alemán, aunque yo en alemán no había oído hablar más que en alguna de esas películas en las que sale Hitler y grita, pero lo había captado todo. No sé. Yo, por mi profesión, que ya sé que no les he dicho nada de mi profesión ni cuáles son mis ocupaciones o gustos y proyectos pero es que la verdad hay veces en las que nos entestamos en explicar lo que somos o a lo que nos dedicamos para ganarnos la vida y, en fin, que uno no cree que eso sea definitivo para el transcurso de una historia en la que la profesión tiene poco que ver. Qué tendrá que ver si soy urólogo o técnico titulado en mantenimiento de instalaciones hidroeléctricas e incluso concejal de fiestas, si esto no tiene que ver realmente con que yo esté inmerso en una historia como la que narro... no lo creo. Sea como sea, por mi trabajo y condición, no tenía ninguna necesidad de saber alemán, ni de entenderlo ni nada. Y lo entendí todo. La voz de aquella mujer, que yo sabía que era esa mujer y de la que tengo la sensación que no puedo parar de describir que aparece la mujer en cuestión en el relato en todo su esplendor de belleza y salvaje atractivo, aunque yo mismo caigo en la cuenta de que puede resultar pesado y fuera de lugar, pero es superior a mí. Y lo hago una y otra vez. Y a veces me cuesta avanzar en la historia que quiero contar, porque es como un agujero. Y no quiero calificarlo de agujero, porque me pierdo en una descripción que me encanta, que me subyuga, que me hace elevarme por encima del propio relato y me lleva a un lugar en el que solo estamos esa mujer de edad que es tan guapa como si fuera el lucero más bonito que hay en todo el cielo. El cielo ya estaba completamente despejado, azul brillantísimo, casi podría haberle visto los pelos del bigote a un marciano que estuviera en Marte si es que en Marte hubiera marcianos, pero no los hay. Por que yo no los ví. A mi prima Poli sí que la ví. Me dijo 'era esto, al fin lo has visto. Era esto lo que he querido enseñarte todos los días de la vida desde que eras pequeño. Quería que compartieras conmigo esta maravilla. Quería que sintieras en ti lo alucinante que es encontrar en un lugar como este un fenómeno tan extraño'. Y siendo esto así, tal y como me lo trasladaba mi prima Poli, yo había escuchado la voz de aquella mujer que me explicaba otra cosa.
Lo que la mujer me explicó, en alemán, era otra cosa. La mujer me contaba una historia. La historia de alguien que cada cierto tiempo volvía a ser pequeño, a ser un niño y a repetir una y otra vez la misma historia de muerte y perdición. De alguien que era su hijo, de una mujer que nunca fue la misma y que tuvo un marido que no entendió nada, pero que comprendió que no podía hacer otra cosa que asumir lo que se encontró. De alguien que huyó y no quiso volver, pero que todos los días le pedía a ella que le volviera a hacer pequeño. De un niño pequeño, que parecía una imagen de estampita antigua, (y esto la voz en alemán lo dijo en perfecto castellano, 'estampita antigua'), de un niño que no era el mismo niño todas las veces, que unas veces era su hijo y otras veces era otro. La voz en alemán me dijo que la aurora boreal es una suerte de llamada de atención, de fenómeno que no existe más que en la cabeza de quien quiere que suceda algo para que otra persona que está lejos, muy lejos, que posiblemente ya no esté, sepa que la estás llamando. Esto es lo que me dijo la voz en alemán, Yo quizás entendí esto y está mal expresado. Porque, insisto, no tengo ni idea de alemán y sin embargo todo me parecía bastante fácil de asimilar. Mi prima Poli me preguntó que por qué tenía esa sonrisilla en la cara, que si me había pasado algo durante la noche, que si había visto algo, que ella pensaba que a mí eso me iba a afectar de alguna manera especial. Que lo sabe desde siempre. Mi prima Poli me cogió del brazo, porque casi no podía caminar, hasta su coche para volvernos al pueblo. Mi prima Poli me dijo que tendríamos que ir a desayunar algo. Volvimos de aquel lugar y tuve la sensación de que mi prima Poli se había vuelto a perder. La misma indecisión, la misma parada en mitad de un cruce. Finalmente volvimos a encontrar la senda correcta y nos dirigimos hacia Villastanza de Llorera otra vez. Pasamos por delante de un bar al que yo no había ido nunca, el bar del Frederico. Me quedé mirando por la ventana, mientras en el coche sonaba un rock and roll de esos clásicos a los que ya no prestas atención. Mi prima Poli dijo 'no mires, que no vamos a parar ahí'. No sé por qué llevo llamando Poli a mi prima Aurora durante todo este tiempo...

martes, 13 de septiembre de 2016

Aurora

Ecko Kohlthenberg volvió a crecer, a ayudar en las tareas del campo, a ir a vender algún cochino a la feria de algún pueblo, a sentir cómo su cuerpo se transformaba y de nuevo a soñar con batallas, hazañas bélicas, correrías, aventuras y todo lo que el fascinante siglo XVI podía ofrecer. De esta manera, cuando contaba con 16 años, de nuevo planteó a su madre su voluntad de marchar, de enrolarse en el ejército imperial, de viajar a América, de conquistar fama y gloria. Aura Hauser no se opuso. Aquella mujer por la que no parecía pasar el tiempo y que poseía una belleza sobrenatural, una belleza de otro mundo, una belleza que hacía que quien la mirara traspusiera hacia otro ámbito de la realidad, en realidad había vivido sin que nadie la viera jamás. Ecko Kohlthenberg no lo sabía, pero en la comarca se decía que Aura había muerto, que cuando Sebastian Kohlthenberg, su padre, una familiar se había hecho cargo de él y del pobre Sebastian. Que Aura no era Aura. Comprensible. Aura no visitaba el pueblo, no salía prácticamente de casa y de las inmediaciones de sus tierras, prácticamente nadie la había visto nunca. Ecko continuamente hablaba de su madre allá donde iba, y la gente pensaba que el pobre echaba de menos a su madre muerta y que no lo había superado... Finalmente, Ecko se fue. Se alistó en las tropas que un príncipe reclutaba para servir con el Emperador, llegó a un puerto holandés y pasó a América participando en una serie de campañas contra diversas naciones indias que habitaban el norte del continente. Allí pasó largos años, hasta que, con fama y honores, quiso regresar a Europa, pero no a su tierra, sino a la península Ibérica, dado que sus compañeros de andanzas, castellanos en su mayoría, le hablaban maravillas de las tierras y gentes del reino y como consiguió cierto capital, se asentó, ya maduro, en un pequeño pueblo llamado Villastanza, de donde era natural un viejo compañero suyo de armas fallecido de un arcabuzazo que nunca se supo de dónde había venido. Ecko, pues, se convirtió en un señor con tierras e instauró una saga de terratenientes que protagonizaría múltiples leyendas a lo largo de los siglos. Cuando Ecko murió, dejó tres herederos: Sebastian, Frederico y Aurora. Sebastián murió pronto, siendo niño. Frederico y Aurora se repartieron la herencia. Al poco tiempo, Aurora cedió sus posesiones a Frederico y se marchó sin dejar rastro.
Mientras tanto, en un pueblo renano, al pie de la montaña, Aura Hauser desapareció. Justo cuando su hijo Ecko se embarcaba rumbo a América, ese mismo día, al amanecer, un amanecer que la gente de aquella comarca recordaría durante siglos, tremendo, de una virulencia cromática que quizás anticipaba delirios pictóricos, musicales y quién sabe si... todo desapareció. La casa, los cerdos, el campo de coles y nabos, la mujer de belleza limpia, clara, morena y luminosa, la mujer que nadie había visto, la mujer que siguió apareciéndose en los sueños y en la imaginación de su hijo Ecko durante toda su vida, la mujer que intimidaba a su hijo de tal manera que huyó de ella para demostrar que podía hacer con su vida algo mejor que terminar matando a un borracho en una taberna, la mujer que le dio una segunda oportunidad, la mujer de edad madura que podría haber vuelto loco de amor a cualquier viajero que se extraviase en su camino y diese a parar a aquel remoto confín de la Renania y que por hacer un alto y descansar se hubiera detenido para solicitar un vaso de vino y un trozo de pan para continuar la marcha y haber entrado en el éxtasis que se siente cuando tienes delante a esa cara que hace que comprendas que el sentido de todo se encuentra en el espacio que se halla entre una punta de la boca y la otra punta que dibuja esa sonrisa encantadora, seductora, mágica, y ya sabes que no hay otra salida, que no hay otra cosa, que la vas a ver en cualquier parte, que quieres verla en cualquier lugar, aquella mujer, ya no estaba.
Cuando Ecko Kohlthenberg decidió volver a Europa, vivir en Villastanza, casarse (no lo hemos dicho) con la segunda hija de un marqués venido a menos y que murió extrañamente víctima de un arcabuzazo (el marqués, la hija murió también y no de un arcabuzazo, sino del extraño golpe de un arcabuz), tener descendencia, intentar olvidar a su madre, a Aura, a la que seguía viendo y soñando constantemente, sabía que no lo podría lograr. Que su madre estaba allí.
Todas las noches, Ecko Kohlthenberg iba a un pequeño prado, en sus posesiones de Villastanza, dejaba su cuerpo tumbado en el suelo y miraba al cielo. Todas las noches le pedía a su madre, Aura, que le diese otra oportunidad. Una oportunidad sin auroras, sin extrañas luces, sin el influjo de una mirada, de esa sonrisa, quería una vida sin tener cerca un arcabuz con el que provocar que todo volviera fuera mal. Una vida sin amaneceres extraños.
Y todas las noches, su cuerpo se llenaba de colores azules y verdosos. Y lloraba. Y lloraba en alemán.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Aurora

En un pueblo renano, al pie de una montaña, vivió a principios del siglo XVI un robusto campesino llamado Sebastian Kohlthenberg. Poseía una pequeña porción de tierra donde plantaba nabos y coles y criaba un par de cerdos que le servían para ir tirando. Kohlthenberg se había casado hacía unos años con Aura Hauser, que había aportado al matrimonio los dos cerdos. No tuvieron hijos hasta pasados diez años de matrimonio, cuando nació Ecko Kohlthenberg. Sebastian y Aura trabajaban incesantemente en sus tierras, intentando sacar algún tipo de beneficio de unas jornadas maratonianas y un fruto de la tierra más bien escaso. Se ocupaban de una manera tangencial por su pequeño Ecko, porque lo primero era el cultivo de la tierra y criar a los cerdos para ir aumentando, de la manera que se pudiera, el capital de los Kohlthenberg. Sebastian marchó a una de las campañas que el emperador había emprendido contra los herejes luteranos y cuando volvió encontró que en su casa habían cambiado muchas cosas. En primer lugar, su hijo Ecko Kohlthenberg había crecido mucho. La campaña había durado tres años y cuando Sebastian se marchó su pequeño tenía tres años también. Sin embargo, al llegar a casa le recibió un mozo con un incipiente bigote, voz estridente y una cara indefinible al que le costó reconocer como su hijo. Por su parte, Aura, su esposa, había cambiado completamente. Parecía otra persona. Si cuando se convino su matrimonio, debido a que sus padres concertaron el encuentro, relación y casorio posterior, Aura era una muchacha rubia de carnes abundantes y piel clara, un prototipo de joven germánica en toda regla, cuando Sebastian entró por la puerta de su casa, se extrañó al ver a una mujer madura, bastante lejos ya de la cincuentena pero de una belleza embrujadora. Se encontró con una mujer de tez morena, ojos oscuros, una melena negra ya bastante encanecida, unos labios oscuros y sugerentes. Le recibió con un abrazo y un beso en la frente. Sebastian no preguntó. Estaba embrujado por Aura, la nueva Aura. Continuó viviendo junto a ella el resto de su vida, pero al día siguiente de su vuelta, Ecko le comunicó que partiría de casa para buscarse la vida por esos mundos. Sebastian pensó... si solo tiene seis años. Sin embargo, ante él tenía a un buen mozo que muy posiblemente ya podría pelear en las huestes del emperador o de algún príncipe necesitado de carne de cañón. Paralizado por la mirada cargada de energía benéfica que le lanzó Aura cuando buscó su apoyo, no pudo decir nada. Ecko se marchó.
Algunos años después, en una taberna de París, un hombre de origen alemán, al que llaman Ecko, se enfrenta en una pelea que en principio no ha de tener muchas más consecuencias que algún moratón que otro con un rufián que había faltado el respeto a algo que Ecko tenía en alta estima. No sabemos qué era. El caso es que la pelea pasa a mayores y Ecko, en un arranque de ira, degüella al contrincante y este muere. Ecko huye. Es la primera vez que mata a un hombre lejos de un campo de batalla. Se le ocurre una idea, volver a su tierra, recapacitar sobre su vida llena de sangre y ahora de muerte pendenciera, volver a ver a su madre. De hecho, no ha dejado de ver a su madre porque casi a diario la cara de Aura Hauser se le ha aparecido ya no en sueños, sino en situaciones cotidianas donde le ha resultado imposible que su madre pudiera estar presente. No lo sabe, no ha tenido noticias, pero intuye que su padre ha muerto. Recoge sus cosas de la habitación en la que se hospedaba y parte hacia ese pueblo renano, al pie de la montaña.
Cuando está llegando a la casa de su familia, caminando por la trocha que comunica el pueblo con la casa, está amaneciendo. En el cielo, lo que ha sido negra noche, comienza a mutar en otra cosa. Hay unas extrañas luces en el cielo. Durante los años que ha estado fuera de su casa, ha visto ese cielo muchas veces. Esas luces que le recordaban a su madre. No tiene recuerdos de su padre. Se queda nuevamente extasiado viendo ese espectáculo impresionante ante sus ojos. Esa mañana, ese amanecer, la aurora está siendo especialmente intensa. Prefiere esperar un rato, contemplarlo todo, a seguir avanzando los pocos metros que le faltan para ver a su madre. Cuando todo termina, se ha instalado una sensación en su interior de paz, ligereza, no le importa nada, como si fuera un lienzo en blanco.
Al pasar el portal de su casa, su madre está vertiendo leche en un cántaro. Su mirada sigue siendo paralizante, su belleza no ha menguado ni un poquito. Ecko nota algo extraño. Se toca la cara y la barba ha desaparecido. Sus manos son pequeñitas, está desnudo y tiene frío. Vuelve a tener tres años.
- Vas a tener que volver a intentarlo, le dice su madre.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Aurora

El desinterés es enemigo del progreso. Cuando una persona muestra desinterés por algo, por alguien, por algún fenómeno, me parece que está entorpeciendo la evolución de la especie. No estar interesado por cómo se hace, cómo se dice, a qué se debe, dónde va, de qué trabaja, por qué no se habla con aquel, qué hace para sobrevivir, por qué gira, en qué momento se cuece, cuánta sal necesita, creo que supone una traición a la condición humana. Pues dicho esto, una vez que mi prima Aurora me dio un trago de la lata de cerveza calentuza, me quedé dormido. Ni que decir tiene que mi prima no me había echado nada en la bebida y que todo se debió al cansancio propio de la hora que era y de que, realmente no sabía qué hacía allí, más allá de acompañar a mi prima al campo a ver nosequé, que ella misma tampoco me había especificado realmente salvo apuntes misteriosos que no consiguieron mantenerme en vilo. También puede ser que el calorcito incesante en el culete que la madre tierra me proporcionaba a mí y nada más que a mí, tuviera algo que ver. Sea como sea, me quedé tumbado boca arriba, con la cara en dirección al cielo (lógico), soñando con una especie de mono que venía a mi casa en Barcelona y pretendía venderme un par de liebres que había cazado mientras los iba despellejando para demostrarme que me facilitaba el trabajo y que yo simplemente tenía que trocearlos, meterlos en adobo y cuando quisiera hacer un estofado. Y yo estaba en mi casa de Barcelona y quería quitarme de encima a aquel mono extraño, porque dentro de mi casa había una persona que me estaba esperando, alguien que reclamaba mi atención y a la que no podía atender por culpa de aquel mono que despellejaba liebres. El sueño, claro está, no era plácido y me desperté sobresaltado. Cuando abrí los ojos, creía que estaba soñando aún.
Ante mí, en el cielo, se estaba produciendo un fenómeno alucinante. La aurora, el amanecer, en algunos puntos del globo, creía saber yo, da lugar a una serie de extrañas formaciones en el cielo, radiaciones, nubes, estratificaciones, corrientes, luces, electricidad, un amasijo de imágenes que se dan y cambian y evolucionan hasta desaparecer y descansar para volver a aparecer al día siguiente. Esta es la visión indigna de alguien que no ha mostrado nunca interés por la aurora, aún sabiendo que mi prima se llama Aurora y está como un cencerro, que mi madre quería llamarse Aurora y ahora se llama Aurora, que mi sobrina se llama Boreal y que se me había convocado desde mi más tierna infancia para ver amanecer. El desinterés por las cosas. Yo, que he despreciado siempre a quién hacía gala de ignorancia voluntaria, había caído en el más absoluto de los pecados, precisamente con un asunto que era trascendental. Completamente. Ante mí, no me incorporé ni me levanté por lo que seguí tumbado durante todo aquel tiempo que me transformó para siempre, se formó un gigantesco manto de colores verdosos y azules que ondeaban como si fuera el cielo una bandera estratosférica. Si sólo fuera eso. Si yo tuviera las palabras para contar lo que ví, pero me quedo corto. Como si algo o alguien entendiera que yo debía explicar esto que estaba viendo y me ayudase proporcionando los términos y las sensaciones a difundir, comencé a escuchar una voz. Una voz de mujer que me susurraba palabras, de manera muy dulce, muy tierna. Como cuando estás en la cama y no te decides a levantarte o a despertar a quien tienes al lado y empleas ese tono de voz perezoso, cariñoso, amoroso, para decir 'arriba, quieres desayunar, bajo un poco la persiana, abro la ventana un palmo nada más, te cojo de aquí...', así. Lo que estaba viendo era tan fantástico, me tenía tan subyugado, tan paralizado que no reparé en mi prima Aurora ni en lo que estaba haciendo. Cómo hacerlo si ante mis ojos se estaba dando un espectáculo asombroso. Luces de formas irregulares, curvas, que se derramaban y que me salpicaban en el rostro. Gotas de agua que al llegar a mi cara transformábanse en una pintura que traspasaba mi cuerpo y se colaba por entre mis músculos. Y yo podía sentir, por ejemplo, que mis brazos eran más azules que mis piernas, que eran azules también pero con un tinte verdoso muy evidente. Y dentro de mi pecho se colaron grandes cantidades de verde. Y mis pulmones se llenaron de verde y parecían haber aumentado su capacidad por lo menos hasta alcanzar el doble de su tamaño. Y en mi cabeza se depositó un azul clarito, como el de la camiseta de la selección de Uruguay, que no sé que influencia tuvo en mis ojos para que alcanzasen una perspectiva diferente, circular y poderosa. Podía verlo todo. Incluso a mi prima Aurora, que amontonaba hierbecitas y ramitas a mi lado. Antes no estaba allí o no la había notado. Ahora la veía. Azul clarito. Yo veía todo esto, y sentía todo esto. Pero yo no sabría explicarlo, no tengo palabras. Digo las cosas con muy pocas palabras. No tengo demasiado vocabulario y repito quizás la misma idea de manera persistente. Y esto lo debió notar algo o alguien, que quiso venir en mi ayuda para proporcionarme, al menos, algo con lo que defenderme. Y ese algo o alguien tenía voz de mujer. Y ya se imaginarán, os imaginaréis (no sé si os estoy tratando de tú o de usted), que yo sabía que esa mujer no podría ser otra mujer que la señora tan mayor que tenía la cara más linda que todos los luceros lindos que se puede uno imaginar cuando uno tiene interés en imaginar las cosas más bonitas que hay y casi siempre acaban teniendo la cara de la persona que uno más quiere, anhela, desea, incluso a la que ama. Y yo sonreía como un bobo mientras imaginaba que era esa mujer tan bella que uno podía sin dudar derretirse, fundirse, pasar por diferentes estados físicos sin importar el futuro, con aquel espectáculo en el cielo de colores que traspasaban la esencia de uno mismo.
Y esa voz seguía contándome cosas. Una voz tan bonita, tan atractiva, tan sugestiva. Susurrándome, acariciándome. Pero en alemán.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Aurora

Bajamos del coche y fuimos caminando hasta un lugar en el que los olivares terminaban y empezaba un pequeño prado que estaba sin cultivar. Durante el camino que pasaba de un lugar a otro, del olivar al prado, tuve la sensación de estar pasando de un mundo a otro. De un mundo tejido por la mano del hombre a un espacio en el que la naturaleza iba por libre. Una sensación digna de quien no ha pasado mucho tiempo en el campo y considera que todo puede seguir siendo como uno cree, sin saber que las cosas son mucho menos ideales y que si ese prado está sin cultivar, en realidad ya ha sido mancillado por la mano del hombre. Mancillado. Muchas veces hablo como si estuviera en una novela. En una novela de otro siglo. Utilizando palabras que no sirven para nada más que para decirlas y sin que nadie las entienda. Mancillado. Aquel prado, sin dudarlo, seguro que había podido llegar a ser tiempo atrás un castro, una fortaleza, yo que sé. Al llegar allí, mi prima Aurora se sentó en el suelo. Miró su reloj de pulsera y dijo, bueno, todavía nos queda un rato, son la una ahora mismo, siéntate aquí. Al decir 'siéntate aquí' puso la palma de su mano derecha en el suelo. Obediente, me senté a su lado. En el mismo lugar en el que mi prima Aurora había posado su mano, bajo mi culo, empecé a sentir calor. Un calor que no se podía aguantar. La tierra estaba ardiendo. Probé a moverme un poco más allá y comprobé que, efectivamente, la tierra no estaba tan caliente como allí. Volví, como si fuera un idiota que sabe que hace algo que está mal pero que le da igual, volví como digo a poner mi sucio culo (como dirían en las novelas americanas) en el mismo sitio. Estaba caliente, estaba ardiendo. Todo seguía siendo tan raro... Le pedí a mi prima Aurora que me diese la mano. Tenía la mano como un tizón. Como una brasa ardiente. Se la aparté inmediatamente. 'Prima, estás ardiendo', le dije. Y ella me contestó. 'Es que es así. La noche es para arder. El amanecer es para el rock. Yo soy así. A tu madre le pasará también. Muchas noches he venido aquí a ver amanecer. Hoy hemos venido demasiado pronto y quizás me ha podido el ansia. Tendremos que estar bastante rato esperando a que amanezca, pero no te preocupes que no te vas a aburrir. Siempre pasa algo raro. El último día que vine, apareció un bicho rarísimo detrás de una encina, yo pensé que era el demonio porque a estas horas y con la cabeza hecha polvo que tengo, qué iba yo a pensar, pero no era el demonio. Vino caminando sobre dos patas, pero no tenía forma de cabra ni nada de eso. Era más bien como un mono. Caminaba que daba miedo verlo, pero yo cuando pasan estas cosas pienso, a ver, Aurora, si te atreves a venir aquí todas las madrugadas que te sale del desto, qué miedo tienes tú que tener de estas cosas si lo más extraño siempre pasa después. Y es que es así. Digo que el bicho vino, y me habló. Me dijo que hace tiempo que no veía a mi madre, que la echaba de menos. Que se había quedado con ganas de hablar con ella la última vez que la vio. Le pregunté que dónde la había visto y me dijo que en casa de un amigo. Le pregunté que en casa de qué amigo, si era de Villastanza, y me contestó que no era de Villastanza que era de un pueblo de Granada, que él va mucho por allí porque tiene unos primos y yo le dije que bueno, que estábamos hablando y que yo no quería decirle nada, pero que con esa pinta de mono que tenía, pues que no me creía ni lo de sus primos, ni lo de mi madre, ni lo de Granada, ni nada. Que ni siquiera creía que él fuera humano, que igual era el demonio que venía a contarme una trola de mi madre, y asustarme. Y me dijo que no, que era el Fauto, que paraba mucho por el bar del Frederico, que lo que pasa es que había salido a cazar por la mañana y se había quedado traspuestillo después de comer y se le había llenado el mono de barro o yo que sé y no tenía nada que ponerse y que por eso tenía esa pinta. 'Pues pareces un mono', le contestó mi prima.
Y con la tontería eran casi las cuatro de la mañana y la noche estaba cerradísima. Yo tenía el culo ardiendo. Como un tizón. Me gusta decir como un tizón. Cuando mi prima Aurora hablaba de su madre, de que aquel mono se había encontrado con su madre, no sé por qué pero me la imaginaba con la cara de la mujer tan guapa de la cara más dulce y bonita que yo había visto en la vida jamás nunca. Y con ese recuerdo, con el culo calentito, en ese estado, no me fijé de dónde ni cómo la consiguió pero mi prima sacó de alguna parte una lata de cerveza Steinburg medio calentuza. Ella le dio un trago y me la pasó. Me supo a rayos.

Aurora

Mi prima Aurora llegó puntual. Eran las once de la noche. Llevaba un extraño chandal de chaqueta y pantalón, de un color entre el verde y el azul clarito, demasiado ancho y demasiado pasado de moda. Pero íbamos al campo, no íbamos a tomar algo por ahí. Nos montamos en su coche y cogimos uno de las carreteras que salen de Villastanza de Llorera para, a continuación, tomar un carril. Mi prima Aurora no decía nada, en la radio sonaba música clásica y no se veía un alma por ningún sitio. Estábamos fuera de cualquier periodo vacacional y no había ningún tipo de aliciente que provocara que la gente viniera al pueblo. Nos perdimos. Noté que mi prima, dudó al llegar a un cruce y que después de dar marcha atrás volvimos por donde habíamos venido para, tras atravesar otro cruce, retomar de nuevo el camino original. Parecía que mi prima había encontrado el camino correcto. A mí me parecía que estábamos yendo demasiado lejos. Lejos del pueblo. Que no había necesidad de avanzar tanto para llegar allá donde teníamos que ir. Durante todo el trayecto mi prima no había abierto la boca, así que, aunque solo fuera por llenar el vacío que dejaba una música clásica que no me estaba entreteniendo nada, me pareció que tenía que preguntarle algo, por romper un poco el hielo. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue lo siguiente: '¿Y tu madre, prima?'. Yo no recordaba a su madre. Vamos, es que ni me acordaba de su nombre. Mi prima Aurora seguía sin decir nada. Pensé que quizás su madre había muerto hacía poco o que le era doloroso hablar del tema, así que no insistí más. Por contra me puse a hablar. Y le conté a mi prima cómo me había hecho daño en la pierna y en la extraña sensación que tenía de que la señora que tenía la cara más guapa de todas las caras que se pueden encontrar, una cara que era una luz de belleza y de serenidad infinitas, una cara que, cuando me sonrió, provocó en mí una extraña sensación de bienestar que iba más allá del sentimiento de aprobación por la belleza del otro, era algo distinto, aquella cara había provocado en mí una necesidad. Una necesidad, yo seguía contándole a mi prima, una necesidad total de seguir viendo esa cara. No sé si era amor, no sé si me había enamorado. Me extrañaba no haberle contado a mi prima nada de esto, pero ya que estaba lanzado y como mi prima no parecía saber realmente hacia dónde nos dirigíamos, yo seguía. Una necesidad de ver esa cara en todas partes, a cada hora, en cada lugar, aunque ella no estuviera, aunque ella no existiese más que en mi imaginación, quería ver esa cara, quería tenerla cerca. Quería sentir la calidez de una cara que se te acerca para darte un beso, la sensación de que una maravillosa energía se apodera de ti y que te convierte en un adicto. Quería detener el tiempo (aquí mi prima, lo recuerdo perfectamente, redujo a segunda) en ese instante y poder contemplar esa cara durante toda una vida si fuera necesario. No estaba enamorado, no concebía yo que pudiera estar enamorado de alguien a quien había visto únicamente una vez, aunque la había visualizado consciente o inconscientemente alguna vez más. Era una cara linda, resplandeciente, era una mujer tan guapa, desprendía un magnetismo tan salvaje, que me había obsesionado con ella, con verla, con imaginarla en cualquier lugar, con ponerle un nombre, con imaginarle un pasado, con pensar que posiblemente la podría encontrar a la vuelta de cualquier esquina, que incluso podría ser que allá a donde nos estuviéramos dirigiendo, pudiéramos encontrarnos con ella. Y si nos encontrábamos con ella, qué iba a pasar. Porque yo no sabría qué hacer, porque ella notaría que me había quedado fascinado, atontado perdido, que no veía nada más. Y que ella era consciente de todo eso. Le decía a mi prima Aurora que yo sabía que ella, allá donde se encontrara, quizás detrás de aquel almendro, quizás delante de aquella oliva, quizás en un edificio de pisos en una ciudad oriental o en una casa elegántemene arreglada en cualquier parte de cualquier lugar de cualquier planeta, ella, digo, ella, esa mujer que se había metido en mi cabeza de una manera absolutamente fortuita, al menos en principio, yo sabía que también sabía lo que yo pensaba. Que no había sido fortuito, que todo tenía un sentido. Que quería volver a verla.
- A mí me pasa lo mismo con mi madre, dijo mi prima Aurora. Ya habíamos llegado.                                                  

jueves, 14 de julio de 2016

Aurora

Es un mundo nuevo. Un mundo diferente. Un mundo en el que hay palabras mágicas que nos ayudan a vivir mejor. Un mundo en el que los nombres tienen un sentido que va más allá de lo que significan en un primer momento. Es un mundo en el que las cosas ocurren si haces lo que no se espera. En Villastanza de Llorera he aprendido a que si quieres algo, no debes esperar a que suceda. Tampoco debes hacer nada para que suceda. Simplemente, en Villastanza de Llorera, las cosas dan vueltas en torno a una serie de circunstancias que han de darse para que todo camine a su ritmo.
Mi prima Aurora llamó a la puerta y me dijo que íbamos a dar un paseo por la noche. Que cogiera cuaro cosas, que me pusiera calzado cómodo, que iríamos por el campo. Entró en casa y saludó a mi madre. Le dijo 'Aurora, que cada día estás más guapa. Cómo se nota que te sienta bien el aire del pueblo. Voy a llevar a tu Antonio a dar una vuelta esta noche por el campo, para que vea que eso que está pensando todos los días, es de verdad'.
¿Necesitamos saber tanto? Me pregunto muchas veces si es necesario que sepamos de todo. Que alguien nos abra los ojos. ¿En qué nos beneficia a veces descubrir la verdad de las cosas? Millones de personas viven en la ignorancia, sin saber qué es lo que pasa, porqué pasa lo que pasa, quiénes son los que hacen las cosas, a qué se debe que el sol salga por las mañanas, porqué la electricidad hace que el aparato en el que estoy escribiendo funciona, porqué no podía yo dejar de pensar durante muchos años en una cara concreta, en una risa, en unos ojos, porqué el agua refresca si está fría y si está caliente parece que limpia más... son cosas que sabemos o no, que imaginamos una respuesta y nos vale. Pero siempre hay alguien que quiere que veamos la luz, que veamos su luz, que nos quiere decir algo que nos va a hacer mejores, que va a abrirnos un camino insospechado por el que nuestra vida transcurrirá feliz. O quizás, quiere hacernos daño, revelándonos algo que nos va a doler, que nos va a cerrar la boca del estómago, que nos va a llevar la mano en el pecho. Ven, que te tengo que contar una cosa. Coge tus cosas que vamos a dar un paseo por el campo esta noche, que te voy a enseñar una cosa.
En un momento, toda la vida puede cambiar. A mí me cambió cuando choqué con aquella señora tan guapa. Cuando aquella señora de belleza abrumadora, una belleza que no se te puede olvidar jamás, chocó contra mí. La veía muchas veces, como en sueños, por todas partes. No se me iba jamás de la cabeza. Mi madre, que acababa de despegarse de la pared y parecía encontrarse en un estado completamente normal, me vino a decir lo siguiente:
'En todas partes hay alguien que tiene una conexión especial con lo que pasa en lugares que no se encuentran aquí. Lo que no es tan normal es que haya un lugar en el que todo se encuentre de manera extrañamente anormal. Lo que no es tan sencillo de entender es que haya un espacio en el mapa que se encuentre fuera de la jurisdicción de lo entendible. En todas partes existen conectores con los mundos imposibles. En todas partes hay gente que tiene una visión. Gente que parece que mientras duerme es capaz de crear un mundo tan perfecto que parece real. Tan terrible que parece cierto. Lo que no es tan fácil de asimilar es que a veces uno cae en esos lugares pensando que son ficticios, que son pasajeros, que podemos salir de ellos de una manera fácil y sin problemas. Y muy posiblemente, nunca salgamos de ellos. Me alegro de que tu prima Aurora te enseñe de qué está hecho este lugar. Quizás no vuelvas nunca de ese paseo nocturno. Sea como sea, yo voy a limpiar la casa, que debe estar hecha un desastre después de todos estos días de...'.
Le dije que no tenía que preocuparse, que yo había ido apañando la casa más o menos mientras ella estaba pegada en la pared, al borde de la muerte misma.
Hice una bolsa con unos pantalones y una muda de ropa interior. Una chaqueta por si refrescaba en la madrugada. No me llevé demasiadas cosas más porque esperaba volver a casa antes de que amaneciera, no pensaba ni de lejos pasar la noche al raso.
Uno es bastante cobardón, la verdad.

viernes, 10 de junio de 2016

Aurora

Es un hecho. Es un helecho. Es un contrahecho. Es un hacha. Es un conjunto de cosas que no tienen ningún tipo de interés más que matar el tiempo mientras los días pasan. Estoy bien, ando cada vez mejor, y no necesito ya ningún tipo de ayuda con las muletas ni con nada. Pero mi madre está bastante mal. Se ha quedado pegada en la pared. Hace un par de días que ya no se separa de la pared. No puede bajarse. La intenté separar y no había manera. Ella me decía que no quería separarse de ahí, el primer día sobre todo, pero creo que se asustó de verdad el segundo día y me pedía que por favor hiciera algo para apartarla de la pared.
Si tuviera que explicar qué le pasa a mi madre, no sabría por dónde comenzar. A mí me parece que se va a morir y va a tener razón mi prima Aurora. Tengo un sentimiento ambivalente. Creo que no está bien utilizado lo del sentimiento ambivalente, pero yo sé por dónde voy. Por un lado no quiero que mi madre se muera, pero por otro, no me gustaría que mi prima Aurora se equivocase. Es duro decir esto, es extraño, pero ya hace tiempo que las cosas extrañas han dejado de serlo. Desde que llegué a Villastanza de Llorera, ya nada es raro o normal. Las cosas son. Mi madre hace dos días que no come. Podría darle yo comida, pero no quiere, no la acepta. Está pegada a la pared y no quiere nada más que la despegue de ahí, pero no veo la manera. La intento despegar, la abrazo, hago fuerza, ya no tengo miedo de hacerle daño, me da igual. Lo que quiero es sacarla de ahí, pero no puedo. Fue hace dos días, por la mañana, se levantó como lo estaba haciendo esos últimos tiempos, pegándose a la pared y a la altura de un cuadro que tenemos en casa, que se lo compramos a un pintor local y que representa una especie de amanecer un tanto extraño (aunque ya no hay nada extraño). Mi madre se quedó parada en frente del cuadro, en la pared opuesta. No iba ni para atrás ni para delante.
Mi prima Aurora lleva dos días sin venir a vernos. El último día que vino, me metió un rollo tremendo sobre las horas, las franjas horarias, las horas de sol, la importancia de controlar los flujos de energía que emite el sol y cómo haber nacido en un sitio o en otro nos determina de alguna manera el carácter. Me contó, intercalada con esta reflexión que como siempre me tenía subyugado, y sin que ella misma le diera muy importante al tema, una historia muy interesante sobre la que me gustaría indagar más. Ahora mismo no puedo porque estoy muy preocupado por mi madre. Pero era una historia un tanto siniestra, rara, yo que sé. El caso es que mi prima me hablaba de una familia con nombre alemán que tenía muchas muertes en su seno y que habían vivido en Villastanza desde el siglo...
Mi madre me ha pedido que vaya a donde tenga que ir para que le cambien el nombre. Que no quiere llamarse Filomena, que si se cambia el nombre se salva. Yo no sé dónde ir, porque aquí en Villastanza no va a ser posible hacer ese trámite. He ido por la vía directa. Le he dicho que no va a poder ser un cambio administrativo, que va a tener que ser de corazón. Le he pedido que si la llamo Filomena, que no conteste.  Que solo conteste si la llamo Aurora.
Así ha sido. El caso es que ha sido llamarla Aurora, despegarse de la pared y llamar mi prima Aurora a la puerta.