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miércoles, 30 de mayo de 2018

Cuidado

Somos muchos los que pensamos que la situación actual de crispación y de ausencia de diálogo nos está llevando por caminos que son ciertamente preocupantes. Efectivamente nos encontramos ante un escenario en el que las familias ya no discuten sobre según qué temas, se discute sobre el espacio público como lugar para las reivindicaciones, la conveniencia o no de considerar un idioma o una herramienta política, el ascenso de posiciones políticas ancladas en la confrontación permanente con un 'otro' que no es como 'nosotros'. Me ha parecido siempre una discusión estéril, pueril, infantil, pero sin embargo, dicho esto, yo soy el primero en caer en la trampa.
Soy una persona a la que le cuesta poco encenderse, lo reconozco. Tengo la mecha corta, me dan palmas, me buscan las cosquillas y pierdo cero coma en contestar. No mido y si no tengo al lado a alguien que me sujete y que me diga, déjalo, avanza, no lo hagas, suelo lanzarme a la arena del improperio y de la discusión por cualquier nimiedad. Un comentario, una acción que yo entienda como un acto de provocación, un lo que sea que a mí me de a entender que se ataca a mí o a alguien que me parece de mi confianza, provoca en mí una sensación de nerviosismo que no se calma si no lanzo toda la caballería, a veces sin medida, sobre la persona o el colectivo que he considerado ofensor.
Y, sin lugar a dudas, el escenario actual es proclive a la acalorada controversia, al refranillo hiriente, a la broma sin gracia, a las comparaciones odiosas, al gesto altanero y menospreciativo, al sarcasmo, a la ironía de trazo grueso, a la descalificación y al insulto gratuito.
Añadámosle además a todo este espectro de virtudes, que suelo mostrarme altanero y poco tolerante con quien piensa de manera diferente como yo. Incluso con aquellos que, pensando prácticamente lo mismo que yo, son considerados por mí de manera claramente inferiores a mi intelecto, sabiduría, verbo y gracia. Sobre todo gracia. Me perdonarán una vez más por hablar de mí, pero ya he dicho que tengo el ego un tanto desmedido, desaforado, enorme. Y como que uno es gracioso y parlanchín, tiendo también a meter la pata. No siempre, ojo. Hay veces que estoy bien, sembrado, noches o tardes principalmente en las que uno no tiene la presión del momento y está más distendido. No siempre, ojo. Ya lo digo ahora, puedo ser resultón pero también puedo pasarme un poco si no... se me frena.
El caso es que últimamente he notado que me crispo más de la cuenta con algunos temas y el de la situación política como ya he anotado es de aquellos que me tienen con el cuchillo entre los dientes todo el día. Quisquilloso, picajoso y rencoroso. Esto es otro tema.
El del rencor. Sólo actúo por rencor. No me mueve otro sentimiento como la superación de uno mismo, el trabajo solidario, la ayuda a los demás, el ansia de ver en vida la llegada de un socialismo que ya no sabría definir, la sonrisa recuperada de alguien que demanda un poco de cariño... nada de eso. Solo me mueve el rencor. Es algo que no se comprueba hasta que se me conoce, pero que es, indiscutiblemente, mi gasolina. El rencor.
Así, de todos son sabida mis posiciones en torno al tema, al conflicto, al procés, etc. Mi posición no dista mucho de aquellos que se llaman a sí mismos federalistas y con los que no voy a entrar a polemizar tampoco aunque me gustaría y mucho. Pero ese no es el tema. El caso es que un día, hablando en un círculo de personas a las que no tengo el gusto de frecuentar en demasía, por lo que ni yo las conozco a ellas ni ellas a mí, y en sacando el tema, y viendo que el público podría ser hostil porque vi un exceso de identificación con uno de los bandos, me lancé en tromba. Nada mejor ante un público desconocido que un alarde de conocimentos, verborrea, desprecio del contrincante, tópicos leídos en otros lugares adaptados a mi gracejo particular. Más o menos lo de siempre, pero entre personas a las que realmente no había visto antes, tan solo a una de ellas que además, guardaba conmigo una relación de jerarquía en el ambiente laboral.
Así las cosas, mi argumentación fue destrozando sin piedad tópicos, políticas, ideologías, posturas y postureos varios sin que me temblase el pulso en absoluto hasta que uno de los interlocutores quiso comentar...
- Soberbio
- Y tú croata.

Muy buenas tardes a todos y todas.

martes, 5 de enero de 2016

Cuidado

Soy un profesional de la comunicación. Limitado, es cierto. Con un bagaje muy escaso, con aportaciones muy poco valorables, con un criterio y una solvencia que merecen todo tipo de dudas. Pero ahí estoy, al menos hasta el momento. Y como profesional del ramo, conozco un par o tres de rudimentos sobre lo que se conoce como Teoría de la Comunicación que creo que deberíamos repasar un poco entre todos. No por nada, no porque nos perdamos, si no porque buena parte de lo que vamos desempeñando en nuestro trasunto vital tiene más que ver con lo que comunicamos, con cómo lo comunicamos y con lo que entienden los demás que con lo que objetivamente hacemos. Básicamente: un emisor transmite a un receptor un mensaje, mediante un código que ambos comparten porque si no no se da el fenómeno comunicativo. Emisor, receptor, mensaje. Con un código. A partir de ahí, entra que se llama ruido. El ruido es aquello que hace que el receptor reciba (receptor reciba) en ocasiones el mensaje de una manera distorsionada, sin acabar de entender el significado de lo que se le cuenta o bien entendiéndolo de otra manera. También puede ser que el receptor no tenga los referentes y los conocimientos que el emisor presupone y que entienda algo alejado de lo que el emisor pretende, simplemente porque no lee entre líneas, ciertas partes del discurso se le aparecen como demasiado cultas o no es físico y no sabe más que cuatro tópicos sobre el tema y ahí se queda y aunque mueva la cabeza así, no está pillando casi nada. Entiende, comprende, pero no está.
Así las cosas, y planteado este escenario, vivimos en un mundo en el que nos encanta comunicar. Vivimos para comunicar. Para mostrar satisfacción por las alegrías inmensas que la vida nos proporciona, para evidenciar que el mundo es terriblemente injusto con nosotros y todo confabula para que nos vaya mal, para dar vivas al amor y sus misterios, para contar que nos ha salido un arroz a la cubana clavadito al que nos cocinaba nuestra señora madre, para opinar sobre lo que en el orbe sucede y de esa manera incidir en la opinión de los demás. Incluso cuando decimos que nuestro arroz a la cubana es el mejor de todos los arroces a la cubana que se hacen y se deshacen, queremos que todo el mundo termine haciendo el arroz tal y como lo hacemos nosotros. Eso es así y el que lo niegue, ay del que lo niegue. Vivimos para comunicar y para incidir en los demás. De la misma manera que los demás inciden en nosotros. Si no ¿de qué íbamos a beber cocacola, por ejemplo, o escuchar Coldplay?
Sea como sea, estamos para decir cosas. Que los demás las entiendan. Pero no es fácil. Emisor, receptor, mensaje. No siempre es fácil.
En una época de sorteos, de premios, de rifas, de espectativa de que algo bueno, externo, nos venga a solucionar la vida, no hay nada más increíble para quién posiblemente no haya recibido de la vida más que penas y grisura que el recibir un premio. Que te toque algo. Y como ya hemos apuntado (quizás no de una manera muy clara), tan importante es hacer una cosa como saber comunicarla. Saber transmitir alegría por algo que ha sucedido que ha de alegrar también al que recibe el mensaje. Al receptor. Yo soy la antena que recibe el mensaje del tranmisor. Tu eres el transmisor, inicia la conexión, decía la canción.
Una persona, nativa de nuestro propio país, del Estado en el que actualmente estamos incluídos, por ejemplo, acaba de ser agraciado con un premio que le va a llevar a visitar uno de los países africanos, norteafricanos, que tienen en el turismo una fuente de ingresos ciertamente relevante, por no decir fundamental. Es posible que este premio le haya sido concedido en una sucursal bancaria, por mérito de haber tenido su dinero en dicha sucursal durante x tiempo y sus desvelos ahorrativos hayan sido recompensados. Bien. Todo correcto. La comunicación es sencilla. 'Me ha tocado un viaje a Túnez'. Correcto. Nuestro amigo, a quien llamaremos Rafael, por ejemplo, está contentísimo porque con este viaje podrá salir de su rutina, vivir experiencias nuevas, salir de lo cotidiano, trascender en otro lugar, quizás simplemente pasar calor, mucho calor, ver ruinas, sufrir diarreas sin cuento, quién sabe. Es algo. Le ha pasado algo y va a comunicar este algo a una persona que... claro, esta persona... ¿comparte con él el código, se dejará llevar por el ruido, tergiversará el mensaje con tal de no mostrar alegría por el contenido que se le acaba de...? Veamos.
- Me ha tocado un viaje a Túnez.
- Pues qué hartón de pescao...

Disculpen las molestias.

miércoles, 30 de abril de 2014

Cuidado

Soy una persona liberal. Con esto no quiero decir que esté a favor de un Estado minúsculo y únicamente centrado en la salvaguarda de la propiedad privada. No. Digo que soy una persona que tiene buen talante y que hace y deja hacer. Una persona que no está pendiente de esto y de lo otro ya la que lo que hagan y digan los demás le importa en relación a que tenga o no tenga que ver con lo que uno... etc. No quiero hablar de mí y centrar todo esto en un retrato de mí mismo porque basta que uno diga una cosa para que, en seguida, aparezca alguien para desmentirte. 'Pues no eres tan liberal, porque a nosequién lo pones a caldo cada vez que puedes'. Lo veo venir. Así que diré simplemente eso, soy una persona liberal en tanto en cuanto me parece bien lo que hagan los demás. Y confío en la gente. Mi naturaleza liberal hace que, pensando en que cada uno hará el bien para con uno mismo y para los demás, me fíe y deje en manos de los demás lo que, fríamente, quizás debería ocuparme a mí. Soy de la gente. Soy una persona que me pongo en manos de los demás y dejo en su magnificencia la solución a buena parte de los problemas que, de otra manera, debería resolver con un esfuerzo titánico dada mi nula adaptación al medio. Vamos, que si sigo con vida a estas alturas del partido es por que tengo la fe cierta en que el resto del mundo, es bueno, compasivo, capaz y bondadoso para ayudarme a resolver los múltiples asuntos que me superan. Pero todo tiene un límite. Por motivos que no vienen al caso, me veo arrastrado a vivir una tumultuosa pasión con una mujer. Y ya no diré muchacha o chica, porque es hora de asumir que, la verdad, llegados a una edad, es conveniente afrontar lo que es y lo que deja de ser cada uno. Yo ya no soy un chico y, aunque el término sea un tanto ampuloso, soy un hombre. Y pido perdón a los hombres de verdad por quererme incluir en su conjunto. Pero así es. No tengo edad para andar con subterfugios y si yo soy un hombre, si estoy inmerso en una relación con una fémina de mi edad, debo hablar de ella como mujer que es. Mujer. Y hombre. Mi apasionado objeto del deseo se llama Consuelo. Consuelo vive en un ambiente extremo. Es soldadora en una empresa de las pocas que han sobrevivido a la crisis económica que se ha llevado por delante el fundamental sector de la construcción. Consuelo es una soldadora excelente, a la que su maña y pericia, ha llevado a ser considerada un as en su ambiente. Ambiente extremo. Porque no puede considerarse de otra manera a una mujer, y una mujer vistosa y con garbo como mi Consuelo, de formas y maneras voluptuosas, de carácter duro y donaire, manejándose entre elementos a los que cualquier ser humano objetivo y sin prejuicio trataría como brutos. Ella, envuelta entre trabajadores, obreros de la construcción, de modos rudos y resabiados. Mi Consuelo, trabajadora y soldadora, se enamoró de mí y yo de ella, de una forma que no viene al caso y la verdad, veo que me enredo en construcciones de frases que no llevan a nada y yo lo que vine a explicar aquí, abriéndoles mi corazón, es que la gente, el pueblo, se ríe de los espíritus sensibles, liberales y francos. De la gente que pregunta y espera obtener una respuesta sincera, transparente, cabal.
Yo el otro día estaba en mi puesto de trabajo y la pesadumbre me tenía en un sin vivir. Debía enfrentarme ante la perspectiva de asumir un nuevo reto profesional, sin mayor remuneración, pero con una más grande responsabilidad y entre ellas, la de prescindir de dos de mis antiguos compañeros y amigos. Una tarea ingrata y farragosa a la que debía enfrentarme con valor, pero necesitaba escuchar la voz fuerte de mi Consuelo para poder hacer frente a semejante prueba. Así las cosas, llamé al lugar de trabajo, a un móvil de empresa. Cuando descolgó el capataz, pregunté:
- ¿Está Consuelo?
- No, está con techo.
Y yo soy muy así, pero también puedo empezar a cagarme en la puta madre de cada cual y no pasaría ni siquiera nada.

jueves, 18 de julio de 2013

Ansiedad

Pues esto lo tendría que explicar como que cuando eso... pues te pasa y entonces ya. Bueno. Es más o menos eso. Como que tienes y sabes pero no sabes qué tienes y tampoco quieres saber. No sabes y no lo tienes. La gente lo sabe. Es un poco así. Es ir, pero sin estar yendo. Porque te llevan. Las cosas están como están. Todo el mundo lo sabe. Es como cuando estás pero deberías estar como eso. Bueno. Es así. Más o menos así. De aquella manera. Es la solución. No me la digas, no la voy a entender. Es una solución, pero no la entiendo. Te escucho pero no te entiendo. Muy poco. A la hora que me digas. En el sitio que te apetezca. No tengo nada que hacer. Lo podría explicar de otra manera. Es como cuando eso. Te pasa. Lo tienes y no lo quieres tener. Una cosa. Es la sensación de tener que lavarte los dientes con el Flúor. Un momento que pasa. Una historia que es como eso. Bueno. Bien. Así más o menos. De una manera o de otra. Así es. Lo miro y te lo envío. Lo estoy mirando pero no sé cómo tengo que hacerlo. Me dieron un plazo pero no sé si lo cumpliré o no. Tengo dudas al respecto. No respeto. El espeto en la playa. Ahora me he perdido, pero me volveré a encontrar. Me duele la cabeza. Un poco. Es debido al calor. Debido a. Es también bastante parecido a cuando te pasa. Te pasa eso. Eso que tienes y que ya no sabes que está. Es como eso. Bueno. Los recuadros. Los recuerdos. Los regüeldos. Está todo escrito en negrita para que resalte bien. Me lo contó pero no supe qué decirle. Yo ya lo sabía y no os dije nada. Siento que a veces, algunas veces, el cantor tiene razón. El sentimiento está en la simiente. Frases que se me ocurren. Un día las escribiré todas en una libreta. Te lo miro y te lo envío. Lo tengo todo ya listo pero me gustaría que le echases un vistazo para que me digas. Si sí, o si no. Sisí emperatriz. Estoy bien, pero bueno, se podría estar mejor. Es como eso. Como cuando eso. Te das cuenta de que las horas han ido pasando y ya vuelves a estar dormido otra vez. Está bien tener las ideas claras. Saber qué es lo que tienes que hacer. Cómo tienes que ir vestido todos los días. Los abalorios. Los peinados. El chándal. El pantalón. Estar ciclado. Es como eso. Tengo un problema y no te lo puedo contar. Estoy empezando a preocuparme, pero a preocuparme yo, no da para que se preocupen los demás. Es el día de los enamorados. Es Navidad en el cielo. Siempre es domingo en Granada. Primavera en mi corazón. Verano en el Corte Inglés. Un jamón, un violón. Una canción que no se ha terminado. Es todo un poco como eso. No me gustaría terminar sin dedicar unas palabras para ese. Ya, si no nos vemos, que eso. Lo tengo todo ya listo, sólo falta que me ponga y te lo pase a limpio. Salgo en cinco minutos, nos vemos allí. Lo tenemos ya todo preparado. ¿Vamos ganando?

lunes, 11 de junio de 2012

Caught in a podemosh!

Tenemos mucha suerte, si. Pero no es algo de ahora, tenemos suerte desde hace ya mucho tiempo. Una suerte que se nos va transmitiendo de padres a hijos, que con orgullo llevamos la carga de la suerte a cuestas. Una suerte loca. Una suerte que va más allá de fallar ocasiones a puerta vacía, de tener altas posesiones de balón, de que el mundo se asombre de nuestras habilidades en cualesquiera deporte que se nos presente. Una suerte que está más allá. Una suerte loca. Loca y ciega y sorda. Una suerte que nos va traspasando la piel y que llegados a un punto de la vida X podemos decir que nos convierte en seres auténticamente diferentes, una élite dentro ya no dentro del planeta, sino la envidia de los propios de los países más reputados. Como aquí en ningún sitio.
Porque tenemos suerte de ser así. Espléndidos. Con ganas de jarana. De tener suerte de que en cualquier parte de puedes tomar una caña y una tapa. De poder salir de juerga con tus amigos como si no hubiera un día siguiente. Tenemos una suerte que no sabemos apreciar. Por eso vienen de otros países a quedarse con nosotros. Pero no esos que vienen a quitarnos puestos de trabajo, no. Los que verdaderamente nos aprecian son esos que vienen a decirnos 'España es de lo mejor'. Qué cultura, qué vida tan relajada, qué bien os lo pasáis aquí. Quién pudiera ser como vosotros. Sobre todo durante los meses de verano. Poder gozar de esas fiestas patronales que, caiga quien caiga, se celebran con todo el paquete. Sin escatimar ni un sólo euro. Porque de lo que se trata es de que nos lo pasemos bien. Por ahí fuera ya lo saben. En el Financial Times, o en el Frankfurter Allgemeiner, o en el Washington Post, o en el Herald Tribune. Lo saben perfectamente. Aquí seguimos siendo los reyes. Los mejores.
Los reyes que pueden ir al fútbol pagando lo que haga falta, porque nadie me va a decir a mí en qué me voy a gastar el dinero. Ni el dinero ni nada, caballero. Nosotros no somos nadie para decir nada. Tenemos una confianza en nosotros mismos a prueba de bomba. Sabemos que podemos. Tenemos anuncios de cerveza que lo demuestran. Somos los mejores. Podemos ir con sombrero de paja a cualquier parte, mirando desde la terraza de un bar el futuro con toda la confianza de sabernos poseedores de una sabiduría ancestral, que viene desde los íberos y los celtas y los celtíberos. Los íberos vinieron desde el sur, y los celtas desde el norte y ambos pueblos se juntaron en el centro. Así lo explicaba la Directora. Había otros pueblos, Indíbil y Mandonio, Viriato, la Virgen del Pilar, el Cascorro de la plaza de Cascorro, Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Hernán Cortés.
Hernán Cortés en una bandera de Extremadura. Tenemos suerte de tener un pasado del que orgullosos mostrarnos, ser. Wapa. Xssss. Cari, churri, amore. Cari, churri, amore. O lo que surga. Hernán Cortés escrito a rotulador en una bandera de Extremadura. Asturias es España y lo demás son conquistas. Tenemos suerte de ser españoles. Podríamos haber ido mucho peor y haber nacido al otro lado de la frontera, en Francia, por ejemplo. O ser portugueses, no lo quiera dios nunca jamás. Tenemos suerte de ser españoles y contar con jugadores en los mejores equipos de la Premier. Tenemos suerte de ser españoles y poder gozar de nosecuantas horas de sol al día.
Tenemos suerte de que nos haya tocado la lotería del Euromillón y tener nada más que el 30% de los bancos quebrados y cantidad de indicadores que nos muestran que estamos en la rampa de salida hacia el futuro esplendoroso. Tenemos suerte de tener más playas con bandera azul que nadie. Tenemos suerte de poder contar con espacios como Valdevaqueros y poder tener la posibilidad incluso, si quisiéramos, de votar por cargárnoslo y así lo haríamos sin dudar. Quien da dinero, no lo da gratis. Vamos a por todas.
Italiano el que no bote.

viernes, 17 de febrero de 2012

Cuidado



Yo creo que el odio no es bueno. Como casi todo el mundo, me atrevo a considerar que es más sencillo vivir ya no en la armonía y la hermandad con todo el género humano, sino simplemente en la ausencia de trato con quien no me cuadra. No insisto. Si es que no, pues es que no. Y no pasa nada. Porque el exceso de trato con aquellos que ya con una visual sabes que se te están atravesando no lleva más que al odio, al rencor, y a cometer acciones de las que quizás nos debamos arrepentir, cuando no pagar por ello un elevado coste o hacérselo pagar a los demás. Pienso que yendo cada uno a la nuestra, sin pretender ser la ya famosa monedita de oro, que busca que le quieran todos, y limitarnos a intimar sólo con quienes ya sabemos que vamos a estar en sintonía. Pero claro, uno es uno, y los demás son los demás.

Así por ejemplo, nos encontramos con el caso de las dos mujeres que desde la infancia han compartido aula en el colegio, clase en el instituto, banco en la facultad y han mantenido una convivencia que, aunque disfrazada de amistad, no lo parece tanto. Porque si. Podemos quedar para tomarnos unas vercezas, perdón ver.. a ver, cervezas, con alguien, pero eso no nos convierte en amigos. Podemos compartir el lecho en una acampada por la destrucción de las nucleares, pero eso no nos hace querernos más. Podemos ir juntos a recoger los papeles de inscripción en un curso de Alfarería, pero por ello no vamos a generar un cariño entre nosotros que es más bien una ilusión que una realidad. Y todo pese a que una de las integrantes de esta pareja desafortunada sí que considera que es amiga de la otra.

¿Cuántas veces no habrá ocurrido? De los dos, uno es quien quiere, quien tiene estima, quien considera que puede contar con la otra persona. Y quizás la otra simplemente está allí... porque no tiene a nadie más. Porque pese a que no soporta de nunca jamás a quien tiene al lado, se ha quedado atrapado en una relación que le sirve para ir tirando pero que no hace más que generarle un rencor y una insanía que para qué.

Y van pasando los años. Y a veces hay roces, y en ocasiones las cosas parece que van mejor, y en otras parece que peor. Y las vidas de cada uno son de cada uno, y yo no soy quién para juzgar a nadie. Yo ya he planteado lo que opino sobre el tema, pero siempre soy consciente que de lo que y opine sobre un tema a lo que luego haga, dista un trecho larguísimo. Las personas somos realmente difíciles de entender. Lo que no quita que sea bonito opinar sobre ellas y sus comportamientos, claro. Faltaría más.

Estas dos mujeres, de las cuales una es cariñosa, afectuosa, inquieta y con ganas de ver y vivir, y la otra es oscura, obtusa, corta, susceptible y temerosa de todo lo que le rodea, han planeado un viaje. Lo ha planeado la primera, que es quien tiene ganas de hacer algo en uno de aquellos puentes que hoy ya se asoman a nuestro recuerdo como momentos tan bonitos que pasamos y que ya no volverán. Los puentes. Maldita sea su estampa. La del que eso. Bueno, eso es otro tema. Al asunto. La primera planea el viaje, en el puente de un San Juan, para ir a conocer Sevilla. La magnífica ciudad de la orilla del Guadalquivir. Córdoba también está a la orillita del Guadalquivir, pero no es lo mismo. Muy bonita también, pero no es lo mismo. Sevilla, encantadora. Sevilla, el embrujo. Sevilla, lejos de los trasiegos de la Semana Santa, de la Feria de Abril, de las aglomeraciones. Una ciudad bonita porque sí. Con su Barrio de Santa Cruz, con su calle Betis, con su calle Sierpes, con su puente de Triana, con su plaza de la Maestanza, con la Giralda tan bonita, con sus bares en los que por un precio que puede parecer que te lo regalan pero no, te comes un montadito y te piensas que has descubierto la maravilla y posiblemente lo sea... Sevilla, ciudad del arte y de la gracia, Sevilla, mujeres del pelo largo y traje de faralaes, Sevilla, donde los hombres parece recién bajados del caballo. Y otra Sevilla, de la Alameda bohemia, de los jipis tocando la guitarra, del italiano por cabeza, del findesemanaencadiz, de la servesita aquí haciendo nada. Sevilla, qué lugar.

Y qué calor. Porque es lo primero que dice todo el mundo de cualquier parte a la que va. Cuando hace frío no decimos 'qué bonito'. Decimos 'qué frío hace', y luego ya 'qué bonito'. Y cuando hace calor no decimos 'no vale un pimiento la Sagrada Familia esta', sino 'qué calor, ¿no?'.

Así nuestras heroínas nos permiten acompañarlas con el pensamiento por esas calles tan bonitas, entrar en los bares más típicos, y mientras una de ellas lo vive todo con ojos golosos, con espíritu vivo y alegre, la otra está molesta. Molesta con las ganas de vivir de la otra, con su alegría, con su desparpajo, con que los chicos se acerquen a ella, con que las chicas se acerquen a ella también, con que todo el mundo se fije en ella antes que en... ella. Aquí lo debería haber escrito de otra manera, supongo. Ella y la otra. Bueno, avanti. El resquemor de la susceptible, hacia la vigorosa, va en aumento.

Sevilla, finales de junio. El verano acaba de entrar por la puerta, y lo que en otros sitios es una temperatura agradable, en Sevilla ya se convierte en un pequeño infierno para quien no esté acostumbrado a esa combinación de calor espantoso y humedad asfixiante cortesía del Guadalquivir. Sevilla, un calor espantoso. Las pieles empiezan a desprender el líquido que surge de las glándulas que te dije.

Para que el viaje se destensione un poco y viendo la cara de tuso que se le está quedando a su falsamente considerada amiga, la amiga vital lanza el comentario:

- Se suda.

- Y tú cabezuda.


Que tengan un buen fin de semana.