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martes, 12 de marzo de 2024

Gastarbeiter


A Nazario Santisteban le tocó la moto en la lotería. Eso es lo que decían sus compañeros en la fábrica. Nazario Santisteban protestaba y decía que de eso nada, que se la había ganado con su trabajo. Especificaba muy bien lo de 'con mi trabajo'. Pero los demás le decían que había sido la lotería. Aquel año, los patrones, en sintonía con los sindicatos, decidieron ofrecer un obsequio por la productividad y qué mejor que una de aquellas motos que se fabricaban en la propia fábrica. Cuando se dijo el modelo de motocicleta que iba a proponerse como complemento hubo una cierta decepción entre los trabajadores de la planta, porque todos fantaseaban con algún modelo utilitario que les permitiera desplazarse sin mucho trastorno de sus domicilios a las fábricas, pero aquel modelo, un señor motón, era demasiado y muchos de ellos comenzaron a hacerse un poco el ronsa a la hora de dar el callo. No querían esa moto. Solo Nazario Santisteban había considerado que a él ni moto ni mota y que él iba a seguir trabajando igual, porque ya en otra ocasión le habían enredado con nosequé y al final casi le ponen una sanción porque le dijeron que estaba convocada una huelga y luego resultó que no y un lío todo. Por eso él había seguido trabajando igual y así se encontró aquel día subido al escenario y con todos los trabajadores, los compañeros, aplaudiendo porque se habían librado de aquella moto y Nazario iba a ser conocido por todos como 'el de la moto'. Y qué moto. No sé cuántos cilindros, no sé cuanto de motor, no hacía ruido, era como un camión de grande. qué iba a hacer Nazario con tanta moto. Llegó a casa y le dijo a la mujer que le había tocado la moto del sorteo. La mujer, Rosana, que venía de un pueblo de Galicia como él y que también trabajaba en una fábrica, pero ella de frigoríficos y electrodomésticos varios, dijo que le parecía muy bien, que ya era hora que la empresa se estirara un poco y que fíjate que ellos ya tenían la lavadora y la nevera gracias a la empresa suya y que ahora también moto. Pero que ella no se iba a montar en la moto y que si él la quería aprovechar para ir al trabajo o hacer alguna excursión... pero Nazario no utilizaba la moto. A Nazario le daba vergüenza ir a trabajar con la moto y que los compañeros le dijeran, mira, ya viene Nazario el de la moto. Así pasó el tiempo y Nazario dijo de venderla. Y ahí Rosana dijo, vamos a ver. Y bajó a la calle donde tenían aparcada la moto y la miró y se subió encima de la moto y Nazario le dijo qué haces y ella le dijo, calla, y le preguntó que cómo se encendía y Nazario se lo dijo y la arrancó y la encendió varias veces y le dijo, la moto me la quedo yo. Pero qué dices. Que si tú no la utilizas me la quedo yo. Y Nazario le dijo que si era eso que entonces la utilizaba él. Pero ella le dijo que no. Que ya había tenido tiempo de pensar y de usarla y que no había manera. Y Rosana se quedó la moto. Y la conocían como Motorosana en el edificio. Y un día Nazario quiso coger la moto porque le daba mucha envidia y salió con ella por una carretera y se dio cayó y se mató y la moto siniestro total. Y Motorosana se volvió a comprar otra moto, claro.  

viernes, 10 de septiembre de 2021

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Cuando salía de la fábrica, Hashiba caminaba los dos kilómetros que la llevaban hacia el piso donde vivía pensando en su madre. Su trabajo en aquella fábrica era mecánico y repetitivo, no le daba tiempo a pensar en nada, no podía tampoco hablar con nadie, con ninguna de las trabajadoras que compartían con ella el turno y que seguro que tenían historias más o menos parecidas a la suya. Escuchaba de vez en cuando hablar en su idioma y le parecía que eran ecos de las conversaciones que escuchaba en su tierra natal. Cuando iba de camino a su piso, a la habitación del piso que compartía con un matrimonio español y un joven estudiante alemán de provincias, pensaba en su madre. Su madre había muerto hacía diez años. Hashiba llevaba en Alemania desde hacía ocho meses. Pero el recuerdo de su madre era vívido, como si la estuviera esperando en la puerta cada día después de trabajar y hablase con ella. Pensaba en ella y le comentaba cómo le había ido el día. Su madre escuchaba todos los días atentamente el relato cansado de Hashiba. 

Aquel día, sin embargo, Hashiba notó a su madre ausente. Ella hablaba y comentaba que había tenido un problema con una máquina y que el encargado le había echado la bronca. Ninguna compañera se había acercado a consolarla. Estaba triste y su madre no parecía estar escuchando. Cuando llegó a su casa, el matrimonio español la llamó y le dijeron que se iban del piso, que habían encontrado otro pequeñito para irse a vivir allí, que estaban esperando un hijo y que les iba a faltar espacio. Le preguntaron si quería irse a vivir con ellos, que aunque el piso era pequeño podría haber una habitación minúscula para ella y podría ayudar con el niño pequeño. Hashiba se quedó en shock. Les pidió aquella noche para pensárselo. 

Durante la noche, Hashiba sintió un olor muy fuerte. Su madre estaba a su lado, durmiendo. Olía mucho a sudor. Hashiba sintió una tristeza muy grande. En un momento, su madre se giró, la miró y le dijo 'piensas demasiado'. Y se volvió a dormir. Hashiba también se durmió. A la mañana siguiente Hashiba les dijo a Pedro y Carmina que prefería quedarse allí y buscar a alguien más para compartir el piso, que yendo con ellos se convertiría en algo así como una criada, que se lo agradecía muchísimo pero prefería buscarse la vida. Y fue a hablar con el estudiante, Joseph. Joseph era un muchacho bastante nervioso, un tanto torpe, deslumbrado por la vida de la ciudad, atolondrado y al que se le notaba que lo de estudiar no iba a ser su camino. Hashiba le comunicó en un alemán muy pobre la situación. Joseph le dijo que ya lo sabía, que los españoles habían hablado con él. Joseph, además, le dijo otra cosa: ya que te tengo delante, me gustaría decirte que abrieras las ventanas de tu habitación, huele muy mal. 

Hashiba se quedó paralizada. Fue a su habitación y comprobó que las ventanas estaban abiertas y que allí siempre había ventilación. Pensó en su madre y ésta desde detrás le dijo... 'piensas demasiado'. Y desde aquel día no volvió a ver a su madre ni sentirla cerca. Pensaba en ella hasta que al cabo de poco tiempo conoció a un técnico yugoslavo que una tarde al salir del trabajo la invitó a tomar algo. Hashiba aceptó. Quedaron dos o tres veces más. A la cuarta, el técnico yugoslavo le preguntó si podía ir a su casa. Hashiba le dijo que no. Que vivía con un compañero de piso. El técnico yugoslavo, que se llamaba Momir, le dijo que a él le daba igual. 

Hashiba accedió a que Momir fuera a su piso. Estaban escuchando música en su habitación cuando Hashiba sintió un olor muy fuerte. No era su madre. Miró a Momir y le preguntó si pensaba mucho en sus padres. Momir le dijo que sus padres vivían en Alemania y que les visitaba a menudo. Entonces si él no era y ella ya no pensaba en su madre... salió de la habitación y se encontró a Joseph llorando. Había suspendido el curso, su padre le había dicho que volviera a casa, que su pobre madre muerta si le viera la iba a volver a enterrar. 'Tu madre ya está desenterrada', le dijo Hashiba. 

jueves, 14 de noviembre de 2019

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Aquello lo recordamos como el 'Caso de Milutinovic contra Milutinovic'. Los dos habían llegado de Yugoslavia, pero uno de un pueblo al lado de Zagreb y el otro de un pueblo de la Vojvodina. En cuanto llegaron y supieron que se llamaban igual, comenzó el pique. Todos los días, en la obra, tenían algo sobre lo que discutir. Todo les parecía mal, bien, diferente, extraño, normal, amarillo, negro, bello, feo, asqueroso, alemán, yugoslavo, turco, español, azul, beige, áspero, frío, caluroso. No llegaban jamás a un acuerdo. Llegaban por la mañana y a la hora del almuerzo se llamaban a gritos: Milutinovic, ¿sabes a qué hora llega el tren que viene de Frankfurt?. A las seis y media, Milutinovic. Milutinovic, llega a las siete. Y así, a gritos, podían pasarse todo el día. Milutinovic contra Milutinovic. Cuando el Mundial, fuimos todos a ver el partido de Yugoslavia contra Alemania. Durante el partido uno le preguntaba al otro. Milutinovic, ¿cuánto queda? Queda todavía bastante, Milutinovic. ¿Y cómo lo sabes si no tienes reloj, Milutinovic? Porque te veo la cara de miedo que tenéis todos los de tu pueblo Milutinovic. Y así estuvieron hasta que al final perdimos y nos tuvimos que ir para casa. Milutinovic, sin dirigirse a él personalmente, todo el rato interpelaba a Milutinovic durante el viaje de vuelta a casa. Milutinovic, decía, ¿porqué los gitanos no sabéis jugar al fútbol? Yo no soy gitano, Milutinovic, le decía Milutinovic, igual me has confundido con algún primo tuyo, Milutinovic. Quizás mi padre fuera a tu pueblo algún día y sí que seamos familia Milutinovic. No lo creo, Milutinovic, tu padre no sabría encontrar ni siquiera Zagreb aunque la tuviera delante, Milutinovic. Al cabo de unos años, ambos se casaron con dos alemanas. Elke y Gritte. El destino quiso que fueran hermanas. Milutinovic y Milutinovic tenían que compartir no solo el trabajo, también los días de fiesta. Las hermanas estaban muy unidas y siempre querían hacer cosas juntas. Milutinovic y Milutinovic no se soportaban. Un día, mientras estaban tomando café las dos parejas, Milutinovic le dijo a Milutinovic que Elke y él iban a tener un hijo. Gritte le dijo a Elke que ella y Milutinovic iban a tener una hija. Las dos parejas se pusieron muy contentas. Milutinovic le dijo entonces a Milutinovic que qué nombre le iban a poner al hijo. Milutinovic le contestó a Milutinovic que porqué no lo proponía él. Que el nombre que quisiera, ese le pondrían. Ya que eres tan listo, Milutinovic, seguro que sabrás qué nombre es el mejor. Milutinovic, le contestó, mi nombre preferido es el mío. ¿Y qué nombre es ese Milutinovic? Milan, Milutinovic. Es un bonito nombre para mi hijo, Milutinovic. ¿Sabes quién se llamaba también Milan, Milutinovic? Mi padre, Milutinovic. ¿Cual de ellos, Milutinovic? El que me puso mi nombre. ¿Y cómo te llamas, Milutinovic? Milan. Milan Milutinovic. Milan Milutinovic inmediatamente le dijo a Milan Milutinovic que su hijo se llamaría también Milan Milutinovic. Elke y Gritte no entendían nada.

jueves, 19 de septiembre de 2019

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Toda la vida me había importado una mierda lo de correr, llegar el primero, estar ahí. Por eso me tuve que ir del pueblo, porque no hacían más que meterme prisa, corre, haz, tienes que ir, cantar, ahora baila, ahora saluda al señor alcalde, a las siete empieza la procesión y tienes que estar en el sitio correcto para que te vea la gente que has ido. Jamás. Nunca. No quería. Y en cuanto me bajé del tren, comencé a correr. No sé si es que todavía no me fiaba de que volvieran a meterme dentro y me devolvieran de nuevo para el pueblo o qué. Pero en cuanto el tren paró en la estación y tuve los bártulos controlados, me bajé como un espiritado. Comencé a correr por el andén y creo que todavía no he parado. Me muevo con prisa, con inquietud. Necesito estar todo el rato en danza, del trabajo a la casa, de la casa un rato al centro, del centro de nuevo a casa, de la casa a ver a la hija, de ver a la hija a ver cómo el nieto juega, del club al trabajo, sin parar, sin pensar.
Si un día me parase a pensar, ese día dice la mujer que me entrarían los remordimientos y la pena. Ella dice que de vez en cuando tiene pena. La conocí aquí, resulta que era del mismo pueblo que yo pero sus padres se habían venido antes. Yo no me acordaba de ella cuando estábamos en el pueblo, porque no crecimos juntos, supongo. Cuando llegué aquí la encontré en un baile, hablamos, su padre conoció al mío allí y ya pegamos hebra. Hasta hoy. Ella dice que de vez en cuando tiene pena, pero no sabe de qué, porque ella no estuvo allí. Dice que iba de pequeña con sus padres a poco que pudieron desplazarse. Iban algunos veranos, hasta que ella se hizo más mayor y a los padres se les murió la abuela y ya no volvieron más. Ella dice que de vez en cuando se acuerda de cosas de niña y eso. Eso es porque iba de vacaciones y no vivía allí, le digo yo siempre. Siempre corriendo, siempre teniendo que estar en algún sitio para que te viera la gente. Tenías que estar.
Por eso ella no corre nunca. Ella siempre parece que ya lo tiene todo. Porque lo tiene todo, claro. Está hecha ya a estar aquí y no tiene que correr para nada. En cambio, yo tengo miedo. Siento que si me paro un día me van a volver a llevar para allí. Mi hija no es tampoco de las que tienen prisa. Es como su madre. El nieto juega a fútbol y me gusta verlo, ya lo he dicho. Le dicen que es muy lento porque es medio español y los españoles somos lentos.
No tiene ni puta idea.

viernes, 21 de junio de 2019

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Todos los días, al salir de la fábrica, Karan me da una cifra. Unos días es una y otros es otra, muy pocos días coincide. Siempre es superior a mi cifra. Karan y yo vinimos juntos hace unos veinte años. Nos conocimos en un partido de fútbol que el equipo de mi pueblo jugó contra el equipo del suyo y hablando y hablando quedamos en venirnos para aquí. Hicimos el viaje juntos y Karan siempre decía que lo que más deseaba hacer cuando llegara aquí era trabajar, trabajar con ganas, trabajar bien, no como en el pueblo dónde no se podía trabajar y no te dejaban ser eficiente, no te dejaban demostrar todo lo que podías dar. Karan y yo decidimos que queríamos venirnos a Munich y al final no acabamos en Munich, acabamos aquí. No se está mal. Karan en cuanto llegó empezó a buscar trabajo, yo quería vivir un poco la vida antes de ponerme a trabajar. Karan me dijo que ya nos había encontrado un puesto en una cadena, esta cadena, a los dos. Le agradecí mucho que contara conmigo y no supe decirle que entre mis planes no estaba trabajar tan pronto, pero luego pensé que no todo iba a ser trabajar. Karan comenzó con su particular cuenta de productividad desde el primer día. todos los días, al salir de la fábrica, Karan me da una cifra.
Todos los días, al salir del bar, Karan me da una cifra. Vamos a una cervecería cerca de nuestra casa, vivimos en el mismo edificio. Karan, al poco de llegar, se puso a buscar piso y encontró uno cerca de la fábrica. El bar, la fábrica, el piso, todo a mano. Cuando encontró el piso me dijo que había uno al lado en el mismo edificio, podrías comprarlo. Lo hice cuando empezamos a ganar los primeros sueldos. Cuando vamos al bar, después del trabajo, a tomar una cerveza, no hablamos demasiado, vemos la televisión, el fútbol y supongo que recordamos mentalmente lo que dejamos en casa. Karan siempre que salimos del bar me da una cifra. Es la cifra del dinero que manda a su casa cada día. Yo no mando dinero cada día, yo cada seis meses mando algo de dinero. Mis padres se conforman con poco. Los padres de Karan no sé si están vivos pero él dice que cada día manda dinero. Una cifra.
Todos los días, al subir por las escaleras del edificio que nos lleva a nuestro piso, cada uno al suyo, Karan me da una cifra. Y llevo veinte años sin comprender la cifra que me da. Me da una cifra y subimos las escaleras. Yo no sé porqué pero siempre tengo la sensación de que la cifra que me da es inferior a la mía. Y ni siquiera sé de qué habla.

viernes, 3 de agosto de 2018

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Cuando llegó allí y nos lo quiso enseñar le pusimos todos pegas. Todos le dijimos que aquel coche era una mierda. Que quién le había engañado para comprarse semejante elefante, que era un coche pasado de moda. Que con aquel coche podía irse de vuelta a nuestra tierra y fardar delante de la gente todo lo que quisiera, pero que aquí mejor lo guardaba debajo de una loneta para que no le vieran demasiado. Que era el típico coche que se compra el que no ha tenido nunca coche y que de repente se compra un coche y quiere todo el mundo se entere de que tiene coche. Y le dijimos todo eso y más. Yo creo que le dije de todo y aún no había visto el coche. Mehi trabajaba en la Opel y al parecer había salido una oferta para los trabajadores. A los que cumplieran con una cuota de trabajo tal, les hacían un descuento si se compraban el modelo nosequé. El que se compró Mehi. Y ahí estábamos todos diciéndole que le habían engañado, que ese coche no valía para nada. Que los coches alemanes de verdad eran los Mercedes, los Volkswagen incluso. Pero un Opel, qué mamarrachada de coche era esa, que en nuestra tierra podría engañar a la gente, con la pegatina en alemán y todo eso, pero que nosotros que sí que sabíamos lo que era ese coche, nosotros nos íbamos a reír de él toda la vida. Que vaya error que había cometido. 
Y sin embargo, durante todo el tiempo que Mehi tuvo aquel Opel, venía todos los fines de semana al campo de fútbol del barrio a tomar algo y a dejarse ver con la gente de su pueblo. Y se traía el coche.Y dejaba el coche aparcado e inmediatamente nos poníamos a criticar su coche y a meternos con él. Mehi nunca decía nada. Nos miraba más contento y más feliz que todas las cosas. Se tomaba una cerveza, apuraba dos o tres cigarrillos, hablaba de algo intrascendente con la gente de su pueblo, miraba algún partido de fútbol y se volvía para casa. Una de las cosas por las que nos metíamos con Mehi era porque ese coche parecía de una familia numerosa y Mehi no se había casado. Mehi vino con 19 años y aquel coche se lo compró a los 21 años. Algunos le criticaban porque le decían que en vez de comprar un coche tendría que haber ahorrado más para enviar dinero a casa. 
Solemos hablar de lo que no sabemos y de lo que sabemos solemos hablar mal. Solemos saber de muy pocas cosas. Mehi pensaba a lo grande. Se compró aquel Opel porque quería formar una familia y pensó que primero podría llevar el coche y la familia vendría después. Mehi empezó a hablar con una sobrina de Franz, el dueño del bar y presidente del equipo de fútbol. La chica se llamaba Sonja. Se hicieron novios y finalmente se casaron. Mehi se cambió de coche y se compró un coche más pequeño entonces. Vendió el Opel y de repente, un día, le vimos aparecer en el campo de fútbol con un Volkswagen Escarabajo. Se dejó el pelo largo. Sonja se quedó embarazada. 
Todos le criticamos que se cambiara de coche ahora que estaba esperando familia. Que el Opel era mejor coche, más consistente. Que aquel Volkswagen no tenía sentido. 
Mehi nos miraba y nunca decía nada. 

lunes, 30 de julio de 2018

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Desde por la mañana, tampoco muy temprano, me voy al parque y me pongo a hablar con la gente. Sobre todo con la gente mayor. Son gente mayor que vino antes que yo, que ya estaban aquí cuando yo vine, pero yo vine de muy joven y no me parece que ellos vivan aquí desde antes que yo. Yo soy casi de aquí. Yo soy de aquí. Vine de pequeño, con mis padres, mi madre murió muy poco después de que yo cumpliera los doce años. Llevábamos dos años aquí. Mi padre se quedó solo con tres hijos. Ninguno de mis dos hermanos viven aquí. Uno vive en Wolfsburg y el otro se volvió a Turquía. Yo sigo viviendo en el mismo sitio.
Todas las mañanas voy al parque y me siento con ellos. Ellos ya han empezado a hablar y yo me uno a la conversación. Parece que me están esperando. Me siento primero y les saludo. A ellos les hace gracia verme. Luego empieza la discusión. Ellos son de los que llegaron y siguieron manteniendo las costumbres de su casa. Se sientan a hablar y recuerdan su tierra. Se sientan y hablan y hablan. Y recuerdan. Y cantan de vez en cuando canciones que creen olvidadas pero de las que todo el mundo se acuerda. Y las cantan todos. Muy pocas veces hacen esto, les da vergüenza que les pueda escuchar alguien. Se ponen a hablar y recuerdan que cuando llegaron la gente aquí era muy seria, muy seca, no les quería, pero ellos vinieron y no se metieron con nadie. Querían trabajar y trabajaron. Gülen, uno de los más habladores, tiene historias para todo. Cuenta cuando llegó aquí muy joven, cuando les bajaban del tren y les pedían los papeles, cuando llegó a Düsseldorf y cuando se encontró con su primo y su tío, que le alojaron en casa durante unos meses. Cuando comenzó a trabajar. Trabajar. Solo trabajar. A veces recuerda alguna canción y la susurra en voz baja, los demás le siguen muy bajito.
Gülen se casó y tuvo cinco hijos. Una de sus hijas, Elif, me gustaba. Íbamos juntos al colegio, luego estudiamos juntos en el instituto, yo empecé a trabajar y ella se fue a la universidad. Yo estaba enamorado de Elif. No me gusta recordarlo. Gülen cuenta la historia de Elif cada día. Cuenta que su hija estudió y que ahora está trabajando limpiando empresas. Que de qué le ha servido estudiar. Que este país no les ha reconocido su trabajo, su esfuerzo. Que este país es una mierda. Que ellos vinieron a trabajar, que trabajaron y trabajaron. Que ni siquiera saben ya cantar en voz alta, como antes. Que solo cantan en voz bajita, para no molestar. Y que sin molestar, molestan. Siempre han molestado.
Y a Gülen le sigue Ahmit. Ahmit es el más virulento de todos. Dice que quiere volver a Turquía. Que no lo soporta un día más. Que echa de menos el frío de su pueblo. Las casas blancas. El olor. Que se acuerda de la familia de su madre, las fiestas que hacían. Que quiere volver. Creo que llevo cuarenta años escuchando a Ahmit con la misma historia. Quiere volver, pero no vuelve nunca. No tiene nada. Ahmit no se casó, pensando siempre en volver. No quiso echar raíces, pensando en volver. Si alguien habla de fútbol, se cabrea como un mono. Dice siempre que el fútbol solo sirve para que te engañes, para que pienses que tienes un vínculo con la ciudad, para que olvides tu tierra. Que los que olvidan su tierra son unos cabrones.
Es entonces cuando hablo yo. Siempre les digo lo mismo. Les enciendo. Les digo que son unos sinvergüenzas, que hablan y hablan y que en su tierra ni siquiera podrían hablar. Que son unos desagradecidos, que se quejan por estar hablando allí en un banco, cuando nadie hace esas cosas nada más que ellos, que ningún otro alemán sale a la calle a perder el tiempo. Que lo que ocurre es que son unos atrasados, que lo único que han hecho ha sido traer atraso a este país. Que los que no olvidan, los que mantienen el recuerdo, son culpables de los males del país. Que su país es olvidable, que en su país solo hay escoria y miseria. Que son como las ratas, siempre hurgando en la basura buscando la mierda para comérsela. Que este país es grande cuando abre la mano, pero más grande cuando la cierra y aprieta el puño. Que yo estoy orgulloso de ser de aquí, de haber olvidado las canciones, las historias, de no hablar nunca con mi hermano que volvió a Turquía y quién sabe si no estará rezando todo el puto día, como si se creyera el puto Mahoma. Que cada día que les veo ahí sentados me entristece verles quejarse, que preferiría verles muertos. Les recuerdo que sus hijos ya no son turcos, que son alemanes, pero alemanes si quieren ser alemanes. Europeos si quieren ser europeos. Que los jóvenes ya no quieren escuchar a los viejos, que solo cantan canciones de mierda, que solo saben hablar de sus pueblos de mierda.
Y los viejos me miran y el cabrón de Gülen siempre me pregunta:
- ¿Y tú porqué no te casaste Turgut?

martes, 15 de marzo de 2016

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El primer día que puse un pie aquí ya me dijeron que no. Desde que me bajé del tren. Poner un pie en el suelo y todo era que no. Los primeros días fueron mejores porque ni siquiera entendía el no. Me decían que no a todo. Esto no, así no, ahí no, tú no. Cuando entendí porqué me decían que no, no me sentí mejor ni peor. Pensé que los que se tenían que joder eran ellos. Yo ya estaba aquí. Me puedes decir que no todas las veces que quieras. Estoy aquí y en principio estoy bastante mejor de lo que estaba en mi país. Empecé a buscar trabajo y me fui a unas oficinas en un barrio que se estaba construyendo. Pensé que era un barrio de negocios o así y cuando quise entrar en el primer rascacielos me dijeron en la puerta que no necesitaban a nadie. A nadie como yo. Ya me lo imaginaba. De un día para otro, de tanto decirme que no, ya sabía que no me iban a aceptar en un edificio como ese para desempeñar un trabajo que no me pertenecía. Yo no era de allí y mi lugar era otro. Fayettin y la pequeña Ruma llegaron al mes siguiente de poner ese primer pie que puse allí. Un día, en casa, en un pequeño pisito que nos cedió un primo de Fayettin mientras encontrábamos algo mejor y que finalmente se convirtió en nuestra casa, tuve una idea.
Para inmortalizar el momento, pedí al primo de Fayettin, que se llamaba Urgun y se sigue llamando Urgun, que me sacara una foto. Ahí estoy. Dando pistas de lo que iba a ocurrir. La idea se me ocurrió intentando enchufar en la pared una bombilla que no llegaba. La bombilla y la pared, la verdad es que no tenían mucho que ver con la idea que yo tenía pero quería que ese momento se quedara registrado en nuestras vidas para siempre.
La idea es la siguiente. Iba a ser el presidente de la Innenbeleuchtung, una empresa de las que vi en uno de los paseos por esos edificios de oficinas. Sin saber ni a qué se dedicaban ni nada, me propuse llegar a ser el presidente de la compañía. Y ahora podría contar que trabajé duro, que finalmente conseguí entrar en esa compañía empezando desde abajo y escalando poco a poco, demostrando que los que veníamos de fuera éramos tan trabajadores, dispuestos y sacrificados como los nacidos en ese otro país que me decía siempre que no.
Pues no. ¿Cómo llegué a ser presidente de la compañía? Los de mi país podemos ser feos, comer cosas que en principio os dan asco, llevar bigote, hablar en voz alta, ir vestidos de otra manera, pero no somos gilipollas. No pienso decirle a nadie cómo lo hice, pero aquí estoy. No me he cambiado de piso, porque Fayettin dice que ella no se mueve del piso y no hay más que hablar. Ruma tiene un piso justo al lado del nuestro, pero dice que dentro de nada se muda dos calles más abajo porque se va a vivir con su pareja. Y hace bien.
Tengo muy poco tiempo para escribir y leer y esas cosas. Soy el presidente de una compañía. Es broma, tengo tiempo, tampoco me mato demasiado con esto.
Escribo esto porque hace una semana volví de mi país. Estuve quince días visitando a las familias y me sorprendió que nadie tuviera muy en cuenta que yo fuera el presidente de la Innenbeleuchtung. Me estuvieron contando que de los que nos habíamos ido, prácticamente todos (hicieron recuento y eran todos) habían llegado a ser presidentes de las compañías más diversas.
Tengo pensado juntarnos a todos un día y montar algo. Pero como somos tan así, no sé. Lo mismo pasamos de una cosa a otra y seguimos haciendo grande el mito.
Voy a apagar la luz.

lunes, 6 de octubre de 2014

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Cuando salió nos dijo que todo era maravilloso. Estábamos todos expectantes, nerviosos, nos habían dicho que teníamos que estar allí a las ocho de la mañana y a las siete menos cuarto ya nos agolpábamos en la puerta de la fábrica. Apareció a las ocho un empleado y nos dijo que teníamos que nombrar a un delegado para que entrase y le pudieran explicar lo que se nos pedía. Nos pusimos de acuerdo y finalmente elegimos a Uruk para que nos representase, porque sabía hablar mucho más fluidamente que nosotros y, además, era mucho más simpático que Fernández, que llevaba más tiempo allí pero tenía malas pulgas. 
El tiempo que estuvo allí dentro, lo pasamos la mar de bien. No sé, fueron dos horas y algo las que Uruk estuvo con esa gente hablando. Durante ese tiempo, al principio nadie se atrevía a decir nada, pero finalmente un italiano empezó a hacer chistes sobre lo acojonados que estábamos con el tema y ya se unió a él un portugués, otro español y al final todos, en un alemán pésimo, nos fuimos animando. En un momento, Hari, que venía conmigo, dijo que 'estaría bueno que ahora Uruk, cuando salga, nos diga que lo del trabajo es una mierda y que después del madrugón no vale para nada. Como para pegarle fuego a la fábrica.'. Hubo un cierto revuelo, porque la gente no quería hacer comentarios que provocasen que nos echaran de allí, o que el guardia de la puerta lo escuchara y se pusiera tonto. Pero a todos nos ensombreció un poco el ánimo. 
Al final, Uruk salió y nos pidió unos segundos para hablar. 'Todo es fantástico. Nos quieren coger a todos, nos pagarán catorce pagas y nos darán un mes de vacaciones. Dicen que quieren abrir una planta nueva en el descampado de aquí al lado, pero que la incorporación sería inmediata, que nos enseñarían primero cómo se trabaja y luego nos mandarían a la planta nueva. El encargado, el señor Schnabel, es un tío muy majo. Me ha preguntado que de dónde soy y cuando le he dicho que era turco me ha dicho que ha estado de vacaciones en Grecia y que nos parecemos mucho a los griegos, me lo he quedado mirando sin entender si estaba hablando en serio o en broma, pero me ha dado igual, le he sonreído y ya está. Me han estado enseñando la fábrica y es alucinante. Qué limpio. No se oye casi nada. Parece que están en una biblioteca, más que en una fábrica. Todo el mundo muy uniformado y muy bien. Me han dicho, que tenemos que estar aquí ya mañana a las ocho otra vez, que no nos preocupemos por el vestuario porque ellos nos lo van a dar todo. Que tenemos que traer los papeles y los documentos que tengamos y que nos darán unos carnets y unas tarjetas para que nos identifiquen. Me han dicho que proponga a cinco de vosotros como delegados o subdelegados para que hagan de enlace con la empresa, bueno, que ya seremos todos de la empresa, y que les harán un examen para ver si pueden hacer ese trabajo. Que nos tenemos que sindicar. Que no tengamos miedo porque eso tenga consecuencias en el pueblo, porque nos van a sindicar a todos y en nuestros países ellos ya lo saben. No sé. Estoy muy contento, amigos. Mañana empezamos a trabajar'. 
Nos fuimos a casa y estuvimos bailando y riendo durante todo el día y toda la noche. Al día siguiente nos volvimos a encontrar todos otra vez en la puerta de la fábrica. Se acercó a hablarme Hari un momento, pero no sé porqué, no me apetecía hablar con él.